Exposición del Libro de Job/Capítulo 39 exposición

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En el capítulo pasado examinó Dios a Job en las cosas más altas y mayores, en la creación del mundo, en la orden de los elementos, en los cielos y en los aires, y en las impresiones que en ellos hacen las estrellas; en éste desciende a cosas menores, y examínale en lo que pasa en el gobierno de los animales, y pregúntale en particular de algunos dellos, de su ser, de sus instinctos, inclinaciones e hechos.

Y comienza por el león, y dice ansí:

1. ¿Por ventura cazarás presa a la leona, y la alma de sus cachorros hartarás? Como si más claro dijese: Ya que ni entiendes ni puedes lo de hasta aquí, esto es más fácil que diré agora, ¿podráslo? ¿Podrás, dice, proveer de caza a la leona, o sustentar sus cachorros? Que es preguntarle si pone él la mesa a los animales y les da su mantenimiento y comida; que por una o dos especies dellos que expresa, comprende a todo su género. Y pregúntale esto porque entre las obras de que Dios en la Escritura se precia, es una aquesta mesa general y tan abundante que a los animales puesta tiene continamente.

Dice David: Todas las cosas esperan de Ti que les des a su tiempo su manjar. Dándoles Tú, cogerán; y abriendo vos, Señor, nuestra mano, todo será lleno de bien. Porque, sin duda, en esto demuestra Dios lo perfecto de su providencia, que llega a tener menuda cuenta aun con las criaturas más viles. Y porque dijo de la leona y sus hijos, detiénese en decir algo dellos, y señaladamente de la manera como se encubren para que les venga a las manos la caza; como diciéndole en esto si sabrá él ponérsela en las uñas entonces, ansí como Dios se la pone.

Y dice:

2. Cuando reposan en sus cuevas, y están acechando en sus escondrijos. O según otra letra: Cuando se encorvan en sus moradas, y están a las sombras de sus cuevas. Que es la postura de estos animales, cuando se encubren en los lugares adonde esperan hacer presa; que de los leones en particular se escribe que para cazar se asconden, y ansí la caza, sin sentirlos, se les llega, y es dellos presa, porque, descubiertos, ahuyéntala, porque los sienten y temen.

Dice más:

3. ¿Quién apareja al cuervo su manjar, cuando sus pollos vocean a Dios, vagueando por fallar comida? Como dijo de los leones, dice de los cuervos agora, que entre las otras en estas dos especies es de particular consideración su comida: la de los leones porque ha de ser mucha, y si la buscan a la descubierta, como dijimos, la pierden, por donde es necesario que con particular providencia se la ponga Dios en las manos; y la de los cuervos, porque a los pequeños, luego después de nacidos, sus madres no los mantienen por muchos días, en los cuales los sustenta Dios por maravillosa manera del rocío, según dicen algunos.

Y ansí dice David en el Psalmo: El que da su mantenimiento a las bestias, y a los pollos de los cuervos que le vocean. Porque en aquellos primeros días pían por comer, y los padres, aunque los oyen, los dejan; mas el que está en el cielo, a quien piando parece que abren las bocas y llaman, se las hinche y los harta.

Dice, pues: ¿Quién apareja al cuervo su manjar, cuando sus pollos vocean a Dios? Como diciendo: Yo soy el que los proveo y no tú; y cuando los padres les faltan, yo, sin parecer que los miro, los proveo y sustento, y hago con el rocío lo que ninguno con copia de muchos manjares hiciera. Y dice, cuando vocean a Dios, vagueando por hallar comida; esto es, bullendo en el nido y revolviéndose a diversas partes en él, llevados de la hambre que los desasosiega y menea. Pues cuando ansí piden la comida con gritos, y cuando se revuelven a todas partes buscándola, ¿serás, dice, tú para dársela?

Dice más:

4. ¿Por ventura conociste el parto de la cabra montesa en la peña o consideraste las ciervas que paren? Toca otra cosa agora en que reluce su providencia, que es el parto y preñez de las ciervas, de quien escribe Aristóteles y otros autores que paren con muy grande dificultad y de manera que no parece cosa posible; y ansí se encorvan y braman mucho al tiempo del parto, y como guiadas por Dios, preñadas, comen cierta yerba poderosa para hacer sea fácil. En el parir es esto; y en el concebir, según dicen, no conciben hasta que comienza a nacer cierta estrella. Por manera que en esta criatura es maravilloso Dios en los particulares avisos de que la tiene dotada, y por esta causa hace della agora argumento. Como diciendo: Ya que, Job, no tienes saber para dar a los animales su pasto, ¿sabrásme decir acerca de la preñez de las ciervas la causa por que aguardan tal tiempo? O si esto no sabes, ¿podrás a lo menos socorrer a la dificultad de sus partos? ¿Consideraste, dice, las ciervas que paren? Esto es, ¿sabes cuándo conciben, o tienes saber para aligerar su preñez?

