Genealogia de los dioses paganos/Libro I

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Proemio[editar]

Si he comprendido la verdad detrás de las palabras de Domnino de Parma, vuestro ilustre caballero, deseáis una genealogía de los dioses de los paganos y de sus descendientes, los héroes, junto con los relatos que los antiguos elaboraron sobre ellos y, además, lo que percibieron aquellos notables hombres de antaño recubierto bajo el velo del mito; también desea vuestra excelencia elegirme como el autor de tan gran obra, como si fuera un hombre extremadamente erudito y experto en el tema. Así las cosas, a fin de ocultar mi sorpresa por vuestra decisión (no le atañe un humilde hombre escrutar qué mueve a un rey) y evitar pronunciar lo que siento en contra de mi elección para no acabar demostrando mi incapacidad y haceros pensar que con engaños busco evitar la tarea que se me ha impuesto, es menester, antes de exponeros, serenísima majestad, mi opinión respecto a este encargo, referir las palabras (si no todas, sí al menos algunas) que intercambiamos entre un servidor y vuestro ilustre caballero cuando me explicó las órdenas de vuestra excelencia: así, cuando las leáis, bastarán para que veáis vuestro buen jucio y mi arrogancia al aceptar entrar al servicio de vuestra majestad.

Así pues, una vez que vuestro elocuente servidor me explicó con todo lujo de detalles los estudios de temática sagrada de vuestra majestad, las admirables obras emprendidas como monarca y también algunos de los insignes y gloriosos títulos de vuestro nombre, llegó al punto en el que una y otra vez se esforzó por hacerme aceptar vuestra propuesta, y no con un solo argumento sino con muchos, de los cuales debo reconocer que algunos me parecieron muy convincentes. En cuanto se calló y pude responderle, esto le dije: “Podrías pensar, elocuente caballero, o incluso lo podría pensar tu rey (que, si Dios quiere, en un futuro será el mío), que era una locura que los antiguos deseasen proceder de sangre divina y que sería una tarea fácil aprehender, como si fuera un acontecimiento moderno, el reducido ámbito terrestre que ocuparon y, como si fuera motivo de burla, el corto periodo de tiempo que perduraron. Sin embargo, y sin ánimo de discutir, te diría: ¡Todo lo contrario! Dejando de lado las Cícladas y el resto de islas del mar Egeo, el alimento de esta locura hizo brillar Acaya, Dalmacia y Tracia, especialmente en los tiempos en los que floreció la comunidad griega, y su contacto infectó las costas del mar de Eleusis, del Helesponto, de Meonia, de Icaria, de Panfilia, de Cilicia, de Fenicia, de Siria y de Egipto – ni siquiera Chipre, la esplendorosa tierra de nuestro rey, se libró de esta ruina. También afectó a toda la costa de Libia y de las Sirtes, así como los litorales del occidental oceáno Atlántico y los lejanísimos horizontes de las Hespérides, y no se contentó con tan solo las costas del Mediterráneo, puesto que también se adentró en pueblos alejados del mar: al igual que los habitantes de la costa, cayeron en este mal todos los habitantes del Nilo que carece de fuentes, las arenas de Libia junto con sus plagas y la soledad de la antiquísima Tebas, al igual que los habitantes del Egipto superior, los ardientes garamantes, los calurosos y muy peludos etíopes, los perfumados árabes, los ricos persas, los pueblos que rodean el Ganges y los indios de afamada piel negra, los babilonios y elevados picos del Cáucaso, tanto en sus escabrosas laderas orientadas al cálido sol como en sus gélidas grutas, el mar Caspio, los fieros hircanos y por toda Tanais, tanto por el Ródope siempre nevado como en las bárbaras y salvajes tierras de los escitas. Y aunque también infectó las mareas del océano oriental y las islas del mar Rojo, al final llegó hasta nosotros, los itálicos, hasta tal punto que Roma, señora del mundo, quedó oscurecida bajo la nube de esta neblina. Y para no perderme por todas las regiones por las que esta ignorancia tuvo un grandísimo peso, solo hubo una pequeñísima región, como bien podéis ver, desde el septentrión hasta donde cae el sol que no quedó ennoblecida con la descendencia de esta divinidad sino que quedó libre de esta abominable creencia, mientras que el resto había sido infectado.

Todo esto no sucedió en nuestro tiempo: era quizá todavía joven Abraham cuando en Sición esas creencias empezaron a deslizarse e introducirse en las almas de los ignorantes; en tiempos de los héroes cobró gran fuerza y su prestigio y renombre alcanzó las mayores cotas, que se mantuvieron hasta los días de la destrucción de Troya, ya que recordamos haber leído que en la guerra de Troya algunos hijos de héroes murieron y que Hécuba acabó convertida en perra y Polidoro en arbusto, cosa que, en efecto, es muy antiguo y sucedió hace muchos siglos. Es indudable que, dondequiera que esta estupidez tuvo vigor, se habrán escrito enormes obras a fin de transmitir a sus descendientes con el recuerdo de lo escrito la nobleza divina de sus antepasados. Y aunque nunca haya pensado que fuera pequeño su número (fue grandísimo), Pablo de Perugia, un hombre respetable y un investigador muy perspicaz y curioso en tales materias, alguna vez afirmó en mi presencia que Barlaam, un calabrés particularmente experto en la lengua y cultura griega, no llegó a encontrar nunca a un solo hombre ilustre, ya fuera un rey o simplemente un personaje influyente, de cualquier zona de Grecia (tanto de las islas como de las costas que hemos descrito antes) que, en los tiempos en los que esta locura tuvo vigencia, no demostrase que su linaje se remontaba a alguno de los dioses. Por tanto, ¿qué podríamos decir tú o yo al ver que este mal tan antiguo se difundió a lo largo y ancho del mundo, que perduró tantos siglos, que se explicó en tantas obras y que abarcó tan gran número de hombres? ¿Crees que podría llevar a cabo los deseos del rey? Desde luego, si los montes me ofrecieran un fácil paso y los campos desolados un camino despejado y conocido, los ríos un vado y los mares olas tranquilas; si Eolo favoreciera las travesías liberando de su gruta vientos potentes así como favorables y, lo que es más importante, pudiera un hombre cualquiera calzar las sandalias aladas de Mercurio y volar donde quisiera para cumplir con una promesa, a duras penas podría recorrer tal extensión de tierras y mar, incluso si dispusiera de una larga vida que durase siglos y no se dedicase a nada más. Es más, que se le conceda, a quien quieras, que todo esto pueda suceder en un mismo momento: que tanto los lugares como sus textos estén enteramente dispuestos al que se acerque a ellos y que tenga, con la ayuda de la gracia divina, el conocimiento de los alfabetos e idiomas de los diversos pueblos. ¿Qué mortal (por no hablar solo de mí) tendría unas fuerzas tan sólidas, una inteligencia tan sagaz y una memoria tan tenaz que pudiera ver todo lo dispuesto, entender lo que ha visto, recordar lo que ha entendido y, finalmente, ponerlo por escrito todo junto en una obra?

Además, añadías la petición de que explicase qué escondieron aquellos sensatos hombres bajo el velo de las historias, como si tu ilustre rey considerase ilógico el hecho de que unos hombres entendidos en casi cualquier doctrina hubieran gastado su tiempo e invertido su esfuerzo sencillamente en escribir unas historias que no concuerdan con ninguna verdad y que no tienen otro sentido más allá del literal. No negaré que esta decisión real me ha agradado, ha ofrecido un argumento muy certero (como tú decías, posee un cierto carácter divino) y me ha impulsado a cumplir con mi promesa mientras mis fuerzas den de sí. En lo que respecta a explicar estas narraciones, hay una labor mucho mayor de lo que piensas, y además de teólogo, pues, tal y como afirma Varrón cuando describió con gran detalle lo divino y lo humano, lo “mítico” o, como otros prefieren y quizá mejor, lo “físico” es un género de la teología, y si tiene mucho de risibles falsedades, tanta más arte requiere para extraerlas. Es por esto, elocuentísimo señor, que hay que sopesar las fuerzas de los hombres y examinar su inteligencia para imponerles unas cargas adecuadas. Pudo Atlas sostener el cielo sobre sus hombres, y a su vez también pudo ocupar su cansado lugar Hércules: ¡ambos eran hombres divinos y poseían un vigor casi invencible! ¿Pero yo? Soy un hombrecillo menudo, sin nada de fuerzas, lento de mente y de memoria lábil, y tú quieres colocar sobre mis hombros no diré que el cielo, porque ya lo han soportado ellos, ¡pero sí deseas colocar la tierra, el mar y los propios moradores celestes y, con ellos, los sustentadores! Esto es como desearme que me muera aplastado bajo el peso. Si el rey tenía la intención de encomendar tan gran tarea, era un encargo solamente adecuado (si es que hay algún mortal que pueda cumplir con tan gran labor) para las fuerzas del ilustrísimo Francisco Petrarca, del cual ya hace tiempo que soy su discípulo. Ese es un hombre dotado de una inteligencia celestial, un memoria indeleble así como una maravillosa elocuencia, para el cual son evidentes, de una forma muy cercana, el sentido de las historias más conocidas de cualquier pueblo y, aun brevemente, todo lo que yace en el sacrosanto regazo de la filosofía.”

Me habría callado entonces, pero entonces aquel, con amable rostro me respondió este elegante discurso: “Creo (con mucha más seguridad que lo que sé del tema) que todo lo que dices es cierto y veo las dificultades pero, por favor, mi querido Giovani, ¿acaso piensas que nuestro rey carece de prudencia? Mi señor es, desde luego, previsor, de un fino ingenio y de una regia afabilidad digna de encomio. Su majestad no querría obligar a nadie, y mucho menos a ti (¡nada más lejos de su carácter!): a mi parecer, es su inveterada costumbre aliviar a todos y, por esto mismo, sus órdenes son fáciles de entender y aceptar. ¡Por los dioses! Sería fácil creer que aquellos pueblos (y sus libros, los que haya), que fueran totalmente desconocidos para los romanos, son inaccesibles pero, si se descubre alguna cosa que haya llegado de los griegos a los latinos o que haya surgido entre los propios latinos (quienes, a través del estudio de su literatura, han otorgado no poco honor y gloria a nuestros mayores), eso es lo que desea mi señor, y no todo sino lo que tu empeño pueda conseguir. ¡Venga, acepta el encargo con buen ánimo (y ten buena confianza en Dios) y haz lo que puedas, que nadie te pedirá lo imposible! La fortuna no me concedió encontrarme con Francisco Petrarca, aquel hombre excelso y con una fama reconocida no solo entre los chipriotas sino sobre los cielos: creo que así lo deseó Dios, de tal manera que perdonase a aquel hombre ocupado en las mayores tareas y te ofreciera un honrado trabajo acorde a tu juventud, con el cual tu nombre, tu afamada gloria, que ahora empieza a sobresalir de la tierra, lucirá más brillante entre nosotros.”

