Ir al contenido

Filosofía de la Historia

De Wikisource, la biblioteca libre.
Filosofía de la historia
de Emilio Castelar
Nota: Artículo publicado en la Ilustración ibérica, Tomo V, 1887
FILOSOFÍA DE LA HISTORIA

Precisa huir de la revolución y abrazar la libertad resueltamente. Precisa condenar la reforma constitucional para proceder á la reforma económica y administrativa y militar. El indispensable olvido, el aplazamiento por lo menos, de todos los debates concernientes á la organización del poder público traerá una ventaja indudable, la de serenar pasiones alteradas y oscurecer utopías tormentosa. Y dejando libertad á todas las ideas desde las más reaccionarias basta las más demagógicas; y dejando libertad á todas las reuniones, sin pararse para nada en los excesos de palabra, castigados ya por el general menosprecio; y dejando libertad á todas las asociaciones, desde la asociación jesuítica hasta la asociación internacionalista, porque nada tan contrario a los cadáveres corruptos ni á las aves nocturnas, como la clara luz del día; mostrarán las instituciones democráticas su fuerza y su visor, arraigadas como se hallan, por sus hondísimas raíces, así en la tierra nacional como en la pública conciencia. Por una coincidencia bien afortunada obsérvase hoy que la política más liberal resulta, en último término, la política menos revolucionaria. Y es natural que suceda esto. Los revolucionarios surgen siempre, como los héroes y los semi-dioses, en las épocas de los combates designados por el deseo común y universal con el nombro de homéricos. Al desarraigar una secular institución y destruir una formidable fortaleza y vencer una creencia do cien generaciones, envía el cielo providencialmente aquellas personalidades superiores forjadas para el combate. Y estas personalidades, todos estos héroes sublimes y todos estos inspirados profetas y todos estos elocuentísimos tribunos, tan útiles en su tiempo y sazón, truécanse á una en plaga verdadera, si guardan para épocas de paz y de conservación su temperamento de guerra, propio sólo para la tempestad de las revoluciones. En mis estudios preferidos, en los filosóficos-históricos, encuentro á cada paso complexiones extraordinarias que hubieran resultado nocivas, ó por lo menos inútiles, extraídas V apartadas de su verdadero elemento.

En ninguna edad so confirma tanto esta observación, como en la centuria décima-sexta, ni se ven tanto estos prototipos de la energía revolucionaria como en la reforma religiosa.

El sol calienta nuestro sistema planetario, porque reúno y concentra, entorno de su núcleo, la luz difusa en el éter infinito, mandando sobre nosotros, los miseros hijos de los planetas fríos, á torrentes, el calor, la electricidad, la vida, los colores, el magnetismo. Calvino, por ejemplo, comprendió que las iglesias protestantes, en el mundo esparcidas, necesitaban de un sol, en torno de cuyo centro pudieran moverse, recibiendo la luz, el calor, la vida. Las ciudades mayores de la historia pueden llamarse, como soles de ideas, en el sentido humano de que atraen, condensan, guardan y luego irradian y difunden artes, pensamientos, dogmas, sistemas, los varios matices del prisma intelectual, que luego conducen á los pueblos y á las generaciones por el mundo, como la columna encendida por Jehová guiaba con sus resplandores á los israelitas en las noches oscuras del desierto. Como Jerusalén difunde por el planeta la unidad de Dios, como Atenas la inspiración del arte, como Alejandría las síntesis científicas, como Córdoba los primeros albores del Renacimiento intelectual en la Edad media, como Florencia la nueva forma estética y la nueva idea científica, como París el sentido universal de la Europa moderna, como Londres el Parlamento, como Witemberg, la conciencia libre, Ginebra esparce el Cristianismo republicano y democrático encerrado en las páginas divinas del Evangelio. Esa religión, alma del alma de Cristo, prometida por San Francisco, soñada por Savonarola, entrevista por Zuinglio, puesta en cánones vigorosos por Calvino, forja la Suiza intelectual y moral que todos admiramos; suscita la Holanda republicana, vencedora del Nabucodonosor de la reacción europea; educa la Escocia libre produciendo su puritanismo democrático y trasciende más allá de los mares, al seno de la virgen América, erigiendo con su espíritu allí una pasmosa República.

No hay que equivocarse; todas estas grandes obras, necesitan un hombre de autoridad incontestable, cuya energía venza los obstáculos y eche los fundamentos de las nuevas sociedades y de las nuevas ideas en horrible conflicto con todas las fuerzas organizadas de la reacción, que naturalmente las defienden. El Cristianismo se quedara, como los ebionitas ó cualquier otra secta de los judíos, á la sombra del patrio techo, á la sombra de la Sinagoga, si San Pablo, en lucha constante con los cristianos hebraicos, en lucha constante con Santiago y Pedro, no hubiera, recogiendo la sublime protesta del primer mártir, heleno-cristiano, de San Esteban, abierto de par en par las puertas del nuevo templo á todos los hombres, sin preguntarles, ni por la religión que dejaban ni por el origen y por la raza de donde procedían. Hay en todos estos grandes organizadores de ideas nuevas la misma voluntad firme, arrogante, imperiosa, y en todos toma los aspectos del despotismo y en todos llega, por razón de la tenacidad de su violencia, como en una fuerza del Universo. Antes de Calvino registra la historia un hombre de tal temple, Gregorio VII, y después do Calvino, otro hombre de tal temple, Maximiliano Robespierre. Sin el primero, no se hubiese, contra el feudalismo y su jefe el emperador feudal, organizado la teocracia católica, que desde fines del siglo undécimo basta mediados del siglo décimo tercio inició la educación de Europa; sin el segundo, no se hubiese, contra el catolicismo romano y el protestantismo realista y ducal, organizado esa gran revolución religiosa, motor y fluido principal del espíritu moderno; sin el tercero, no se hubiese, contra la coalición general de los reyes y do los papas, organizado esa República francesa, en la cual se hallan escritos con caracteres de fuego los imprescindibles derechos del humano linaje.

No debemos desconocerlo. Todas estas obras progresivas exigen una gran fuerza de autoridad en sus comienzos y una organización robustísima. La imperfección acompaña, por una ley natural incontrastable, los comienzos y nacimientos de los sores y de las ideas. Toda infancia física, natural, moral, intelectual, social, exige una cuidadosa, y á voces, despótica tutela. Nacen las instituciones en la sociedad, como los seres en la naturaleza, rodeadas de asechanzas y de enemigos. Las mismas fuerzas que las han producido se conjuran para devorarlas y consumirlas. La cuna tropieza fácilmente con el ataúd, y esa mariposa, que se llama la infancia, desaparece, con su ligereza natural, entre los dedos de la muerte. Segura do todo esto, la reproducción, la fuerza creadora de las especies, pone soberanos instintos do defensa en las madres para preservar sus crías. Acometed la madriguera, el nido, y veréis, desde las alimañas más carniceras y feroces, hasta las aves más canoras y aladas, enfurecerse, y defender con todos sus medios á sus perseguidos hijuelos. Asi, las almas de los predestinados á covar las ideas como la gallina los huevos, celan, atisban cuanto al rededor suyo pasa, cuidadosas de los próximos polluelos, amados á pesar de desconocidos. El alma de Calvino abrigaba la idea capital del Protestantismo; y como abrigaba la idea capital del Protestantismo, la defendía con furia maternal de todos sus numerosos enemigos; el alma de Juan Calvino, como el alma de Gregorio VII, como el alma de Maximiliano Robespierre, es un alma revolucionaria esencialmente. Pero todas estas almas pasan como relámpagos y pasan con la tempestad que las produce.

Emilio Castelar.