Y prosigue en lo mismo diciendo:

5. ¿Contaste los meses de su preñez o supiste los tiempos de su parir?

Y luego:

6. Encórvanse a su parto; y paren y echan bramidos. Que es la dificultad que dijimos, y la razón por que aquí se mientan y en qué estriba todo aqueste argumento; que dice, si a lo menos sabe o puede remediarlas en tanto trabajo y sacar sus dificultosos partos a luz, ansí como Dios lo remedia. Arguyendo de estas bajezas imposibles al hombre lo poco que puede y lo mucho a que se atreve si pleitea con Dios.

Dice más:

7. Apartados son sus hijos, y vanse a los pastos, salen, y no vuelven a ellas. Toman en breve fuerza los cervatillos, y las madres los enseñan luego a huir y correr, con que a poco tiempo las dejan, apartan y buscan por sí su mantenimiento y su vida.

Añade:

8. ¿Quién envió libre al asno salvaje?; y sus ataduras, ¿quién las soltó? El asno salvaje es animal libre y soberbio y amigo mucho de la soledad y enemigo de lo que está vecino a los hombres. Pues de estas propriedades trata agora, y pregunta a Job si sabe quién se las dio. En que le examina si fue él quien hizo al asno salvaje tan cerril y tan libre y tan ajeno de obedecer al freno, como obedecen otros animales más fieros. Que porque tiene esto causa secreta, por eso hace memoria dellos Dios aquí, para convencer más nuestra ignorancia, intento pretendido por todos estos capítulos.

Dice: ¿Quién envió libre al asno salvaje? Esto es, ¿quién le dio que fuese tan no domable de suyo sino Yo mismo? Y la causa de esta libertad y selvatiquez, si no es Yo, ¿quién la sabe? Y dice: y sus ataduras, ¿quién las soltó? En que no quiere decir que estaba atado antes y fue suelto después, sino que fue criado sin ataduras ningunas, dotándole Él de tal compostura, que en ninguna manera es hábil para sujetarse al cabestro.

Dice más:

9. A quien puse desiertos casa suya, y tabernáculos dél salitrosa. Que es la otra propriedad de esta bestia amar la soledad entre todas y huir la conversación de los hombres. Y por esto dice que le dio el desierto por morada, porque le compuso de tal manera que le es aborrecible la gente.

Y salitrosa por tabernáculos, que es decir tierra sujeta al salitre, esto es, yerma y no cultivada, y por la misma causa desechada del hombre. Esta tierra, pues, ama, y la poblada aborrece, o para decirlo figuradamente como el profeta, la desprecia y escarnece y se burla della.

Que dice:

10. Escarnecerá muchedumbre de ciudad, vocerío de cobrador no oirá. En las ciudades unas cosas son de contento, y otras de pesadumbre y enojo; la muchedumbre agrada, y el pecho y las derramas fatigan; y por lo primero entiende todo lo apacible, y por lo segundo lo que se aborrece y desama. Mas dice que ni estima lo amable, ni padece lo trabajoso; escarnece y hace mofa de la conversación de los muchos, y de los gustos que della nacen, y no padece las miserias que entre los mismos se encierran. Y dice esto de un animal sin razón, como si la tuviera, fingiéndosela por figura poética para aclarar ansí mejor cuánto ama el desierto.

Prosigue:

11. Otea montes de su pasto y después busca todo lo verde. Ansí dicen de esta bestia que, puesta en alto, mira los mejores y más verdes pastos, y a ello se inclina, porque apetece siempre lo verde.

Los que moralizan esta escritura, por el asno salvaje entienden a los hombres desasidos del mundo, y que con el alma y cuerpo se alejan dél cuanto pueden. Porque no hay duda sino que como en lo espiritual de su Iglesia hizo Dios su cielo y su tierra y sus elementos, ansí también puso en ella sus animales diversos, quiero decir, diferentes inclinaciones de hombres que siguen diferentes estados, y que por semejanza se corresponden, y tienen como consonancia sus propriedades con criaturas diversas.

