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Examen de ingenios:22

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Capítulo X [XII de 1594]

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Donde se prueba que la teórica de la teología pertenece al entendimiento y el predicar, que es su práctica, a la imaginativa


Problema es muy preguntado (no solamente de la gente docta y sabia, pero aun los hombres vulgares han caído ya en la cuenta y lo ponen cada día en cuestión) qué sea la razón y causa que en siendo un teólogo grande hombre de escuelas, en disputar agudo, en responder fácil, en escrebir y leer de admirable doctrina, y subido en un púlpito no sabe predicar; y por lo contrario, en saliendo galano predicador, elocuente, gracioso y que se lleva la gente tras sí, por maravilla sabe mucha teología escolástica. Por donde no admiten por buena consecuencia: «Fulano es gran teólogo escolástico, luego será gran predicador»; ni quieren conceder al revés: «Es gran predicador, luego sabe mucha teología escolástica»; porque, para deshacer la una consecuencia y la otra, se le ofrecerán a cualquiera más instancias que cabellos tenga en la cabeza.

Ninguno hasta ahora ha podido responder a esta pregunta más de lo ordinario, que es atribuirlo todo a Dios y a la distribución de sus gracias. Y paréceme muy bien, ya que no saben la causa más en particular. La respuesta de esta duda en alguna manera la dejamos dada en el capítulo pasado, pero no tan en particular como conviene; y fue que la teología escolástica pertenece al entendimiento. Ahora decimos y queremos probar que el predicar (que es su práctica) es obra de la imaginativa; y así como es dificultoso juntar en un mesmo celebro grande entendimiento y mucha imaginativa, de la mesma manera no se puede compadecer que uno sea gran teólogo escolástico y famoso predicador. Y que la teología escolástica sea obra del entendimiento ya lo dejamos demostrado atrás, probando la repugnancia que tenía con la lengua latina; por donde no será necesario volver a ello otra vez. Sólo quiero dar a entender que la gracia y donaire que tienen los buenos predicadores, con la cual atraen a sí el auditorio y lo tienen contento y suspenso, todo es obra de la imaginativa, y parte de ello de la buena memoria.

Y para que mejor me pueda explicar y hacerlo tocar con la mano, es menester suponer primero que el hombre es animal racional, sociable y político; y porque su naturaleza se habilitase más con el arte, inventaron los filósofos antiguos la dialéctica, para enseñarle como había de raciocinar, con qué preceptos y reglas, cómo había de difinir las naturalezas de las cosas, distinguir, dividir, inferir, raciocinar, juzgar y eligir, sin las cuales obras es imposible ningún artífice poderse pasar. Y para poder ser sociable y político, tenía necesidad de hablar y dar a entender a los demás hombres las cosas que concebía en su ánimo; y porque no las explicase sin orden ni concierto, inventaron otra arte que llaman retórica, la cual con sus preceptos y reglas le hermosea su habla con polidos vocablos, con elegantes maneras de decir, con afectos y colores graciosos.

Pero así como la dialéctica no enseña al hombre a discurrir y a raciocinar en sola una ciencia, sino en todas sin distinción, de la mesma manera la retórica muestra hablar en la teología, en la medicina, en la jurispericia, en el arte militar y en todas las demás ciencias y conversaciones que tratan los hombres. De suerte que si queremos fingir un perfecto dialéctico o consumado orador, no se podría considerar sin que supiese todas las ciencias, porque todas son de su jurisdicción, y en cualquiera de ellas sin distinción podría ejercitar sus preceptos; no como la medicina, que tiene limitada la materia sobre que ha de tratar; y la filosofía natural, moral, metafísica, astrología y las demás. Y, por tanto, dijo Cicerón: oratorem, ubicumque constiterit, constitere in suo; y en otra parte dice: in oratore perfecto inest omnis philosophorum scientia. Y por esta causa dijo el memos Cicerón que no había artífice más dificultoso de hallar, que un perfecto orador; y con más razón lo dijera si supiera la repugnancia que había en juntar todas las ciencias en un particular.

Antiguamente se habían alzado con el nombre y oficio de orador los jurisperitos, porque la perfección de la abogacía pedía el conocimiento y pericia de todas las artes del mundo, a causa de que las leyes juzgan a todos y, para saber la defensión que cada arte tiene por sí, era necesario tener particular noticia de todas; y, así, dijo Cicerón: nemo est in oratorum numero habendum qui non sit omnibus artibus perpolitus. Pero viendo que era imposible aprender todas las ciencias, lo uno por la brevedad de la vida, y lo otro por ser el ingenio del hombre tan limitado, lo dejaron caer, contentándose en la necesidad con dar crédito a los peritos de aquel arte que defienden, y no más.

