Examen de ingenios:32
[Parte III] [XXI de 1594]
[editar]Qué diligencias se han de hacer para que los hijos salgan ingeniosos y sabios
Si no se sabe primero la razón y causa de donde proviene engendrarse un hombre de grande ingenio y habilidad, es imposible poderse hacer arte para ello, porque de juntar y ordenar sus principios y causas se viene a conseguir este fin, y no de otra manera.
Los astrólogos tienen entendido que por nacer el muchacho debajo de tal influencia de estrellas viene a ser discreto, ingenioso, de buenas o malas costumbres, dichosos, y con otras condiciones y propriedades que vemos y consideramos cada día en los hombres. Lo cual, si fuera verdad, no era posible constituirse arte ninguna; porque esto fuera caso fortuito y no puesto en elección de los hombres. Los filósofos naturales, como son Hipócrates, Platón, Aristóteles y Galeno, tienen entendido que al tiempo de la formación recibe el hombre las costumbres del ánima, y no al punto que viene a nacer. Porque entonces alteran las estrellas superficialmente al niño, dándole calor, frialdad, humidad y sequedad, pero no sustancia en que restriben toda la vida, como lo hacen los cuatro elementos, fuego, tierra, aire y agua; los cuales no solamente dan al compuesto calor, frialdad, humidad y sequedad, pero también sustancia que le guarde y conserve estas mesmas calidades todo el discurso de la vida. Y, así, lo que más importa en la generación de los niños es procurar que los elementos de que se componen tengan las calidades que se requieren para el ingenio; porque éstos, en el peso y medida que entraren en la composición, en esa mesma han de durar para siempre en el mixto; y no las alteraciones del cielo.
Qué elementos sean éstos y de qué manera entren en el útero de la mujer a formar la criatura dice Galeno que son los mesmos que componen las demás cosas naturales; pero que la tierra viene disimulada en los manjares sólidos que comemos (como son el pan, la carne, los pescados y frutas); el agua en los licores que bebemos; el aire y fuego dice que andan mezclados por orden de naturaleza y que entran en el cuerpo por el pulso y la respiración. De estos cuatro elementos, mezclados y cocidos con nuestro calor natural, se hacen los dos principios necesarios de la generación del niño, que son simiente y sangre menstrua. Pero de los que más caudal se ha de hacer, para el fin que llevamos, es de los manjares sólidos que comemos; porque éstos encierran en sí todos los cuatro elementos, y de éstos toma la simiente más corpulencia y calidades que del agua que bebemos y del fuego y aire que respiramos.
Y, así, dijo Galeno que los padres que quieren engendrar hijos sabios, que leyesen tres libros que escribió de alimentorum facultatibus, que allí hallarían manjares con que lo pudiesen hacer; y no hizo mención de las aguas ni de los demás elementos, como materiales de poco momento. Pero no tuvo razón, porque el agua altera mucho más el cuerpo que el aire, y muy poco menos que los manjares sólidos que comemos; y para lo que toca a la generación de la simiente es tan importante como todos juntos los demás elementos. La razón es (como lo dice el mesmo Galeno) que los testículos traen de las venas para su nutrición la parte serosa de la sangre, y la mayor parte del suero la reciben las venas del agua que bebemos. Y que el agua haga mayor alteración en el cuerpo que el aire, pruébalo Aristóteles preguntando «qué es la causa que mudar las aguas hace en la salud tanta alteración, y si respiramos aires contrarios no lo sentimos tanto». A lo cual responde que el agua da alimento al cuerpo, y el aire no. Pero no tuvo razón en responder de esta manera; porque el aire, en opinión de Hipócrates, también da alimento y sustancia como el agua. Y, así, buscó Aristóteles otra respuesta mejor diciendo que ningún lugar ni región tiene aire propio. Porque el que está hoy en Flandes, corriendo Cierzo, en dos o tres días pasa en África; y el que está en África, corriendo Mediodía, lo vuelve al Septentrión; y el que está hoy en Jerusalén, corriendo Levante, lo echa en las Indias de Poniente. Lo cual no puede acontescer en las aguas por no salir de un mesmo territorio, y así cada pueblo tiene su agua particular conforme al minero de tierra de donde nace y por donde pasa. Y, estando el hombre acostumbrado a una manera de agua, bebiendo otra se altera más que con nuevos manjares ni aires. De suerte que los padres que quisieren engendrar hijos muy sabios han de beber aguas delicadas, dulces y de buen temperamento, so pena que errarán la generación.
