Exposición del Libro de Job/Capítulo 3 exposición

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1. Y después abrió Job ansí su boca, y maldijo su día. Finalmente rompió Job su largo silencio y soltó la rienda al dolor, que le guerreaba en el pecho; o, por mejor decir, abrió la boca y dio salida a la llama, que le consumía el alma encerrada, y, para desahogarla, dijo mal de su día, esto es, maldijo el día en que nació.

Muchos se trabajan aquí en dorar estas maldiciones de Job y en excusarlas de culpa. Y porque les parece que maldecir uno su nacimiento, en la manera que aquí Job le maldice, es señal de ánimo impaciente y desesperado, hacen fuerza a lo que dice, y lo tuercen por diferentes maneras, y a mi parecer sin razón. Persuádome yo que los que de estas palabras se asombran y les buscan salida, nunca hicieron experiencia de lo que la adversidad se siente ni de lo que duele el trabajo; que si la hubieran hecho, ella misma les enseñara que no se encuentra con la paciencia que el puesto en desventura y herido sienta lo que le duele, y publique lo que siente con palabras y señas. Ni menos es ajeno del buen sufrimiento, que desee el que padece, o no haber venido al mal que tiene o salir del presto y en breve, que es todo lo que Job hace y dice en este lugar. Porque si le duele, tiene razón de dolerle; y si no se doliera, no tuviera sentido; y si se queja duélele, y la queja es natural al dolor. Y si desea no haber nacido para mal semejante, pregunto: ¿qué razón nos obliga a elegir vida, si ha de ser para pasarla en miseria? ¿Quién en trabajo deseó haber a él venido? O ¿qué atormentado amó el vivir en tormento? O ¿quién es el que elige vivir para vivir muriendo siempre? O por el contrario, ¿qué cosa hay tan insensible que no desee el no vivir, si con él ha de llegar a vivir miserable? Y si el que padece algún mal grave puede, sin exceder la paciencia, pedir a Dios, si es servido, que le acabe el dolor con la vida, también podrá desear, sin traspasar la razón, que, si fuera posible, se la cortaran de antemano.

Cristo, ejemplo de perfecta paciencia, aunque en los males que padeció calló siempre, en lo último de ellos al fin se queja, y con voz dolorosa y grande, vuelto a su Padre, le dice: ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me desamparaste? En que mostró que no era impaciencia el quejarse, y que era de hombres, como Él verdaderamente lo era, el sentir el dolor y el querellarse cada uno de lo que le duele. Porque el sufrimiento no está en no sentir, que eso es de los que no tienen sentido, ni en no mostrar lo que duele y se siente, sino, aunque duela y por más que duela, en no salir de la ley ni de la obediencia de Dios. Que el sentir natural es a la carne, que no es de bronce; y ansí no se lo quita la razón, la cual da a cada cosa lo que demanda su naturaleza; y la parte sensible muestra que de suyo es tierna y blandísima, siendo herida, necesario es que sienta, y al sentir se sigue el ¡ay! y la queja.

Y la razón que le preside no se lo veda, que fuera violencia y rigor, sino tiénele con tiento la rienda, para que ni el agudo sentir le haga buscar medios no lícitos para no sentir, ni el quejarse de lo que siente llegue a decir mal de quien se lo envía. Quiero decir, que la impaciencia en los males es cuando, o desesperan por librarse dellos, o se enojan de Dios que los causa, o conciben odio contra los hombres con quien los castiga, o maltratan a los demás con palabras u obras, rabiosos y furiosos y desabridos y disgustados de sí, de que en Job no hay señal. Solamente maldice al día que le sacó vivo a la luz; esto es, dice que fue para él malo aquel día, y que le abrió la puerta a mucha desventura y desastre. Y dice que desea, si pudiera ya ser, por no se ver cual se ve, haber muerto en naciendo y haberse librado con la brevedad de la vida de una miseria tan luenga. Y jeremías dice y desea lo mismo con menores causas, aunque graves y justas, sin olvidar la paciencia. Porque se ha de entender que no solamente afligían a Job la pérdida de los bienes de fuera, y las llagas y dolores agudos y miserables del cuerpo, y la desnudez y desamparo, y falta de toda medicina y abrigo, sino mucho más el no sentir dentro de sí y en su ánimo las consolaciones de Dios, y los favores con que suele él en medio de los males aliviar y alentar a los suyos, y con que a las veces embota ansí los filos del mal que, por medio del dulzor que les derrama en el alma, casi no sienten lo mucho que padece la carne. Porque como en este capítulo y en otros de este Libro se ve, Job sentía en sí aqueste desamparo interior; y Dios se le representaba, y a la imaginación le venía, no como Padre amoroso, sino como Señor enojado y fiero, y tal que parecía saborearse en su mal. Y fue ansí que quiso Dios retirar a sí su consuelo para que, siendo el dolor puro y no aguado con algún alivio y consuelo, venciéndolo Job como lo venció, se manifestase más su virtud y fuese figura de Cristo en esto, a cuya humanidad el Padre, al tiempo de la pelea, le quitó el consuelo del cielo para más esclarecer su victoria.