Tras esta manera de defender las causas, sucedió luego. la doctrina evangélica, la cual se podía persuadir con el arte de oratoria mejor que cuantas ciencias hay en el mundo, por ser la más cierta y verdadera. Pero Cristo nuestro redentor mandó a san Pablo que no la predicase in sapientia verbi, porque no pensasen las gentes que era alguna mentira bien ordenada como aquellas que los oradores solían persuadir con la fuerza de su arte. Pero ya recebida la fe, y de tantos años atrás, bien se permite predicar con lugares retóricos y aprovecharse del bien decir y hablar, por no haber ahora el inconveniente que cuando predicaba san Pablo; antes vemos que hace más provecho el predicador que tiene las condiciones de perfecto orador, y le sigue más gente, que el que no usa de ellas. Y es la razón muy clara. Porque si los antiguos oradores hacían entender al pueblo las cosas falsas por verdaderas, aprovechándose de sus preceptos y reglas, mejor se convencerá el auditorio cristiano persuadiéndole con artificio aquello mesmo que él tiene ya entendido y creído. Aliende que la divina Escritura es en cierta manera todas las cosas, y para su verdadera interpretación son menester todas las ciencias, conforme aquel dicho tan celebrado: missit ancillas suas vocare ad arcem.

Esto no es menester encargarlo a los predicadores de nuestro tiempo, ni avisarlos que lo pueden ya hacer, porque su estudio particular (fuera del provecho que pretenden hacer con su doctrina) es buscar un buen tema a quien puedan aplicar a propósito muchas sentencias galanas traídas de la divina Escritura, de los sagrados doctores, de poetas, historiadores, médicos y legistas, sin perdonar ciencia ninguna, hablando copiosamente, con elegancia y dulces palabras; con todo lo cual dilatan y ensanchan el tema una hora, y dos si es menester. Esto proprio dice Cicerón que profesaba el perfecto orador en su tiempo: vis oratoris professioque ipsa bene dicendi hoc suscipere ac polliceri videtur, ut omni de re quacumque sit proposita, ab eo ornate copioseque dicatur.

Luego, si probáremos que las gracias y condiciones que ha de tener el perfecto orador, todas pertenecen a la imaginativa y memoria, tenemos entendido que el teólogo que las alcanzare será muy gran predicador; pero, metido en la doctrina de santo Tomás y Escoto, sabrá muy poco de ella, por ser ciencia que pertenece al entendimiento; de la cual potencia ha de tener por fuerza gran remisión.

Qué cosas sean aquellas que pertenecen a la imaginativa y con qué señales se han de conocer ya lo hemos dicho atrás, y ahora lo tornaremos a referir para refrescar la memoria. Todo aquello que dijere buena figura, buen propósito y encaje, todas son gracias de la imaginativa, como son los donaires, apodos, motes y comparaciones.

Lo primero que ha de hacer el perfecto orador, tiniendo ya el tema en las manos, es buscar argumentos y sentencias acomodadas con que dilatarle y probarle; y no con cualesquiera palabras, sino con aquellas que hagan buena consonancia en los oídos. Y, así, dijo Cicerón: oratorem eum esse puto qui, et verbis ad audiendum iocundis, et sententiis accommodatis ad probandum, uti possit. Esto cierto es que pertenece a la imaginativa, pues hay en ello consonancia de palabras graciosas y buen propósito en las sentencias.

La segunda gracia que no le ha de faltar al perfecto orador es tener mucha invención o mucha lición. Porque si está obligado a dilatar y probar cualquier tema que se le ofreciere con muchos dichos y sentencias traídas a propósito, ha menester tener muy subida imaginativa, que sea como perro ventor que le busque y traiga la caza a la mano; y, cuando faltare qué decir, lo finja como si realmente fuera así. Por eso dijimos atrás que el calor era el instrumento con que obraba la imaginativa, porque esta calidad levanta las figuras y las hace bullir, por donde se descubre todo lo que hay que ver en ellas. Y, si no, hay más que considerar: tiene fuerza la imaginativa, no solamente de componer una figura posible con otra, pero aun las que son imposibles, según orden de Naturaleza, las junta y de ellas vienen a hacer montes de oro y bueyes volando.

En lugar de la invención propria, se pueden aprovechar los oradores de la mucha lección, ya que les falte la imaginativa; pero, en fin, lo que enseñan los libros es caudal finito y limitado, y la propria invención es como la buena fuente que siempre da agua fresca y de nuevo. Para retener lo leído es necesario tener mucha memoria, y para recitarlo delante del auditorio con facilidad no se puede hacer sin la mesma potencia; y, así, dijo Cicerón: is orator erit (mea quidem sententia), hoc tan gravi dignus nomine, qui quaecumque res incideit quae sit dictione explicanda, prudenter, copiose, ornate et memoriter dicat; como si dijera: «este orador será digno de tan grave nombre, que pudiere orar sobre cualquier tema que se le ofreciere, con prudencia (que es acomodarse bien al auditorio, al lugar, al tiempo y ocasión), copiosamente, con ornato de palabras dulces y sabrosas, y recitadas de memoria». La prudencia ya hemos dicho y probado atrás que pertenece a la imaginativa; la copia de vocablos y sentencias, a la memoria; el ornamento y atavío, a la imaginativa; y recitar tantas cosas sin tropezar ni repararse, cierto es que se hace con la buena memoria.