Le respondí entonces: “Ya veo, aguerrido caballero, que, una vez eliminados los libros de los bárbaros más lejanos, piensas que podría concluir una obra entera “solo” sobre griegos y romanos. ¡Ay, buen Dios! ¿Crees, señor, que con esta concesión eliminas una gran parte de esta obra? Hagamos como antaño hicieron nuestros emperadores: dividamos el imperio romano en la parte oriental y la occidental, para que nuestro monstruo tenga dos cuerpos, uno bárbaro y el otro griego y latino y que haya “libros”, como tú mismo dijiste, para lo griego y romano – ni siquiera así podría conseguirse lo que pides. Te he hablado antes de que esta enfermedad se esparció hace mucho tiempo; ahora medita durante cuántos siglos los enemigos han controlado estas obras. Reconocerás además que los incendios y los diluvios (por no hablar de hechos en concreto) han consumido muchísimas bibliotecas y, si no hubiera desaparecido la de Alejandría, que ya antaño (Ptolomeo) Filadelfo creó con gran esfuerzo, no se habrían perdido tantos libros, ya que en ella podías encontrar, según los testimonios de los antiguos, lo que quisieras.

Además, nadie puede dudar de que, cuando ya cobró fuerzas el gloriosísimo nombre de Cristo y sus relumbrantes enseñanzas sobre la Verdad íntegra apartaron las tinieblas del mortífero error, particularmente el de los paganos, y, al mismo tiempo, el relucir de los griegos ya llevaba tiempo decayendo y los mensajeros de Cristo clamaban contra aquella infeliz religión hasta empujarla a su fin, hubo quienes destruyeron muchos libros repletos de información sobre la genealogía de los dioses, ya que, tal y como demostraban con sus piadosas y verdaderas prédicas, no existían ni muchos dioses ni hijos de dioses sino un único Dios y un único hijo de Dios. Además, me admitirás que han tenido a la avaricia, que tiene no poca fuerza, como enemiga: es más que evidente que la habilidad poética no ofrece ninguna posibilidad de lucro a quien la posee y que, frente a ella, lo único valioso es lo que aporta dinero. De ahí se deduce que aquello que no aporta dinero no solo se ignora, sino que se desprecia y humilla: cuando casi todos se esfuerzan a marchas forzadas por conseguir riquezas, tales obras quedan en el olvido y así también desaparecen con facilidad. Igualmente, hay que añadir el detestable odio en el que algunos reyes cayeron, que conspiraron contra estas obras como si fueran sus enemigos: no se podría calcular con ligereza cuántas obras, no solo de relatos sino también de cualquier tipo de ciencia, este odio ha borrado. Por otro lugar, aunque todos los elementos los hayan perdonado, el tiempo fugaz no habrá perdonado a los que carezcan de cuidador, ya que posee unos dientes silenciosos pero indestructibles, que corroen no solo los libros, sino también las durísimas rocas y hasta el propio hierro, que somete al resto de materiales. Por los dioses, ¡cuántas obras, tanto griegas como latinas, habrá reducido a polvo!

Aunque hayan sufrido estas desgracias, y muchas otras, aun así no puede negarse que muchas (y adecuadas para nuestra tarea) han pervivido, pero nunca se ha escrito nada, que yo sepa, como lo que deseas. Así pues, será necesario errar entre los nacimientos tanto de dioses como de sus descendientes, con sus nombres repartidos aquí y allá por todo el mundo: este libro tiene unas cosas de este, y aquel libro, otras. ¿Quién, me pregunto, querría investigar con ningún resultado o, mejor dicho, con un esfuerzo muy poco fructífero, rebuscar y leer entre tantas obras y extraer un puñadito de datos de aquí y de allá? Creo que es mucho mejor desistir.

Aquel clavó sus ojos en mí y me respondió: “No se me escapaba que tendrías algo que decir en contra de mi mesurada petición, pero tu rechazo no me deja sin opciones. No negaré que lo que dices es verdad pero, acto seguido, me gustaría decirte: ¡haz lo que puedas! Esa pequeña porción que podrías extraer de aquí, eso es lo que desea nuestro rey. ¿Podrías denegarle eso? ¡Ay! Temo que sea la pereza, qué deshonra, la que te esté dando estas razones para rechazar esta tarea. ¡Nada hay peor que un joven desocupado! Si es necesario trabajar (pues todos hemos nacido para trabajar), ¿qué mejor que ofrecer tu tarea al mejor rey? Levanta, pues, quítate de encima esta inactividad y dispón tu espíritu a una ingente labor, para obedecer al rey y, al mismo tiempo, abrirle la puerta de una reconocida fama a tu nombre. Llegarás, seguro, si eres prudente, más lejos de lo que yo te he intentado impulsar: sabes que el trabajo duro todo lo vence, que a los audaces los ayuda la fortuna y que Dios nunca abandona a quienes tienen esperanza en sí mismos. ¡Ve, pues, y con estos buenos augurios mira, remira y desentraña los libros, toma la pluma y, mientras cumples con los deseos del rey, haz que tu nombre perviva por un larguísimo tiempo!” “Me has vencido” reconocí “casi más por la belleza de tus palabras que por la fuerza de tus argumentos. Me apresuras, me impulsas, me arrastras y es necesario, lo quiera o no, obedecer.”

Y así, magnánimo rey, aunque ahora entregue a vos mi pluma, largo tiempo discutimos vuestro noble y yo y, por más que tenga o deje de tener la fuerza necesaria, al final quedé vencido y me vi empujado a acercarme a vuestra opinión; vos veréis con qué fuerzas lo cumplo. Así pues, a vuestra orden, abandonaré las montañas repletas de caracoles de Certaldo y sus estériles tierras y me adentraré cual bisoño marinero en una mar repleta de escollos a bordo de mi ligero esquife, sin saber qué voy a conseguir de valor con mi obra si me lo llego a leer todo. Si fuera necesario, vagaré a pie por las costas y también los montañosos bosques, las fosas y las grutas; descenderé hasta los infiernos y, como un segundo Dédalo, surcaré los aires. Por todas partes, para cumplir con vuestro deseo, recopilaré los restos de los dioses de los paganos que descubra entre un casi infinito número de libros, que los reuniré aun esparcidos casi como los restos de un enorme naufragio a lo largo de una ancha costa y, una vez reunidos, ensamblaré esos restos, diminutos, semidevorados y casi desmenuzado en el cuerpo de una sola genealogía en el orden que pueda, para que disfrutéis de vuestro deseo.

Con todo, me horroriza asumir tan gran tarea: dudo que incluso si viniera un segundo Prometeo (o si reapareciera el original), que según relatan los poetas fue el que, en los tiempos remotos, compuso a los hombres a partir del fango, sería él capaz de completar esta obra – y mucho menos yo. Famosa majestad, me gustaría decir, para que no os sorpendáis en un futuro, lo siguiente: no esperéis que una obra de este tipo, por más tiempo que se le dedique durante largas noches en vela, tenga un acabado perfecto. Seguro que estará mutilada y ojalá no tenga que considerarse, por las razones que ya hemos expuesto previamente, un cuerpo también distorsionado, o quizá apelmazado y deforme, por la cantidad de miembros. Además, ilustre príncipe, mientras avance en la composición de las distintas partes, procederé a extraer el significado oculto bajo la dura cáscara; sin embargo, no prometeré que pueda desentrañar la intención de su creador a la perfección. Desde nuestro tiempo, ¿quién podría perforar e investigar las mentes y los corazones de los antiguos, separados por vidas de distancia de los mortales actuales, y evocar el significado que entendían? Por los dioses, ¡es una tarea más divina que humana! Desde luego, los antiguos, tras dejar los textos firmados con su nombre, han tomado el camino de toda la carne y han dejado el significado de estos textos a merced del juicio de los que nazcan después, entre los cuales habrá tantos juicios distintos como cabezas se cuentan. No es una sorpresa: vemos que las palabras del Libro de Dios, entregadas por una verdad en sí misma brillante, certera e inmóvil, aunque de vez en cuando esté oculta bajo el fino velo de la alegoría, se interpretan de tantas formas distintas como lectores se acercan a ellas. Gracias a esto, me acercaré a esta tarea con menor temor, ya que, si me equivoco en algo, servirá para espolear a otro más inteligente para que me corrija.

A medida que avance con mi obra, primero escribiré lo que pueda sacar de los antiguos; luego, donde haya carencias o, a mi juicio, no hayan explicado lo suficiente, añadiré mi opinión, cosa que haré con sumo gusto, para que les quede claro a algunos ignorantes cuyo rechazo a los poetas que no entienden me hastía, que los antiguos, aunque no eran católicos, estuvieron tan dotados de talento que no hay otras obras que la creatividad del ingenio humano haya enmascarado con mayor arte o que un cuidadoso lenguaje haya adornado con mayor belleza: de su examen, es evidente que ellos estuvieron imbuidos de un gran conocimiento del mundo, del cual a menudo carecen sus malhumorados críticos. Una vez superada la cáscara de las ficciones poéticas repletas de arte y de las explicaciones de las relaciones familiares y de amistad entre unos dioses hueros, podréis contemplar algo de la Naturaleza tan oculta bajo el misterio que os sorprenderá, así como las hazañas y costumbres de los hombres más destacados, para nada divulgadas. Por otro lado, dado que esta obra alcanzará un tamaño mayor del que pensáis, considero conveniente dividir esta obra en muchas partes, para que fácilmente encontréis lo que busquéis y podáis recuperar más fácilmente lo que deseéis, a las que llamaré libros. Al principio de cada libro debería incluirse, en mi opinión, un árbol en cuyas raíces conste el padre de todo el linaje y que por las ramas se extienda todo el linaje siguiendo las distintas generaciones, para que podáis contemplar sobre quiénes leeréis en el siguiente libro y en qué orden. También encontraréis que estos libros estarán separados por claros títulos a mayor tamaño de letra, para que solo con haber leído un solo nombre entre las ramas del árbol lleguéis a él. Por último, añadiré dos libritos al final: en el primero responderé a las críticas vertidas contra la poesía y los poetas; en el segundo, que será el último de toda la obra, trataré de rechazar algunas de las acusaciones que quizá se arrojen en mi contra.