Pues esa falta le afligía mucho, y afligíale en dos diferentes maneras; una, porque no teniendo ningún consuelo que disminuyese o templase el dolor, era forzoso que ejecutase en él su fuerza toda y se hiciese sentir como era; otra, porque el no sentir en su alma el halago de Dios, estando derrocado en tan gran desventura, criaba sospecha en él y justo temor de si Dios le tenía ya desechado. El cual temor le asombraba ansí que, en caso de que ansí fuera, tuviera Job por mejor cualquier suerte, o el morir en naciendo o el nunca nacer ni venir a la vida; porque ser desechado y aborrecido de Dios muy peor es que nunca haber sido; y sin duda es triste y escuro y lamentable y desventurado día el en que nacen los que no son para el cielo. Pues ansí como el estar uno cierto y fuera de toda duda, si hubiese alguno que lo estuviese de que Dios le tiene para siempre olvidado, engendraría cierta desesperación en su ánimo, ansí el estar Job con probable sospecha de que Dios le olvidaba, pudo con razón criar en su alma el deseo que declara con estas voces:

2. Y clamó Job, y dijo: ¡Perezca el día en que yo naciera, y la noche que dijo: Concebido varón!, que, aunque son las primeras palabras que suenan de fuera, son palabras que nacen de otras muchas, que habían pasado allá dentro en esta manera. Todo parece que se conjuró contra mí, el cielo y los hombres y Dios; el uno me abrasó la hacienda, los otros me robaron lo que quedaba, el demonio me llagó todo el cuerpo, todos me desamparan; y entre tantas miserias lo que solamente me pudiera aliviar, que es Dios, me deja solo y amargo; y no solamente me deja, mas en cierta manera se me muestra fiero y persigue, como si fuera enemigo suyo: ansí parece que me aborrece. Y si fuera esto por un pequeño tiempo, o si fuera en sólo un género de mal, aún pudiera esperar, mas ¿cuánto ha que dura este azote? ¡Ay de mí! ¡Y si me tiene olvidado, o si le place apartarme de sí para siempre! ¡Muriera yo, si es ansí, cuando vine a esta luz, o no viniera jamás, ni naciera nunca, ni el día miserable en que nací amaneciera!

¡Perezca el día en que yo naciera! Por lo que decimos aquí perezca, y en los versos que se siguen, sea, busque, resplandezca, enturbie, more y asombre, que son palabras de tiempo presente, y en el original son de futuro, habemos de entender que habla de cosa pasada, como si dijera, pereciera, fuera, buscara, resplandeciera, enturbiara, morara, asombrara, porque el hilo de lo que dice lo pide, y es propio de la lengua original de este libro con las palabras de por venir significar, o lo presente o lo pasado, lo que es más conforme al propósito; pues para el día que ya pasó y no ha de ser más, y para el que no quisiera haber venido a la vida, más a pelo es desear que pereciera, esto es, que no viniera este día antes que fuese, que desear que perezca lo que ya tuvo fin y no tornará a ser otra vez. Pereciera, pues, dice, el día en que yo naciera, y la noche que dijo: Concebido varón. Lo más ordinario es nacer de día, y ser concebidos de noche; y ansí convenientemente da al día el nacimiento, y la concepción a la noche; y desea que lo uno y lo otro no hubieran sido jamás. O digamos ansí, que la palabra original, que es aquí concebir, quiere también decir o parir o nacer; y ansí como quien no sabía cierto si nació o de noche o de día, para no errar, dice mal de día y dice mal de noche, diciendo: Nunca fuera el día en que yo nací, si día fue cuando yo nací; o, si fue noche, la noche, en que fue a mi madre dicho que paría un hijo, nunca fuera jamás. La noche que dijo, al pie de la letra y la noche dijo: Concebido varón. Por manera que se puede entender la noche, o cuando fue dicho, o que ella dijo concebido varón; que es decir, la noche que con su sazón y sueño obró después del ayuntamiento el concepto porque el decir es obrar en esta Escritura. Síguese:

3. Aquel día sea escuridad; no lo busque Dios de arriba y no resplandezca sobre él claridad; que es decir, como dije: Fuera escuro aquel día; no le buscara Dios de arriba ni resplandeciera sobre él claridad; en que dice lo mismo que dijo en el primer verso, pero más declarado y encarecido con hermosas palabras. Porque no haber sido aquel día es lo mismo que no haber nacido aquella luz, ni haberse vuelto él cielo para dar esa vuelta.

Fuera escuridad, esto es, no fuera; porque la escuridad es lo contrario del día, y en comparación del ser es como el no ser. No te buscara Dios de arriba, esto es, no volviera Dios el primer cielo para hacer esta vuelta; porque el día una vuelta es, que da el cielo a la redonda; y dice con propriedad y elegancia, no le buscara, porque Dios, revolviendo los cielos, según la prisa grande con que los vuelve, parece que va buscando los días con diligencia y deseo; y ansí este buscar, en su original, no es buscar como quiera, sino buscar con ahínco y cuidado, como quien pesquisa o persigue.