A propósito de lo que dijo Cicerón, que el buen orador ha de hablar de memoria y no por escrito, es de saber que el maestro Antonio de Librija había venido ya a tanta falta de memoria, por la vejez, que leía por un papel la lición de retórica a sus discípulos; y como era tan eminente en su facultad y tenía su intención bien probada, no miraba nadie en ello. Pero lo que no se pudo sufrir fue que, muriendo éste repentinamente de apoplejía, encomendó la Universidad de Alcalá el sermón de sus obsequias a un famoso predicador, el cual inventó y dispuso lo que habría de decir como mejor pudo. Pero fue el tiempo tan breve, que no hubo lugar de tomarlo de memoria; y así se fue al púlpito con el papel en la mano, y entró diciendo así: «Lo que este ilustre varón acostumbraba hacer, leyendo a sus discípulos, eso mesmo traigo yo determinado de hacer a su imitación, porque fue su muerte tan repentina y el mandarme que yo predicase en sus obsequias tan acelerado, que no ha habido lugar ni tiempo de estudiar lo que convenía decir, ni para recogerlo en la memoria. Lo que yo he podido trabajar esta noche traigo escrito en este papel: suplico a vuestras mercedes lo oigan con paciencia y me perdonen la poca memoria». Pareció tan mal al auditorio esta manera de predicar por escrito y con el papel en la mano, que todo fue sonreír y murmurar. Y, así, dijo muy bien Cicerón que se había de orar de memoria y no por escrito. Este predicador, realmente, no tenía propria invención: todo lo había de sacar de los libros y para esto es menester mucho estudio y memoria. Pero los que toman de su cabeza la invención, ni han menester estudiar, ni tiempo, ni memoria; porque todo se lo hallan dicho y levantado. Estos predicarán a un auditorio toda la vida sin encontrarse con lo que dijeron veinte años atrás; y los que carecen de invención, en dos cuaresmas desfloran todos los libros de molde y acaban con los cartapacios y papeles que tienen, y a la tercera es menester pasarse a nuevo auditorio, so pena que les dirán: «éste ya predica como antaño».

La tercera propriedad que ha de tener el buen orador es saber disponer lo inventado, asentando cada dicho y sentencia en su lugar, de manera que todo se responda en proporción y lo uno a lo otro se llame. Y, así, dijo Cicerón: dispositio est ordo et distributio rerum quae demonstrat quid quibus in locis collocandum sit; como si dijera: «la disposición no es otra cosa más que el orden y concierto que se ha de tener en distribuir los dichos y sentencias que se han de decir al auditorio, mostrando qué cosa en qué lugar se ha de asentar para que, concertado con lo demás, resulte buena figura». La cual gracia, cuando no es natural, suele dar mucho trabajo a los predicadores, porque después de haber hallado en los libros muchas cosas que decir, no fácilmente atinan todos al encaje conveniente de cada cosa. Esta propiedad de ordenar y distribuir cierto es que es obra de la imaginativa, pues dice figura y correspondencia.

La cuarta propriedad que han de tener los buenos oradores (y la más importante de todas) es la acción, con la cual dan ser y ánima a las cosas que se dicen; y con la mesma mueven al auditorio y lo enternecen a creer que es verdad lo que les quieren persuadir. Y, así, dijo Cicerón: actio, quae motu corporis, quae gestu, quae vultu, quae vocis confirmatione ac varietate moderanda est; como si dijera: «la acción se ha de moderar haciendo los meneos y gestos que el dicho requiere; alzando la voz y bajándola; enojándose, y tornarse luego a apaciguar; unas veces hablar apriesa, otras a espacio; reñir y halagar; menear el cuerpo a una parte y a otra; coger los brazos y desplegarlos; reír y llorar; y dar una palmada en buena ocasión». Esta gracia es tan importante en los predicadores, que con sola ella, sin tener invención ni disposición, de cosas de poco momento y vulgares hacen un sermón que espantan al auditorio, por tener acción, que en otro nombre se llama espíritu o pronunciación.

En esto hay una cosa de notable, en la cual se descubre cuánto puede esta gracia. Y es que los sermones que parecen bien por la mucha acción y espíritu, puestos en el papel no valen nada ni se pueden leer; y es la causa que con la pluma no es posible pintarse los meneos y gestos con los cuales parecieron bien en el púlpito. Otros sermones parecen muy bien en el cartapacio, y, predicados, no se pueden oír por no darles el acción que requieren sus pasos. Por donde dijo Platón que el estilo del hablar es muy diferente del que pide el buen escribir; y, así, vemos muchos hombres que hablan muy bien y notan mal una carta, y otros, al revés, escriben muy bien y razonan muy mal. Todo lo cual se ha de reducir a la acción; y la acción es cierto que es obra de la imaginativa, porque todo cuanto hemos dicho de ella hace figura, correspondencia y buena consonancia.