No quiero olvidarme de solicitar lo siguiente: cuando una y otra vez leáis muchas opiniones muy ajenas a la mentalidad de nuestro tiempo, tan alejadas de la verdad y que a veces incluso son tan incoherentes entre sí que ni siquiera se las atribuiríais no ya a filósofos sino a campesinos, no os asombréis o penséis que ha sucedido por un error mío: ¡es un problema de los antiguos! Desde luego, no tengo intención de reescribir o corregir de ninguna manera estas discrepancias ni otras que se deban a las variantes, a excepción de aquellas que, por su propia voluntad, permitan una cierta reorganización: ya tendré suficiente con rescribir lo que descubra y dejar las disputas para los estudiosos.

Por último, si los hombres sensatos acostumbran a rogar la ayuda divina, tanto por el destino como por la decisión de Platón, al inicio de cualquier obra, por más pequeña que sea, y acometer su tarea en su nombre (porque, si se omite, tal y como afirma Torcuato, no se podrá sentar una buena y adecuada base), bien puedo recordar qué debo hacer: entre las escarpadas veredas de la Antigüedad y los aguijones del odio, voy a recoger de aquí y allá la ingente información sobre dioses y héroes de los paganos, desmembrada, corroída y casi reducida a cenizas, y voy a darle cuerpo como si yo fuera un segundo Esculapio resucitando a Hipólito. Y por esto, dado que solo con pensarlo ya titubeo bajo esta enorme carga, suplico y ruego a nuestro piadosísimo padre, el verdadero Dios, omnipotente artífice de todas las cosas bajo cuyo poder vivimos todos los mortales, que asista favorable a mi gran y arrogante empeño. ¡Que encuentre una brillante e inmóvil estrella que dirija el timón de mi esquife mientras surca un inusual mar y, según lo requiera el momento, que conceda viento a mis velas para que me lleven doquiera que haya honra, alabanza y honor tanto como gloria sempiterna en Su nombre y que, quienes Lo rechacen, sufran desengaño, desgracia, deshonra y una condena eterna!

¿Quién fue considerado el primer dios entre los paganos?[editar]

Como voy a entrar en un gran y desacostumbrado mar y seguiré una ruta nueva, he pensado que antes debería examinarse con pericia desde qué costa deben soltarse las amarras de mi navío para que los vientos favorables me lleven directamente a donde desea mi ánimo. Cuando haya descubierto al que los antiguos determinaron que fue el primer dios, confío desde luego en que habré descubierto que puedo avanzar en un orden cronológico, tomándolo como el debido punto de partida del linaje. Se habían unido en mi interior todas las fuerzas del alma y desde el sublime espejo de mi mente podía observar casi toda la superficie de la tierra: vi de repente que muchísimos se revelaban como unos testigos muy fiables no de la única religión pero sí de una verdad extendida, los cuales afirmaban con gran empaque que solo existe un Dios, al que nadie ha visto nunca, y que este es el verdadero inicio y carece de final, omnipotente, padre de todas las cosas y creador tanto de lo que nos es visible como de lo que no.

Como creo que esta es la mejor doctrina y lo he creído desde mis años de la infancia, siempre tuve en mente analizar las distintas y variadas opiniones que, respecto a esto, tenían muchísimos antiguos. Me pareció que los propios paganos creían en algo muy similar, pero se equivocaron al otorgar la dignidad del creador de la creación e intentaban atribuirla no todos a uno, sino cada uno a algo distinto. El motivo de este error viene dado, en mi opinión, por los que filosofaban (dado que cada uno percibía el mundo de forma distinta según la interpretaban a partir de su primitiva ignorancia) y, después de ellos, por los poetas (los primeros teólogos, según Aristóteles), los cuales, siguiendo sus supersticiones, consideraron como dioses lo que cada uno de ellos pensaba que era la causa primera de las cosas. Por tanto, si hubo muchas y muy diversas opiniones, necesariamente se sigue que muchos y muy diversos dioses tendría cada pueblo o, mejor dicho, escuela, cada una de las cuales pensó que el suyo era el veradero, primero y único dios, padre y señor de los demás. Y así no solo crearon una bestia de tres cabezas como Cerbero, sino que a mi juicio se esforzaron en describirla como un monstruo de muchas cabezas.

Mientras rastreaba entre los más antiguos, me encontré con Tales de Mileto, en su momento el más sabio de los hombres, un gran conocedor del cielo y los astros, del cual había oído que había investigado mucho sobre el verdadero Dios, más con el ingenio que con la fe. A él le pedí que me dijera cuál pensaba que fue el primero de los dioses y enseguida me respondió: “Creo que la causa primera de todas las cosas es el agua, que alberga una mente divina: al igual que podemos ver que alimenta las plantas, así también, una vez que los manantiales se elevaron hacia los cielos hasta llegar a las estrellas, ella que todo lo produce construyó con su empapada mano el resto del mundo.” Después me encontré con Anaxímenes, otro hombre muy docto, y cuando le pregunté lo mismo que a Tales, respondió: “El aire es el inicio de todo, porque los seres vivos al punto se mueren si desaparece el aire y, sin él, no pueden ser creados.” Tras estos, Crisipo también fue considerado por los antiguos como un hombre de renombre, el cual respondió a mi pregunta: “Creo que el fuego es el fundador de todo, porque sin calor no parece que nada mortal pueda engendrarse, ni que nada nacido pueda sobrevivir.” Pero cuando más adelante me reuní con Alcinoo de Crotona, descubrí a un hombre de un alma más elevada que la de los demás, puesto que tras elevarse por encima de los elementos entremezcló su intelecto con los astros: no sé qué sabía de ellos, pero contó que él pensaba que el Sol, la Luna, las estrellas y todo el cielo eran los artífices de todo. ¡Qué ingenioso hombre! Mientras que los demás otorgaban la divinidad a un solo elemento, este se la concedió a todos los cuerpos supracelestiales. Después de ellos, me acerco a Macrobio el joven. El solamente atribuye al sol lo que Alcinoo había otorgado a todo el cielo; en cambio, Teodoncio[1], un hombre sin linaje destacado pero un eminente investigador de tales asuntos, respondió sin aludir a nadie: “La opinión de los más antiguos habitantes de la Arcadia es que la tierra es la causa de todas las cosas y, considerando (como decía Tales del agua) que en ella hay una mente divina, creyeron que por su obra todo fue creado y generado.”

Además, para no extendernos con más ejemplos, hubo poetas que siguieron la opinión de Tales y llamaron al elemento del agua “Océano”, al que llamaron padre de todas las cosas, de hombres y dioses, y pusieron en él el inicio de la genealogía de los dioses: nosotros podríamos haber hecho lo mismo, si no hubiésemos encontrado que, según otros, el Océano fue hijo del Cielo. También hubo quieres consideraron que Anaxímenes y Crisipo dijeron la verdad, según lo cual algunos poetas pusieron muy a menudo a Júpiter en lugar del elemento del fuego (y, a veces, del fuego y del aire), le entregaron el mando sobre todos los dioses y lo colocaron como el primero de todos los dioses en sus genealogías; nosotros no los hemos seguido en este punto, porque recordamos haber leído que Júpiter es hijo ora del Éter, ora del Cielo y ora de Saturno. En cambio, los que depositaron su confianza en Alcinoo quisieron poner al Cielo (o Celio) como el primero de sus genealogías, pero como hemos leído que fue engendrado junto con el Éter, lo hemos omitido. Así, también hubo quienes siguieron a Macrobio y sus destacados acompañantes, y concedieron el primer lugar en su genealogía al Sol… del cual los propios poetas atestiguan que tuvo muchos progenitores, atribuyéndole como padre ya a Júpiter, ya a Hiperión, ya a Vulcano. Por contra, los que desearon que la tierra fuera la generadora de todas las cosas, como afirma Teodoncio, la bautizaron como Demogorgon, tierra entremezclada con una mente divina. A este yo lo considero, en efecto, el padre y principio de todos los dioses paganos, dado que no he descubierto en las obras poéticas a nadie que fuera su padre y, como he leído que Éter no solo tuvo padre, sino también abuelo, al igual que de la multitud de otros dioses de los que estos (que he mencionado arriba) han surgido. Así pues, tras examinarlo todo, podar el resto como unas ramas superfluas y darle una forma compacta, pensamos que hemos alcanzado el inicio de nuestro camino al considerar a Demogorgon no solo como el padre de todas las cosas sino también de los dioses paganos y, con la ayuda de Dios, nos adentaremos por un camino que atraviesa el Ténaro (o Etna) hasta descender a las entrañas de la tierra y, primero, surcar los bajíos de la laguna Estigia.

(En el dibujo de un árbol girado del revés, con las raíces hacia arriba, aparece Demogorgon en la parte alta, padre no solo de la descendencia abajo citada sino también de todos los dioses de los paganos. En las ramas y hojas que descienden de él se escriben los nombres de sus hijos y nietos, de los cuales se remarcan con una letra distinta aquellos que aparecen en este libro, pero de todos ellos solo el Éter se omite, cuya amplísima descendencia se describirá en los siguientes libros. Así pues, Demogorgon tuvo 9 hijos en total; el primero fue Conflicto, segundo Pan, tercera Cloto, cuarta Láquesis, quinta Átropos, sexto Polo (o Pólux), séptimo Fitón (o Faneta), octava Tierra y noveno Érebo.)


Demogorgon[editar]

Una vez descrito en amplia extensión el linaje de las tinieblas, se me apareció mientras caminaba entre las entrañas de la tierra aquel antecesor de todos los dioses de los paganos, el letárgico Demogorgon, rodeado por doquier de niebla y bruma. Su propio nombre provoca pavor, estaba recubierto de pálidos musgos y rodeado de una desazonada humedad; manaba de él un tétrido y fétido olor a tierra y, usando más las palabras de otro que las suyas propias, confesó que era el padre de aquel triste reino y se plantó delante de mí, que contemplé al artífice de esta nueva obra. Me reí, lo reconozco, mientras lo miraba, recordando la estupidez de los antiguos, que pensaban que él era eterno, sin haber nacido de nadie, y que se escondía en las entrañas de las tierra. Con todo, como este no es el objetivo de esta obra, dejémoslo en su propia miseria y avancemos hacia donde deseamos.