Es, pues, el ermitaño de corazón el asno salvaje. Asno, porque ansí lo juzgan los amadores del mundo, estimando por locura y menos saber el despreciar lo que ellos adoran, y el huir lo que aman, y el abrazar lo que abominan: la pobreza, la soledad, el ayuno, el encerramiento, la aspereza de vida. Mas es salvaje este asno porque no se rinde a sus dichos y ni se deja vencer de lo que juzgan las gentes; no se domeña ni tratar se deja por semejante manera. Son sin duda en esta parte los hombres de este linaje gente muy cerril y muy libre; porque ¿quién será poderoso, al que tiene gusto de la libertad del espíritu, sujetarle o inducirle el amor servil de estas cosas? Y a quien halla en la soledad paraíso, ¿quién le traerá al tormento que el bullicio y variedad del mundo y de sus cosas contiene?

Y tiene más fuerza esta verdad, cuanto la libertad que tienen nace de más firmes principios; porque como da a entender aquí Dios, Él solo es el que hace libres aquestos salvajes, y Él que les quita los frenos y las ataduras que los tenían asidos al suelo.

¿Quién, dice, envía libre al asno salvaje?; y sus ataduras, ¿quién las soltó? Porque es sin duda maravillosa obra, y muy digna de Dios, hacer del hombre ángel, y del nacido para las ciudades, amador de la soledad de los campos; y del necesitado del favor de los otros, contentísimo con vivir pobre y a solas; y del perdido por estos bienes visibles, aborrecedor dellos, amando ya lo invisible solamente y suspirando por ello. Que la naturaleza es atadura grandísima, y la necesidad ñudo fuerte, y la costumbre y el estilo común cadena de hierro, ataduras y prisiones verdaderamente mayores que las fuerzas del hombre.

Y ansí sólo Dios es el que las quebranta y saca de prisión estos salvajes suyos, que si lo son no volverán a ella por todas las cosas del mundo; porque en el desierto de Él hallan dulce, apacible y rica morada.

Por donde dice luego: A quien puse desierto casa suya, y tabernáculo dél salitrosa; que es otra maravilla grandísima hacer que el desierto sea casa, y que la tierra estéril y sembrada de salitre sea morada gustosa. Porque no dice que le edificó casa en el desierto, sino que del desierto le hizo casa, y de la esterilidad misma lugar de reposo. Que, a la verdad, el poder de Dios y la eficacia de su no limitada virtud se extiende a no sólo dar contento en el desierto a los suyos, y sabor en medio de mil sinsabores, sino hacer que el disgusto sea gusto, y la tristeza alegría, y el lloro gozo, y la calamidad, padecida por Dios, día de felicidad alegrísimo, y hacer que la hornaza y el fuego sirva de rocío y de alivio a sus siervos; que es algarabía para los que sirven al mundo, y cosa a que jamás dieron crédito, como ellos después de muchas cosas acerca del Sabio, lo confiesan diciendo: Nosotros sin seso tuvimos por locura su vida. Porque si en el mundo se entendiese este bien, no hubiera quien no le siguiera, sin duda, como se ve en el efecto que, conocido, hizo antiguamente y agora; que su golosina pobló los desiertos, y enajena todo lo que es de gusto a los hombres que abrazan la pobreza, desnudez y desprecio, como otros a los infinitos deleites.

Puse el desierto casa suya, y tabernáculos dél salitrosa. ¿Qué hará en el cielo quien hace cielo en el desierto? Dice que les da en el desierto, no solamente casa, sino casa suya, dellos, y tabernáculo dellos mismos. Y quiere decir, lo uno, que es permaneciente y no alquilada o ajena, como son las casas y asientos que en sus bienes da el mundo a los suyos, que son mesones de paso en que se paga todo al doblo y amargamente se escota; mas el descanso de estos salvajes, cuando la vida se acaba, crece él y con la muerte se hace perpetuo.