La quinta gracia es saber apodar y traer buenos ejemplos y comparaciones; de la cual gusta mucho más el auditorio que de otra ninguna, porque con un buen ejemplo entienden fácilmente la doctrina, y sin él todo se les pasa por alto. Y, así, pregunta Aristóteles: cur homines, in orando, exemplis et fabulis potius gaudent quam commentis? Como si preguntara: «¿por qué los que oyen a los oradores se huelgan más con los ejemplos y fábulas que traen para probar lo que quieren persuadir, que con los argumentos y razones que hacen?». A lo cual responde que con los ejemplos y fábulas aprenden los hombres mejor, por ser probación que pertenece al sentido; y no tan bien con los argumentos y razones, por ser obra que quiere mucho entendimiento. Y por eso Cristo nuestro redentor en sus sermones usaba de tantas parábolas y comparaciones, porque con ellas daba a entender muchos secretos divinos. Esto de fingir fábulas y comparaciones cierto es que se hace con la imaginativa, porque es figura y dice buena correspondencia y similitud.

La sexta propriedad del buen orador es tener buen lenguaje, proprio y no afectado, polidos vocablos, y muchas graciosas maneras de hablar, y no torpes; de las cuales gracias hemos hablado muchas veces atrás, probando que parte de ello pertenece a la imaginativa y parte a la buena memoria.

Lo séptimo que ha de tener el buen orador es lo que dice Cicerón: instructus voce; actione et lepore. La voz abultada y sonora, apacible al auditorio; no áspera, ronca ni delgada. Y aunque es verdad que esto nace del temperamento del pecho y garganta, y no de la imaginativa, pero es cierto que del mesmo temperamento que nace la buena imaginativa, que es calor, deste mesmo sale la buena voz. Y para el intento que llevamos conviene mucho saber esto, porque los teólogos escolásticos, por ser de frío y seco temperamento, no pueden tener buen órgano de voz, lo cual es gran falta para el púlpito. Y así lo prueba Aristóteles, ejemplificando en los viejos por la frialdad y sequedad: para la voz sonora y abultada, requiere mucho calor que dilate los caminos, y humidad moderada que los enternezca y ablande. Y, así, pregunta Aristóteles: cur omnes. qui natura sunt calidi magnam vocem emittere solent? Como si preguntara: «¿qué es la razón que los calientes todos tienen gran bulto de voz?». Y así lo vemos, por lo contrario, en las mujeres y eunucos, los cuales, por la mucha frialdad de su temperamento, dice Galeno que tienen la garganta y la voz muy delicada. De manera que, cuando oyéremos alguna buena voz, sabremos ya decir que nace del mucho calor y humidad del pecho; las cuales dos calidades, si allegan hasta el celebro, echan a perder el entendimiento, y hacen buena memoria y buena imaginativa, que son las dos potencias de quien se aprovechan los buenos predicadores para contentar al auditorio.

La octava propriedad del buen orador dice Cicerón que es tener la lengua suelta, céler y bien ejercitada; la cual gracia no puede caer en los hombres de grande entendimiento, porque para ser presta es menester que tenga mucho calor y moderada sequedad; y esto no puede acontecer en los melancólicos, así naturales como por adustión. Pruébalo Aristóteles preguntando: quam ob causam qui lingua haesitant melancholico habitu tenentur? Como si dijera: «¿qué es la causa que los que se detienen en el hablar, todos son de complexión melancólicos?». Al cual problema responde muy mal diciendo que los melancólicos tienen fuerte imaginativa, y la lengua no puede ir hablando tan apriesa como ella le va dictando y así le hace tropezar y caer. Y no es la causa; sino que los melancólicos abundan siempre de mucha agua y saliva en la boca, por la cual disposición tienen la lengua húmida y muy relajada; cosa que se echa de ver claramente considerando lo mucho que escupen. Esta mesma razón dio Aristóteles preguntando: quae causa est ut lingua haesitantes aliqui sint? Como si dijera: «¿de dónde proviene que algunos se detengan en el hablar?». Y responde que éstos tienen la lengua muy fría y húmida, las cuales dos calidades la entorpecen y ponen paralítica, y así no puede seguir a la imaginativa. Para cuyo remedio dice que es provechoso beber un poco de vino, o antes que vayan a razonar delante del auditorio dar buenas voces; para que se caliente y deseque la lengua. Pero también dice Aristóteles que el no acertar a hablar puede nacer de tener la lengua mucho calor y sequedad; y pone ejemplo en los coléricos, los cuales, enojados, no aciertan a hablar, y estando sin pasión y enojo, son muy elocuentes; al revés de los hombres flemáticos, que estando en paz no aciertan a hablar, y enojados dicen sentencias con mucha elocuencia.

