Erupción del Vesubio
Nota: Se ha conservado la ortografía original.
De la serie:
ESCENAS DE LA NATURALEZA.
Desde hace algún tiempo el Vesubio ha empezado de nuevo á arrojar llamas y lava, pero pocos dias después de Navidad, los truenos con que retumbaba la montaña eran tan violentos que rompían con su vibración las ventanas de las casas de los pueblos vecinos, y las piedras que arrojaba el cráter llegaban hasta la mitad del camino del cono formado por el volcan. El dia 28 de diciembre se advirtió que disminuía un tanto su acción; las sacudidas entonces fueron mas violentas que nunca y el cráter lleno de lava comenzó á hervir como una caldera; mientras tanto, columnas de ceniza y de cristales de anfigeno, según dice el parte diario, subían á una grande elevación. Algunos dias después, se formó otro cráter cerca del gran cono y en dirección de la Hermita; desde entonces, ha estado corriendo siempre de éste, un rio de lava líquida que presentaba el espectáculo mas brillante que puede imaginarse. Desde los dos cráteres salían dos arroyos en curva que, haciendo una elipse, se iban á reunir al pie y corrían hacia Resina. A veces, todo el intervalo entre los torrentes estaba lleno de fuego, del que salian mil pequeños arroyos inflamados que á lo lejos parecían el resplandor de una aurora boreal.
Una carta de Nápoles del 31 de diciembre describe asi esta erupción, de la cual El Museo de hoy publica un grabado:
«El viernes último, el tiempo estaba favorable y subí á la montaña desde la Torre de II Annunziata. Lo hermoso del dia y la estraordinaria actividad del volcan en la noche anterior había sido causa de que un gran número de personas emprendieran la misma ascensión que yo. Me encontré con una multitud de gentes que habían salido de Pompeya; todos parecían ser italianos y pertenecer á las distintas clases de la sociedad; cuando llegamos á cierta altura, se presentó á nuestra vista un espectáculo sublime. En las fases anteriores de la erupción las esplosiones se seguían unas á otras rápidamente por algunos minutos, y luego cesaban por intervalos mas ó menos largos; pero el viernes era una serie constante de esplosiones sin ningún intervalo entre sí. Los estampidos se sucedían con tal velocidad, que no se había apagado el ruido del uno cuando se oía el siguiente. El ruido se percibía con toda claridad en Nápoles y ensordecía cuando nos acercábamos al cono. A la luz del sol, las piedras que arrojaba el cráter á cada esplosion aparecían negras, y al ascender y esparcirse en todas direcciones se hubiera creído que eran despedidas por un cañonazo tirado contra unas rocas. Sin embargo, como el sol se había puesto detrás de Ischia y el dia comenzaba á tornarse en crepúsculo, las rocas empezaron á cambiar su color negro en encarnado, y á medida que la oscuridad se hacia mas densa, de encarnado en el mas resplandeciente color de fuego. Las materias que arrojaba el cráter se elevaban densas y brillantes en el aire como un enorme surtidor de una fuente; y volvían á caer, parte en el cráter mismo, y parte en curvas parabólicas alrededor de la montaña. Las esplosiones eran tan frecuentes, que estas materias ascendían y descendían cruzándose sin cesar. No es exageracion decir, que algunas de estas piedras eran arrojadas á mas de dos mil pies de alto; algunas de ella eran de varias toneladas de peso y tardaban mas de un minuto en descender, contando, no desde que salían del cráter, sino desde el punto mas elevado á que llegaban. Unas caían dentro del cráter, algunas en la mitad de la montaña, y otras muchas al tocar en el suelo saltaban y bajaban saltando también, pero con mayor estruendo por la montaña, haciéndose pedazos en el camino y convirtiéndose en una lluvia de fuego. No hay nada mas pintoresco, pero tampoco mas terrible que la vista de uno de estos grandes globos de fuego precipitándose por la montana abajo en medio de la oscuridad y de la soledad de la noche.
Un hermoso torrente de lava, no de un encarnado vivo, sino como una llama clara, corría á manera de catarata desde la cima del nuevo cono y en dirección de Oltaviano. Cuando nos acercamos al cono antiguo, había disminuido en velocidad, pero todavía su curso podria ser de cuatro millas por hora. Tendría unos veinte pies de ancho y no era de mucha profundidad, no puniendo acumular materias en atención á la rapidez de su curso; por la misma razón no habia realmente orillas á ningún lado del torrente. Cuando la lava corre con lentitud, se enfria por los lados y por la superficie, formando una especie de canal cuyo cáuce va levantándose continuamente á consecuencia de que la masa líquida se va congelando debajo del torrente de fuego, que con un movimiento uniforme camina recto y deja las escorias que están flotando en la superficie. Nosotros íbamos caminando por un campo de lava ya antigua, lleno de grietas y agujeros en los que se hundían nuestros pies tan traidoramente como en un ventisquero de los Alpes. Al pie del torrente de lava, encontramos mucha gente mirando las curiosas combinaciones de las luces y sombras de las lluvias de materias inflamadas del Vesubio y de la luz del torrente de lava.
Todo este espectáculo era estraño y causaba una impresión que no es posible describir. En aquel momento me llamó la atención la estrecha garganta que separa á Somma del cono del Vesubio, que en una tempestad daria un aspecto mas terrible á la erupción, pero quitaría casi toda la perspectiva agradable que se encuentra, cualquiera que sea el punto á que se dirija la vista en esta clásica región. Apartando los ojos de los esplendores del Vesubio, se veía un cuadro de igual belleza, aunque mas suave. Las luces de Nuceria, Ottaviano y Bosco brillaban en medio de la oscuridad del profundo valle; veíanse también algunas entre las ruinas de Pompeya, como si los manes de los habitantes enterrados hace mucho tiempo se complacieran aun en vagar por la noche á la dora de los espíritus, mientras mas allá, Castellamare y una parte de Sorrento brillaban por el mar. Sobre el Vesubio bahía un arco triunfal de humo iluminado por el reflejo del cráter y del torrente de lava, esparciéndose en el aire en dirección de Capri, que se podía ver en la línea del horizonte como un monstruo marino colosal levantándose de la profundidad. En medio de este paraíso de silenciosa belleza, el Vesubio erguía su cabeza de llamas y con un ruido continuo despedía nubes de humo que se elevaban en el azul oscuro del firmamento a tal altura, que las piedras encendidas que arrojaba parecían mezclarse con las estrellas. Después de haber contemplado un gran ralo este espectáculo admirable, comenzamos á descender, tarea que no estaba exenta de peligros, pero afortunadamente la Providencia nos ha librado de ellos, y hemos concluido nuestra empresa con toda felicidad.»