España antes y después de 1833: 5

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V.[editar]


Tan evidente verdad no puede menos de quedar sancionada con solo comparar con un criterio imparcial el estado político y social de España antes de 1833, y desde entonces hasta hoy. Si del estado político y social se pasa al económico, que deja hoy todavía bastante que desear, no es posible tampoco desconocer que es muy superior al anterior al año de 1833, para lo cual basta comparar la riqueza pública de una y otra época [1]

Resulta con evidencia que en el primer presupuesto, formado por el Ministro de Hacienda Garay en 1817, apenas podían llegar los ingresos á 600 millones, y hoy el Gobierno puede contar segura y fácilmente con 2.000.

Las grandes necesidades en el orden material de progreso, reconocidas en España como preferentes antes de 1833, eran adquirir agua y tener comunicaciones. Compárese su anterior situación con la que ambos elementos evidentes de prosperidad y riqueza tienen hoy, con los de antes de 1833. Existen hoy mas de 5.000 kilómetros de vías férreas en explotación, y más de 16.000 de tierra en uso, y no pocos aprovechamientos de aguas atienden á tan preferentes necesidades. Es pues indudable el progreso material, comparada época con época.

Por otra parte no es posible desconocer que eran evidentes obstáculos al desarrollo y prosperidad material de la propiedad la demasiada amortización de los mayorazgos en su antigua forma, los diezmos llamados eclesiásticos, á pesar de que en su mayor parte se percibían por el Estado ó por particulares, el excesivo número del clero, especialmente el regular, en cuyas manos muertas existia una no pequeña parte de territorios pingües y de gran porvenir: obstáculos todos reconocidos de antiguo, y que ya hablan sido objeto de no pocas reclamaciones, dirigidas á removerlos, unas veces por ilustrados patricios y otras por decisiones de las Cortes.

Pues bien, estos obstáculos han sido casi completamente removidos. Subdividida hoy la propiedad entre gran número de particulares, está dando por resultado un verdadero y efectivo aumento de riqueza para el Tesoro y para el pais, que ha hecho subir el valor de las fincas á una altura desconocida en épocas anteriores, por más que hubiera sido de desear se hubiera obtenido este resultado por medios más lentos y menos ocasionados á dolorosas agitaciones y trastornos.

Sin duda puede afirmarse que, digase lo que se quiera, en ninguna época anterior de la Monarquia, el Gobierno español pudo disponer de tantos recursos como posee actualmente.

Abrid la historia y hallareis perdidos los estados de Flandes y de Italia por falta de dinero; encontrareis que aquellos heroicos tercios, que vencieron en Mourg, á pocos dias de haber vencido, sublevados, reclamaban sus pagas y entraban tumultuosamente en Amberes, pidiendo solo pan. Escenas semejantes nos hicieron perder también las posesiones de Italia. Cotejad este estado con el que hace poco tenian nuestros soldados en la gloriosa campaña de África, asistidos con gran esmero; recordad que en la guerra de la Independencia, y aun en la de sucesión, nuestros soldados carecian de todo; y comparad su bienestar presente, y no olvidéis que si nuestra gloriosa marina de Lepanto desfalleció en Trafalgar, ha renacido en las aguas del Pacífico.

Y si de los intereses materiales pasamos á los del orden social y á los politices, la historia comparativa de la época anterior á 1833 con la posterior, no será contraria á la última. La historia no se inventa, se crea por si misma con los hechos, y aprovecha especialmente para obtener la armonía de la razón, de la imaginación y de la inteligencia; pero los hechos son siempre más fuertes que las teorías, y aun que los raciocinios.

La sociedad moderna presencia dos formas de Gobierno: una el despótico, otra el representativo; la base del primero fué siempre la obediencia pasiva; la esencia del otro es la libre discusión; pero esta última forma va de dia en dia obteniendo una supremacía asombrosa. Júzguense como se quiera las ventajas ó desventajas de ambos sistemas, el hecho es que la libre discusión se ha sobrepuesto á la obediencia pasiva, y que prevalece y se adopta en Europa casi con universalidad, y se va extendiendo, no solo allende el Atlántico, sino hasta África, y es ya principio aceptado muy generalmente, y casi convertido en axioma, que el poder y la libertad no son dos enemigos, cada uno con su dominio y su reino separados, sino que por el contrario, entrando cada cual en sus límites propios, la libertad enriquece y fortifica el poder, y este asegura y fortifica la libertad; su espíritu no es inglés, ni francés, ni americano, es el bien común y la gloria de la moderna civilización.

En un país regido por un Gobierno absoluto, el hombre vive para el Soberano que en él impera; en el Gobierno representativo el hombre vive para sí, para los suyos y para la sociedad.