La razón de esto está muy clara. Porque aunque es verdad que el calor ayuda a la imaginativa, y también a la lengua, pero tanto puede ser que las eche a perder: a la una para no acudirle dichos y sentencias agudas, ni la lengua poder articular por la demasiada sequedad. Y, así, vemos que bebiendo un poco de agua, habla el hombre mejor. Los coléricos, estando en paz, aciertan muy bien a hablar por tener entonces el punto de calor que ha menester la lengua y la buena imaginativa; pero, enojados, sube el calor más de lo que conviene y desbarata la imaginativa. Los flemáticos, estando sin enojo, tienen muy frío y húmido el celebro, por donde no se les ofrece qué decir, y la lengua está relajada por la mucha humidad; pero enojados y puestos en cólera, sube de punto el calor y levanta la imaginativa, por donde se les ofrece mucho que decir, y no les estorba la lengua por haberse ya calentado. Éstos no tienen mucha vena para metrificar por ser fríos de celebro; los cuales, enojados, hacen mejores versos y con más facilidad contra aquellos que los han irritado; y a este propósito dijo Juvenal: si natura negat, facit indignatio versum.

Por esta falta de lengua, no pueden los hombres de grande entendimiento ser buenos oradores ni predicadores; y en especial que la acción pide algunas veces hablar alto y otras bajo, y los que son trabados de lengua no pueden orar sino a voces y gritos; y es una de las cosas que más cansa el auditorio. Y, así, pregunta Aristóteles: cur homines lingua haesitantes loqui nequeant voce sumissa? Como si dijera: «¿por qué los hombres que se detienen en el hablar dan siempre grandes voces y no pueden hablar quedo?». Al cual problema responde muy bien diciendo que la lengua que está trabada en los paladares por la mucha humidad mejor se despega con ímpetu que poniendo pocas fuerzas. Es como el que quiere levantar una lanza muy verde tomada por la punta, que mejor la alza de un golpe y con ímpetu, que llevándola poco a poco.

Bastantemente me parece haber probado que las buenas propriedades naturales que ha de tener el perfecto orador nacen, las más, de la buena imaginativa, y algunas de la memoria. Y si es verdad que los buenos predicadores de nuestros tiempos contentan al auditorio por tener las mesmas gracias, muy bien se sigue que el que fuere gran predicador sabrá poca teología escolástica, y el grande escolástico no sabrá predicar, por la contrariedad que el entendimiento tiene con la imaginativa y memoria.

Bien veía Aristóteles por experiencia que aunque el orador aprendía filosofía natural y moral, medicina, metafísica, jurispericia, matemáticas, astrología y todas las demás artes y ciencias, que de todas no sabía más que las flores y sentencias averiguadas, sin entender de raíz la razón y causa de ninguna. Pero él pensaba que no saber la teórica ni el propter quid de las cosas nacía de no haberse dado a ello. Y, así, pregunta: cur hominem philosophum differe ab oratore putamus? Como si dijera: «¿en qué pensamos que difiere el filósofo del orador, pues ambos estudian filosofía?». Al cual problema responde que el filósofo pone todo su estudio en saber la razón y causa de cualquier efecto, y el orador en conocer el efecto y no más. Y realmente no es otra la causa sino que la filosofía natural pertenece al entendimiento, de la cual potencia carecen los oradores, y así no podían saber de la filosofía más que la superficie de las cosas.

Esta mesma diferencia hay entre el teólogo escolástico y el positivo: que el uno sabe la razón de lo que toca a su facultad; y el otro las proposiciones averiguadas y no más. Y siendo esto así, es cosa muy peligrosa que tenga el predicador oficio y autoridad de enseñar al pueblo cristiano la verdad, y el auditorio obligación de creerlo, y que le falte la potencia con que se saben de raíz las verdades. Podremos decirles, sin mentir, aquello de Cristo nuestro redentor: sinite illos: caeci sunt et duces caecorum; caecus autem, si caeco ducatum praestet, ambo in foveam cadunt. Es cosa intolerable ver con cuánta osadía se ponen a predicar los que no saben palabra de teología escolástica ni tienen habilidad natural para poderla aprehender. De éstos se queja san Pablo grandemente diciendo: finis autem praecepti est charitas de corde puro et conscientia bona et fide non ficti, a quibus quidem aberrantes, conversi sunt in vaniloquium volentes esse legis doctores, non intelligentes nec quae loquuntur nec de quibus affirmant; como si dijera: «el fin de la ley de Dios es la caridad, de puro y limpio corazón, de buena conciencia y de fe no fingida; de las cuales tres cosas apartándose, todos se convierten en una vana manera de hablar, quiriendo ser doctores de la ley sin entender qué es lo que hablan ni afirman».

La vanilocuencia y parlería de los teólogos alemanes, ingleses, flamencos, franceses y de los demás que habitan el Septentrión echó a perder el auditorio cristiano con tanta pericia de lenguas, con tanto ornamento y gracia en el predicar por no tener entendimiento para alcanzar la verdad. Y que éstos sean faltos de entendimiento ya lo dejamos probado atrás de opinión de Aristóteles, aliende de otras muchas razones y experiencias que trujimos para ello. Pero si el auditorio inglés y alemán estuviera advertido en lo que san Pablo escribió a los romanos (estando también ellos apretados de otros falsos predicadores) por ventura no se engañaran tan presto: rogo autem vos, fratres, ut observetis eos qui dissensiones et offendicula praeter doctrinam quam vos didicistis faciunt, et declinate ab illis; hujusmodi enim Christo domino nostro non serviunt, sed suo ventri; et per dulces sermones et benedictiones seducunt corda innocentium; como si dijera: «hermanos míos, por amor de Dios os ruego que tengáis cuenta particular con esos que os enseñan otra doctrina fuera de la que habéis aprendido; y apartaos de ellos, porque no sirven a nuestro señor Jesucristo, sino a sus vicios y sensualidad; y son tan bien hablados y elocuentes, que con la dulzura de sus palabras y razones engañan a los que poco saben».