Del Ábrego dice Aristóteles que nos guardemos al tiempo de la generación, porque es grueso y humedece mucho la simiente, y hace que se engendre hembra y no varón. Pero el Poniente nunca acaba de loarle y ponerle nombres y epítetos honrosos; llámale «templado», «empreñador de la tierra» y «que viene de los Campos Elíseos». Pero, aunque es verdad que importa mucho respirar aires muy delicados y de buen temperamento, y beber aguas tales, pero mucho más hace al caso usar de manjares sutiles y de la temperatura que requiere el ingenio; porque destos se engendra la sangre, y de la sangre la simiente, y de la simiente la criatura. Y si los alimentos son delicados y de buen temperamento, tal se hace la sangre, y de tal sangre, tal simiente, y de tal simiente, tal celebro. Y siendo este miembro templado y compuesto de sustancia sutil y delicada, el ingenio dice Galeno que será tal; porque nuestra ánima racional, aunque es incorruptible, anda siempre asida de las disposiciones del celebro, las cuales, si no son tales cuales son menester para discurrir y filosofar, dice y hace mil disparates.
Los manjares, pues, que los padres han de comer para engendrar hijos de grande entendimiento (que es el ingenio más ordinario en España) son, lo primero, el pan candial, hecho de la flor de la harina y masado con sal: éste es frío y seco, y de partes sutiles y muy delicadas. Otro se hace (dice Galeno) de trigo rubial o trujillo, el cual, aunque mantiene mucho y hace a los hombres membrudos y de muchas fuerzas corporales, pero por ser húmido y de partes muy gruesas echa a perder el entendimiento. Dije masado con sal, porque ningún alimento de cuantos usan los hombres hace tan buen entendimiento como este mineral. Él es frío y con la mayor sequedad que hay en las cosas; y si nos acordamos de la sentencia de Heráclito, dijo de esta manera: splendor siccus, animus sapientissimus; por la cual nos quiso dar a entender que la sequedad del cuerpo hace al ánima sapientísima. Y pues la sal tiene tanta sequedad y es tan apropriada para el ingenio, con razón la divina Escritura la llama con este nombre de «prudencia» y «sabiduría».
Las perdices y francolines tienen las mesma sustancia y temperamento que el pan candial, el cabrito y el vino moscatel; de los cuales manjares usando los padres (de la manera que atrás dejamos notado) harán los hijos de grande entendimiento.
Y si quisieren tener algún hijo de grande memoria, coman, ocho o nueve días antes de que se lleguen al acto de la generación, truchas, salmones, lampreas, besugos y anguilas; de los cuales manjares harán la simiente húmida y muy glutinosa. Estas dos calidades dijimos atrás que hacían la memoria fácil para recebir, y muy tenaz para conservar la figura mucho tiempo.
De palomas, cabrito, ajos, cebollas, puerros, rábanos, pimienta, vinagre, vino blanco, miel, y de todo género de especias, se hace la simiente caliente y seca y de partes muy delicadas. El hijo que de estos alimentos se engendrase será de grande imaginativa; pero falto de entendimiento, por el mucho calor, y falto de memoria, por la mucha sequedad. Éstos suelen ser muy perjudiciales a la república, porque el calor los inclina a muchos vicios y males, y les da ingenio y ánimo para poderlo ejecutar; aunque, si se van a la mano, más servicios recibe de la imaginativa de éstos que del entendimiento y memoria.
Las gallinas, capones, ternera, carnero castrado de España, son de moderada sustancia; porque ni son manjares delicados ni gruesos. Dije carnero castrado de España, porque Galeno, sin hacer distinción, dice que es de mala y gruesa sustancia; y no tiene razón. Porque, puesto caso que en Italia, donde él escribió, es la más ruin carne de todas, pero en esta nuestra región, por la bondad de los pastos, se ha de contar entre los manjares de moderada sustancia. Los hijos que destos alimentos se engendraren tendrán razonable entendimiento, razonable memoria y razonable imaginativa; por donde no ahondarán mucho en las ciencias ni inventarán cosa de nuevo. De éstos dijimos atrás que eran blandos y fáciles de imprimir en ellos todas las reglas y consideraciones del arte, claras, oscuras, fáciles y dificultosas; pero la doctrina, el argumento, la respuesta, la duda y distinción, todo se lo han de dar hecho y levantado.