4. Entúrbiele escuridad y tiniebla, more sobre él nube, asómbrenle amarguras de día. Entúrbiele, esto es, enturbiárale, y morara sobre él, y asombrárale, como arriba está dicho. Y es esto también un encarecimiento de lo mismo, tercera vez repetido, en que desea que hubieran concurrido juntas en aquel día todas las cosas, que suelen hacer ásperos y desabridos los días. Porque a unos días los hace tristes el ser nublados; a otros ser tempestuosos con torbellinos; en otros suceden tempestades negras como la noche, y cerradas, y que son como una sombra de muerte; y los bochornos y las calinas otras veces no sólo turban el cielo, mas hacen amarga e incomportable la vida. Pues lo que cada uno por sí hace el día malo, eso todo junto quisiera Job que viniera a su día; que los turbiones le cerraran, y las tinieblas le hicieran triste, y las nubes espesas le robaran la luz, y el bochorno le hiciera insufrible. Porque lo que decimos amarguras de día, en su original es lo que en español llamamos calinas, cuando en el verano o estío se espesa y escurece el aire con vapores gruesos que, con el calor encendido, se convierten en horno, de manera que respiran los hombres fuego y padecen increíble tormento. Y conforme a esto usó bien de la palabra asombrar, que dice espanto y pavor, porque, cuando acontece, se pone temeroso todo; y no sólo el semblante del cielo tiene un escuro triste, mas también las nubes que le enraman están como teñidas de herrumbre, y el aire se colora de entre pardo y amarillo, y todo lo que por su medio se mira parece también amarillo, y ansí hace horror en una cierta manera. Dice:

5. A aquella noche tómela tiniebla; no se ayunte con días de año, y en cuenta de meses no venga. Ha dicho del día de su nacimiento; agora dice de la noche de su concepción. Tómela, dice, tiniebla, esto es, ¡ojalá las tinieblas la tomaran, y nunca se ayuntara con días de año ni viniera en cuenta con meses! Y desear que la tomara tiniebla es desear que fuera más escura de lo que de suyo fue, o es desear que no fuera; que la tiniebla y escuridad significa el no ser algunas veces, porque ninguna cosa luce menos que lo que no es. Y parece ser ansí por lo que se sigue, esto es: no se ayuntara con días de año, ni viniera en cuenta con meses, que acontece solamente no siendo.

6. Veis; aquella noche sea solitaria, no venga canto en ella, o se entienda sea solitaria, esto es, ¡ojalá fuera solitaria, y no sonara en ella canto!, en la misma forma de lo que arriba está dicho; o lo que más me parece es que hable en este verso, no deseando, sino afirmando de cosa ya pasada, y pronunciando lo que entonces pasó en aquesta manera; fue solitaria aquella noche, y no sonó canto en ella. Pues dice ansí: Veis, que es palabra que afirma algunas veces, y no solamente demuestra como hace en este lugar; porque dice: ciertamente, y sin ninguna duda aquella noche que dio principio a mi vida fue solitaria y triste noche. O, Y veis, dice, cómo fue ello ansí, que la noche de mi principio fue pronóstico de mi desdicha; y, como era madre de un miserable, fue ella solitaria y triste, demostrando que había respondido bien el suceso al agüero. Y llama solitaria a la noche, cuando guarda cada uno su casa, y no sale a rondar; y ansí todo está yermo, como acontece en las noches frías y tempestuosas. Y dice que no hubo canto en ella, en el mismo sentido; porque no hubo por las calles quien cantase, ni quien anduviese, dando música, que hace las noches alegres, y se suele hacer en las noches serenas y apacibles. Prosigue:

7. Maldíganla los que maldicen su día, dispuestos a despertar duelo. Lo que decimos duelo, en su original dice leviathán, que es palabra de diversos sentidos; y ansí Sant Hierónimo puso en lo que trasladó la misma palabra original, sin más declararse. Porque leviathán, según una significación, es o ballena o cualquier otro pez de enorme grandeza, que por figura en la Sagrada Escritura a veces significa el demonio. También leviathán, por otra manera, es palabra compuesta de dos partes que ambas dicen el lloro o el duelo de ellos. Y aun, según otra consideración, decir leviathán es decir ayuntamiento suyo. Y aunque se puede entender esta palabra aquí de todas maneras, la segunda es más sencilla y natural, a lo que a mí me parece bien que todas ellas se enderezan a un fin, porque por todas pretende Job mostrar con encarecimiento, cuánto aborrece y quiere mal aquella su noche, porque desea que digan mal de ella y la blasfemen los que, o por oficio o por ocasión, suelen señalarse más en lamentarse y en decir mal de lo que les viene a disgusto.

Y ansí, según la primera manera, dice que maldigan a esta su noche los que, dispuestos para la pesca o de las ballenas o de otros pescados, maldicen el día. Porque suelen decir que los pescadores, cuando han trabajado mucho la noche, que es a propósito para pescar en la mar, y se hallan vacíos al apuntar de la luz, reniegan desesperadamente del día y de sí, y maldicen su temprana venida. Y dice levantar a leviathán, con gran propriedad; porque en la pesca de las ballenas, según Opiano dice lo principal de los que las pescan es levantarlas de lo hondo de la mar (adonde heridas se dejan caer) a lo alto de ella, y el sacarlas a tierra. Y aun si leviathán es el demonio aquí por figura, aún encarece más Job lo que quiere: porque los dispuestos a levantar el demonio son aquí los hechiceros, y los que entran en cerco para traerle a su presencia; los cuales no sólo aborrecen la luz y la maldicen, si viene, o cuando viene a estorbarles su oficio (que es oficio que ama la noche), mas en esa misma obra de su cerco y conjuros usan de maldiciones espantosas y de palabras horribles.

