Facundo (1874)/Carta-prólogo de la edición de 1851
Carta-prólogo de la edición de 1851
[editar]Señor Valentín Alsina:
He usado con parsimonia de sus preciosas notas, guardando las más sustanciales para tiempos mejores y más meditados trabajos, temeroso de que por retocar obra tan informe, desapareciese su fisonomía primitiva y la lozana y voluntariosa audacia de la mal disciplinada concepción.
Este libro, como tantos otros que la lucha de la libertad ha hecho nacer, irá bien pronto a confundirse en el fárrago inmenso de materiales, de cuyo caos discordante saldrá un día, depurada de todo resabio, la historia de nuestra patria, el drama más fecundo en lecciones, más rico en peripecias y más vivaz que la dura y penosa transformación americana ha presentado. ¡Feliz yo, si como lo deseo, puedo un día consagrarme con éxito a tarea tan grande! Echaría al fuego entonces de buena gana cuantas páginas precipitadas he dejado escapar en el combate en que usted y tantos otros valientes escritores han cogido los más frescos laureles, hiriendo de más cerca, y con armas mejor templadas, al poderoso tirano de nuestra patria.
He suprimido la introducción como inútil, y los dos capítulos últimos como ociosos hoy, recordando una indicación de usted, en 1846 en Montevideo, en que me insinuaba que el libro estaba terminado en la muerte de Quiroga.
Tengo una ambición literaria, mi caro amigo, y a satisfacerla consagro muchas vigilias, investigaciones prolijas y estudios meditados. Facundo murió corporalmente en Barranca-Yaco; pero su nombre en la historia podía escaparse y sobrevivir algunos años, sin castigo ejemplar como era merecido. La justicia de la historia ha caído ya sobre él, y el reposo de su tumba, guárdanlo la supresión de su nombre y el desprecio de los pueblos. Sería agraviar a la historia escribir la vida de Rosas, y humillar a nuestra patria recordarla, después de rehabilitada, las degradaciones por que ha pasado. Pero hay otros pueblos y otros hombres que no deben quedar sin humillación y sin ser aleccionados. ¡Oh! La Francia, tan justamente erguida por su suficiencia en las ciencias históricas, políticas y sociales; la Inglaterra, tan contemplativa de sus intereses comerciales; aquellos políticos de todos los países, aquellos escritores que se precian de entendidos, si un pobre narrador americano se presentase ante ellos como un libro, para mostrarles, como Dios muestra las cosas que llamamos evidentes, que se han prosternado ante un fantasma, que han contemporizado con una sombra impotente, que han acatado un montón de basura, llamando a la estupidez energía; a la ceguedad talento, virtud a la crápula, e intriga y diplomacia a los más groseros ardides; si pudiera hacerse esto, como es posible hacerlo, con unción en las palabras, con intachable imparcialidad en la justipreciación de los hechos, con exposición lucida y animada, con elevación de sentimientos, y con conocimiento profundo de los intereses de los pueblos, y presentimiento fundado en deducción lógica, de los bienes que sofocaron con sus errores y de los males que desarrollaron en nuestro país e hicieron desbordar sobre otros ¿no siente usted que el que tal hiciera podría presentarse en Europa con su libro en la mano, y decir a la Francia y a la Inglaterra, a la Monarquía y a la República, a Palmerston y a Guizot, a Luis Felipe y a Luis Napoleón, al Times y a la Presse: ¡Leed, miserables, y humillaos! ¡He ahí vuestro hombre; y hacer efectivo aquel Ecce Homo, tan mal señalado por los poderosos al desprecio y al asco de los pueblos!
La historia de la tiranía de Rosas es la más solemne, la más sublime y la más triste página de la especie humana, tanto para los pueblos que de ella han sido víctimas como para las naciones, gobiernos y políticos europeos o americanos que han sido actores en el drama o testigos interesados.
Los hechos están ahí consignados, clasificados, probados, documentados; fáltales, empero, el hilo que ha de ligarlos en un solo hecho, el soplo de vida que ha de hacerlos enderezarse todos a un tiempo a la vista del espectador y convertirlos en cuadro vivo, con primeros planos palpables y lontananzas necesarias; fáltales el colorido que dan el paisaje, los rayos del sol de la patria; fáltales la evidencia que trae la estadística que cuenta las cifras, que impone silencio a los fraseadores presuntuosos y hace enmudecer a los poderosos impudentes. Fáltame para intentarlo interrogar el suelo y visitar los lugares de la escena; oír las revelaciones de los cómplices, las deposiciones de las víctimas, los recuerdos de los ancianos, las doloridas narraciones de las madres que ven con el corazón; fáltame escuchar el eco confuso del pueblo, que ha visto y no ha comprendido, que ha sido verdugo y víctima, testigo y actor; falta la madurez del hecho cumplido y el paso de una época a otra, el cambio de los destinos de la nación, para volver con fruto los ojos hacia atrás, haciendo de la historia ejemplo y no venganza.
Imagínese usted, mi caro amigo, si codiciando para mí este tesoro, prestaré grande atención a los defectos e inexactitudes de la vida de Juan Facundo Quiroga, ni de nada de cuanto he abandonado a la publicidad. Hay una justicia ejemplar que hacer y una gloria que adquirir como escritor argentino: fustigar al mundo y humillar la soberbia de los grandes de la tierra, llámense sabios o gobiernos. Si fuera rico, fundara un premio Monthion para aquel que lo consiguiera.
Envíole, pues, el Facundo sin otras atenuaciones, y hágalo que continúe la obra de rehabilitación de lo justo y de lo digno que tuvo en mira al principio. Tenemos lo que Dios concede a los que sufren, años por delante y esperanzas; tengo yo un átomo de lo que a usted y a Rosas, a la virtud y al crimen concede a veces: perseverancia. Perseveremos, amigo, muramos, usted ahí, yo acá; pero que ningún acto, ninguna palabra nuestra revele que tenemos la conciencia de nuestra debilidad y de que nos amenazan para hoy o para mañana tribulaciones y peligros. - Queda de usted su afectísimo amigo
Yungay, 7 de abril de 1851.