Federico Ruiz
Nota: Se ha conservado la ortografía original.
De la serie:
NECROLOGIA.
La muerte, como decimos en la Revista semanal de este número, ha venido á privará la patria de uno de sus hijos predilectos, arrebatándonos á Federico Ruiz cuando apenas contaba treinta y un años de edad. Discípulo de Vallejo y de Villamil, que desde los primeros dias de su enseñanza, conocieron en él las mas felices disposiciones, recompensó ampliamente con su aplicación y sus progresos el celo y el interés empleados por sus maestros, y pronto se halló en estado de adquirirse por sí mismo los medios de subsistencia y un nombre que, si no muy conocido aun del público, lo era ya bastante entre sus compañeros, que le estimaban, además, por su modestia, grande como llegó á serlo su mérito, y por su carácter simpático y benévolo, nunca torcido por las pequeñas pasiones que suelen agitarse en el mundo del arte.
Federico Ruiz era un gran acuarelista y un gran dibujante: establecido en cualquiera de esos centros de actividad que, como París y Lóndres, tienen el privilegio de consagrar y universalizar el nombre del verdadero genio y aun de no pocas medianías, y dedicado sobre todo al paisaje, en el cual rayaba hasta donde pocos, por ser su especialidad, hubiera sido un Calam, y hubiera ocupado un puesto de los mas importantes y legítimos, y dejado una fortuna considerable á su familia. Nacido y establecido en Madrid, sólo deja una herencia de lágrimas á su familia y un recuerdo en el estrecho círculo de amigos del arte, que supieron apreciar sus cualidades eminentes. Muestras numerosísimas existen de ellas en El Museo Universal, y en otras publicaciones del establecimiento de los señores Gaspar y Roig, que, por sus talentos, por la afabilidad de su carácter y por haberlo ocupado constantemente durante largos años, lo consideraban ya como individuo de su propia familia. A Federico Ruiz se deben la mayor parte de los paisajes, retratos, monumentos, vistas, y otra infinidad de dibujos, ya originales, ya reproducciones de cuadros, como el de la Capilla Sixtina, que los suscritores á El Museo v á las demás obras de la casa de Gaspar y Roig habrán admirado con frecuencia, y que demostraban la facilidad suma, la esquisita gracia, la corrección hasta en los menores detalles, la fidelidad artística, y el golpe de vista que como pocos poseía Ruiz, cuyo lápiz se había ejercitado en todos los géneros, porque aquí el artista ha de servir para todo, so peña de renunciar hasta lo mas indispensable para vivir con estrechez, si ha de consagrarse esclusivamente á aquello á que mas le inclina la índole de su talento. Para mejor comprender la exactitud de lo que decimos, conviene tener présentes algunas circunstancias, y entre ellas una esencialísíma, y es la consideración de los elementos con que, asi artistas como escritores y editores, cuentan en España. Colóquese á los de otros paises en condiciones idénticas, y quizá no sea aventurado afirmar que les seria difícil obtener resultados tan satisfactorios. Nuestro pesimismo y nuestro poco amor á las glorias nacionales, nos condenan á la triste condición de simples admiradores de todo lo estraño, merézcalo ó no lo merezca, y despreciamos lo propio, sólo por serlo, y sin reflexionar que ninguno de los pueblos que hoy figuran mas ha subido en un dia á la altura en que los vemos, sino después de muchas y muy dolorosas pruebas.
Hagamos justicia á los que, como Federico Ruiz, han vivido una vida modesta, honrada y laboriosa, y coloquemos sobre la humilde losa bajo la cual se guardan sus restos mortales, la corona de laurel que otros pueblos mas afortunados depositan sobre los soberbios monumentos que erigen á los que han hecho algo por su grandeza.