Mas si leviathán es, como decíamos en la tercera manera, lo mismo que ayuntamiento y amistad, significa Job por él aquí que todos los conciertos a cuyos deleites favorecen las noches, la luz cuando viene los aparta y divide con desabrimiento de los que ansí se conciertan, que, enojados de ello, maldicen la luz que amanece.

Pero lo más sencillo es lo segundo, de que agora diremos en postrero lugar, que es la significación que el caldeo sigue aquí juntamente con otros hombres doctos y antiguos, que leviathán sea duelo y lamento. Conforme a lo cual, Job llama dispuestos para levantar duelo las que el español antiguo llamaba endecheras, que se alquilaban para llorar a los que morían, y los lloraban, como gentes para esto enseñadas, con gritos lastimeros y con voces dolorosas, y con todas las significaciones que demuestran dolor. Pues las que tienen por oficio el plañir, y las que ponen su cuidado y ingenio en saber lamentar; ésas quiere Job y desea que se acuiten de su día, y que le abominen y lloren. Bien es verdad que el caldeo autor, que dijimos, alza un poco más los ojos y, alargando la vista, por estos que hacen duelo no entiende ni cualquier manera de duelo, ni cualesquier personas que o de verdad o por arte se duelen, sino entiende y señala aquel duelo miserable y postrero que harán en la resurrección los condenados, cuando se vieren llevar al infierno. Porque dice ansí: Maldíganle los que maldicen el día de la venganza, los que están ordenados, para cuando resucitaren, levantar lamentable alarido; en que señala a los del infierno, que maldicen hoy día y maldijeron antes de agora y durarán maldiciendo aquel día en que se hizo de sus pecados venganza; al cual ansí agora le maldicen, que están dispuestos y como en víspera para maldecirle más amargamente después, cuando en la común resurrección, para su mayor tormento, cobraren sus cuerpos. Pues éstos quiere Job que le maldigan su día; o, por mejor decir, desea tener él palabras tan agras, tan encarecidas y de tanta significación y dolor como tienen aquéllos, porque, aunque su nacer no fue ser condenado, pero, según lo que de presente padece y según lo que se enajena Dios dél, a veces se le figura que nació para ser infeliz.

Dice más adelante:

8. Entenebrézcanse las estrellas de su noche; espere luz, y no, y no vea alboradas de la mañana. Dice: ¡Fuera tan noche aquella noche y tan tenebrosa y escura, que perdieran su luz las estrellas!; las cuales, no solamente lucen con la noche, mas, cuando la noche es muy escura, suelen ellas más lucir. Y ansí declara la fuerza de su afecto y de su dolor justo con el encarecido exceso de lo que pide. Porque quiere que la escuridad con que descubren más su luz las estrellas, aquélla se la quite y las escurezca, y desea que sea noche para ellas también; y que como en algunas noches con la sombra de la tierra, que llega al primer cielo enviada del sol, se eclipsa la luna, ansí en aquella noche llegara al cielo estrellado y le cubijara con escuro velo, del todo.

Esperara luz, y no, es razón cortada, y hase de añadir y no vea la luz. Que es decir y desear: quedara sepultada aquella noche en tinieblas eternas, esto es, que nunca fuera. Y lo mismo es por otra manera: Y no vea alboradas de mañana. Y no vea, esto es, y nunca viera. Lo que dice alboradas, en el original, o es pestañas o aquel movimiento que hacen las pestañas y los ojos cuando se mueven aprisa; que es semejante a lo que hace el cuerpo del sol, o los resplandores de luz, que parece bullen en él, si alguno ha mirado en ello, cuando por el oriente amanece, que es como abrir las pestañas la mañana. Y ansí podremos decir: Y no ved el pestañear de la mañana.

Dice:

9. ¿Por qué no cerró puertas de mi vientre, y encubrió lacería de mis ojos? El por qué no da causa, antes pregunta, y, prosiguiendo Job en su deseo, declárale más y dice: ¿Por qué, esto es, para qué no cerró? Que es decir: ¡Ojalá cerrara las puertas de mi vientre! Esto es, del vientre de su madre, que le llama suyo porque le tenía por casa y morada. ¿Y encubrió lacería de mis ojos? Esto es, y, teniéndome encerrado en sí, me quitara ver agora el mal que padezco; y ya que le abrió, para que naciese, la puerta, a lo menos, dice:

10. ¿Por qué de la vulva no morí, y del vientre saliera y expirara luego? Esto es, ¿por qué no morí en naciendo, y el salir del vientre, ya que de él salí, fuera para luego expirar? Y encarece y extiende aquesto mismo con lo que anda junto con el parto y con la crianza de lo que se pare, y dice:

11. ¿Por qué me anticiparon rodillas?, ¿y para qué tetas que mamé? Reciben las mujeres en su regazo a los niños que nacen, y luego que nacen; y es aquella la primera posada o el primer lecho que en esta vida hallan, luego que a ella salen del vientre. Allí se libran de herirse cayendo, y vienen como de un regazo a un otro regazo menos abrigado que el primero, pero piadoso y de buena y saludable acogida. Y ansí Job, como quisiera nacer y morir luego, dice que no quisiera hallar rodillas que le recibieran, ni pechos que le dieran leche, que son las cosas que conservan a los que nacen la vida; porque en las rodillas los envuelven y abrigan, y en los pechos los sustentan; y lo uno es como la primera cama, y lo otro como la mesa del niño. Y viene bien aquí el anticipar, como dice, porque al niño, que cuando va naciendo viene cayendo y como despeñándose, gánanle por la mano las rodillas de la comadre, y pónensele delante para recibirle, porque no se lisie.

