Fragmento de una lectura inédita, escrita en 1871 y refundida en 1879
Fragmento de una lectura inédita, escrita en 1871 y refundida e 1879
[editar]Dió el vulgo en llamarme un día
el poeta de las flores,
y hasta dió en creer, señores,
que un encantado pensil
de flores vivas tenía;
porque vida y movimiento
prestó a las flores de un cuento
mi inspiración juvenil.
¡Consejas de tiempos viejos
que por mi mal ya han pasado!
Mas a un jardín encantado
pronto a llevaros estoy,
aunque está lejos… ¡muy lejos!
más allá de los lugares,
de las tierras y los mares
conocidas hasta hoy.
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Vosotros diréis: «son sueños
del poeta que delira:
esas flores son mentira,
no han existido jamás.»
Mas decid: Si los risueños
delirios encantadores
del poeta no son flores,
¿qué son? ¿Lo sabéis quizás?
Yo os confesaré, señores,
aunque son cosas secretas,
que el jardín de los poetas
está en su imaginación;
pero, ¿sabéis de unas flores
lo que hacer puede maestro
un poeta de grande estro
y de grande inspiración?
..........................
Oíd: la siembra tendida
en el jardín de mi mente,
era semilla viviente
de germen espiritual;
mis flores tenían vida:
cada cual guardaba dentro
de sí algún ser, era centro
de algún átomo vital.
Tres nobles genios, la Historia
con la Fe y la Poesía,
las flores del alma mía
vinieron a cultivar:
y a la luz de la memoria
cuantos entes existieron,
para hablarme se vinieron
en mis flores a albergar:
desde la larva infusoria
y el átomo microscópico,
al monstruo enorme e hidrópico
que habita el fondo del mar.
Todos los creados seres
en mi jardín se hospedaron
y de sí mismos dejaron
gérmenes en mi jardín;
cuantos hombres y mujeres
vivieron en choza o trono;
desde Adán a Pío nono,
desde Eva hasta Jenny Lind.
Y hasta los nunca nacidos,
las increadas visiones
de entes jamás concebidos,
sueños más que el aire vagos,
gnomos, sílfides, endriagos,
huríes, ángeles, genios
trasgos, alucinaciones,
y cuantos imaginarios
seres de locos ingenios
y exaltados visionarios
fueron obra o invención;
quiméricas creaciones
de todas las religiones;
de todas las fantasías
que han abortado en la tierra
todas las mitologías,
todas las supersticiones,
los delirios y ficciones
que del mundo entero encierra
la historia y la tradición.
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A mi voz, como a un conjuro,
animándose mis flores,
cobraban en vez de olores
formas, pensamiento y voz;
y los genios de la noche
de su cáliz desde el broche
tras de su espíritu puro
iban con ala veloz.
Mis almas enamoradas
y mil hechiceras sombras,
que en mis flores encantadas
se albergaban del calor,
de sus cálices salían
a la luna, y sobre alfombras
de musgo y césped venían
a sentarse en mi redor.
A poco el éter vacío
llenaba un son apacible,
un murmullo indefinible,
musical y arrullador,
y era todo en torno mío
dulces besos, de amor prendas,
trovas, cántigas, leyendas,
votos y quejas de amor.
Y en este Edén de ilusiones,
de luz y de poesía,
habituado por millones
de ficciones sin valor…
¡si supierais cuán graciosas,
cuán gratas, cuán deleitosas
son la historia y compañía
de estos seres de vapor!
Aquí un silfo azul se queja
de una ingrata mariposa;
allí lamenta una rosa
los desdenes de un clavel:
allá una sonora abeja
a un jazmín acariciando,
mientras le arrulla zumbando,
le va robando la miel.
Pondera allí una azucena
su perfume a un botón de oro,
y el botoncillo inodoro,
de su brillante color
no más pagado, desdeña
el amor que la consume:
porque una flor sin perfume
es un alma sin amor.
Acá, a sombra de un lentisco,
la sombra de una odalisca,
en una guzla morisca
canta un himno a un tulipán;
y un alhelí berberisco,
que al tulipán celoso odia,
va por lo bajo en parodia
repitiendo himno y refrán.