Y lo otro dícelo por decir que es propria y conveniente casa para semejante gente el desierto; casa suya sin duda, porque en el estar a solas viven, y en el destierro de todas las cosas descansan, y no tienen reposo sino cuando asuela Dios y siembra de sal en su alma y sentidos todo lo que mira a esta vida. Porque en esta pureza hallan junta a sí la pureza de Dios, y los resplandores de su sancta luz reverberan luego en espejo tan limpio, y júntanse estrechamente porque no tienen estorbo de cosas que desvíen entre ellos lo limpio y lo sencillo y lo puro entre sí. Y en esta junta es adonde verdaderamente se vive, porque es juntarse a la vida; que, cuanto a lo demás, todo es afanar y morir.

Y ansí dice: Escarnecerá muchedumbre de ciudad, y vocerío de ejecutor no oirá. Porque, ayuntado a este bien y hecho morador de esta casa, ni amará la muchedumbre del mundo, ni estimará la majestad que hace estado, antes lo despreciará todo, porque apenas bullirá en él ni hará ruido la carne; que todo calla a Dios, luego que su majestad se divisa por un alma apurada. Vocerío de ejecutor no oirá. ¡Qué poco siente este salvaje lo que a los más nos trae atontados y locos! La voz de la codicia pedigüeña, ¡qué poco ruido hace en su pecho! El deleite importuno, ¡cuán poco molesta su alma! El estruendo del enojo, ira y venganza, los clamores de mil desvariados y hervorosos deseos, ¡qué mudos son para él!

No oye vocerío de ejecutor. Todo lo que nos saca prenda, todo lo que nos aflige y nos turba, todo lo que mete a saco la quietud de la vida, él apenas lo oye, porque, descuidándose de sus deseos, lo desterró todo de sí; su cuidado es sólo uno. De que luego se sigue: Otea montes de su pasto, y después busca todo lo verde. Porque su oficio contino es ocuparse en la contemplación de sus montes, quiero decir, de las altezas sanctas a que Dios le levanta, el cielo, la vida dél, los bienes y los premios divinos, y a Dios sobre todo, de quien se mantiene, por razón del fructo que de ello saca, que es siempre verde, porque su dulzor nunca enfada, siempre viene nuevo y fresco y con particular gusto a la boca. Que esta diferencia, entre otras muchas, hay entre los mundanos y aquéstos: que el bien del mundo y sus placeres y gustos nunca son verdes, o si lo son, marchítanse y agóstanse luego, y vuélvense en paja seca, conveniente manjar de sus amadores, porque traen consigo el enfado.

Y ansí el que lo gusta y torna a ellos, torna, porque no tiene otros bienes; y, vacío de bien, busca en qué se entretener y no sabe a do ir, y vuelve como necesitado y como por costumbre a lo que gustó, ya estragado y manoseado y lacio y perdido. Sino que se engaña el miserable a sí mismo, y se esfuerza a comer como bueno lo que, si come, da arcadas; porque este bien visible, en perdiendo la primera tez, ¿qué es sino asco? Ansí que este mi salvaje siempre come lo verde; como, al revés, el mundano y miserable siempre lo seco y marchito.

Mas tornemos a nuestro primero propósito.

12. ¿Por dicha querrá rinoceronte servir a ti, o hará noche sobre pesebre tuyo? Prosigue en su intento Dios, y prueba su saber y grandeza por otra obra suya señalada, que es el rinoceronte, que llamamos ahora vada, animal ferocísimo, ansí en braveza de ánimo como en grandeza de fuerzas como en el talle y compostura de cuerpo; que por ser notorio ya en estas partes, por algunos que de la India oriental han venido, no las pintaré más despacio. Pues de éste le pregunta agora Dios a Job si se servirá dél o si se atreverá a hacelle doméstico. Dando a entender que puede Él hacer y hace animales que a los hombres no reconocen; o por decir verdad, declarando por esto la grandeza y fiereza de esta bestia, y por ella el poder y saber sumo del autor que la hizo. ¿Querrá, dice, servir a ti el rinoceronte, esto es, podrás tú sujetarle a tu servicio, como podré Yo, que le hice? ¿O podrás hacer que haga noche sobre tu pesebre?; esto es, si podrá hacerle doméstico; como diciendo: Ansí me sirve todo, por más fiero y bravo que sea; tú, o el que presumiere traer pleito conmigo, veamos si lo puede hacer.

Y prosigue en la misma razón, y pregunta:

13. ¿Por ventura ligarás al rinoceronte para el sulco con tu coyunda? ¿O romperá las tierras de los valles en pos de ti? Que es como decir una cosa imposible, dando por ella a entender la grandeza y fiereza de este animal, en ninguna manera domable.