Aliende de esto, tenemos probado atrás que los que tienen mucha imaginativa son coléricos, astutos, malinos y cavilosos, los cuales están siempre inclinados a mal y sábenlo hacer con mucha maña y prudencia. De los oradores de su tiempo pregunta Aristóteles: cur oratorem... callidum appellare solemus; tibicinem, hystrionem, hoc appellare nomine non solemus? Como si dijera: «¿por qué razón llamamos al orador astuto, y no al músico ni al representante?». Y más creciera la dificultad si Aristóteles supiera que la música y representación son obras de la imaginativa. Al cual problema responde que los músicos y representantes no tienen otro fin más de dar contento a los que los oyen; pero el orador trata de adquirir algo para sí, por donde ha menester usar de astucias y mañas para que el auditorio no entienda su fin y propósito.

Tales propriedades como éstas tenían aquellos falsos predicadores de quien dice el Apóstol escribiendo a los de Corintio. Timeo autem ne sicut serpens Evam seduxit astutia sua, ita corrumpantur sensus vestri... Nam eiusmodi pseudoapostoli sunt operarii subdoli, transfigurantes se in apostolos Christi; et non mirum: ipse enim Satanas transfigurat se in angelum lucis, non est ergo magnum si ministri eius transfigurentur velut ministri iustitiae, quorum finis erit opera ipsorum; como si dijera: «mucho me temo, hermanos míos, que así como la serpiente engañó a Eva con su astucia y maña, no os trastornen vuestro juicio y sentido... porque estos falsos apóstoles son como caldo de zorra, predicadores que hablan debajo de engaño; representan muy bien una santidad, parecen apóstoles de Jesucristo y son discípulos del diablo; el cual sabe tan bien representar un ángel de luz, que es menester don sobrenatural para descubrirle quién es; y pues lo sabe tan bien hacer el maestro, no es mucho que lo hagan los que aprendieron su doctrina; el fin de éstos no será otro más que sus obras». Todas estas propriedades bien se entiende que son obras de la imaginativa, y que dijo muy bien Aristóteles que los oradores son astutos y mañosos porque siempre tratan de adquirir algo para sí.

Los que tienen fuerte imaginativa ya hemos dicho atrás que son de temperamento muy caliente; y de esta calidad nacen tres principales vicios del hombre: soberbia, gula y lujuria. Y por esto dijo el Apóstol: eiusmodi enim Christo domino nostro non serviunt, sed suo ventri. Y, así, trabajan de interpretar la Escritura divina de manera que venga bien con su inclinación natural, dando a entender a los que poco saben que los sacerdotes se pueden casar, y que no es menester que haya cuaresma ni ayunos, ni conviene manifestar al confesor los delitos que contra Dios cometemos. Y usando de esta maña, con Escritura mal traída hacen parecer virtudes a sus malas obras y vicios, y que las gentes los tengan por santos.

Y que del calor nazcan estas tres malas inclinaciones y de la frialdad las virtudes contrarias, pruébalo Aristóteles diciendo: et quoniam vim eamden morun obtinet instituendorum; mores enim calidum condit etfrigidum, omnium maxime quae in corpore nostro habentur; idcirco nos morum qualitate afficit et informat; como si dijera: «del calor y de la frialdad nacen todas las costumbres del hombre, Porque estas dos calidades alteran más nuestra naturaleza que otra ninguna». De donde nace que los hombres de grande imaginativa, ordinariamente son malos y viciosos, por se dejar ir tras su inclinación natural, y tener ingenio y habilidad para hacer mal. Y, así, pregunta Aristóteles: cur homo, qui adeo eruditione praeditus est, animantium omnium iniustissimum sit? Como si preguntara: «¿qué es la razón, que, siendo el hombre de tan grande erudición, es el más injusto de todos los animales?». Al cual problema responde que el hombre tiene mucho ingenio y grande imaginativa, por donde alcanza muchas invenciones de hacer mal; y como apetece, de su mesma naturaleza, deleites, y ser a todos aventajado y de mayor felicidad, forzosamente ha de ofender, porque estas cosas no se pueden conseguir sin hacer injuria a muchos.

Pero ni el problema supo poner Aristóteles, ni respondió a él como convenía. Mejor preguntara por qué los malos ordinariamente son de gran ingenio, y, entre éstos, aquellos que tienen mayor habilidad hacen mayores bellaquerías, siendo razón que el buen ingenio y habilidad inclinase al hombre antes a virtud y bondad, que a vicios y pecados. La respuesta de lo cual es que los que tienen mucho calor son hombres de grande imaginativa, y la mesma calidad que los hace ingeniosos, esa mesma les convida a ser malos y viciosos. Pero cuando predomina el entendimiento, ordinariamente se inclina el hombre a virtud, porque esta potencia restriba en frialdad y sequedad, de las cuales dos calidades nacen muchas virtudes como son continencia, humildad y temperancia; y del calor, las contrarias.

