España en ausencia

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Poemas sueltos, IV
España en ausencia​
 de Miguel Hernández

Como si se me hubiera muerto el cielo
de España me separo:
salgo en un tren precipitado al hielo
de su materna piedra, de su fuego preclaro.

Un aeroplano ciego me separa,
por el espacio y su topografía,
de mi nación ardientemente clara
dentro del resplandor de la alegría.

Me empuja entre celajes de hermosura,
por Francia, Holanda, Dinamarca y Suecia,
a la Rusia que sueño mientras la gleba oscura
de mi cuerpo se pone pálida y menos recia.

Mi piel de amor se enfría, mi corazón se quema
y quema por mis ojos a las demás naciones,
como si fuera mi alma la flor de la alhucema
cerniéndose encendida por tantas extensiones.

Siento como si el sol se fuera distanciando,
agonizando en campos opacos y lunares
donde los lagos tienen instalado su imperio.

Y la tierra parece que va devorando,
y se esparcen sus restos, sus postreros pilares,
y parece que vuelo sobre un gran cementerio.

España, España: ¿quién te ha despoblado?
Nación de toros y caballeros,
témpano de guitarras y tambores
ensimismado en música bajo el tacón sagrado
del sol, de los luceros,
de los enamorados y de los bailadores.

No te empequeñece lo remoto:
llegas a estos rincones siderales
grandes, grande, tan grande con tu corazón roto,
como una maravilla de vidrios y corales.

Adelfo y arrayán, cal y negrura.
Un árbol que es encian y es palmera
te trae a mí como una selva pura
que inspira el mar desde su edad primera.

Palomar del arrullo desangrado,
prodigioso panal de seca ardilla,
como el panal de cera acribillado
por el agente del perpetuo crimen
que todo lo destruye y acribilla.

Al mismo tiempo que tus madres gimen
te alejas: no te alejas.
Va conmigo tu anhelo,
va conmigo los cielos cruzados de tus rejas
que eran a medianoche palomares en celo.

Va conmigo tu pueblo que es el mío,
cercado por la fiebre fraticida
de la guerra que ejercen los tiranos.
Mi pasión de español describe un río
de cólera y espuma sumergida
con el camino de los aeroplanos.

Subes conmigo, vas de cumbre en cumbre,
mientras tus hijos, mis hermanos, ruedan
como ganaderías de indestructible lumbre,
de torres y cristales:
de potros que descienden y se quedan,
chocándose, volcándose, suspensos
de varios precipicios celestiales,
de relincho a torrentes y los brazos inmensos.

Con tus muertos que llegan en bandada
a lagos de mercurio siempre vivo,
a remansos de espejos y descanso
que no ha de enturbiar nada:
con tus apasionados gérmenes combativos
para siempre en descanso,
va por Europa entera mi mirada.

Van conmigo tus muertos, tu caídos,
mis caídos, mis muertos:
pesan en lo más alto de mis huesos queridos,
navegantes y abiertos.
Ellos me arrojan con el puño en alto
a saludar a Rusia por Moscú y por Ucrania,
y me quieren hacer retroceder de un salto
para escupir lo sucio de Italia y de Alemania.

Abrasadora España, amor, bravura.
Por mandato del sol y de tantos planetas
lo más hermosos y amoroso y fiero.
Te siento como el alma bajo la quemadura
de la invasión extraña,
sus municiones y sus bayonetas,
y no sé navegar, vivir viajero.

Ayer mandé una carta y un beso para España
donde está la mujer que yo más quiero.