Teodoncio afirma que el motivo de esta insulsa superstición tuvo su origen no en los estudiosos, sino en los más antiguos campesinos de Arcadia: como eran hombres de interior y de monte, semisilvestres, cuando veían que la tierra generaba por su propia voluntad bosques y florestas, producía flores, frutos y simientes, alimentaba a todos los seres vivos y, al morir, los acogía a todos en su seno; cuando observaban que, en efecto, los montes vomitaban llamas, del duro pedernal se extraía el fuego y de cóncavas cavernas y valles brotaban los vientos; cuando sentían que a veces ella misma se movía, incluso emitía bramidos, de sus entrañas manaban fuentes, lagos y ríos, en su rudeza creían que era como si de ella surgieran el fuego de los cielos y el lúcido aire. También suponían que había expulsado al Océano, aquella ingente extensión de agua, después de haberlo ingerido previamente, y que las ascuas que se alzaban del choque entre incendios hasta los cielos habían creado los orbes del Sol y de la Luna o se habían quedado clavadas en la bóveda celeste como sempiternas estrellas.

En cambio, sus sucesores, que era un poco más sagaces, no afirmaron simplemente que la tierra era el creador de todas las cosas, sino que albergaba una mente divina bajo cuyo entendimiento y consentimiento sucedían esos fenómenos, y juzgaron que esta mente tenía su residencia bajo tierra. Aumentó la confianza en este error por parte de los campesinos la ocasional entrada en las cavernas y los más hondos recovecos de la tierra, cuando parecía que, a medida que se avanzaba y la luz menguaba, el silencio aumentaba: con el esperable horror propio del lugar, se habituó a adentrarse en sus mentes la religión, la ignorante sospecha de la presencia de alguna divinidad – esta supuesta divinidad pensaban que no era otra que Demogorgon, porque se creía que tenía su palacio en las entrañas de la tierra, como se ha dicho. Así pues, gozaba entre los antiguos arcadios del más alto honor, los cuales pensaban que callar su nombre aumentaba la majestad de su divinidad, ya fuera porque estimasen que era indecente que un nombre tan sublime alcanzara los labios de los mortales, ya fuera porque temían que el dios se irritase al nombrarlo, de tal manera que se prohibió por decisión pública que nadie quedara impune al nombrarlo. Parece que Lucano testifica este hecho cuando describe a Ericto invocando a los manes así:

¿Obedecéis? ¿O tendrá que invocarse
a aquel, nunca antes llamado, que hace temblar la tierra
sin sacudirla? Él mira a la Gorgona descubierta
y con sus golpes azota a la asustada Erinia…

(Lucano, 6, 744ss)


Así también Estacio afirma cuando, por orden de Eteocles, se interroga al viejo y ciego Tiresias sobre el resultado de la guerra de Tebas:

Lo sabemos, incluso todo lo que teméis que se sepa y se conozca,
sabemos incitar a Hécate (ni siquiera a ti, señor de Timbra, te temo),
sabemos quién es el ser supremo del triple mundo, al que es sacrílego conocer;
a él… pero me lo callo.

(Estacio, 4, 514ss)


A este dios, al que se refieren los dos poetas sin mencionar su nombre, el erudito e ilustre Lactancio se refiere claramente cuando comenta la obra de Estacio: “es el Demogorgon, el más importante y primero de los dioses paganos”. Nosotros podemos interpretarlo igual, si sopesamos las palabras del poema. En Lucano, dice la bruja pagana, para referirse a su imponente palacio subterráneo, que la tierra temblará al llamarlo, lo que nunca hace a no ser que la sacudan; justo después, que mira a la Gorgona (esto es, a la tierra) descubierta (esto es, en su totalidad), porque viviría en las entrañas de la tierra, mientras que nosotros, que habitamos encima en comparación con él, solamente vemos su superficie; también puede significar que ve la Gorgona descubierta, es decir, al famoso monstruo que convierte en piedra a quienes lo miran: como no se vuelve piedra, es otra clara señal de su preeminencia. En tercer lugar, su poder se muestra incluso en el inframundo, cuando dice que azota a la Erinia (en vez de decir “Erinias”, otro nombre de las Furias), a las que con su poder reprime e incita. También se le reconoce entre los dioses superiores en las palabras de Estacio, cuando lo señala como subterráneo y el rey de todos, que al invocarlo puede obligar a los espíritus de los difuntos[2] a cumplir con el deseo de los mortales, aunque no lo quieran. Con todo, dice que conocerlo es sacrílego, porque no corresponde a todos conocer los secretos del dios, puesto que, si fueran conocidos, casi podría llegar a devaluarse el poder de la divinidad. Aparte, para que no se angustiase en el tedio de la soledad, la generosa pero circunspecta antigüedad (por citar a Teodoncio) le otorgó la compañía de Eternidad y Caos, y de ahí su multitud de hijos: quisieron que tuviera 9 en total, entre varones y mujeres, como más abajo se explicitará con mayor claridad.

Este sería el lugar para descubrir si había algo oculto bajo la ficción poética, pero cuando se ve al desnudo el sentido de esta errónea divinidad, tan solo queda explicar por qué su nombre parecía sonar tan horrible. Según creo, Demogorgon en griego significaría “dios de la tierra” en latín, ya que demon es dios (como afirma Leoncio) y Gorgo se traduce como tierra, pero sería mejor “sabiduría de la tierra”, ya que a menudo se entiende demon como “sabiduría” o “conocedor” o, como les gusta más a algunos, “dios temible”, porque respecto al verdadero Dios que vive en los cielos se puede leer: “Santo y temible es su nombre.” En verdad, este es temible por otro motivo, pues el juicio de Dios es temible por la entereza de su justicia contra los que actúan de mala fe, mientras que este lo es para los que estúpidamente creen en él. Por último, antes de tratar sobre sus hijos, debemos comentar unas pocas cosas sobre sus acompañantes.

Capítulo 1: La Eternidad[editar]

Sigue ahora la exposición sobre la Eternidad, que los antiguos otorgaron como compañera de Demogorgon, para que él, que no era nada, pareciera eterno. Está claro qué es por su propio nombre: no puede medirse con ninguna cantidad de tiempo, no puede designarse con ninguna extensión de tiempo, ya que contiene la perpetuidad en su totalidad y no queda contenida por nada. Es menester citar lo que escribió sobre ella Claudio Claudiano cuando ensalzó a Estilicón en su heroico poema, que dice así:

Desconocida e inasible para nuestra mente, existe lejos
la macilenta madre, apenas alcanzable por otros dioses, de los años,
en una gruta de incalculable antigüedad: de tiempo surte
y lo reclama a su ancho pecho. Abraza la cueva
una serpiente que todo lo consume con apacible divinidad,
perpetuas brillan sus escamas y su propia cola devora
con su boca silenciosa vuelta hacia atrás, mientras retoma el inicio de su rumbo.
Como guardiana de la entrada, de armonioso y longevo rostro,
se sienta ante las puertas la Naturaleza y de todos sus miembros
se descuelgan almas revoloteantes. Un viejo venerable
pone por escrito leyes que perdurarán: reparte las estrellas en grupos,
fija sus estables cursos y demoras, con lo que todo ser vivo vive
y muere según unas leyes firmes. Él determina...

(En honor del consulado de Estilicón, II, 424ss)

Poco después, la gruta se describe así:

Habitan aquí, distinguidos en el aspecto de diversos metales,
los certeros siglos en sus lugares: allí se agrupan los de bronce,
aquí están tiesos los de hierro, allá relucen los de platas;
en una destacaba zona de la casa...<poem>

Esto afirma este autor. Pienso que aquí vos, el más sereno de los reyes, podéis advertir con qué elegancia y con qué palabras tan precisas y concretas el poeta ha descrito qué es la Eternidad y que contiene en su interior. Para aludir a la enormidad de todo el tiempo, dice que su “gruta” (es decir, la profundidad de su interior) es desconocida y queda lejos, no solo para los mortales sino que es apenas alcanzable para los dioses (es decir, las afortunadas criaturas que, en apariencia, son dioses); luego afirma que ella surte y reclama el tiempo, para dejar claro que con su poder todo el tiempo ha tenido, tiene y tendrá un inicio y por último, al final, llega a su propio término. Para explicar en qué orden, describe a la serpiente siempre brillante (es decir, que nunca alcanzará la vejez), y dice que devora su propia cola con sus fauces al dar la vuelta, para que entendamos con este hecho el discurrir circular del tiempo: siempre el fin de un año es el principio del siguiente, y así será mientras dure el tiempo – se ha servido de este ejemplo porque, antes de que existieran las letras, así era como antaño los egipcios representaban un año[3]. Justo después señala que esto sucede en silencio, porque no nos damos cuenta de que el tiempo se desliza paulatinamente.

Describe a la Naturaleza rodeada de almas que revolotean a su alrededor porque siempre está infundiendo almas a los seres animados: por eso la coloca ante las puertas de la Eternidad, para que entendamos que todo lo que entra en las profundidades de la Eternidad, tanto si ha de permanecer mucho como poco, entra con la aquiescencia de la Naturaleza de las cosas. Así es como una portera, y tiene que entenderse que se refiere a la “Naturaleza ya creada”[4], puesto que lo que la Naturaleza creadora introduce ya no sale nunca. En cambio, creo que el viejo que reparte a las estrellas en grupos en la cueva es el verdadero Dios, no porque sea viejo (hablando de eternidades, no pertoca una descripción de la edad), sino porque habla según la costumbre de los mortales, que llamamos inmortales también a los viejos longevos. Este divide las estrellas en grupos como símbolo de que, con su acción y orden, podemos distinguir el paso del tiempo gracias al fiable movimiento de las estrellas que Él ha establecido. Al igual que contamos los años gracias al recorrido del sol por todo el cielo, también gracias a las mismas convoluciones de la luna contamos los meses y gracias a la revolución de la octava esfera por entero, los días. Sin embargo, de los siglos, que los menciona ahí mismo, escribiremos más adelante en profundidad, cuando tratemos los Eones.

==Capítulo 2: El Caos==
Caos, como Ovidio afirma al inicio de su mayor obra, fue una especie de materia de todas las cosas que iban a ser creadas, combinada y entremezclada. Así dice:
<poem>Una sola era la faz de la Naturaleza en todo el mundo
a la que llamaron Caos, una masa informe y desordenada,
nada más allí que un peso inerte y un montón
de semillas de las cosas mal encajadas, en discordia.