12. Porque agora yaciera, y sosegara; durmiera entonces, y reposara. Porque, dice, si ansí fuera que, en viniendo a la vida, me pasara a la muerte, gozara agora de reposo y de descanso; ansí porque es estado sin pena el de los que pasan niños de esta vida, como también porque me excusara de este mal que padezco. Ansí que dice Job que descansara muerto, o porque habla en el sentido que he dicho, o porque habla del cuerpo solamente, en que padece tormento gravísimo; y en todos los muertos sin diferencia descansa el cuerpo, y carece de dolor en el polvo. Y con esto viene muy a pelo lo que en los versos después de éste se sigue.

13. Con reyes y consejeros de la tierra, los que edificaron despoblados para sí. Porque dice que si fuera ya muerto su cuerpo que agora padece, descansara hecho polvo con otros muchos cuerpos de reyes y príncipes y ricos-hombres; por cuanto a la razón de los cuerpos, ansí en el quedar sin sentido como en el desatarse y volverse en ceniza, todos los que mueren son iguales, ansí los pequeños como los grandes. Y responde con esto a lo que se le pudiera oponer, que se hacía agravio a sí mismo en anteponer a la vida la sepultura, porque dice que otros mayores y mejores que él yacen en ella, y porque es generalmente el reposo común adonde duermen los cuerpos de todos.

Con reyes y consejeros de la tierra, entiéndese durmiera, repitiendo la palabra de arriba. No dice, estuviera solo ni mal librado, que allí me hicieran compañía muchos grandes señores, porque al fin todos duermen allí. Con reyes y consejeros; consejeros llama los que presiden al gobierno, y por cuyo consejo las ciudades se rigen. Los que edifican despoblados para sí; entiende los mismos hombres que ha dicho, los príncipes y los reyes, los cuales de ordinario hacen para su deleite cosas de placer y de suntuoso edificio en los campos. Si no queremos entender por estos edificios los monumentos que para sus entierros según la costumbre antigua de Asia y de Egipto, hacían los reyes y los príncipes fuera de las ciudades y en los campos y en lugares apartados, con edificios de mucha costa y grandeza, como leemos de las Pirámides de los Faraones, y del mauseolo del rey de Caria, y del enterramiento de Ciro, que en la vida de Alejandro pone Arriano. Y si es esto, dice Job, durmiera mi cuerpo agora y descansara deshecho, como los de los reyes en sus ricos entierros descansan; que no porque en los edificios hacen ventaja a las sepulturas del vulgo, por eso la hacen en el reposo de que en ellas gozan todos. Y lo mismo es lo que añade:

14. O con príncipes, señores de oro, los que enllenan sus casas de plata. Esto es, durmiera también descansando mi cuerpo con los cuerpos de muchos hombres, ricos de oro y de plata, que duermen en el mismo sueño.

Mas dice:

15. O como abortado escondido no fuera; como chiquitos que no vieron luz. Este verso responde al onceno de arriba, y viene tras él porque los versos doce, trece y catorce están entremetidos como paréntesis. Y ansí porque dijo en el verso once que quisiera, luego que nació, haber muerto, y que ni le recibiera la comadre ni le diera el ama los pechos, dice aquí acrecentando más esto mismo: O siquiera nunca saliera vivo; fuera como los abortados ascondidos, que salen no sólo muertos, sino o imperfectos o ansí revueltos entre sus telas o tan mal formados, que no se dejan bien conocer, como chiquitos que no vieran luz, porque expiran antes que a ella salga.

Y si alguno dudare cómo Job, hombre sancto y alabado de Dios, dice que escogiera por bueno el morir antes de nacer, sabiendo que, si no naciera, no se pudiera limpiar del pecado, a esto decimos: lo uno, que esta manera de hablar de Job, es una significación de lo mucho que duelen los trabajos duros y la ansia que crían en quien los padece; en lo cual, según el común hablar de los hombres, se dicen muchas palabras por exceso y hipérbole, más para encarecer lo que se siente y para representarlo con viveza en los ojos de los que lo leen, que para que se apuren según lo puntual y riguroso de ellas. Y en un hombre tan sentido, y tan justamente sentido, tan acosado por todas partes, y tan no favorecido por alguna, como Job es aquí, prueba cierta es de su grande virtud que no desespere y que desee no haber venido a tal punto, muriendo antes, o por manera de exceso, nunca habiendo nacido, no es maravilla ninguna, antes es lo que dicta a cada uno su natural sentimiento; el cual no es vicioso, mientras no nos lleva (como arriba dijimos), o al aborrecimiento de Dios, o a la rabia de la venganza, o a muerte violenta o a otros medios no lícitos. Lo otro, como ya dije, puédese entender todo aquesto debajo de la condición que de su imaginación le nacía; la cual imaginación era si acaso Dios, pues le desamparaba tanto, le tenía ordenado al infierno; porque en tal caso era más de elegir el limbo, adonde fuera si muriera en el vientre, que el infierno, adonde le parecía llevar su sospecha. Lo tercero, en todo lo que se dice con algún afecto grande, nunca se dice todo cuanto se siente, sino cuanto son los sentimientos mayores tanto las palabras son más breves y menos. Y ansí se debe entender que, si Job dice deseaba haberse muerto en el vientre, cuando lo dice, con un encogimiento secreto y como volviéndose a Dios le dice y añade, más con el sentido que con la voz, una condición como ésta, es a saber: Con tal, Señor, que Vuestra Majestad me limpiara; y lo último es, que de la manera que agora decía, aquí no trata Job de todo sí, sino de su cuerpo sólo, en el cual compara lo que padece agora con lo que padeciera si muriera en el vientre. Y como allí no sintiera dolor, y aquí los siente gravísimos, en respecto de sólo esto tiene por mejor aquello, y ansí lo desea.

