Diferencia entre revisiones de «Desolación (Castro)»
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Revisión del 13:12 11 ago 2022
Del luto de mi noche mi ángel funesto tejió un velo pesado, tupido y denso más que las sombras que en los hondos abismos eternas moran. Negóme desde entonces el sol su brillo, ¡ay!, negóme la luna su fulgor tímido, y la esperanza no alumbró más el yermo de mis entrañas. Por eso todo, todo... para mí ha muerto. Mudas pasan mis horas tal como espectros... Cabe mi oído sólo se agita el soplo de los olvidos.
Hiende el rayo al peñasco en el monte, a la nave en el mar la tormenta, en el aire, el halcón prende al pájaro. Y en el mar, en el aire, en la tierra, todos prenden y acosan al hombre de desgracia acusado y pobreza.
Es obligado tema de sensibles cantores el amor y sus penas, el beso o la mirada del dulce ser querido, la dicha malograda o la esperada dicha con sus vagos temores. Después vienen los pájaros, el mar o el arroyuelo, la tempestad que brama o la brisa sonora que hace hablar al follaje mientras nace la aurora o alza la mariposa el inconstante vuelo.
Mas ¿qué nube es aquella que, elevada, llena de luz, por el oriente asoma, virgen que viene en su pudor velada, temprana flor con su primer aroma? ¿Quién la que en tronos de zafir sentada, blanca, pura y sin hiel, dulce paloma, desciende hacia la tierra en raudo vuelo, abandonando por la tierra el cielo? ¡Es ella! ¡Una mujer! Fuente de vida, diosa inmortal de pensamiento altivo, del seno de los ángeles venida para librar mi corazón cautivo: es fruto de verdad, fuente querida de quien mi libre inspiración recibo; es la que, madre de las madres, lleva, ¡nombre de bendición!, el nombre de Eva. Como las auras del abril, liviana; como la luz del sol, fuerte y hermosa, es ella de quien dicen flor temprana, fuente sellada, estrella misteriosa: su rostro del color de la mañana, suelta la blanda cabellera undosa, la palabra suave, el paso leve que a su ligero andar las flores mueve. Mas hay en su mirada una tristeza de inefable amantísimo delirio, que aumenta el resplandor de su belleza, la llama santa de un feliz martirio, ¡oh pura fuente de inmortal limpieza, sobre las ondas desmayado lirio! ¡Oh cuán amada por tus penas eres, mujer en quien esperan las mujeres!
En medio del silencio, allá en la noche, madre de los misterios, llenaban el espacio ecos suavísimos, armónico concierto de entrecortadas frases y caricias, de suspiros, de quejas y de besos. ¡Ay! Eran él y ella. Espíritus de fuego, almas que envueltas en ardiente llama devoraban placeres y deseos. -La vida es breve... Amémonos -decían. -¡Tan veloz corre el tiempo!... Y en su ansia loca, y en su afán ardiente más que el viento esta vez corrieron ellos. Tras de las largas misteriosas noches un sol primaveral brilló sereno, y uno al otro en silencio se miraron con espanto y con miedo... -Pero si ésta es la vida, -murmuraron después- ¿a qué ir más lejos? Y cual duerme un cadáver en su tumba uno en brazos del otro se durmieron.