Y para la misma significación añade como por ironía:

14. ¿Por ventura fiarás en él por su mucha fortaleza, y encomendarle has a él tus trabajos? Esto es, si porque es fuerte y valiente, le dará cargo de sus obras descuidándose él dellas. Y entiende por sus trabajos y obras los de su labranza, como luego declara, diciendo:

15. ¿Por dicha confiarás dél que te volverá lo que sembraste, y que allegará tu era? Y dicho esto, pasa su razón a otro animal también extraordinario y extraño, y por la misma causa conveniente para sacar dél, de su poder y saber, argumento, que es el avestruz, del que dice:

16. Pluma de avestruz semejante a la del halcón y gavilán. Que es decir: pues si vamos al avestruz que Yo hice, ¿qué te contaré dél? Que en la pluma y en las alas es ave, esto es, tiene plumas como las demás aves las tienen; y por esta parte puede ser tenido por uno dellas, como el azor, o como el gavilán, o, según otra letra, como otra cigüeña. Y pone estas aves en particular, no por decir sólo dellas (que no son éstas a las que el avestruz más parece), sino para en ellas entender generalmente a todas, y decir que es ave, o lo parece ser el avestruz en la pluma. Verdad es que el original dice a la letra: Pluma de pomposos, o regocijados alegre; y entienden algunos por los pomposos a los pavones, cuya pluma es hermosa y pintada, y por eso alegre a la vista.

Mas no viene esto bien con lo que se sigue, que es:

17. Cuando deja en la tierra sus huevos y sobre el polvo, ¿calentarlos has? Porque del avestruz y no del pavón, se lee que pone en el arena sus huevos y, olvidado dellos, los deja. Pues pregúntale Dios a Job si los sabrá él calentar, esto es, si, sin el calor de la madre y sin el abrigo y cuidado que los padres-aves de sus huevos tienen y suelen tener, sabrá él o podrá sacarlos a luz, como él los saca y empolla. Y porque hizo memoria del olvido de aqueste animal, llévalo más adelante, y extiéndelo por manera poética y dice:

18. Y olvídase que pie los desparza, o que bestia del campo los palee. Esto es, tiene tan poco acuerdo de lo que por natural instinto las demás aves tanto se acuerdan, que no le viene al corazón lo que les puede suceder sin su abrigo, que o los esparza al viento, o los pisen las bestias que por el campo libremente discurren.

Y dice:

19. Endurécese para sus hijos, no suyos; en vano trabajó sin forzarla temor. Como diciendo: Todos los animales, aunque en sí sean fieros, son blandos y amorosos para sus crías; mas éste es tan duro y tan olvidadizo, como dicho habemos, para sus hijos; si a la verdad pueden ser llamados sus hijos los que desprecia, los que olvida, los que deja sin causa ninguna que la fuerce, puestos a tan manifiesto peligro.

Y por eso dice en vano trabajó sin forzarla temor; esto es, el concebir esta ave los huevos y el ponerlos, con todo lo que pertenece a esta obra y trabajo, cuanto de su parte es, fue trabajo vano y inútil, o como si vano fuese y sin fructo, ansí lo deja y desprecia y del todo olvida.

Sin forzarla temor a ello, esto es, sin que nadie la espante, ni oxee, ni cosa semejante haga, forzándola a que desampare sus huevos. Porque otras aves piérdenlos y los desamparan a veces, no por su voluntad, sino por no poder más, forzadas de algún caso que les espanta; mas ésta no ansí, sino como cosa inútil y vana, y que por ninguna vía le toca.

Y da la razón diciendo:

20. Que olvidóla Dios de sabiduría y no repartió a ella entendimiento. En que dice que es olvidadizo de suyo el avestruz, y sin ninguna memoria. Mas si es olvidadizo, no es tardo, y lo que le quitó de memoria le añadió Dios en ser presto y ligero; porque siendo animal tan pesado, que aunque tiene alas no puede volar, en correr es ligerísimo, porque ayuda con las alas los pies.

Y dice ansí:

21. Al tiempo que ensalza sus alas, escarnecerá del caballo y del caballero. Porque no hay caballo aguzado con espuelas a la carrera que ansí corra como el avestruz corre. Y por eso dice que escarnece en ayudándose para el correr con las alas, al caballo y al caballero; no al caballo como quiera, sino al caballo a quien el que va encima le anima y enciende. Ansí que escarnécelos, porque los deja atrás con conocida ventaja.