(Ov., Metamorfosis, I, 6ss)

A este (o a esta faz tan hermosa carente de una forma determinada) quisieron algunos (es decir, algunos insignes filósofos) que fuera la compañera en la eternidad del Demogorgon, para que si alguna vez tenía la idea de crear nuevos seres, no careciera de materia – como si el dios que podía dar forma a las cosas en su diversidad no tuviera la capacidad de generar la materia a partir de la cual dar esa forma. Es ridículo, pero me he comprometido a no rebatir a nadie.

Capítulo 3: Conflicto, el primer hijo de Demogorgon[editar]

Una vez superada esta parte, es el momento de llegar a la famosa descendencia del primer dios de los paganos. Se quiso que su primer hijo fuera Conflicto[5], porque consideran que fue el primero en salir del útero de Caos, aunque se desconozca su padre. De su nacimiento, Teodoncio relata la siguiente fábula: según escribió el poeta Pronápides[6], mientras Caos vivía con Demogorgon y reposaban en la gruta de Eternidad, sintió en su útero un tumulto. Demogorgon, alterado, extendió la mano para abrir su vientre y, al retirar la piel, salió Conflicto provocando tumulto y, como tenía un rostro feo y desvergonzado, lo arrojó a los cielos. Este enseguida voló hacia lo alto: no podía descender a la superficie porque le parecía que quien lo había sacado del vientre de su madre era el más pequeño de todas las cosas. Pero Caos, cansada todavía por este duro sufrimiento (pues no disponía de una Lucina a quien invocar) y, empapada, parecía que se iba a deshacer en sudor mientras exhalaba incontables flamígeros suspiros; todavía tenía en su interior la fuerte mano de Demogorgon, la cual, una vez expulsado el Conflicto, extrajo a las tres Parcas y a Pan junto con ellas. Como le pareció que Pan era el más adecuado para administrarlo todo, lo puso al frente de su hogar y le entregó a sus hermanas como sirvientas. Caos, por orden de Pan, asumió el poder de Demogorgon. Conflicto (al que nosotros llamamos en lengua más vulgar “Discordia”) aparece en Homero llamado como “Disputa” y la considera hija de Júpiter, de la que él mismo dice que la arrojó del cielo a la tierra cuando, por su culpa, fue atacado por Juno por el nacimiento de Euristeo y de Hércules.

Teodoncio relata también más cosas de Conflicto, que ordenaré en mi relato donde, en mi opinión, quedarán mejor ubicadas (que de este tema hasta ahora se omitían). Aquí tenéis, mi afamado rey, una historia ridícula, pero ha llegado el momento en el que es preciso apartar la cáscara de ficción que cubre la verdad. Antes, con todo, es necesario responder a quienes preguntan una y otra vez por qué los poetas relatan las obras, ya sea de la Naturaleza ya sea de los hombres, bajo el velo de estas ficciones. ¿No podían hacerlo de otra manera? Podían, pero al igual que no todos perciben un rostro igual, tampoco son iguales los juicios de cada persona. Aquiles prefirió la guerra a la quietud; Egisto, la desidia a la guerra. Platón siguió a la Filosofía y abandonó todo lo demás; Fidias prefirió esculpir estatuas con su escoplo y Apeles pintar imágenes con su pincel. De igual manera, y por no extenderme con el resto de profesiones, el poeta disfruta recubriendo la verdad con las historias, la causa de cuyo deleite bien parece mostrar Macrobio cuando dice en sus comentarios sobre el Sueño de Escipión: “Como ya he dicho, llevan al terreno de la fábula todo lo relacionado con el resto de dioses y del alma, no para disfrutar en vano sino porque saben que la Naturaleza aborrece una explicación clara y concreta de sus características: al igual que se cubrió bajo varias capas para que los sentidos ordinarios de los hombres no pudieran comprenderla, también quiso que sus secretos se recubrieran bajo la apariencia de historias.

De este modo, los propios misterios se ocultan bajo los secretos de las historias, para que no se muestre la naturaleza de tales cosas desnuda a los adeptos en el tema, sino solamente a los hombres más eminentes que se sirven de la sabiduría; los demás se contentan con lo accesorio de la verdad arcana.” (Macrobio, Comentario, 1, 2, 17ss)

A mi parecer, con estas palabras Macrobio da una respuesta adecuada a los que pregunten, aunque se podrían decir muchas más cosas. Además, oh gran rey, es necesario entender que no hay única forma de entender estas ficciones – sería mejor denominarlas polisémicas, esto es, con múltiples sentidos. Pues tienen un sentido superficial primero, denominado “literal”, y otros significados una vez traspasada la superficie, llamados “alegóricos”. Para que se entienda con más facilidad, vamos a poner un ejemplo: Perseo, el hijo de Júpiter, en el relato poético mató a la Gorgona y, tras derrotarla, escapó volando. Cuando leemos esto, se nos muestra el sentido narrativo según lo escrito; si buscamos una comprensión moral a partir del texto, se nos aparece la victoria del prudente frente al vicio y la elevación hacia la virtud. Pero si quisiéramos entenderlo alegóricamente, se designa el ascenso a los cielos de una mente piadosa que ha despreciado los placeres mundanos. Además, podría también interpretarse en sentido anagógico[7] que a través del mito se representa el ascenso de Cristo hasta el Padre tras derrotar al príncipe del mundo[8].

Aunque todos estos sentidos reciban diversos nombres, todos podrían llamarse “alegóricos”, porque es el más habitual. “Alegoría” procede de “allon” (que en latín significa ajeno o diferente), porque todas aquellas interpretaciones distintas del sentido narrativo o literal pueden denominarse merecidamente “alegóricas”, tal y como se ha explicado. Sin embargo, no tengo intención de desentrañar todos los sentidos de los siguientes relatos cuando considero que es suficiente con explicar uno de muchos, aunque de vez en cuando quizá se añada alguno más.

Ahora explicaré en unas pocas palabras lo que yo pienso que Pronápides entendía de este relato. Me parece que Pronápides quiso relatar la creación del mundo siguiendo la equivocada creencia de aquellos que pensaban que un dios había generado cuanto fue creado a partir de una materia ya antes preparada. Pues Demogorgon había percibido que el vientre de Caos estaba alterado por un tumulto (creo que no podía ser otra cosa que la divina sabiduría) provocado por algún motivo, como por ejemplo la madurez del vientre (esto es, que había llegado la hora del tiempo previsto) y, de esta manera, deseó hacerse cargo de la creación: separó con un determinado orden lo que antes estaba mezclado y estiró la mano (es decir, atendió a su voluntad) para extraer una obra hermosa y ordenada de aquel informe montón de heces y, antes que nada, extrajo a Conflicto del sufriente útero de Caos (sufriente porque aguantaba las consecuencias del desorden), algo que debe eliminarse cada vez que quiera ordenarse debidamente cualquier cosa, una vez eliminados los motivos de la discordia.

Así pues, es evidente que hizo esto antes que otras cosas, como separar lo que hasta ese momento eran elementos amalgamados entre sí (lo cálido se oponía a lo frío, lo seco a lo húmedo, lo ligero a lo pesado), y dado que el primer acto del dios parece que fue sustraer a Conflicto de los elementos discordantes para ordenarlos, se dijo que era el primer hijo de Demogorgon. A causa de su feo rostro, fue arrojado (porque la mayor parte de las veces es feo el conflicto) y salió volando hacia las alturas, lo que parece que tiene más relación con el orden del relato fantástico que con algún significado oculto; además, una vez arrojado, no tenía otro sitio donde ir más que hacia arriba, cuando queda claro que se le alumbró en las regiones inferiores de un mundo ya creado. Homero escribe sobre un dios que fue arrojado desde los cielos a las tierras, porque en su obra Euristeo nació antes que Hércules, según se contará en su debido momento.

Por lo que respecta a su sentido intrínseco, esto es lo que yo percibo: que muy a menudo se generan entre los mortales conflictos causados por el movimiento de los cuerpos celestiales. Además, puede decirse que Conflicto fue arrojado a la tierra desde los cielos, ya que en el ámbito celestial todo se realiza con un orden concreto y perpetuo, mientras que entre los mortales apenas se encuentra nada en armonía. Finalmente, cuando dice que Caos estaba empapada de sudor y emitía flamígeros suspiros, creo que no se puede entender otra cosa más que la primera separación de los elementos, puesto que con el sudor se refiere al agua, con los suspiros flamígeros al fuego y al aire y con los cuerpos que hay debajo y el gran tamaño de su cuerpo a la tierra, que después por decisión de Pan se convierte enseguida en la casa y residencia de su creador. Creo que, al extraer a Pan después de Conflicto, los antiguos pensaron que en esta separación de los elementos la “Naturaleza ya creada” tuvo su inicio y, acto seguido, dominó sobre la casa de Demogorgon (esto es, el mundo), como si fuera la voluntad del dios que con esta acción se crease todo lo mortal. Que entregase a las Parcas, nacidas del mismo parto, como sirvientas a su hermano considero que es una ficción para que se entienda que la Naturaleza ha sido creada con estas leyes: que procree o engendre, nutra y lleve a su término a los mortales. Estas son las tres tareas de las Parcas, con las que cumplen un continuo servicio a la Naturaleza, como más adelante se expondrá con mayor amplitud.

Capítulo 4: Pan, el segundo hijo de Demogorgon[editar]

Ya antes ha quedado bastante claro que Pan fue el segundo hijo de Demogorgon. Teodoncio cita la siguiente historia de él: Pan molestó a Cupido con sus palabras y fue derrotado en la disputa que inició con él. Por orden del vencedor, Pan se enamoró de la ninfa Siringa, de Arcadia; ella, aunque había jugueteado antes con sátiros, había rechazado unirse con ellos. Pero cuando Pan la empezó a perseguir y ella huyó de su agobiante amor, sucedió que Siringa vio impedida su huida por el río Ladón y suplicó y rogó al resto de ninfas que la ayudasen, cosa que hicieron convirtiéndola en unos juncos acuáticos. Cuando Pan percibió su cantarín sonido cada vez que el impulso del viento los hacía entrechocar, recogió algunos tallos, llevado tanto por su cariño por la joven que tanto le gustaba como por su agradable sonido, y con siete de ellos de tamaños dispares construyó una flauta, según dicen, y fue el primero en tocarla, como incluso testifica Virgilio: “Pan fue el primero en decidir unir muchos tallos con cera…” (Virg., Eg., 2, 32)

Además, la sorprendente figura de Pan la han descrito poetas y otros insignes escritores. Según relata Rabano [Mauro] en su libro “El origen del mundo”, antes que nada, él tiene fijos en su frente unos cuernos que miran hacia el cielo, una barba prolija que cuelga hasta el pecho y, en vez de un sayo, un pellejo moteado que los antiguos denominaban “nébride”; además, en la mano lleva un cayado y la flauta de siete caños. También dice que sus miembros inferiores están cubiertos de un pelo tieso e hirsuto, sus pies son de cabra y, como añade Virgilio, tiene un rostro púrpura. Rabano consideraba que era el mismo ser que Silvano, si bien Virgilio los describió como distintos cuando dice:

Llegó también Silvano, coronado de honras silvestres,
agitando a su paso floridos tallos y lirios enormes;
justo detrás le seguían: llegó Pan, el dios de Arcadia.