De vaca, macho, tocino, migas, pan trujillo, queso, aceitunas, vino tinto y agua salobre, se hará una simiente gruesa y de mal temperamento. El hijo que desta se engendrare terná tantas fuerzas como un toro, pero será furioso y de ingenio bestial. De aquí proviene que entre los hombres del campo por maravilla salen hijos agudos ni con habilidad para las letras: todos nacen torpes y rudos por haberse hecho de alimentos de gruesa sustancia. Lo cual acontece al revés entre los ciudadanos, cuyos hijos vemos que tienen más ingenio y habilidad.
Pero si los padres quisiesen de veras engendrar un hijo gentil hombre, sabio y de buenas costumbres, han de comer, seis días antes de la generación, mucha leche de cabras; porque este alimento, en opinión de todos los médicos, es el mejor y más delicado de cuantos usan los hombres; entiéndese, estando sanos y que les responda en proporción. Pero dice Galeno que se ha de comer cocida con miel, sin la cual es peligrosa y fácil de corromper. La razón dello es que la leche no tiene más que tres elementos en su composición: queso, suero y manteca. El queso responde a la tierra, el suero al agua, y la manteca al aire. El fuego que mezclaba los demás elementos y los conservaba en la mixtión, en saliendo de las tetas, se exhaló, por ser muy delicado. Pero añadiéndole un poco de miel, que es caliente y seca como el fuego, queda la leche con cuatro elementos, los cuales mezclados y cocidos con la obra de nuestro calor natural, se hace una simiente muy delicada y de buen temperamento. El hijo que de ella se engendrare será, por lo menos, de grande entendimiento, y no falto de memoria ni de imaginativa.
Por no estar Aristóteles en esta doctrina, no respondió a un problema que hace preguntando: «¿qué es la causa que los hijos de los brutos animales (por la mayor parte) sacan las propriedades y condiciones de sus padres, y los hijos del hombre no?». Lo cual vemos por experiencia ser así; porque de padres sabios salen hijos muy nescios, y de padres nescios, hijos muy avisados; y de padres virtuosos, hijos malos y viciosos; y de padres viciosos, hijos virtuosos; y de padres feos, hijos hermosos; y de padres hermosos, hijos feos; y de padres blancos, hijos morenos; y de padres morenos, hijos blancos y colorados. Y entre los hijos de un mesmo padre y de una mesma madre, uno sale nescio y otro avisado, uno feo y otro hermoso, uno de buena condición y otro de mala, uno virtuoso y otro vicioso. Y si a una buena yegua de casta le echan un caballo tal, el potro que nace parece a sus padres, así en la figura y color como en las costumbres del ánimo.
A este problema respondió Aristóteles muy mal, diciendo que el hombre tiene varias imaginaciones en el acto carnal, y que de aquí proviene salir sus hijos tan desbaratados; pero los brutos animales, como no se distraen al tiempo de engendrar, ni tienen tan fuerte imaginativa como el hombre, sacan siempre los hijos de una mesma manera y semejantes a sí. Esta respuesta ha contentado siempre a los filósofos vulgares, y en su confirmación traen la historia de Jacob; la cual refiere que, poniendo ciertas varas pintadas en los abrevaderos de los ganados, salieron los corderos manchados. Pero poco les aprovecha acogerse a sagrado, porque esta historia cuenta un hecho milagroso que Dios hizo para encerrar en él algún sacramento, y la respuesta de Aristóteles es un gran disparate; y si no, prueben los pastores ahora a hacer este ensayo y verán que no es cosa natural.
También se cuenta por ahí que una señora parió un hijo más moreno de lo que convenía por estar imaginando en un rostro negro que estaba en un guadamecil, lo cual tengo por gran burla; y si por ventura fue verdad que lo parió, yo digo que el padre que lo engendró tenía el mesmo color que la figura del guadamecil.
Y para que conste más de veras cuán mala filosofía es la que trae Aristóteles y los que lo siguen es menester saber por cosa notoria que la obra del engendrar pertenece al ánima vegetativa, y no a la sensitiva ni racional; porque el caballo engendra sin la racional, y la planta sin la sensitiva. Y si miramos un árbol cargado de fruta, hallaremos en él mayor variedad que en los hijos de los hombres: una manzana verde y otra colorada, una pequeña y otra grande, una redonda y otra mal figurada, una sana y otra podrida, una dulce y otra amarga; y si cotejamos la fruta de este año con la del pasado, es la una de la otra muy diferente y contraria. Lo cual no se puede atribuir a la variedad de la imaginativa, pues las plantas carecen desta potencia.