Prosigue:

16. Allí los malos cesaron de su alboroto y allí reposaron los alcanzados de fuerzas. Esto torna a responder a la sentencia de los versos que se entremetieron arriba, donde decía que, si se viera muerto, descansara su cuerpo con otros muchos cuerpos de reyes que en las sepulturas yacen. Porque allí, dice, esto es, en la sepultura, todos son iguales, no solamente en lo que es ir allí, sino también en lo que pasan allí; que allí ni los malos se muestran fieros, como solían, poniéndolo todo en ruido, ni los flacos y de poco poder sienten falta de fuerzas; sino éstos reposan, y los otros pausan, y todos están por igual. Y aún podemos decir que en este verso no trata de dos suertes de hombres, unos fieros y alborotadores, y otros debilitados y pobres y sujetos a padecer, sino que entiende de unos mismos en ambas partes, diciendo: los malos allí en la sepultura harán pausa de su contino bullicio, y la causa será porque reposarán allí alcanzados de fuerza, esto es, porque ya allí vendrá su fuerza a menos.

17. Juntamente los encarcelados sosegarán, no oirán voz de ejecutor. Como los malos y los que trabajan a otros, puestos en la sepultura, no meten el mundo en ruido, ansí dice, también los que vivieron afligidos y encarcelados, llegados allí, llegarán al fin de su trabajo. Ansí que la sepultura remata los trabajos y pone fin a los contentos; acaba el obrar mal de los malos, y fenece el padecer de los trabajados; y es como un fin y una pausa universal de todos y de todas sus obras.

Lo que decimos ejecutor o acreedor, quiere también decir atormentador. Y lo uno y lo otro dice bien con los encarcelados que ha dicho; porque unos están por deudas, y otros por delictos, y a los unos es amarga cosa el acreedor que les pide, y a los otros el verdugo que los pone a tormento.

Y, finalmente, compréhendelos a todos, y dice:

18. Pequeño y grande allí ellos: esclavo horro de su señor. Allí, esto es, en la sepultura que a todos los iguala, se juntan grandes y pequeños. Y porque ha encarecido lo mucho que deseara ser muerto, dice agora el porqué lo desea.

19. ¿Por qué se dará al desastrado luz, y vidas a amargos de corazón? Porque, dice, no hay dos cosas que menos amistad se hagan ni que menos para en uno sean, que vida y trabajos; que vivir para padecer, la misma razón lo aborrece: porque el vivir ordénase a bien del que vive, y el padecer es tormento y mal de quien le padece; y el dolor sin la vida no lo sería, y la vida con el dolor es sólo para que el dolor viva. Pues ¿para qué, dice, vive en esta luz el que es desastrado, pues no saca del vivir si no es sentir el desastre?

Y vidas, dice (ansí llama el vivir con número de muchedumbre la propriedad de la lengua hebrea), o porque es la vida nuestra una cosa remendada y como hecha de diferentes pedazos, que hoy se vive de una manera y mañana de otra, y cada día de la suya, agora alegre y luego triste, y después enfermo, y ya mozo, ya hombre, ya cano, ya viejo, y ninguno hay tan constante en su ser, que de una hora a otra se parezca a sí mismo; o porque el hombre no vive una vida sola, o con una manera de vida, sino juntamente con tres, como planta y como animal y como quien tiene discurso y razón.

Prosigue:

20. A los que buscan la muerte, y no ella, y la buscarán más que tesoro. Encarece más lo mismo que ha dicho, y lo confirma con nuevos y más claros términos. ¿Para qué, dijo, es la vida para los desastrados? Y para que mejor se entienda lo mal que conciertan desastre y vida, dice: ¿Para qué es la vida a los que desean la muerte ¿Qué cosa, dice, más a pospelo que vida a quien la aborrece? Y aborrécenla los desastrados. Esperan muerte, y no ella, esto es, y no les viene ella, antes les huye; y buscáranla, esto es, y buscaríanla, si concedido les fuese. Y encarécelo más, y dice:

21. A los que se alegran con regocijo y se gozan cuando hallan sepultura. Y de lo general viniendo a lo particular que le toca, y a su misma persona, añade:

22. A varón a quien su camino le fue encubierto, y le cercó Dios con tinieblas. Como diciendo: y para decirlo en una palabra, ¿para qué se da vida al hombre, que es como yo tan desastrado y miserable? Y declara la graveza de su calamidad y miseria por este rodeo de decir, que le tienen encubierto su camino; en que encarece su mal todo cuanto es posible. Porque camino en la Sagrada Escriptura es lo que uno hace y lo que dice y lo que pretende y el blanco adonde tira y el estilo de vivir y la inclinación suya y el gusto proprio. Y ansí diciendo Job que le han encubierto el camino, dice que no le han dejado cosa que buena le sea, que lo que hace no le sucede, lo que dice no le aprovecha, sus pensamientos le atormentan, sus intentos le huyen, sus designios se le deshacen, en nada halla su gusto, adondequiera que vuelve, y en todas las cosas que o piensa o dice o hace no halla por dónde camine. Y como el que camina con priesa, si llegando a la cabeza de muchos caminos no sabe el camino, padece agonía, suspenso, que ni puede ir adelante ni su priesa le consiente estar quedo, y cuanto más se revuelve tanto menos se resuelve, ansí, dice Job, he venido a punto que no sé qué me hacer, que ni puedo sostener esta vida ni se me permite tomar con mis manos la muerte. Por ninguna parte a que vuelvo los ojos me consienten dar paso. Dios me espanta si le miro; mis criados me desconocen si los llamo; mis hijos llevólos la muerte; mi mujer misma es mi enemiga; mi cuerpo es mi tormento. Y si quiero entrar dentro en mí, mi más crudo verdugo son las imaginaciones de que está llena mi alma. Por ninguna parte descubro ni un pequeño resquicio de esperanza y de luz.

Y por eso dice: Y cercóme Dios con tinieblas; aunque el original dice puntualmente de esta manera: Y cubijó o atajó Dios por él; que puede significar cubijó Dios por él, esto es, púsose Dios como cubija o como mampara delante de mi camino para que no le viese; de manera que aquella palabra por él se refiere al camino que dijo. O puede decir que puso Dios división de sombra y estorbo entre sí y entre Job, para que ni el consuelo de Dios viniese a su alma ni los dolores y voces de él traspasasen al cielo; y de ambas maneras dice, que está envuelto en tinieblas, como trasladó Sant Hierónimo. De lo cual todo en efecto quiere Job concluir, que, siendo él quien ha dicho desastrado, amargo de corazón, deseoso de muerte y que, si le fuese lícito, la buscaría como tesoro, y que, si hallase la sepultura, sería su mayor regocijo, y que le tienen cubierto el camino por todas partes. Ansí que, siendo éste él, lo que mejor le estuviera fuera el no haber nacido o el habérsele acortado la vida.

En lo cual ansí declara su sentimiento este sancto y lo que la carne flaca apetece en los muy afligidos, que también, como un espejo, nos muestra lo poco que vale lo que en la vida hay y con ello la vida misma. En la cual el bien siempre es escaso, y los males muy largos, lo gustoso viene a deseo y lo amargo casi en toda ocasión; donde, si no es el padecer, todo es breve; donde cuantas horas vive, tantas corre riesgo el hombre de perecer para siempre, y donde a la fin se nace para morir. Porque ansí como quien camina o por breñas y riscos con peligro de despeñarse, o por lugares de salteadores temiendo a su vida, aborrece el camino y desea verle acabado, y si en su mano fuera jamás por él caminara, ansí aquesta vida, en que se camina siempre con tanto peligro, debe ser despreciada; y pues nacemos para morir y el paradero de la vida es la muerte, acortar de trabajos es llegar allí más temprano. Y de la consideración atenta de esta verdad clara nació lo que se celebra de Sileno, que dijo: La mejor suerte es no nacer, y la segunda tras ella el morirse en naciendo.

Mas prosigue Job, y dice:

23. Porque antes de mi pan mi sospiro viene, y corren como agua mis gemidos. Porque, dice, siempre el mal gana por la mano, y mi sospiro viene antes que mi descanso, y de un pequeño y breve contento pago el escote agora con increíbles tormentos, los cuales, cuando intento mitigarlos o con la medicina o con la comida, se me vuelven mayores; y el ir al remedio encrudece el dolor, y si como, crece mi sospiro, y si duermo, mi espanto. O por decir más verdad, el pan que me sustenta es sospiros, y el agua que bebo gemidos, y miseria y amargor es mi mesa.

Porque antes de mi pan mi sospiro viene. No faltan algunos, y entre ellos es Sant Hierónimo, o quien escribió la declaración de este libro que anda en su nombre, a quien parece que una de las enfermedades de Job fue hambre insaciable por una parte, y por otra no poder sufrir la comida. Que es enfermedad a quien Galeno y Tralliano y Paulo Egineta llaman bulimos, que nace de calor destemplado del estómago y de flaqueza del mismo. Y ansí el calor despierta contina hambre, y la flaqueza cría congoja en comiendo. De manera que dice Job que antes de la comida sospiraba por ella, y luego que había comido, bramaba de dolor del manjar. Por donde a todas horas sospiraba deseando comer, y gemía dolorosamente por lo que había comido. Y dice que sus gemidos eran como agua, o por la muchedumbre o, a la verdad, por la manera del ruido sordo y contino, cual es el de las muchas aguas que corren. Que llevándolo a nuestras costumbres, es el ingenio proprio de los que sirven a sus deseos, los cuales siempre están con hambre de los bienes que, comidos, los atormentan; y sospiran antes de la riqueza por alcanzarla, y, alcanzada, gimen y laceran con ella; y anhelan por venir a la honra, y, puestos en ella y con sus obligaciones, no pueden vivir; y siguen sin rienda el deleite, y no llegan a él tan presto, cuan presto les llega con él la venganza; y no fue tanto el deseo primero, cuanta es después la congoja y enfado. Y ansí Job aquí, cuando habla del deseo, dice sospiro, y cuando del dolor que se sigue dice gemidos; y aquello dícelo sencillamente, mas esto con encarecimiento de comparación. Porque dice que son como avenida de río, que no se esperan a los unos los otros ni se aguardan, antes vienen juntos y en tropel, y como agua de avenida le anegan. Y si en el Apocalipsi manda Dios a los atormentadores que den a Babilonia tanto tormento cuanto fue el deleite y el gozo, entiéndese que mide la pena, no con el deleite que recibió en realidad de verdad, sino con el deseo encendido que deleitarse tuvo. Porque el deleite de lo que aquí se goza, ¿qué es? Mucho menos dulce sin comparación, que amarga y dolorosa la pena que dél se granjea, y no llega con gran parte a lo que después atormenta. Ni se dirá bien por él lo que dice el vulgo: A buen bocado, buen grito, sino a bocado menguado, grito amargo y perpetuo.