(Virg, Eg., 10, 24)

En otro lugar afirma “a Pan y al viejo Silvano, y sus ninfas hermanas…

Una vez superada esta parte, es el momento de acceder al significado intrínseco. Dado que más arriba ya se ha comentado que Pan es la “naturaleza ya creada”, lo que querían decir al representarlo vencido por Cupido creo que es fácil de entender: en cuanto la naturaleza fue generada por el propio creador, enseguida empezó a actuar y, deleitada con su propia obra, empezó a amar: así, incitada por su propio deleite, sucumbió al amor. En cambio Siringa, la amada de Pan según dicen, viene del griego “syren”, según decía Leoncio, lo que en latín significa “cantando a dios”, de modo que podríamos decir que Siringa es la melodía de los cielos (o esferas), que se producía (o se produce) a partir de los diversos movimientos interrelacionados de los círculos de las esferas, como determinó Pitágoras: por tanto, es como si la naturaleza productora amase a lo que resulta más agradable a Dios y la naturaleza.

Con todo, si queremos considerar que Siringa representa algo más cercano a nosotros (y, al mismo tiempo, los cuerpos supracelestiales de la naturaleza siguen su curso, tan ordenado y organizado, mientras se desplazan en un movimiento continuo hacia un final concreto y determinado, de forma similar a quienes cantan en armonía en una misa, cosa que debe creerse que resulta de lo más grato a Dios), ¿por qué dijeron que esta ninfa era de Arcadia y acabó convertida en juncos? Creo que ya he comentado que, según Teodoncio, los arcadios fueron los primeros que, tras descubrir el canto descubrieron la diferencia entre cuatro tonos, alternando soplos largos y breves a través de los juncos, y después añadieron tres más y, al final, como usaban muchísimas cañas, idearon cómo colocar de agujeros más cerca y más lejos del soplo de la boca y unieron las cañas en un solo instrumento. Macrobio afirma que esto fue descubierto por Pitágoras a partir de los golpes de martillos, unos ligeros y otros pesados; en cambio, Josefo en su libro “Antigüedades de los judíos” (1, 2, 2) dice que Yúbal lo descubrió mucho antes, a partir del golpe de los martillos de Tubalcain, su hermano, que era herrero. Con todo, como a los creadores de esta historia tenían más confianza en que lo descubrieron los arcadios (quizá porque en aquel tiempo eran los mejores tocando la flauta), quisieron que la ninfa fuera de Arcadia.

Por otro lado, que Siringa rehuyera a Pan aunque juguetease con los sátiros y que después fuera retenida por el Ladón y acabase convertida en juncos por el auxilio de las ninfas, oculta a mi juicio algo bueno sobre nuestros cantos. Ella rechazó a los sátiros (es decir, a los de ingenio rudo) y rehuyó a Pan (es decir, al hombre apto por naturaleza para la música); de hecho, no huye del acto sino del aprecio de su amante, cuyos deseos parece que cesen con la demora. A ella entonces la inmoviliza el Ladón hasta que se convierte en un instrumento para difundir la práctica de la música. El Ladón es, en efecto, un río cuyas riberas alimentan los juncos, en los que dicen que Siringa acabó convertida y a partir de los cuales sabemos que luego se confeccionó la flauta. De aquí debemos entender que la raíz de los juncos está clavada en la tierra: así también la práctica de la música y del canto (que se descubrió después) se ocultan en el pecho del inventor hasta que se le ofrece una herramienta para difundirlos, una herramienta que se elabora a partir de los juncos que brotan desde sus raíces con ayuda de la humedad; una vez elaborado, brota el sonido planeado con ayuda de la humedad que hace brotar el sonido. En cambio, si fuera seco, no habría ninguna dulzura en el sonido, sino que sonaría más bien como un mugido, como vemos que sucede con el fuego que se expulsa por las cañas. Y así parece que Siringa acabó convertida en juncos, porque resonaba entre ellos. Además, es posible que el inventor de la flauta fuera el primero en descubrir el uso de los juncos para esto: quizá se llamaba Ladón y por eso era el río Ladón quien los mantenía.

Queda por ver qué pudieron percibir los antiguos respecto a la imagen de Pan, con la que yo creo que deseaban describir el cuerpo universal de la naturaleza (tanto de los elementos activos como pasivos): por ejemplo, percibían que los cuernos vueltos hacia arriba representaban los cuerpos supracelestiales, que podemos aprehender de dos formas distintas: con la técnica, con la que seguimos y conocemos los recorridos de las estrellas y con la percepción, con la que percibimos los desórdenes que provocan entre nosotros. A través de su rostro encendido, se percibe el elemento del fuego, que consideraban contiguo al aire, hecho que creo que debe entenderse porque muchos dijeron que Júpiter era fuego y aire a la vez. A través de su barba, que muestra su virilidad, considero que quiseron explicar la virtud activa de estos dos elementos unidos y su acción sobre la tierra y el agua, a la que hundieron llevándola al pecho y las partes inferiores. Lo describían cubierto con un pellejo moteado, como un símbolo de la maravillosa belleza de la octava esfera, tachonada del abundante fulgor de las estrellas: al igual que un hombre se recubre con un manto, así también todas las cosas que miran a la Naturaleza están recubiertas por esta esfera, mientras que el cayado creo que debe entenderse como el gobierno de la Naturaleza, que rige todas las cosas (en particular, aquellas que carecen de raciocinio) y también las conduce a su final determinado en sus actuaciones; además, pusieron en sus manos una flauta, para presentar la armonía de los cielos. Respecto al hecho de que la parte inferior de su cuerpo estaba recubierta de pelo tieso e hirsuto, lo entiendo como la superficie de la tierra, abombada por montes y acantilados, tapizada de matorrales y prados. Por contra, otros lo han percibido de forma distinta: así, piensan que su imagen representa al Sol, al que consideraron el padre y señor del mundo, como por ejemplo Macrobio. Y así defienden que los cuernos son una representación de la luna creciente; el rostro púrpura, la apariencia del aire rojizo del amanecer y el atardecer; su barba prolija, los rayos del propio sol que descienden hasta la tierra; el pellejo moteado, la belleza del cielo derramada de la luz del sol; su bastón o cayado, su poder y control sobre el mundo; su flauta, la armonía del cielo conocida gracias al movimiento del sol… y así como antes.

Magnífica majestad, podréis entender, creo, cuán superficiales son mis explicaciones, por dos motivos: primero, porque desde luego tengo confianza en que la notable inteligencia que poseéis os permite adentraros en los significados más profundos a partir de unas pocas consideraciones dadas; segundo, porque hay que dejar espacio a las siguientes. Si quisiera describir todo cuando puede aducirse respecto a este mito, casi que ocuparía él por sí sola el tamaño previsto de todo este libro. Para retomar el hilo, a este Pan, ya fuera porque los arcadios más adelante lo identificaron con Demogorgon (como le pareció a Teodoncio), ya fuera porque dejaron de lado a aquel y centraron toda su atención en este, lo adoraron especialmente, hasta con sacrificios horribles (como, por ejemplo, ofrendándole sangre humana, incluso de recién nacidos), y lo llamaron Pan por la palabra griega “pan”, que significa en latín “todo”, porque pensaban que incluía en su seno todo lo de la Naturaleza, y así estaba en su totalidad. Los autores más recientes, con su gusto por las innovaciones, llamaron a Pan “Liceo”; algunos, de hecho, omitieron el nombre de Pan y lo llamaron solo Liceo. Hubo algunos que igualaron a Liceo con Júpiter, porque ya fuera por obra de la naturaleza o de Júpiter se apartó a los lobos de los rebaños (entonces casi ningún rebaño era atacado por los lobos), y así, a causa de la fuga de los lobos, parece que mereció ese nombre (pues lobo en griego se dice “lycos”). Por otro lado, Agustín afirma en su obra “La ciudad de Dios” que no se igualó a Pan con Liceo por esto, sino porque en Arcadia era muy habitual que los hombres se convirtieran en lobos, lo que pensaban que no podía suceder si no era por una fuerza divina. De aquí parece que Macrobio entendió que Pan no era Júpiter sino el sol, porque el sol es el padre de cualquier vida mortal y, cuando se levanta, los lobos acostumbran a dejar de lado sus argucias contra los rebaños y a ocultarse entre los bosques: por este favor lo llamaron Liceo.

Capítulo 5: Cloto, Láquesis y Átropo, las hijas de Demogorgon[editar]

Cloto, Láquesis y Átropos, como hemos dicho antes con Conflicto, fueron las hijas de Demogorgon. Cicerón las llama Parcas en su “La naturaleza de los dioses” y afirma que fueron hijas de Érebo y la Noche. Pero yo antes suscribo la opinión de Teodoncio, que afirma que fueron creadas junto con la naturaleza de las cosas, una afirmación que parece mucho más conforme con la verdad (pues tienen la misma edad que la Naturaleza). A estas mismas, en la misma obra, Cicerón las llama en singular Hado y dice que es el hijo de Érebo y Noche – y yo respeto mucho más lo que dice sobre el Hado que sobre las Parcas, como después se verá, y lo llamaré hijo de Demogorgon. Por contra, Séneca las llama “Hados” en sus Cartas a Lucilio, reproduciendo el dicho de Cleante: “Dirigen los Hados al que lo desea; al que no, lo arrastran.” De ellas no solo describe su tarea (que estas hermanas todo lo dirigen y también lo arrastran), como si todo sucediera por necesidad. Esto parece percibirse de una forma más patente en las tragedias del Séneca tragediógrafo, particularmente en la titulada “Edipo”, cuando dice (v. 980ss):

Los hados nos conducen, confiad en los hados
No pueden urgentes las preocupaciones
cambiar las tramas del huso pensativo.
Todo lo que padecemos, linaje mortal,
todo lo que hacemos, procede de lo alto
y preserva sus decisiones la rueca
de Láquesis, que cruel gira su mano.
Todo avanza por una senda cercada,
y el primer día ya dio el último.
No se le permite a un dios volcar
lo que discurre unido a sus causas.
Para todos va, sin atender a súplica alguna,
este orden en movimiento. A muchos
les perjudica temerlo: muchos su hado
alcanzaron, mientras temían los Hados.

Parece que Ovidio lo percibía también igual cuando, en su magna obra, pone en boca de Júpiter las siguientes palabras en respuesta a Venus: (Met, 15, 807 ss)

¿Tú piensas que eres la única,
hija, que podrá cambiar el Hado? Aunque entres sola en la casa
de las tres hermanas, allí verás, con gran esfuerzo,
los registros de la naturaleza, forjados de bronce y sólido hierro.
Ni el clamor de los cielos ni la ira del rayo ni ruina alguna
ellas, seguras y eternas, temen: encontrarás allí inscritos
en perenne acero los Hados de tu linaje…

A partir de estas palabras, además de la idea que ya hemos juzgado antes, puede entenderse que estas tres hermanas son el Hado y los Hados, por más que Cicerón distinguiera entre las Parcas y los Hados, ya que a mi juicio pretendía mostrar la diversidad de cargos más que de personajes.

Veamos ahora qué percibían sobre estas tres hermanas (que después reduciremos a una) algunos autores. Ya dijimos antes que su padre las puso al servicio de Pan, y señalamos el motivo. Fulgencio, en su “Mitologías”, comenta que fueron entregadas como regalo de Plutón, el dios del inframundo, creo que para entender que sus actos tan solo tratan sobre lo terrenal, puesto que Plutón representa la tierra. El propio Fulgencio afirma que Cloto significa “convocación” porque es su poder hacer crecer, una vez arrojada, la semilla de cualquier cosa, de tal manera que pueda brotar a la luz; Láquesis en cambio, por lo que dice, significa “atracción” o “fortuna”, porque lo que Cloto conforma y lleva a la luz, Láquesis lo toma y lo atrae a la vida; Átropos, por otro lado, recibe su significado de “a” (que significa “sin”) y “tropos (que significa “cambio”), “sin cambio”, porque todo cuanto ha nacido, en el momento en el que sabe que ha llegado al fin que le ha sido predeterminado, acaba muriendo, lo que no puede cambiarse de vuelta con una obra natural.

Apuleyo de Madaura, un filósofo de no poca autoridad, escribe sobre ellas en su libro conocido como Cosmografía: “Existen tres Hados, que representan las divisiones del tiempo si relacionas el poder de estas diosas con el tiempo al que se asemejan. Lo que ya está hecho en el huso tiene la semblanza del pasado; lo que se retuerce entre los dedos, señala el espacio del presente y lo que todavía no se ha quitado de la rueca y sometido al cuidado de los dedos parece mostrar lo que vendrá en un futuro y el porvenir. Esta es su condición. Cada nombre es apropiado: Átropos es el hado del pasado, porque ni siquiera un dios puede concluir lo que no está acabado, ni del futuro; Láquesis recibe su nombre del final, porque también a lo que vendrá Dios les ha puesto un final; Cloto se encarga del presente, para asegurarse con sus actos de que no falte una causa sensata detrás de todas las cosas.” Hay además quienes defienden que Láquesis es la que se denomina Fortuna, que organiza todas las necesidades que afectan a los mortales.

Ahora, ha llegado el momento de examinar lo que sentían los antiguos respecto al Hado, no muy diferente de lo anterior. Así pues, Cicerón, en su libro sobre la Adivinación, escribió: “Llamo “Hado” a lo que los griegos heimarmene, esto es, a la ordenación y sucesión de causas, puesto que una causa engendra otra causa – esta es una verdad sempiterna que lleva fluyendo desde toda la eternidad. Y como así son las cosas, no existirá nada en un futuro si la naturaleza no alberga las causas que lo llevarán a efecto. De aquí se entiende que el Hado no es lo que suele denominarse superstición, sino como lo hacen los filósofos: la causa eterna de las cosas, por la cual sucedió lo que ya ha pasado, sucede lo que existe ahora y sucederá lo que viene.” Boecio Torcuato, un hombre muy erudito y católico, cuando redactó su “Consolación de la Filosofía”, dice lo siguiente sobre el Hado mientras conversa ampliamente de este tema con Filosofía, la maestra de las cosas: “La generación de todo, el progreso en su totalidad de las naturalezas mutables y todo lo que se mueve de algún modo recibieron por azar sus causas, su orden y sus formas merced a una firme mente divina. Estas variantes, compuestas en el refugio de su propia simplicidad, determinan una compleja manera de dirigir la naturaleza, una manera que, cuando se divisa en la propia pureza de la inteligencia divina, se denomina providencia; cuando se refiere a lo que mueve y dispone, fue llamado “Hado” por los antiguos.

Podría también añadir lo que Apuleyo determinó en su Cosmografía, así como las oponiones de otros, pero como considero que ya se ha dicho bastante de por qué se dice que las Parcas (o el Hado o los Hados) son hijas de Demogorgon o de Erebo y la Noche, las describiré brevemente. Como lo que va a suceder en un futuro ya ha acontecido en el pasado (porque lo causado es hijo de lo causante, como se suele decir), respecto al tema que nos atañe podemos afirmar que estas tres hermanas, nombradas de diversas formas, son hijas del dios como si hubieran sido causadas por él, que es la causa primera (como bien puede verse en las palabras recientemente citadas de Cicerón y Boecio): a este dios, como se ha dicho, los antiguos lo llamaron Demogorgon. En cambio, que hayan nacido de Érebo y la Noche, como afirma Cicerón, se entiende así: Érebo es, como se mostrará más adelante con mayor amplitud, un lugar de la tierra profundísimo y apartado, que podemos entenderlo alegóricamente como la profundidad de la mente divina, en la cual no pueden adentrarse los ojos mortales. Como la mente divina, observándose a sí misma (por así decirlo) y comprendiendo qué iba a hacer, las generó con su acción junto con la naturaleza de las cosas, bien podemos afirmar que nacieron de Érebo, es decir, del interior secreto y más profundo de la mente divina. Puede decirse que son hijas de la noche en tanto que nosotros, que consideramos oscuro (y similar a la noche, que carece de luz) todo cuanto el filo de nuestra mirada no puede penetrar. Así, ofuscados por una niebla mortal (si bien más que resplandeciente por sí misma, relampagueante de viva e infinita luz) porque nuestro entendimiento no puede cruzar al interior de la mente divina y atribuyéndole el defecto de nuestra incapacidad, damos el nombre de noche a ese día perenne: por eso las llamamos hijas de la noche.

Ya se ha hablado de los nombres propios, ahora comentemos sus apelaciones. Cicerón las llama “Parcas”, creo que por antífrasis, porque no perdonan[9] a nadie: no sienten ninguna consideración por nadie, solo dios puede perturbar sus fuerzas y organización. Hado (y Hados) recibieron su nombre del verbo latino “for”[10], como si quienes las nombraron así pensaran que se actúa según su designio, como si se le dijera “irrevocable” o “previsto”, como bien se puede entender de las palabras de Boecio. También Agustín parece entender igual en su Ciudad de Dios, pero aborrece este vocablo y advierte que, si alguien denomina así la voluntad o el poder de dios con el nombre de Hado, deberá mantener su lengua quieta.

Capítulo 6: Polo, el sexto hijo de Demogorgon[editar]

Afirman también que Polo fue el sexto hijo del Demogorgon – esto lo confirma Pronápides en su Protocosmo, cuando relata el siguiente mito: mientras Demogorgon se hallaba en su residencia bajo las olas, formó una pequeña esfera a partir del miserable fango, y la nombró Polo. Este, que despreciaba las cavernas del padre y su inactividad, se escapó volando hacia los cielos y, dado que todavía estaba blanda, infló tanto su cuerpo volando que llegó a rodear todo lo que antes había conformado su padre. Como no tenía adorno alguno, un día que presenció cómo su padre fabricaba el globo de luz y vio cuántas chispas saltaban revoloteando de los golpes del martillo del artesano, las recogió todas en su seno para lleváserlas a casa y la decoró toda con ellas.

Tendría, ilustre rey, motivos para reírme al ver con qué inadecuado orden se compuso el mundo, pero antes he atestiguado que no quería atacar nada. Sin embargo, el velo de esta ficción es bastante tenue: como en otros casos, Pronápides respalda la opinión de quienes defienden que todo lo de la tierra se generó gracias a la mente divina encerrada en la tierra cuando afirma que Polo (al que yo entiendo como el cielo) fue hecho a partir de tierra maleable, y que su cuerpo fue llevado al mayor tamaño, hasta abarcarlo todo. Respecto a lo de adornar su casa con las chipas que surgían de la luz, creo que lo dice porque gracias a los rayos relucientes del sol las estrellas del cielo, que por su naturaleza carecen de luz, se vuelven brillantes. Se le llama Polo, según creo, por algunas partes suyas muy poderosas: está claro, tal y como afirmaba Ándalo, mi maestro, y otros antiguos autores de astrología, que todo el cielo está combado sobre dos polos, de los cuales llaman al más cercano a nosotros “ártico” y al opuesto, “antártico”. Sin embargo, algunos también lo llaman Pólux, pero no veo el motivo.