Mas es evidente que el gran tránsito de las antiguas sociedades á las nuevas, ó sea del despotismo á la libertad, tuvo su primitivo origen en la revolución de Inglaterra de 1688, que siguió en 1776 en América, y en Francia en 1789, y que en España, si bien jamás había existido legalmente el despotismo, había existido de hecho, no empezando las verdaderas formas constitucionales hasta 1810 en Cádiz; pero siempre, en estas trasformaciones sociales, la preferente fuerza de acción consistió en los partidos políticos, creados bajo ima ú otra forma, compuestos de unos ú otros elementos, y sosteniendo cada uno principios más ó menos afines ó encontrados; mas los partidos, como todas las cosas humanas, cuando empezaron, fueron fuertes y poderosos, y el tiempo se encargó de debilitarlos y desnaturalizarlos primero y casi disolverlos más tarde. En 1640 al Corto Parlamento sucedió el Largo, y en este tuvieron origen los dos grandes y célebres partidos políticos ingleses, que tomaron entonces los nombres de partido de los Caballeros el uno, y de los Cabezas redondas el otro, llamándose después por muchos años Tories y Wighs. ¿Cuál fué y cuál es su situación hoy? No há mucho que el eminente Sir Roberto Peel decia que no los encontraba. ¿Qué se hicieron en Francia los jacobinos, los girondinos, los republicanos, los realistas de la restauración, los parlamentarios de 1830? Existen todos sólo en la historia. ¿Y que diré de los serviles españoles de 1812 y de sus antagonistas liberales de entonces, de los progresistas monárquicos de 1820, 33, 36 y 40? ¿Qué de los absolutistas, carlistas de 1823, 27 y 33, sosteniendo el absolutismo, bajo el escudo de una pretendida é injusta legitimidad? ¿Qué de los primitivos moderados de 34, de los monárquicos constitucionales de 44, de los conservadores reformistas de 1852, de los coligados de 1853, de la unión liberal nacida en 54, y que ha sufrido la gran pérdida de su ilustre Jefe en 1867? ¿Existe algo de esto en sus condiciones primitivas [2]? No, ciertamente. ¿Qué ha quedado, pues, de todos ellos, en relación á su origen y principio? Poco ó nada, pues no sé si se debe calificar de partido la agrupación de conservadores unidos ante el peligro anti-social que nos está amenazando. Esta misma agrupación, á cuya cabeza estaba el ilustre Duque de Valencia, que en su dia fué efectivamente el Jefe del partido llamado moderado, ha perdido ya su importantísima personificación. ¿Qué queda, pues, que hacer? Buscar un medio práctico de agrupar alrededor del trono de la Reina todas las fuerzas sociales, politicas y constitucionales, cuya agrupación haga impotentes é ineficaces los propósitos contrarios. Lo que existe únicamente, con verdaderas condiciones de partido esencialmente revolucionario, es el llamado democrático, que en su reunión de Ostende, acordaba la destrucción de todo lo existente, y la creación de un Gobierno, producto del sufragio universal, fundando el éxito de sus propósitos en esperanzas quiméricas y en ilusiones de poder atraer sumisos á su obediencia el dia de su soñado triunfo á pueblos dotados de enérgica independencia, que ciertamente no permitirian fuesen deshechas y holladas nuestras antiguas y seculares instituciones, y menos verlas reemplazadas por míseras utopias, que no alcanzaría á poner en práctica la escasa respetabilidad histórica de dictadores como los de Ostende [3].

Mas no es este el único resto de las agrupaciones llamadas partidos. Una nueva agrupación, no muy numerosa ha aparecido hace poco tiempo, tomando el nombre de neo-católica, cuyas doctrinas y aspiraciones, tan de buena fe como se quiera, constituyen un verdadero anacronismo en la época actual. Haciendo abstracción esta parcialidad de hechos consumados; condenando principios y formas aceptadas por la inmensa mayoría de la nación, existentes desde 1834, y combatiendo lo que llaman parlamentarismo, aspira al título de regeneradora, sin considerar que sus doctrinas son contrarias á las ya aceptadas, no solo en España, sino en la Europa entera, que las tiene juzgadas como extemporáneas, y sin comprender lo absurdo de sus anatemas contra las formas parlamentarias reconocidas en todas las grandes naciones. Estos flamantes regeneradores, sin embargo, se valen de la aplicación práctica de la libre y pública discusión, que dicen aborrecer é impugnar, para apoyar, si no ideas concretas, aspiraciones de imposible realización; pretenden, en fin, erigirse en supremos maestros, y quieren probar que ellos son los únicos sostenedores de la religión que hasta ahora, por fortuna, á nadie le ha ocurrido en España dejar de reverenciar. En suma, la esencia de su fórmula regeneradora es la misma que la de los revolucionarios de Ostende; ambos se proponen, si pudiesen, destruir todo lo existente, difiriendo tan solo en lo que debía reemplazarlo. Pero, aun suponiendo que por un triunfo pasajero de cualquiera de los dos partidos, llegasen á poder ensayar su sistema, ¿cuál seria el resultado? La anarquía: esta seria la precisa é inmediata consecuencia del triunfo de ambas soluciones, pero de ambas saldría, ó una restauración, ó una disolución social, después de grandes y sangrientas perturbaciones.