La cual filosofía si alcanzara Aristóteles, supiera responder aquel problema que dice: cur genus id hominum quod dionisiacos technitas, id est, artifices bacchanales, aut histriones appellamus, improbis esse moribus magna ex parte consueverunt? Como si preguntara: «¿qué es la razón que los que los ganan su vida a representar comedias, los bodegoneros, carniceros y aquellos que se hallan en todos los convites y banquetes para ordenar la comida, ordinariamente son malos y viciosos?». Al cual problema responde diciendo que, por estar ocupados en estos oficios bacanales, no tuvieron lugar de estudiar; y, así, pasaron la vida con incontinencia, ayudando también a esto la pobreza, que suele acarrear muchos males. Pero realmente no es ésta la razón, sino que el representar y dar orden a las fiestas de Baco nace de una diferencia de imaginativa que convida al hombre aquella manera de vivir; y como esta diferencia de imaginativa consiste en calor, todos tienen muy buenos estómagos y con grande apetito de comer y beber. Estos, aunque se dieran a letras, ninguna cosa aprovecharan en ellas; y puesto caso que fueran ricos, también se aficionaran, aquellos oficios aunque fueran más viles, porque el ingenio y habilidad trae a cada uno al arte que le responde en proporción. Y, así, pregunta Aristóteles: cur in iis studiis quae aliqui sibi delegerint, quamquam interdum pravis, libentius tamen quam in honestioribus versantur? Verbi gratia praestigiatorem aut mimum aut tibicinem se potius esse quam astronomum aut oratorem velit qui haec sibi delegerit? Como si dijera: «¿qué es la causa que hay hombres que se pierden por ser representantes y trompeteros, y no gustan de ser oradores ni astrólogos?». Al cual problema responde muy bien, diciendo que el hombre luego siente para qué arte tiene disposición natural, porque dentro de sí tiene quien se lo enseñe; y puede tanto Naturaleza con sus irritaciones, que, aunque el arte y oficio sea indecente a la dignidad del que lo aprende, se da a ello y no a otros ejercicios honrosos.

Pero ya que hemos reprochado esta manera de ingenio para el oficio de la predicación, y estamos obligados a dar y repartir a cada diferencia de habilidad las letras que le responden en particular, conviene señalar qué suerte de ingenio ha de tener aquel a quien se le ha de confiar el oficio de la predicación, que es lo que más importa a la república cristiana. Y así, es de saber que, aunque atrás dejamos probado que es repugnancia natural juntarse grande entendimiento con mucha imaginativa y memoria, pero no hay regla tan universal en todas las artes que no tenga su excepción y falencia. En el capítulo penúltimo de esta obra probaremos muy por extenso que, estando Naturaleza con fuerzas y no habiendo causa que la impida, hace una diferencia de ingenio tan perfecto, que junta en un mesmo supuesto grande entendimiento con mucha imaginativa y memoria, como si no fueran contrarias ni tuvieran oposición natural. Ésta era propria habilidad y conveniente para el oficio de la predicación si hubiera muchos supuestos que la alcanzaran. Pero, como diremos en el lugar alegado, son tan pocos, que no he hallado más que uno, de cien mil ingenios que he considerado. Y, así, será menester buscar otra diferencia de ingenio más familiar, aunque no de tanta perfección como la pasada.

Y, así, es de saber que entre los médicos y filósofos hay gran discusión sobre averiguar el temperamento y calidades del vinagre, de la cólera adusta y de las cenizas; viendo que estas cosas unas veces hacen efecto de calor y otras de frialdad. Y, así, se partieron en diferentes opiniones. Pero la verdad es que todas aquellas cosas que padecen ustión y el fuego las ha consumido y gastado, son de vario temperamento: la mayor parte del sujeto es frío y seco, pero hay otras partes entremetidas tan sutiles y delicadas y de tanto hervor y calor, que, puesto caso que son en pequeña cantidad, pero son más eficaces en obrar que todo lo restante del sujeto. Y, así, vemos que el vinagre y la melancolía por adustión abren y fermentan la tierra, por razón del calor, y no la cierran, aunque la mayor parte de estos humores es fría. De aquí se infiere que los melancólicos por adustión juntan grande entendimiento con mucha imaginativa; pero todos son faltos de memoria por la mucha sequedad y dureza que hizo en el celebro la adustión. Estos son buenos para predicadores, a lo menos los mejores que se pueden hallar fuera de aquellos perfectos que decimos. Porque aunque les falta la memoria, es tanta la invención propria que tienen, que la mesma imaginativa les sirve de memoria y reminiscencia, y les da figuras y sentencias que decir sin haber menester a nadie. Lo cual no pueden hacer los que traen aprendido el sermón palabra por palabra, que faltando de allí, quedan luego perdidos, sin tener quien los provea de materia para pasar adelante. Y que la melancolía por adustión tenga esta variedad de temperamento, frialdad y sequedad para el entendimiento, y calor para la imaginativa, dícelo Aristóteles de esta manera: homines melancholici varii inaequalesque sunt, quia vis atrae bilis varia et inaequalis est, quippeque vehementer tum frigida tum calida reddi eadem possit; como si dijera: «los hombres melancólicos por adustión son varios y desiguales en la complexión, porque la cólera adusta es muy desigual: unas veces se pone calidísima, y otras fría sobremanera».