El error de Aristóteles es muy notorio en su propria doctrina. Porque él dice que la simiente del varón es la que hace la generación, y no la de la mujer; y en el acto carnal no hay otra obra de varón más que derramar la simiente sin forma ni figura, como el labrador echa el trigo en la tierra. Y así como el grano de trigo no luego echa raíces, ni forma las hojas y caña hasta pasados algunos días, de la mesma manera dice Galeno que no luego en cayendo la simiente viril en el útero está ya formada la criatura, antes dice que son menester treinta y cuarenta días para acabarse. Lo cual siendo así, ¿qué hace al caso estar el padre imaginando varias cosas en el acto carnal, si no se comienza la formación hasta pasados algunos días? Mayormente que quien hace la formación no es el ánima del padre ni de la madre, sino otra tercera que está en la mesma simiente; y ésta, por ser vegetativa y no más, no es capaz de imaginativa: sólo sigue los movimientos naturales del temperamento y no hace otra cosa. Para mí, no es más que los hijos del hombre nazcan de tantas figuras por la varia imaginación de los padres, que decir que los trigos unos nacen grandes y otros pequeños porque el labrador, cuando los sembraba, estaba divertido en varias imaginaciones.
Desta mala opinión de Aristóteles infieren algunos curiosos que los hijos del adúltero parecen al marido de la mujer adúltera, no siendo suyos. Y es su razón manifiesta; porque en el acto carnal están los adúlteros imaginando en el marido, con temor no venga y los halle en el hurto. Por el mesmo argumento infieren que los hijos del marido sacan el rostro del adúltero, aunque no sean suyos; porque la mujer adúltera, estando en el acto carnal con su marido, siempre está contemplando en la figura de su amigo. Y los que confiesan que la otra mujer parió un hijo negro por estar imaginando en la figura negra del guadamecil, también han de admitir lo que estos curiosos han dicho y probado, porque todo tiene la mesma cuenta y razón. Ello para mí es gran burla y mentira, pero muy bien se infiere de la mala opinión de Aristóteles.
Mejor respondió Hipócrates al problema diciendo que los escitas todos tienen unas mesmas costumbres y figura de rostro; y dando la razón de esta similitud, dice que todos comen unos mesmos manjares, y beben unas mesmas aguas, y andan de una mesma manera vestidos, y guardan un mesmo orden de vivir. Los brutos animales, por esta mesma razón, engendran los hijos a su semejanza y a su figura particular, porque siempre usan de un mesmo pasto y hacen la simiente uniforme. Por lo contrario, el hombre, por comer diversos manjares cada día, hace diferente simiente, así en sustancia como en temperamento. Lo cual aprueban los filósofos naturales respondiendo a un problema que dice: «¿qué es la causa que los excrementos de los brutos animales no tienen tan mal olor como los del hombre?». Y dicen que los brutos animales usan siempre de unos mesmos alimentos y hacen mucho ejercicio; y el hombre come tantos manjares y de tan varia sustancia, que no los puede vencer, por donde se vienen a corromper. La simiente humana y brutal tienen la mesma cuenta y razón, por ser ambas excrementos de la tercera concocción. La variedad de manjares de que usa el hombre no se puede negar, ni tampoco dejar de confesar que de cada alimento se haga simiente diferente y particular. Y, así, es cierto que el día que come el hombre vaca o morcilla hace la simiente gruesa y de mal temperamento, por donde el hijo que de ella se engendrare saldrá feo, nescio, negro y de mala condición; y si comiere una pechuga de capón o gallina, hará la simiente blanca, delicada y de buen temperamento; por donde el hijo que de ella se engendrare será gentil hombre, sabio y de condición muy afable.
De donde colijo que ningún hijo nace que no saque las calidades y temperamento del manjar que sus padres comieron un día antes que lo engendrasen. Y si cada uno quisiere saber de qué manjar se formó, no tiene más que hacer de considerar con qué alimento tiene su estómago más familiaridad y aquél es sin falta ninguna.
