Exclamaciones o meditaciones del alma a su Dios/Capítulo III
1. Considerando la gloria que tenéis, Dios mío, aparejada a los que perseveran en hacer vuestra voluntad, y con cuántos trabajos y dolores la ganó vuestro Hijo, y cuán mal lo teníamos merecido, y lo mucho que merece que no se desagradezca la grandeza de amor que tan costosamente nos ha enseñado a amar, se ha afligido mi alma en gran manera. ¿Cómo es posible, Señor se olvide todo esto y que tan olvidados estén los mortales de Vos cuando os ofenden? ¡Oh Redentor mío, y cuán olvidados se olvidan de sí! ¡Y que sea tan grande vuestra bondad, que entonces os acordéis Vos de nosotros, y que habiendo caído por heriros a Vos de golpe mortal, olvidado de esto nos tornéis a dar la mano y despertéis de frenesí tan incurable, para que procuremos y os pidamos salud! ¡Bendito sea tal Señor, bendita tan gran misericordia, y alabado sea por siempre por tan piadosa piedad!
2. ¡Oh ánima mía!, bendice para siempre a tan gran Dios. ¿Cómo
se puede tornar contra El? ¡Oh, que a los que son desagradecidos
la grandeza de la merced les daña! Remediadlo Vos, mi Dios. ¡Oh
hijos de los hombres!, ¿hasta cuándo seréis duros de corazón y le
tendréis para ser contra este mansísimo Jesús? ¿Qué es esto?
¿Por ventura permanecerá nuestra maldad contra El? No, que se
acaba la vida del hombre como la flor del heno y ha de venir el Hijo
de la Virgen a dar aquella terrible sentencia. ¡Oh poderoso Dios
mío! Pues aunque no queramos nos habéis de juzgar, ¿por qué no
miramos lo que nos importa teneros contento para aquella hora?
Mas ¿quién, quién no querrá Juez tan justo? ¡Bienaventurados los
que en aquel temeroso punto se alegraren con Vos, oh Dios y
Señor mío! Al que Vos habéis levantado, y él ha conocido cuán
míseramente se perdió por ganar un muy breve contento y está
determinado a contentaros siempre, y ayudándole vuestro favor
(pues no faltáis, bien mío de mi alma, a los que os quieren ni dejáis
de responder a quien os llama), ¿qué remedio, Señor, para poder
después vivir, que no sea muriendo con la memoria de haber
perdido tanto bien como tuviera estando en la inocencia que quedó
del bautismo? La mejor vida que puede tener es morir siempre con
este sentimiento. Mas el alma que tiernamente os ama, ¿cómo lo ha
de poder sufrir?
3. ¡Mas qué desatino os pregunto, Señor mío! Parece que tengo
olvidadas vuestras grandezas y misericordias y cómo vinisteis al
mundo por los pecadores, y nos comprasteis por tan gran precio, y
pagasteis nuestros falsos contentos con sufrir tan crueles tormentos
y azotes. Remediasteis mi ceguedad con que tapasen vuestros
divinos ojos, y mi vanidad con tan cruel corona de espinas.
¡Oh Señor, Señor! Todo esto lastima más a quien os ama. Sólo
consuela que será alabada para siempre vuestra misericordia
cuando se sepa mi maldad; y, con todo, no sé si quitarán esta fatiga
hasta que con veros a Vos se quiten todas las miserias de esta
mortalidad.