Prosigue:

24. Que temor temí y vínome, y lo que temí vino a mí. Natural es a los que les sucede algún desastre decir que su alma se lo decía y que no les engañó el corazón. Y ansí agora a Job su pena le trae a la boca lo mismo, y dice que siempre anduvo con recelo, y siempre como sobresaltado y temiendo alguna gran desventura, y que su alma le fue siempre como adevina. En que da claramente a entender que todo el decurso de su vida, aunque la primera parte de ella pudo parecer descansada, en el hecho de la verdad fue miserable, al principio con el recelo del mal que temía, y después con la experiencia de él cuando vino. Y a la verdad, este miedo que afligía a Job desde que tuvo sentido, Dios le despertaba en él por su providencia, con la cual dispone y va como apercibiendo a los suyos para aquello que tiene ordenado les venga. Y a los que tiene para trabajos, y para trabajos a quien han de vencer, como en cierta manera los hace a las armas poco a poco; y, si es lícito decirlo, ansí los curte para su sufrimiento y les endurece o embota el sentido; unas veces criando en su ánimo muy de antes una desafición y poco gusto de todas las cosas visibles, con que, cuando las pierden, llevan egualmente el perderlas; otras, ejercitándolos con perpetuo temor de lo mismo que les tiene ordenado, con que en parte lo tragan. Porque, acostumbrados al temor de la pérdida, sienten menos el padecerla después, por cuanto la costumbre es muy poderosa en todas las cosas. Y entendemos que usa Dios con los suyos de esta prevención y artificio, porque con los que por sus pecados desama, no usa dél muchas veces; antes de ordinario cae sobre ellos de golpe cuando están más seguros, y gusta en una cierta manera de tomarlos desapercebidos, como hablando en la Sabiduría Dios con los malos, les dice: Despreciastes todos mis consejos, y de mis reprehensiones no hicistes caso. Pues yo también me reiré cuando pereciéredes, y haré escarnio de vosotros cuando os sobreviniere lo que teméis. Cuando la calamidad de repente viniere sobre vuestras cabezas, y cuando la desventura a deshora como tempestad os cargare; cuando os viniere la tribulación y la angustia. Y en el Evangelio de Sant Lucas, a aquel rico y contento con su trojes llenas de trigo, cuando se tuvo por más seguro y cuando dijo a su alma que descansase y comiese, que tenía por largos años segura la vida, le dijeron ansí: Necio, pues, esta noche te llamarán a la cuenta. Mas a Job, como a siervo suyo, avísale Dios con los miedos que le enviaba de lo que había después de pasar. Y estos miedos que vienen antes, no solamente hacen callos en el alma para que sienta menos lo que le sucede después, mas también crían cuidado en ella para vivir de manera que lo que sucediere, si sucediere, no sea por culpa suya.

Y ansí Job añade:

25. ¿No me apacigüé?, ¿y no me sosegué?, ¿y no me reposé? Y vino temblor. Porque estas palabras se pueden entender dichas por manera de pregunta, ansí como las entendió y trasladó Sant Hierónimo; y según esta manera quieren decir que con temer de contino algún grande trabajo, y con no saber por qué lado le vendría, siempre procuró de tomar los caminos todos por donde suelen venir para que nunca viniese. Y que ansí procuró siempre de vivir pacíficamente con los hombres y justificadamente con Dios; pero que a la fin le salió en vacío toda su diligencia. Y dícelo preguntando para mayor significación de dolor. Como diciendo: ¿Por ventura dejé de hacer cosa de cuantas debía para no venir al estado en que estoy? Sin duda no la dejé; y no obstante eso, vino temblor sobre mí. Y llama temblor a todo lo que es malo y doloroso, porque eso sólo es lo que hace temblar. O puédese entender sin pregunta, y de esta manera: No me apacigüé, no me asosegué, que es afirmar que nunca hizo asiento en las cosas de esta vida ni puso su amor en ellas, de manera que hiciese allí su reposo, ni jamás las tuvo por fin, ni se persuadió que en tenerlas se podía tener por seguro. Porque si se fiara ansí, fuera su merecido perderlas, y era justo que se le quitase lo que amaba tan mal, y que conociese por el hecho lo poco que se puede fiar de estos bienes. Mas habiéndolos siempre conocido, no dio causa; y andando tan desapegado en el ánimo, no parece se le debía la calamidad que padece.

Y con esto da fin.