Un ruiseñor sonoroso
que hizo su nido en el huerto,
guía de aves un concierto
con su voz rica de son:
de él un jilguero envidioso
pía hasta que se atolondra
y le hace burla una alondra
del aire en la alta región.
Y el vago encantado ambiente
resonaba en torno mío
con un murmullo viviente
que no cabe en descripción:
masa informe de memorias,
neblina hirviente de cuentos
que en el ámbito vacío
de la azulada región,
lanzaban mil elementos
de rumor germinadores,
mil átomos productores
de este indefinible son.
Eran de antiguas historias
despedazados fragmentos,
suspiros de amor… lamentos
de almas errantes… congojas,
ayes y quejas acerbas,
que en las hojas y en las yerbas
guardaba para mí escritas
mi futura inspiración.
Eran ecos infinitos
de mil varios caracteres;
ya eran gritos de mujeres,
delatores, precursores o motores
de placeres exquisitos,
de dolores inauditos,
de rencores y delitos;
son de orgías saturnales,
y de impías bacanales
que hastiaban y llenaban
el espíritu de horror.
Luego motes campesinos,
serenatas y cantatas
de estrambotes peregrinos;
melodías amorosas,
salmodías religiosas,
tristes cantos funerales
de los santos cantorales:
alaridos de guerreros,
predicciones de agoreros,
y canciones de juglares,
y bramidos populares,
y estampidos de cañones,
y explosiones de volcanes:
montes rotos y hundimientos
de violentos terremotos
y deshechos huracanes
al horrísono fragor;
luego graves voces solas
dulces, suaves,
como el canto de las aves,
como arrullo halagador
de lejanas barcarolas,
que por cima de las olas
fía al viento el pescador.
Son, en fin, indefinido
producido por un ruido
tan gigante, tan inmenso,
tan vibrante, tan intenso,
que traía de sí en pos
cuanto acento conocido,
voz, lamento, silbo, aullido
de mar, tierra y firmamento
en el seno azul del viento
encerró la voz de Dios.
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Era la historia del mundo
compendiada en el rumor
universal y solemne
que en himno vital, perenne,
el universo fecundo
canta al Supremo Hacedor.
Era la voz gigantea
del poder a quien invoca,
del espíritu que evoca
la Pitonisa de Endor;
era la hirviente marea,
la calentura que agita,
el estro voraz que excita
al poeta creador.
Allí absorta el alma mía
escuchaba entre el ramaje
el misterioso lenguaje
que oía en mi derredor:
y yo al mundo al otro día
le contaba y le escribía
los relatos que aprendía
de este idioma encantador.
Allí la voz y las sombras
contemplé y oí con miedo
de los muertos que en Toledo
evoqué de su panteón:
allí vi aquel juicio póstumo
donde iremos uno a uno
y no habrá para ninguno
privilegio ni exención.
Allí oí las cien leyendas
de los cien castillos viejos,
que relatan mis librejos
olvidados casi ya:
y las cláusulas tremendas
de aquel reló que decía:
«¡Nunca! ¡Nunca, vuelve el día
ni el instante que se va!»
Con D. Pedro entre allí en tratos,
allí el capitán Montoya
vió cómo abrían su hoya,
y ante un juez Cristo juró;
allí eché al mar a Pilatos,
resucité a D. Rodrigo
y a ser de bronce testigo
Jesús de la Cruz bajó.
Allí me contó su historia
Margarita la tornera,
me habló allí una calavera
y hablé al rey D. Sebastián;
allí Satanás la gloria
cerró al alcalde Ronquillo,
y allí por un postiguillo
metí en el cielo a D. Juan.
¡Delirios del tiempo viejo!
¡Vanidad de un viejo loco!
Mientras mi pasado evoco
de lo pasado me alejo;
pasar mi presente dejo
y expirar mi inspiración:
mas si en vez de una canción
tiene mi fe solitaria
que enviar ya a Dios la plegaria
de mi postrera oración:
dejadme a solas sondar
de mi alma el revuelto abismo:
dejadme conmigo mismo
mi muerte a solas cantar;
dejadme hasta terminar
conmigo mismo cumplir…
¡Dios me abrió ese porvenir!
¡Ya sé que estoy expirando!
Mas he vivido cantando
y cantando he de morir.