También preguntan los filósofos naturales: «¿qué es la razón que los hijos de los hombres sabios ordinariamente salen nescios y faltos de ingenio?». Al cual problema responden muy mal diciendo que los hombres sabios son muy honestos y vergonzosos, por la cual razón se abstienen en el acto carnal de algunas diligencias que son necesarias para que el hijo salga con la perfección que ha de tener. Y pruébanlo con los padres torpes y nescios, que, por poner todas sus fuerzas y conato al tiempo de engendrar, salen todos sus hijos ingeniosos y sabios. Pero ésta es respuesta de hombres que saben poca filosofía natural. Verdad es que para responder como conviene es menester presuponer y probar algunas cosas primero; una de las cuales es que la facultad racional es contraria de la irascible y concupiscible, de tal manera que si un hombre es muy sabio, no puede ser animoso, de grandes fuerzas corporales, gran comedor ni potente para engendrar; porque las disposiciones naturales que son necesarias para que la facultad racional pueda obrar son totalmente contrarias de las que pide la irascible y concupiscible.
El ánimo y valentía natural dice Aristóteles, y así es verdad, que consiste en calor; y la prudencia y sabiduría, en frialdad y sequedad. Y así lo vemos claramente por experiencia: que los muy animosos son faltos de razones, tienen pocas palabras, no sufren burlas y se corren muy presto, para cuyo remedio ponen luego mano a la espada por no tener otra respuesta que dar. Pero los que alcanzan ingenio tienen muchas razones y agudas respuestas Y motes, con los cuales se entretienen por no venir a las manos. Desta manera de ingenio notó Salustio a Cicerón, diciéndole que tenía mucha lengua y los pies muy ligeros; lo cual tuvo razón, porque tanta sabiduría no podía parar sino en cobardía para las armas. De donde tuvo origen una manera de motejar que dice «es valiente como un Cicerón y sabio como un Héctor», para notar a un hombre de nescio y cobarde.
No menos contradice la facultad animal al entendimiento. Porque, en siendo un hombre de muchas fuerzas corporales, no puede tener delicado ingenio; y es la razón que la fuerza de los brazos y las piernas nace de ser el celebro duro y terrestre. Y aunque es verdad que por la frialdad y sequedad de la tierra podía tener buen entendimiento, pero por ser de gruesa sustancia lo echa a perder. Y hace otro daño de camino: que por la frialdad se pierde el ánimo y valentía; y, así, algunos hombres de grandes fuerzas los hemos visto ser muy cobardes.
La contrariedad que tiene el ánima vegetativa con la racional es más notoria que todas. Porque sus obras, que son nutrir y engendrar, se hacen mejor con calor y humidad, que con calidades contrarias; lo cual muestra claramente la experiencia considerando cuán fuerte es en la edad de los niños y cuán floja y remisa en la vejez. Y en la puericia no puede obrar el ánima racional, y en la postrera edad, donde no hay calor ni humidad, hace maravillosamente sus obras. De manera que cuanto un hombre fuere más poderoso para engendrar y cocer mucho manjar, tanto pierde de la facultad racional.
A esto alude lo que dice Platón, que no hay humor en el hombre que tanto desbarate la facultad racional como la simiente fecunda; sólo dice que ayuda al arte de metrificar. Lo cual vemos por experiencia cada día: que en comenzando un hombre a tratar amores, luego se torna poeta; y si antes era sucio y desaliñado, luego se ofende con las rugas de las calzas y con los pelillos de la capa. Y es la razón que estas obras pertenecen a la imaginativa, la cual crece y sube de punto con el mucho calor que ha causado la pasión del amor. Y que el amor sea alteración caliente vese claramente por el ánimo y valentía que causa en el enamorado, y porque le quita la gana de comer y no le deja dormir. Si en estas señales advirtiese la república, desterraría de las Universidades los estudiantes valientes y amigos de armas, a los enamorados, a los poetas y a los muy polidos y aseados; porque para ningún género de letras tienen ingenio ni habilidad. Desta regla saca Aristóteles los melancólicos por adustión, cuya simiente, aunque es fecunda, no quita el ingenio.
Finalmente, todas las facultades que gobiernan al hombre, si son muy fuertes, desbaratan la facultad racional. Y de aquí nace que, en siendo un hombre muy sabio, luego es cobarde, de pocas fuerzas corporales, ruin comedor y no potente para engendrar. Y es la causa que las calidades que le hacen sabio, que son frialdad y sequedad, esas mesmas debilitan las otras potencias; como parece en los hombres viejos, que, si no es para consejo y prudencia, no tienen fuerza ni valor para más.