Las señales con que se conocen los hombres que son deste temperamento son muy manifiestas. Tienen el color del rostro verdinegro o cenizoso; los ojos muy encendidos (por los cuales se dijo: «Es hombre que tiene sangre en el ojo»); el cabello negro y calvos; las carnes pocas, ásperas y llenas de vello; las venas muy anchas. Son de muy buena conversación y afables, pero lujuriosos, soberbios, altivos, renegadores, astutos, doblados, injuriosos, y amigos de hacer mal y vengativos. Esto se entiende cuando la melancolía se enciende; pero si se enfría, luego nacen en ellos las virtudes contrarias: castidad, humildad, temor y reverencia de Dios, caridad, misericordia y gran reconocimiento de sus pecados con suspiros y lágrimas. Por la cual razón viven en una perpetua lucha y contienda, sin tener quietud ni sosiego: unas veces vence en ellos el vicio y otras la virtud. Pero, con todas estas faltas, son los más ingeniosos y hábiles para el ministerio de la predicación para cuantas cosas de prudencia hay en el mundo, porque tienen entendimiento para alcanzar la verdad y grande imaginativa para saberla persuadir.

Y si no, veamos lo que hizo Dios cuando quiso fabricar un hombre en el vientre de su madre, a fin que fuese hábil para descubrir al mundo la venida de su Hijo y tuviese talento para probar y persuadir que Cristo era el Mesías prometido en la ley. Y hallaremos que, haciéndole de grande entendimiento y mucha imaginativa, forzosamente (guardando el orden natural) le sacó colérico adusto. Y que esto sea verdad, déjase entender fácilmente considerando el fuego y furor con que perseguía la Iglesia, y la pena que recibieron las sinagogas cuando lo vieron convertido, como que hubiesen perdido un hombre de grande importancia y le hubiese ganado la parte contraria. Entiéndese también por las respuestas de cólera racional con que hablaba y respondía a los procónsules y jueces que le prendían, defendiendo su persona y el nombre de Cristo con tanta maña y destreza, que a todos los concluía. Era también falto de lengua y no muy expedito en el hablar, la cual propiedad dijo Aristóteles que tenían los melancólicos por adustión. Los vicios que él confiesa tener (antes de su conversión) muestran también esta temperatura. Era blasfemo, contumelioso y perseguidor; todo lo cual nace del mucho calor. Pero la señal más evidente que muestra haber sido colérico adusto se toma de aquella batalla continua que él mesmo confiesa tener dentro de sí entre la porción superior e inferior, diciendo: video aliam legem in membris meis repugnantem legi mentis meae et ducentem me in captivitatem peccati. Y esta mesma contienda hemos probado, de opinión de Aristóteles, que tienen los melancólicos por adustión. Verdad es que algunos explican, y muy bien, que esta batalla nacía de la desorden que hizo el pecado original entre el espíritu y la carne. Aunque tanta y tan grande, yo creo también que era de la desigualdad de la atrabilis que tenía en su compostura natural, porque el real profeta David participaba igualmente del pecado original, y no se quejaba tanto como san Pablo, antes dice que hallaba la porción inferior concertada con la razón cuando se quería holgar con Dios: cor meum et caro mea exaltaverunt in Deum vivum. Y como diremos en el capítulo penúltimo, David tenía la mejor temperatura de las que naturaleza puede hacer; y de ésta probaremos, de opinión de todos los filósofos, que ordinariamente inclina al hombre a ser virtuoso sin mucha contradicción de la carne.

Luego los ingenios que se han de eligir para predicadores son, primeramente, los que juntan grande entendimiento con mucha imaginativa y memoria, cuyas señales traeremos en el capítulo penúltimo. Faltando esto, suceden en su lugar los melancólicos por adustión. Éstos juntan grande entendimiento con mucha imaginativa; pero son faltos de memoria, y así no pueden tener copia de palabras ni predicar con mucho torrente delante el auditorio. En el tercer lugar suceden los hombres de grande entendimiento, pero faltos de imaginativa y memoria; éstos predicarán con mucha desgracia, pero enseñarán la verdad. Los últimos (a quienes yo no encomendaría el oficio de la predicación) son aquellos que juntan mucha memoria con mucha imaginativa y son faltos de entendimiento. Éstos se llevan todo el auditorio tras sí y lo tienen suspenso y contento; pero cuando más descuidados estamos amanecen en la Inquisición. Porque per dulces sermones et benedictiones seducunt corda innocentium.