Exposición del Libro de Job/Dedicatoria

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El maestro Fray Luis de León en el Libro de Job a la muy religiosa madre Ana de Jesús, carmelita descalza.

Todos padecen trabajos, porque el padecer es debido a la culpa, y todos nacen en ella; pero no los padecen todos de una misma manera, porque los malos a su pesar y sin fruto, los buenos con utilidad y provecho. Y de los buenos, unos con paciencia, y otros con gozo y alegría, que es proprio efecto de la gracia del Evangelio, de que Sant Pablo dice en su persona: Ya nos gozamos en las tribulaciones. De éstos es V. R. y las demás de su Orden, que descansan cuando padecen por mostrar lo que aman. Que el amor de Cristo que arde en sus almas, mostrándose, descansa, y padeciendo, se muestra; y ansí padecen con gozo; y si no padecen, tienen hambre de padecer y la descubren siempre que pueden, y en todo lo que pueden. Y de ella nace agora mandarme V. R. le declare el Libro de los sucesos y razonamientos de Job. Que como los valientes soldados gustan de conocer los hechos hazañosos de los que fueron, ansí V. R., en esta milicia de paciencia que profesa, desea reconocer este ejemplo excelente, que tal es el de Job, como por su escritura parece. La cual escritura es útil de muchas maneras: porque no sólo es historia, sino doctrina y profecía; porque, demás de que nos cuenta los azotes de Job y su paciencia, también nos compone las costumbres y nos profetiza algunos misterios venideros; y esto en verso y en forma de diálogo, porque más se guste y mejor se imprima.

Verdad es que el estilo poético y la mucha antigüedad de la lengua y del libro le hacen muy escuro en no pocos lugares. Mas esta escuridad vencerá con sus oraciones V. R., que obligada es a favorecerme con ellas, pues pone este peso en mis hombros. En que hago tres cosas: una, traslado el texto del libro por sus palabas, conservando, cuanto es posible, en ellas el sentido latino y el aire hebreo, que tiene su cierta majestad; otra, declaro en cada capítulo más extendidamente lo que se dice; la tercera, póngole en verso, imitando muchos santos y antiguos que en otros libros sagrados lo hicieron y pretendiendo por esta manera aficionar algunos al conocimiento de la Sagrada Escritura, en que mucha parte de nuestro bien consiste, a lo que yo juzgo.

Pues ansí como no sabemos con certidumbre el autor de este libro, que unos dicen que Moisés y otros que antes de Moisés, ansí V. R. ha de tener por sin duda que es libro sagrado y canónico. En el cual el Espíritu Santo nos cuenta, lo primero, la virtud y prosperidad de Job; lo segundo, su azote, y lo tercero, las razones que pasó con unos compañeros suyos que, viniendo a consolarle, se pusieron a reprenderle, que es la mayor dificultad que en él hay, porque muchas veces parece que Job y sus compañeros dicen lo mismo, siendo los intentos contrarios. Para cuyo entendimiento advertimos que Job, querellándose, dio a entender que padecía sin culpa; de que, ofendidos sus compañeros, porfían que se engaña y que es pecador. Y pruébanlo así:

Dios es justo;
luego castiga a solos los pecadores.
Tú eres castigado de Dios;
luego eres pecador.

Y sobre este argumento, como sobre quicio, se rodea todo lo que dicen los primeros tres compañeros. Y en lo que más se detienen es en probar, lo primero, «que es la justicia de Dios», que a la verdad es lo más cierto y lo menos necesitado de prueba. Mas insisten en ello porque, a su parecer, lo demás nace de allí por fuerza de consecuencia. Y pruébanlo con hacer claro por diversas maneras que Dios es bueno y sabio y poderoso, diciendo grandezas de la bondad de Dios y de su saber y poder. Porque el ser injusto uno siempre le viene, o de saber poco o de poder menos o de ser mal inclinado; que, como se sabe, las fuentes de todo lo malo son o flaqueza o ignorancia o malicia. A esto responde Job, y en lo que responde confiésales esta primera parte, que toca a la justicia de Dios; y no sólo la confiesa, mas él también la prueba y se extiende en decir maravillas de estos divinos atributos. Pero niégales lo que de ellos coligen, y persevera en defender su inocencia, y les prueba que no son pecadores todos los que Dios en esta vida castiga. En que, en suma, afirma dos cosas:

Una: No siempre castiga Dios en esta vida a los pecadores, ni son pecadores todos los que Dios en ella aflige.

Otra: Yo no he pecado de manera que merezca el mal que padezco.

Y cuando afirma esto último, aguzado del dolor y de la porfía de los que sin razón le condenan, parece alguna vez que excede en palabras, volviéndose a Dios y pidiéndole que se ponga con él a juicio y averigüe aqueste azote con él. Por lo cual, a lo último, sale Eliú, el cuarto de los amigos, y no aprobando las razones de los primeros, condena a Job por otra razón nueva, diciendo que, a lo menos, peca en ponerse con Dios a juicio. Y ansí lo que pretende es probar, no que fue pecador, sino que se debe Job sujetar a Dios y callar y tener por bueno lo que hace. Y pruébalo de aquesta manera:

Las obras de Dios, y lo que pretende en lo que hace, no lo puede saber el hombre;

Luego debe con paciencia juzgar bien de lo que Dios hace, y no pedirle razón de ello.

La primera de estas dos cosas, de que la segunda necesariamente se sigue, pudo Eliú probarla con ejemplos palpables de las cosas que Dios hace, y no las entendemos los hombres; mas no la prueba por esta vía, antes, multiplicando razones impertinentes, la escurece y confunde. Y ansí Eliú no erró en lo principal de su intento y en lo que probar pretendía, sino en no acertar a probarlo. Por donde Dios, a la fin, se descubre, y lo primero, reprende a Eliú de que una cosa tan clara como es no penetrar el hombre las obras y los juicios de Dios, no supo probarla; y lo segundo, vuelto a Job, le prueba con razones claras lo que confundía Eliú con palabras escuras. Y ansí el intento de Dios es el mismo de Eliú: persuadir a Job que tenga por bueno lo que hace con él y no quiera saber por qué causa lo hace, ni pedirle cuenta a razón. Y arguye como Eliú argüía:

El hombre no puede alcanzar las obras de Dios ni sus fines;

Luego debe con paciencia juzgar bien de lo que Dios hace, y no pedirle cuenta.

Y lo primero de esto prueba Dios en su discurso por manifiesta manera, haciendo alarde de muchas cosas que traemos entre las manos, que las hace Él, y el hombre, aunque las ve, no las entiende; como son las obras naturales y ordinarias. De donde necesariamente concluye que, si no conocemos lo ordinario que Él hace, mucho menos podremos alcanzar lo extraordinario y los fines secretos que en ello sigue. Job reconoce su exceso luego, y humíllase. Y Dios, que sabía su sencillez y bondad y que había defendido con verdad su inocencia, no se enoja con él, y enójase con sus tres amigos, porque hablaron mal en tres cosas: una, que impusieron a Job que era malo; otra, que afirmaron que Dios no azota aquí sino a solos los malos; la tercera, que de estas dos mentiras quisieron quedar por justo, si quedaba Job por bueno, o si no se valiera de apoyos tan flacos y tan falsos.

Esto, pues, bien entendido, en las escuridades de este Libro dará mucha luz.

El cual libro comienza así: