Gaspar de Guzmán y Pimentel (Retrato)
EL CONDE-DUQUE DE OLIVARES.
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Don Gaspar de Guzmán y Pimentel, Conde-Duque de Olivares, nació en Roma el año de 1587, hallándose su padre el Conde D. Henrique en aquella Corte de Embaxador extraordinario de la de España. Aunque el amor de su padre á las armas, que había manejado gloriosamente en los exércitos de Cárlos V y de Felipe II, le inclinaban á que dedicase á su hijo á esta carrera, contemporizando con su madre Doña María Pimentel, le destinó á la de las letras, enviándole á la Universidad de Salamanca, que le distinguió luego con el Rectorato de sus escuelas. La muerte de su hermano mayor D. Gerónimo, y la sucesión en su casa por la de su padre, apartaron á D. Gaspar del estudio, y llamaron su atención á otros objetos.
Posesionado de su casa, quiso Felipe III premiar en él los servicios de su padre, y particularmente los que había contraído como Virey de Sicilia, y lo hizo dándole la Encomienda de Víboras en la Órden de Calatrava. Esta merced y otras de gran tamaño con que el mismo Soberano le honró, y á que correspondió el Conde, excitáron la envidia que pudo separarle de la Corte por algún tiempo; pero como no era el reynado de Felipe III el teatro que había destinado la Providencia para representar los principales sucesos de su historia, volvió á ocupar pronto el lugar que había perdido en la estimación de aquel Monarca, y le conservó hasta su muerte, á pesar de sus contrarios, con quienes no tuvo la generosidad de ser muy indulgente.
Muerto Felipe III, y elevado al trono Felipe IV su hijo, el Conde, que era Gentilhombre de Cámara suyo, se mantuvo á su lado en calidad solo de un íntimo confidente; pero sin embargo de que por entónces y hasta la muerte de su tio D. Baltasar de Zúñiga no tomó las riendas del gobierno con el carácter de primer Ministro, que aquel tenia, son pocos los que no atribuyan á su privanza la separación del Duque de Uceda para exaltar á su tío, y la acusación fiscal de D. Juan Chumacero contra el Duque de Lerma, así como su caída en tiempo de Felipe III, su destierro y la ruina de su infeliz privado el Marques de Siete-Iglesias. Hecho primer Ministro, y dueño de la confianza de Felipe IV, puso todo su conato en reconciliar los ánimos de muchas Potencias desavenidas con la España, en reparar el mal estado de la administración de Justicia y de la Real Hacienda, y en reformar el excesivo número de empleados en estos dos ramos. Por desgracia si en el primer objeto logró el Conde por el pronto algunas satisfacciones, proporcionando una alianza ventajosa con el Emperador Fernando II, y otra aun mucho mas con Jacobo de Inglaterra, tratando la boda de su hijo el Príncipe de Gáles con la Infanta de España Doña María; en el segundo, que era la reforma de los desórdenes del Reyno, adelantó muy poco.
Al paso que nada emprendia el Conde con respecto á los intereses de su casa y de su persona, que no le saliese bien, porque ademas de primer Ministro, le había hecho el Rey su Camarero mayor, Gran Canciller de Indias, Tesorero general de Aragón, Consejero Supremo de Estado, Capitán General de la Caballería, Gobernador de Guipuzcoa, Grande de España y Duque de S. Lucar de Barrameda; por el contrario, en todo lo que decia relación con el gobierno había quebrantos, y rara vez alternaban los buenos con los malos sucesos. La alianza con la Inglaterra se deshizo, y no llegó á efectuarse el matrimonio consentido del Príncipe de Gáles: este Príncipe, ya Rey, se unió contra España con los de Francia y Dinamarca, con el Conde Palatino, con las Provincias de Flándes y con la República de Venecia: los Holandeses ayudaban con numerosas escuadras á la liga, por sacudir el yugo de los Españoles; y toda la Europa, excepto el Imperio, parecia conjurarse contra los proyectos del Gobierno Español.
Nada favorecia al Conde: el mal éxito que se advertía en todo, y la odiosidad que su mismo poder le atraia, aumentaban con su descrédito el número de sus enemigos, y los hacia fuertes contra su autoridad y favor. No se atrevían, no obstante, á dirigir sus quejas al trono; pero hacían correr la voz de que tantas guerras, tantos desastres y miseria en el Reyno, las sublevaciones de Portugal y Cataluña, que también acaeciéron en su ministerio, era efecto todo de sus violencias, de sus malas disposiciones y de sus descuidos. Bien conocia el Rey el general descontento con su Ministro; pero ó porque le amaba demasiado, ó porque mas instruido en los negocios, atribuia á otras causas las desgracias del Reyno, resistió su separación, hasta que el Embaxador de Marques de Grana-Carreto, y la Princesa Doña Margarita de Saboya, Gobernadora que había sido de Portugal, le obligaron á ella.
Separado el Conde del ministerio en el mes de Enero de 1643, se retiró á Loeches. Lo mucho que había trabajado durante su mando y las agitaciones continuas de su espíritu, abreviáron sus días, y le conduxéron al sepulcro á los dos años y medio de su degracia, y á los cincuenta y ocho de edad. Murió de un modo edificante, y se mandó sepultar en el Convento de Religioass Dominicas de Loeches, construido á sus expensas, y adornado con muchas y muy preciosas pinturas que se conservan hasta hoy. La Historia, y aun mas que ella algunas memorias extrangeras, ponen en duda la conducta y carácter político del Conde-Duque; pero del paralelo que los escritores franceses hacen entre él y el Cardenal de Richelieu no se infiere que este Ministro, aunque mas afortunado, fuese ni mas político, ni mas humano, ni mas generoso.
La figura del Conde era poco agradable; pero su talento fue vivo, despejado, y fecundo: no desperdició las riquezas, ni fue el mas generoso con sus enemigos, aunque hizo bien á muchos; pero su pasion dominante fue el deseo de honores y de gloria. Estuvo casado con Doña Ines de Zúñiga y Velasco, de quien tuvo una hija, que murió prometida al Duque de Medina de las Torres.