Dice más:

22. ¿Por dicha darás al caballo valentía? ¿Por dicha ceñirás su cerviz de relincho? La mención hecha del caballo y del caballero trujo a la boca al caballo, y ansí dice agora dél, por ser su natural maravilloso en extremo, ansí en el ánimo que tiene como en la gallardía de cuerpo, como en el brío y ligereza y afición de las armas.

Y ansí le trae Dios por ejemplo de su saber preguntándole a Job si supiera él hacer un caballo con las disposiciones y condiciones que tiene, las cuales pinta a la larga elegantísimamente. Dice si supiera él darle al caballo la valentía que tiene, porque sin duda es animal de fuerza y ánimo señalado; y si supiera ceñirle la cerviz de relincho, en que demuestra su brío y gallardía y su corazón no nada cobarde. Y dice bien ceñir la cerviz, porque la menea y estremece toda el caballo cuando relincha.

Y dice más:

23. ¿Por dicha levantarle has como a langosta? Hermosura de sus narices espanto. En que le pone otras dos propiedades preguntando a Job si fue él quien se las dio: la primera es su ligereza, y la segunda es el espíritu y fuerza de su bufido. De la ligereza pregunta si levanta Job como a langosta el caballo, esto es, si le dio que saltase presto y ligero, como si fuese langosta, porque no sólo es en el correr veloz, sino suelto mucho en el salto.

Y del bufido dice hermosura de sus narices espanto, que llámale hermosura de su nariz con propriedad y elegancia, porque hincha el caballo cuando bufa y ensancha las narices, y las figura por una manera llena de una disposición señoril, a que se consigue, en los que le miran, espanto. Y ansí dice que el bufar suyo, que pone en él majestad, causa en los miradores espanto.

Prosigue:

24. La tierra cava con el pie, arremete con brío; saldrá a los armados al encuentro. Es de los caballos el patear y herir en el suelo, porque no les da sosiego su grande espíritu, y es proprio de los no lerdos; que los generosos son bulliciosos, y esos mismos arrancan alegres y llenos de corazón al encuentro.

Porque como dice luego:

25. Desprecia el temor, y no se espanta, ni se retrae de la espada. Y particularízalo para más adornarlo, y dice:

26. Sobre él sonará el carcax; hierro de lanza y escudo. Quiere decir, aunque esto suene y vea andar sobre sí, no por eso teme, antes se anima y espera la señal del acometer con señalado deseo.

Y ansí dice:

27. Hervoroso y furibundo sobre la tierra, y no estima que voz de bocina. Porque el deseo de oírle le hace que no estime, esto es, que no crea que ha de llegar tiempo en que suene.

Y ansí:

28. Cuando oye la trompa dice: ¡Ha!, ¡ha!; y de lueñe huele la batalla, el animar de los capitanes, el estruendo de los soldados. El original dice: En copia de trompetas dice: ¡Ha!, ¡ha! Y lo uno y lo otro es figura poética, en que para mayor significación, como si tuviera uso de razón, se le dan al caballo palabras en que demuestre alegría. Porque es tanta, que la demuestra en su hervor y manos luego que oye la trompeta, o como aquí dice Dios, luego que huele la guerra; que si hablara, no la demostrara más claro, porque hace todo lo que se le pone en aquesta pintura. De la cual, a lo que parece, sacó la suya el poeta latino, que dice:
Que desde luego altivo y más brioso
el potro que es de casta, huella el prado
y dobla con un aire más gracioso
el juego de las corvas bien formado.
Y siempre va delante, y hervoroso
tienta primero que otro el río a nado,
y, con ánimo firme y atrevido
al piélago se lanza no sabido,
No le espanta el estruendo vano y ciego;
mas de lueñe que llegue a sus oídos
sonido de las armas, arde, y luego
no cabe en un lugar; y conmovidos
sus miembros todos tiemblan; sin sosiego
aguza las orejas y sentidos;
sorbe, recoge, aprieta, vuelve, espira
fuego por las narices, llamas de ira.