Supuesta esta doctrina, es opinión de Galeno que para que haya efecto la generación de cualquier animal perfecto son necesarias dos simientes, una que sea el agente y formador, y la otra que sirva de alimento. Porque una cosa tan delicada como es la genitura no luego puede vencer un manjar tan grueso como es la sangre hasta que el efecto sea mayor; y que la simiente sea el verdadero alimento de los miembros seminales es cosa muy recebida de Hipócrates, Platón y Galeno; porque, según su opinión, si la sangre no se convierte en simiente, es imposible que los nervios, las venas y arterias se puedan mantener. Y, así, dice Galeno que la diferencia que va de las venas a los testículos es que los testículos hacen de presto mucha simiente, y las venas poca y a espacio. De manera que proveyó Naturaleza de alimento tan semejante, que con liviana alteración y sin hacer excrementos pudiese mantener a la otra simiente; lo cual no pudiera acontescer si su nutrición se hubiera de hacer de la sangre. La mesma provisión dice Galeno que hizo Naturaleza en la generación del hombres que para formar el pollo y las demás aves que salen de los huevos; en los cuales vemos que hay dos sustancias, clara y yema, la una de que se haga el pollo y la otra de que se mantenga todo el tiempo que durare la formación. Por la mesma razón son necesarias dos simientes en la generación del hombre, la una de que se haga la criatura y la otra de que mantenga todo el tiempo que durare su formación.
Pero dice Hipócrates una cosa digna de gran consideración; y es «que no está determinado por Naturaleza cuál de las dos simientes ha de ser el agente y formador, ni cuál ha de servir de alimento». Porque muchas veces la simiente de la mujer es de mayor eficacia que la del varón; y cuando acontesce así, hace ella la generación y la del marido sirve de alimento. Otras veces la del varón es más potente y prolífica, y la de la mujer no hace más que nutrir. Esta doctrina no alcanzó Aristóteles, ni pudo entender de qué servía la simiente de la mujer; y, así dijo de ella mil disparates: «que era como un poco de agua sin virtud ni fuerzas para engendrar». Lo cual si fuera así, era imposible que la mujer consintiera la conversación del varón, ni jamás le apeteciera, antes huyera del acto carnal por ser ella tan honesta y la obra tan sucia y torpe; por donde en pocos días se acabara la especie humana y el mundo quedara privado del más hermoso animal de cuantos Naturaleza crió.
Y así pregunta Aristóteles qué es la razón que el acto carnal es la cosa más sabrosa de cuantas ordenó Naturaleza para recreación de los animales. Al cual problema responde que, como Naturaleza procurase tanto la perpetuidad de los hombres, puso tanta delectación en aquellas obras porque, movidos con tal interés, se llegasen de buena gana al acto de la generación; y si faltaran tales estímulos no hubiera hombre ni mujer que se quisiera casar, no interesando más la mujer de traer nueve meses el hijo en el vientre con tanta pesadumbre y dolores, y al tiempo de parirlo ponerse en riesgo de perder la vida; por donde fuera necesario que la república forzara a las mujeres a que se casasen, con miedo no se acabase la generación humana.
Pero como Naturaleza hace las cosas con suavidad, dio a la mujer todos los instrumentos que eran necesarios para hacer simiente irritadora y prolífica, con la cual apeteciese al varón y se holgase con su conversación. Y siendo de las calidades que dice Aristóteles, antes le aborresciera y huyera de él, que le amara. Esto prueba Galeno ejemplificando con los brutos animales; y, así, dice que si una puerca está castrada jamás apetece el verraco ni le consiente cuando se le llega. Lo mesmo pasa claramente en una mujer cuyo temperamento es más frío de lo que conviene: que si le pedimos que se case, no hay cosa más aborrescible a sus oídos. Y al varón frío acontece otro tanto, todo por carecer de simiente fecunda.
También si la simiente de la mujer fuera de la manera que dice Aristóteles, no podía se proprio alimento. Porque para alcanzar las calidades últimas de nutrimento actual se requiere total semejanza con el que se ha de nutrir. Y si ella no viniera ya labrada y asimilada, después no se podía adquirir, porque la simiente del varón carece de instrumentos y oficinas (como son el estómagos, el hígado y los testículos) donde la pudiese cocer y asimilar. Por donde proveyó Naturaleza que hubiese dos simientes en la generación del animal; las cuales mezcladas, la que fuese más potente hiciese la formación y la otra sirviese de mantenimiento. Y que esto sea verdad parece claramente ser así; porque si un negro empreña una mujer blanca, y un hombre blanco a una mujer negra, de ambas maneras sale la criatura mulata.