Discútanse enhorabuena las antiguas teorías acerca de si pueden ó no existir los gobiernos representativos sin partidos políticos. Si se juzga que son indispensables, habrá de convenirse en la necesidad de crear otros nuevos ó regenerar los antiguos en una ú otra forma, pero adquiriendo condiciones de fuerza que los hicieran capaces de poder realizar la teoría de entrar alternativamente en el gobierno. Si se resuelve, cosa dudosa ciertamente, que podia la nueva sociedad vivir y perfeccionarse y asentarse definitivamente sin partidos, y sólo estableciéndose situaciones fuertes, donde el derecho, la justicia, la razón y el patriotismo se sobrepongan á las pasiones y á los inteseses individuales, hágase en buen hora; pero si no es posible, entremos al cabo de una manera sincera, leal y franca en las condiciones de un gobierno constitucional verdad, con partidos ó sin ellos, en el que todos los poderes públicos, cada cual en su órbita, contribuyan á que en las leyes resida la soberanía y que por ellas y solo por ellas se ejerza.

Una ú otra de estas soluciones reclaman ya fatigados todos los hombres liberales y sensatos del mundo entero á nombre de la civilización y del verdadero progreso, y á nombre también de la actual sociedad, en cuyo esencial fundamento se hallan aunados los intereses todos que sean bastantes para lograrlo, obteniendo primero gran moralidad, y después la paz universal que solo puede quedar asegurada con un desarme general de Europa.

En ningún pueblo, dice un filósofo contemporáneo, la libertad política ha podido ser ni ha sido obra de poco tiempo; es preciso para llegar á ella largas tentativas y no pocos y dolorosos ensayos. Esparzamos á nuestro alrededor doctrinas generosas, que recordando á los hombres su dignidad, hagan nacer en ellos el gusto de la verdadera libertad, exenta de acaloramiento y de envidia, contentándose todos con la posesión de sus derechos legítimos.

Hé aquí retratada con severa imparcialidad la España política y económica antes de 1833, y posterior á esta época. La misión de la civilización actual no es condenar todo lo antiguo, ni dejar de respetar de tiempos anteriores lo grande que hubo en ellos. Nuestra patria historia encierra grandes recuerdos de varones ilustres en las armas y en las letras, que han pasado á la posteridad con glorioso renombre. ¿Quién no lee hoy con encanto los versos de Garcilaso, de Ercilla y Fray Luis de León? ¿Quién no admira el ingenio fecundo de Lope de Vega, Calderón, Moreto y Tirso de Molina; la sal ática de Quevedo y el admirable talento de Cervantes? ¿Quién no se embelesa ante los encantadores lienzos de Murillo, Rivera, Velazquez, Alonso Cano, Juan de Juanes y Ribalta? ¿Quién no se extasía artisticamente contemplando la grandiosa obra de Juan de Herrera y las magnificas y bellas catedrales góticas de Sevilla, León, Burgos y Toledo? ¿Quién, en fin no respeta obras literarias y políticas como las empresas de Saavedra, las cartas eruditas de Feijóo, y las obras más recientes de Jovellanos, Campomanes, y Floridablanca? ¿Quién no mira respetuoso á historiadores como Sandoval, Mariana y Masdeu?

Haciendo justicia á lo que existia de respetable en lo antiguo, ¿puede negarse que el mundo marcha? ¿Que la civilización ha progresado y que el vapor y la electricidad y el crédito, el cual es la más ingeniosa y provechosa invención moderna, han producido una completa trasformacion económica de inmensa trascendencia? Que el espíritu de progreso, de conservación y de justicia prevalezca sobre las pasiones, sobre los intereses personales y de los partidos y banderías, asociándose todos los elementos creados por la actual civilización en bien común de la humanidad. Así y solo asi, son las naciones ricas, felices y poderosas.


El Marqués de Miraflores.


  1. Nada más completo en esta cuestión que el magnífico y erudito artículo del Sr. Alejandro Llorente, inserto en la REVISTA del 15 de Abril próximo pasado bajo el epígrafe: La primera crisis de Hacienda en tiempo de Felipe II.
  2. Remito á los lectores de La REVISTA á mi publicación de 1863, bajo el título de "Reseña histórico-crítica de la participación de los partidos en los sucesos políticos de España en el siglo XIX."
  3. Véase el folleto publicado en París por el Sr. García Ruiz, individuo que se dice él mismo del partido democrático.