Dice:

29. ¿Por tu dicha, por tu saber toma plumas el gavilán, y extiende sus alas al ábrego? Entiende las aves de rapiña todas por el gavilán, que es una especie dellas; a las cuales es proprio el estar en muda a sus tiempos y renovar los cuchillos, para volar después con mayor ligereza y esfuerzo. Pregúntale, pues, Dios a Job si lo hace él, esto es, si dio aquesta propriedad al halcón, o si se sabe la causa de dónde nace y el secreto que encierra, como le, sabe Él que lo hizo; que por estas cosas particulares y usadas demuestra bien cuanto sabe.

Y extiende sus alas al ábrego. Por el ábrego viento entiende todos los vientos. Y porque habló de las aves que cazan, trata luego de la reina dellas, el águila, preguntándole a Job si le dio el instinto y naturaleza que tiene.

Y dice:

30. ¿Por ventura a tu mandamiento se ensalza el águila, y pondrá en las cumbres su nido? Es proprio de las águilas hacer nido en las cumbres más altas; y por eso le pregunta si le dio él aquesta natural propriedad, o quién se la dio, si es su mandamiento y querer el que la aposenta tan alto. Y decláralo, y particularízalo más con hermosas palabras.

31. En breñas, dice, morará; en el pico tajado se asentará, en los riscos no accesibles.

Y añade:

32. Desde allí otea el manjar, y de lueñe sus ojos miran. Porque son de agudísima vista las águilas, y ansí, aunque aniden en alto descubren bien de allí la presa y se lanzan a ella, y allí ceban a sus hijos, que, por ser aves que comen carne, añade y dice:

33. Sus pollos lamen sangre, y donde cuerpo muerto, luego ella allí. Y con esto da Dios fin a la primera parte de aquesta su plática. A la cual Job no respondía palabra, sino como convencido y humilde callaba; y ansí Dios torna y le pregunta:

34. Y añadió el Señor, y habló a Job: ¿Por dicha quien baraja con Dios calla tan presto?

35. Y quien arguye a Dios, responda. Como diciéndole que callaba mucho habiendo presumido tanto, y que no parece conveniente se acobardase tan presto quien poco antes se profesaba tener ánimo para barajar con Dios, esto es, para preguntarle y responderle, y darle razón de sí y demandársela.

Aunque dice otra letra: ¿Por ventura es cordura barajar con Dios? En que le pregunta ya, si por lo que ha visto y oído, le parece buen seso ponerse en demandas y en respuestas con Dios; como diciéndole que ya debe estar fuera de su engaño tan grande.

A lo cual Job dice y responde:

36. Y respondió Job al Señor y dijo:

37. Hablé livianamente; ¿qué podré responder? Pondré mi mano sobre mi boca. O como otra letra dice: Soy desprecio; ¿qué podré responder? Y era cosa sin duda que, habiéndole hablado Dios, le había de responder él por esta manera; porque no hay cosa más natural ni más cierto que, puestos en la luz, conocer de sí lo que es cada uno; y es proprio de la luz y de las visiones y hablas de Dios criar profunda humildad en el hombre, que se conoce entonces verdaderamente su gran bajeza, contrapuesto a la presencia de tanta grandeza.

Y ansí dice: Soy desprecio; soy vileza y polvo, y viéndote a Ti, lo conozco verdaderamente en mí agora; que tus palabras demostradoras de tu saber y poder excesivo, no solamente me demuestran eso, mas hicieron de mi poco saber y mal hablar en mí entera evidencia. Pues siendo yo tal y conociendo de Ti y de mí quiénes somos, tu saber y mi grande ignorancia, las entrañas de tu piedad y mi osadía atrevida, no seré loco más, ni añadiré a lo que tengo dicho palabra; mudo soy y quiero ser mudo.

Porque como dice:

38. Una hablé que ojalá no hablara; y otra a que no añadiré. Como diciendo que conoce su demasía también; que una vez y otra vez, una y dos veces afirma y protesta de no hablar más, y que de lo hablado le pesa. Una hablé, esto es, una vez digo que ojalá no hablara, esto es, que quisiera no haber hablado, y otra, esto es, y digo otra vez que no añadiré, esto es, que no diré más. Como parece por el original claramente, que dice ansí: Una vez dije: no responderé, y dos no añadiré. Conviene a saber, dije, esto es, digo una vez y otra vez que no responderé, ni añadiré, esto es, que no quiero ni puedo ni tengo que responder ni decir.

Madrid, 6 de enero de 1591.