Aquél que en el pecho del ave inocente
Pusiera una cuerda del arpa divina,
Rumor en el árbol
y espuma en la linfa,
Formó para el mundo las flores del aire
De llanto de amores y de alas de brisas.
Jamás en su blanco purisimo seno
El sol ha clavado su ardiente pupila:
De tanta frescura
Sus rayos desvia,
Y sólo en las noches de amor y misterio,
La luna en secreto las besa y las mima.
En torno á su cáliz el húmedo aroma
Del beso de un niño volando palpita;
Sus hojas, plegadas
En leves sonrisas,
Entreabren el velo del último ensueño,
Demandan suspiros y ofrecen caricias.
Pendiente del flanco de la árida roca
Su cándido aspecto de estrella dormida
Devuelve al presente
Las horas perdidas,
y abriéndose al soplo de tanto recuerdo.
Posada en sus hojas el alma vacila.
Su dulce fragancia difunde en el aire
Promesas de vagas, celestes delicias...
El pecho se ensancha,
La frente se inclina,
Y el alma, batiendo las alas del ángel.
Escapa del mundo sedienta de vida!