Desta doctrina se colige ser verdad lo que muchas historias auténticas afirman: que un perro, tiniendo cuenta con una mujer, la empreñó; y lo mesmo hizo un oso con una doncella que halló sola en el campo; y de un jimio que tuvo dos hijos en otra mujer; y de otra que andándose paseando por la ribera del mar, salió un pescado del agua y la empreñó. Lo que se le hace dificultoso al vulgo es cómo pudo acontescer parir estas mujeres hombres perfectos y con uso de la razón, siendo los padres que los engendraron animales. A esto se responde que la simiente de cualquiera mujer de aquéllas era el agente y formador de la criatura, por ser más potente, y así la figuraba con los accidentes de la especie humana; y la simiente del bruto animal, por no tener tanta fuerza, servía de alimento y no más. Y que la simiente de estas bestias irracionales pudiese dar alimento a la simiente humana, es cosa que se deja entender. Porque si cualquiera mujer de aquéllas comiera un pedazo de oso o de perro, cocido o asado, se sustentara con él, aunque no tan bien como si comiera carnero o perdices. Lo mesmo acontece a la simiente humana, que su verdadero nutrimento en la formación de la criatura es otra simiente humana; pero, faltando ésta, bien puede suplir sus veces la simiente brutal. Pero lo que notan aquellas historias es que los niños que nacieron de estos tales ayuntamientos daban muestra, en sus costumbres y condiciones, no haber sido natural su generación.
De todo lo dicho (aunque nos hemos algo tardado) podremos ya sacar respuesta para el problema principal. Y es que los hijos de los hombres sabios casi siempre se hacen de la simiente de sus madres, porque la de los padres, por las razones que hemos dicho, es infecunda para engendrar y no sirve en la generación más que de alimento. Y el hombre que se hace de simiente de mujer no puede ser ingenioso ni tener habilidad por la mucha frialdad y humidad de este sexo. Por donde es cierto que, en saliendo el hijo discreto y avisado, es indicio infalible de haberse hecho de la simiente de su padre; y si es torpe y nescio se colige haberse formado de la simiente de su madre. A lo cual aludió el sabio diciendo: filius sapiens laetificat patrem, filius vero stultus maestitia est matris suae.
También puede acontescer (por alguna ocasión) que la simiente del hombre sabio sea el agente y formador, y la de su mujer sirva de alimento. Pero el hijo que de ella se engendrare saldrá de poco saber; porque, puesto caso que la frialdad y sequedad son dos calidades que ha menester el entendimiento, pero han de tener cierta medida y cantidad; de la cual pasando, antes hace daño que aprovecho, como parece en los hombres muy viejos que por la mucha frialdad y sequedad los vemos caducar y decir mil disparates. Pues pongamos caso que al hombre sabio le restaban de vivir diez años de conveniente frialdad y sequedad para caducar. Si de la simiente deste se engendrase un hijo, sería hasta los diez años de grande habilidad por gozar de la frialdad y sequedad conveniente de su padre, pero a los once comenzaría luego a caducar por haber pasado del punto que estas dos calidades han de tener. Lo cual vemos cada día por experiencia en los hijos habidos en la vejez: que, siendo niños, son muy avisados, y después son hombres muy nescios y de muy corta vida; y es la razón que se hicieron de simiente fría y seca, la cual había pasado ya la mitad del curso de la vida.
También si el padre es sabio en la obras de la imaginativa, y sea casado por su mucho calor y sequedad con mujer fría y húmida en el tercer grado, el hijo de que esta junta se engendrare será nescísimo si se forma de la simiente de su padre, por haber estado en un vientre tan frío y húmido y haberse mantenido de sangre tan destemplada.
Al revés acontesce siendo el padre nescio, cuya simiente ordinariamente tiene calor y humidad demasiada. El hijo que de ella se engendrase será bobillo hasta quince anos por alcanzar parte de la humidad superflua del padre, pero gastada con el discurso de la edad de consistencia donde la simiente del hombre nescio está más templada y con menos humidad. Ayúdale también al ingenio haber andado nueve meses en un vientre de tan poca frialdad y humanidad como es el de la mujer fría y húmida en el primer grado, donde padeció tanta hambre y penuria de alimento.
