Felipe Gil de Taboada (Retrato)
D. FELIPE GIL DE TABOADA.
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Entre las turbulencias de las guerras de sucesión á los principios del siglo XVIII quando los derechos de la augusta casa de Borbon y las pretensiones de la de Austria fiaban á la suerte de las armas el imperio de la Monarquía Española; quando los partidos y las rivalidades levantaban el estandarte de la discordia; quando la opinión vacilaba, y de resultas de las invasiones enemigas y de los alborotos de los pueblos se resentían hasta los fundamentos de la constitución nacional, entónces mismo abrigaba la Nación algunos genios privilegiados, que salvándola de tantos peligros y habían de restituirla á su antigua gloria y esplendor.
En este número contamos al Excmo. Sr. D. Felipe Gil de Taboada, que nació en 1° de Mayo de 1668 de una de las familias ilustres del Reyno de Galicia, en cuyo seno recibió la primera educación, que completó en la Universidad de Santiago y en el Colegio mayor de Fonseca, ocupando la cátedra de Prima de leyes con gran aplauso, quando apénas rayaba en el límite de la juventud, y sosteniendo en Madrid con feliz éxito ante el Consejo de Castilla los derechos de su Colegio vulnerados por un poderoso rival. De allí pasó en 1700 á concluir sus estudios en el Colegio mayor de Cuenca en Salamanca, mereciendo poco después ser elegido para la prebenda Penitenciaria de Oviedo, y sucesivamente para la Doctoral de Toledo, acreditándose en ambas oposiciones, y haciendo resonar con aprecio el eco de su nombre en tan distinguidos concursos. Conseqüencia fué de este ventajoso concepto que el Cabildo de aquella metrópoli le confiriese en la sede vacante la Vicaría general de Madrid en 1709, en circunstancias tan críticas en que era muy delicada la administración de justicia con personas de bandos opuestos, que de continuo comprometían su fortuna y su reputación. Pero el carácter firme y enérgico del Sr. Gil y su constante fidelidad á Felipe V le encaminaron por el sendero de la justicia, no sin amargos sinsabores, que sobrellevó con exemplar heroísmo. Una carta del Archiduque Cárlos al Cabildo de Toledo, para que al instante hiciese salir de Madrid al Vicario por convenir así á su servicio, obligó á que, anticipándosele este aviso, se restituyese á su comunidad; pero sabedor de todo Felipe V le mandó ir á su presencia pronta y reservadamente al campo real de Talavera. Allí fué donde este Monarca entre sus consultas y confianzas penetró todo el fondo de rectitud, fidelidad é instrucción del Sr. Gil, y allí donde le preparó á las altas dignidades que después obtuvo. Confióle por entonces la presidencia de la Chancillería de Valladolid, que renunció con moderación, y hubo de aceptar por obediencia; pero que desempeñó tan á satisfacción del Rey, que para tenerle á su lado le nombró Comisario general de Cruzada, y poco después Obispo de Osma. No sin larga demora y prudente detención admitió este delicado ministerio, considerando (como decía él mismo) que Dios gobierna con especial asistencia los corazones de los Reyes; y quando aceleraba sus pasos para trasladarse en medio de su grey, le detuvo de nuevo el Soberano haciéndole su Consejero de Estado y Gobernador del Consejo de Castilla. ¡Quanto no trabajó en estos distinguidos destinos para corresponder á tan honrosas confianzas! Desde luego restableció el órden de la justicia menoscabado ó perdido entre el tumulto de las guerras y bandos intestinos, restituyendo los Tribunales, los Consejos y la Cámara de Castilla á su primitivo esplendor, turbado no poco con las reformas que habían introducido algunos famosos innovadores. Despachaba con el Rey todos los asuntos eclesiásticos como Secretario de Gracia y Justicia, y supo conservar ilesa la antigua disciplina de la Iglesia en medio de ciertas máximas ultramontanas, que empezaban ya á tener célebres y poderosos patronos: persuadido sabia y prudentemente el Sr. Gil de que restablecer en los cuerpos sus primitivos institutos valia mas que adoptar proyectos de reformas y planes de innovaciones, siempre aventuradas, y muchas veces peligrosas. Esta conducta que, al paso que extendía su concepto, acrecentaba la confianza del Monarca, le suscitó la envidia de algunas gentes de ménos valer, pero de suficiente influxo para interpretar siniestramente sus procederes, y desacreditarle. Un acto de justicia, executado en un cortesano criminal, llegó á noticia de los Soberanos presentado como un desacato hecho á la servidumbre de su Real Casa, y desde luego se mandó al Gobernador del Consejo cesar en el exercicio de su empleo. Tranquilo este siempre sobre el testimonio de su conciencia, renunció sus dignidades con desinterés, justificóse con el Rey por medio de una respetuosa representación, y retiróse gozoso á su Diócesi á principios de 1716. Entregóse en ella con afán al cuidado y pasto espiritual de su rebaño, visitándolo personalmente, instruyéndolo con su doctrina, edificándolo con su exemplo, y aliviándolo en sus necesidades con mano caritativa y liberal. Entre tanto el olor de sus virtudes y el resplandor de su inocencia disipaban las negras sombras de la malignidad; y conociendo el Rey la integridad de este su Ministro y respetable Prelado, le promovió al Arzobispado de Sevilla, sin preceder consulta alguna, recomendando se acelerase en Roma la expedición de las bulas. Entonces se presentó en la Corte, donde confundió á sus calumniadores; y plenamente satisfecho del concepto de sus Soberanos, partió para Sevilla, donde fué recibido con públicas aclamaciones, que por un lastimoso trastorno de las cosas humanas se convirtieron á poco tiempo en llantos y amarguras por su pérdida acaecida en 29 de Abril de 1722 á los cincuenta y quatro años de su edad. Las memorias de sus coetáneos nos le presentan como uno de los Ministros mas íntegros que había tenido la Monarquía; como un Prelado religioso, sabio y liberal; como un vasallo constantemente fiel y adicto á sus Soberanos; como un Juez incorruptible á las sugestiones del poder y de la vanidad; y baxo de tan recomendables aspectos le presentamos ahora entre los Varones ilustres de la Nacion como un dechado digno de ser imitado por la posteridad.