Todo esto acontesce ordinariamente por las razones que hemos dicho. Pero hay cierto linaje de hombres cuyos miembros genitales son de tanta fuerza y vigor, que desnudan totalmente a los miembros de sus buenas calidades y los convierten en su mala y gruesa sustancia; por donde todos los hijos que engendran, aunque hayan comido manjares delicados, salen rudos y torpes. Otros hay, por lo contrario, que usando de alimentos gruesos y de mal temperamento, son tan poderosos en vencerlos que, comiendo macho y tocino, hacen hijos de ingenio muy delicado. Y, así, es cierto que hay linaje de hombres nescios y casta de hombres sabios. Y otros que ordinariamente nacen locos y faltos de juicio.
Algunas dudas se ofrecen a los que tratan de entender muy de raíz esta materia, la respuesta de las cuales es muy fácil en la doctrina pasada. La primera es: ¿de dónde nace que los hijos bastardos parecen ordinariamente a sus padres, y de cien legítimos los noventa sacan la figura y costumbres de las madres? La segunda: ¿por qué los hijos bastardos salen ordinariamente gentiles hombres, animosos y muy avisados? La tercera: ¿qué es la causa que si una mala mujer se empreña, aunque tome bebidas ponzoñosas para mover y se sangre muchas veces, jamás echa la criatura; y si la mujer casada está preñada de su marido, con livianas causas viene a mover?
A la primera duda responde Platón diciendo que ninguno es malo de su propia y agradable voluntad, sin ser irritado primero del vicio de su temperamento; y pone ejemplo en los hombres lujuriosos, los cuales, por tener mucha simiente fecunda, padecen grandes ilusiones y muchos dolores, por donde, molestados de aquella pasión, buscan mujeres para echarla de sí. Destos dice Galeno que tienen los instrumentos de la generación muy calientes y secos, por la cual razón hacen la simiente mordacísima y poderosa para engendrar. Luego, el hombre que va a buscar la mujer que no es suya, ya va lleno de aquella simiente fecunda, cocida y bien sazonada; de la cual forzosamente se ha de hacer la generación, porque, en paridad, siempre la simiente del varón es de mayor eficacia; y si el hijo se hace de la simiente del padre, forzosamente le ha de parecer.
Al revés acontesce en los hijos legítimos, que, por tener hombres casado la mujer siempre al lado, nunca aguardan a madurar la simiente ni que se haga prolífica, antes con liviana irritación la echa de sí, haciendo gran violencia y conmoción; y como las mujeres están quietas en el acto carnal, nunca sus vasos seminarios dan la simiente, sino cuando está cocida y bien sazonada y hay mucha en cantidad. Por donde las mujeres casadas hacen siempre la generación y la simiente de sus maridos sirve de alimento. Pero algunas veces vienen ambas simientes a tener igual perfección, y pelean de tal manera que ni la una ni la otra salen con la formación, antes se figura el hijo que ni parece al padre ni a la madre. Otras veces parece que se conciertan y parten la similitud: la simiente del padre hace las narices y ojos, y la de la madre la boca y la frente. Y, lo que más es de admirar, que ha acontecido muchas veces sacar el hijo la una oreja del padre y la otra de la madre, y partir los ojos también. Pero si la simiente del padre vence del todo, saca el hijo su figura y costumbres; y cuando la simiente de la madre es más poderosa, corre la mesma razón. Por donde el padre que quisiere que su hijo se haga de su propia simiente, se ha de ausentar algunos días de su mujer y aguardar que se cueza y madure, y entonces es cierto que él hará la generación y la simiente de su mujer servirá de alimento.
La segunda duda tiene por lo dicho poca dificultad. Porque los hijos bastardos ordinariamente se hacen de simiente caliente y seca, y de esta temperatura hemos probado muchas veces atrás que nace el ánimo y valentía y la buena imaginativa, a la cual pertenece la prudencia de este siglo. Y por estar la simiente cocida y bien sazonada, hace Naturaleza de ella todo lo que quiere, y los pinta con un pincel.
A la tercera duda, se responde que el preñado de las malas mujeres casi siempre se hace de la simiente del varón, y como es enjuta y muy prolífica trábase en el útero con fuertes raíces. Pero el preñado de las casadas, como se hace de su propia simiente, deslízase la criatura con gran facilidad, por ser húmida y aguanosa, o como dice Hipócrates: plena mucoris.