Capítulo 7: Fitón, el séptimo hijo de Demogorgon[editar]

Fitón[11], según el testimonio de Pronápides, fue el hijo de Demogorgon y la tierra, y cuenta la siguiente historia de su nacimiento: afirma que Demogorgon, aburrido de la constante niebla, ascendió los montes Acroceraunos y arrancó de ellos una enorme masa de tierra en llamas. Primero le dio forma redonda con unas tenazas, después solidez con el martillo en el monte Cáucaso; después de esto, la llevó más allá de Taprobana[12] y sumergió bajo las aguas aquella bola refulgente seis veces y la hizo girar igual número de veces a través de los vientos, para que no pudiera menguar en ningún giro ni debilitarse por el óxido y para que pudiera moverse fácilmente por todas partes. Este enseguida se elevó en los aires, entró en la casa de Polo y llenó de brillo todo el palacio de su padre. Merced a su inmersión en el agua, las aguas antes dulces tomaron el sabor amargo de la sal y el aire, a causa de los giros, se tornó adecuado para recibir la luz de los rayos del sol. Orfeo, que fue casi el poeta más antiguo de todos según afirma Lactancio en su libro “Instituciones divinas”, consideró que Fitón era el primer dios, el más grande y verdadero, y que a partir de él todo fue generado y creado. Quizá esta afirmación, procedente de un testigo de tal calibre, le habría otorgado el primer lugar en esta obra, si no fuera porque el propio Orfeo, creo que sin darse cuenta o porque no podía concebir en su mente un ser que no tuviera nacimiento, escribió: πρωτογόνος Φαέθων περιμήκεος αἔρος υἵος[13], que traducido al latín significa “Faetón el primer nacido, hijo del extenso aire” – por tanto, no puede ser el primero, si nació del aire. Además, Lactancio, en la obra antes mencionada, lo llama Faneta.

Con todo, el orden que nos hemos propuesto seguir requiere que tratemos qué oculta esta ficción, lo que quedará claro en cuanto expliquemos el sentido de su nombre. Ugucio[14] en su libro sobre las palabras afirma que Fitón es el sol, un nombre adquirido de la serpiente Fitón que él mismo derrotó. Así también Paulo, en su libro titulado “Colecciones”, dice: “Fanos o Fanet significa lo mismo que «aparición»”; Lactancio también lo llama Fitón, que es un nombre ciertamente adecuado para el Sol, pues él es quien aparece levantándose y, cuando deje de hacerlo, no aparecerá ninguna otra criatura mortal, ni tampoco estrellas. Así pues, Pronápides quiso mostrar la creación del sol: para seguir la opinión de quienes creen que todo se creó a partir de la tierra, para crearlo hace que dios (o la divina mente de la tierra) tome materia de los montes Acroceraunos, pensando que una tierra encendida es más adecuada para conformar un cuerpo brillante. Respecto a que después le diera forma redonda a esta masa de tierra con unas tenazas, entiendo el arte de Dios, gracias a cuyo arte se hizo esférico el globo solar, de tal manera que su superficie no tuviera ningún bulto ni le sobrase nada. De igual manera, también puede decirse que el martillo es la intención del gran artífice, que dio forma a aquel cuerpo sólido en el monte Cáucaso (esto es, en lo alto del cielo), para que no parezca que en modo alguna puede deshacerse o menguar.

Después dice que fue llevado más allá de Taprobana, para enseñar dónde piensa que fue creado: Taprobana es una isla oriental, frente a la desembocadura del río Ganges, en la parte donde, para nosotros, sale el sol en los equinoccios – de esta forma, parece defender que fue compuesto en Oriente. Por otro lado, dice que allí fue sumergido seis veces bajo las aguas, a imitación de la técnica del herrero que, para endurecer el hierro, lo sumerge hirviendo en agua. Con esto creo que Pronápides quiso demostrar la perfección y eternidad de este cuerpo: en efecto, el seis es un número perfecto porque se completa a partir de todas sus partes, de donde quiere que entendamos la perfección del artífice y del artefacto. Respecto a que lo hiciera girar seis veces, pienso que, a través del número perfecto de rotaciones quiso describir su movimiento circular y carente de falla, de cuya órbita nunca se ha descubierto que se haya salido o la haya fallado. Respecto a que las aguas dulces se volvieran amargas a consecuencia de sumergir su gran cuerpo encendido, no creo que quiera referirse a otra cosa que no sea que las aguas de la superficie del mar se volvieron saladas debido al continuo azote que reciben las aguas del mar de los hirvientes rayos de sol, tal y como demuestran los físicos.

Capítulo 8: Tierra, la octava hija de Demogorgon, que engendró cinco hijos de padres desconocidos. El primero fue Noche; el segundo, Tártaro; el tercero, Fama; el cuarto, Tages; el quinto, Anteo[editar]

La Tierra, como antes quedó claro, fue la residencia de Demogorgon y su hijo, de la cual Estacio escribió lo siguiente en su Tebaida (8, 303ss)[15]:

Oh, eterna creadora de hombres y dioses,
que engendras ríos y bosques, todas las semillas del mundo,
tanto las manos de Prometeo como las rocas de Pirra,
que entregaste los primeros elementos a los hambrientos
y alteraste los hombres, que abarcas y mueves el piélago.
En tu poder está la dulce raza de los rebaños, la ira de las fieras
y el reposo de las aves, firme e inalterable vigor
del inacabable mundo; te abarcan la veloz tramoya del cielo,
suspendida en el vacío aire, y ambos carros[16]
¡oh medianía del mundo, indivisa entre los dos grandes
hermanos! Nodriza a un tiempo de tantos linajes, de tantas
elevadas ciduades y pueblos, tú sola te bastas de arriba
y de abajo; tú misma mueves a Atlas portacielos,
que sufriente soporta las sedes celestiales, sin ningún sufrimiento.

En efecto, en este poema se muestran las tareas de la Tierra (y se alaban), cuyo nacimiento no creo que haga falta repetir por cuanto ya se comentó cuando hablamos de Conflicto. Los antiguos la consideraron la esposa de Titán y que, como ya se ha señalado antes, tuvo algunos hijos tras yacer con su padre; también de su sobrino Océano, del Aqueronte, el río infernal, y también de algunos otros desconocidos, como se comentará en el momento oportuno. Además, le dieron muchos nombres, como por ejemplo Tierra, Telura, Telumón, Humus, Árida, Buena Diosa, Gran Madre, Fauna y Fatua; además, tiene también muchos nombres en común con otras diosas, pues se le llama Cibeles, Berecintia, Rea, Opis, Juno, Ceres, Proserpina, Vesta, Isis, Maya y Medea.

Ahora vamos a examinar qué pensaban respecto a lo que acabamos de decir los antiguos teólogos. Dicen que es la esposa de Titán, que es el Sol, porque el sol actúa sobre ella como si fuera una materia dispuesta para generar todo tipo de seres vivos, metales, piedras preciosas y otras cosas de este estilo. Algunos defienden que Titán fue un humano de gran poder, el marido de la tierra porque poseía muchas tierras, y tuvo hijos que destacaban por su fortaleza y tamaño físico que no parecía que los hubiera engendrado una mujer sino un enorme cuerpo, como por ejemplo la tierra.

Por lo que respecta a sus nombres, Rabano afirma en su libro “Los orígenes” que se la llama tierra porque “deteriora”, y es solo la parte más superficial. Se la llama Telura, según atestigua el propio Rabano, porque tomamos sus frutos[17]. Servio, por otro lado, dice que la tierra es la que “deteriora”, pero Telura es la diosa. En otro lugar afirma: Telura es la diosa, pero el elemento de la tierra; a veces se escribe Telura en vez de tierra, igual que Vulcano en vez de fuego o Ceres en vez de trigo. Telumón, en cambio, por lo que yo puedo conjeturar, era el nombre que le daban a aquella parte de la tierra que ni deteriora ni es de uso alguno para las raíces de las hierbas o los árboles, porque está muy por debajo de Telura. Humus, por otro lado, según manifiesta Rabano, es aquella parte de la tierra que tiene más humedad, como por ejemplo las marismas y los aledaños de un río; en cambio, llamaban a la tierra Áriba no porque su creador la nombró así desde la creación para indicar su verdadera constitución, sino porque está seca. Según el testimonio de Macrobio en sus Saturnalias, fue llamada Bona Dea porque es la causa de todos los bienes que nos alimentan gracias a que ella misma nutre los brotes, alimenta los frutos, ofrece alimento a las aves y pastos a los rebaños, de los que también nosotros nos alimentamos. Decidieron llamarla “Gran Madre”, tal y como afirma Pablo, quienes consideraban que era la creadora de todas las cosas; yo creo que era porque, como una madre cuidadosa, la más grande, con su generosidad alimenta todo lo mortal y acoge en su regazo todo cuanto muere. Por qué la llamaban Fauna, lo cuenta Macrobio en su libro sobre las Saturnales: “porque favorece todo uso por parte de los seres animados, lo que es hasta tal punto evidente que no es necesario explicarlo por escrito.” “Fatua” explica el propio Macrobio que la llamaron los antiguos a partir del verbo latino “for”, porque los infante[18] no tienen voz ni emiten sonido algunos hasta que no la tocan.

Por lo que respecta a los nombres que tiene en común con otras, se entenderán cuando se mencionen en los siguientes capítulos; ahora pasaremos a explicar lo que decían los antiguos de los hijos que nacieron de un padre desconocido.

Capítulo 9: Noche, la primera hija de la Tierra[editar]

Pablo afirma que Noche fue hija de la Tierra y de padre desconocido, y Pronápides escribe sobre ella el siguiente mito: la amaba el pastor Faneta, al cual le dijo, cuando la pidió en matrimonio con el permiso de su madre, que no quería a un hombre desconocido, y al que nunca había visto, y ni siquiera oído, de alguien tan opuesto a sus costumbres, por lo que prefería morirse antes que casarse con él. Por este rechazo Fanetes pasó de amante a enemigo y, cuando empezó a perseguirla para matarla, aquella se unió a Érebo, sin atraverse a aparecer por donde Fanetes estuviera. Además, Teodoncio añade que Júpiter le había concedido una cuadriga porque le había ayudado cuando se quiso acercar a Alcmena antes de que amaneciera. Además, aunque era de tez oscura, la representaban adornada con una clámide coloreada. En su alabanza (y para mostrar, en parte, las consecuencias de sus actos) cantó Estacio los siguientes versos en su Tebaida (I, 498ss):

Noche, que abrazaste las tareas del cielo y de las tierras
y las ígneas estrellas remites con variable paso,
que permites recobrar fuerzas mientras el inminente
Titán para los vivos enfermos derrama su ágil nacimiento...

Ha llegado el momento de examinar qué verdad ocultan estas historias. Así pues, la mencionan como hija de la Tierra antes que ninguna otra cosa, y de padre desconocido: considero que esto es porque la tierra actúa por la densidad de su cuerpo de tal manera que los rayos solares no pueden traspasarla hasta el otro lado. Así, por la propia tierra, se hace una sombra tan grande como el espacio que ocupa la mitad del cuerpo de la tierra[19], y a esta sombra se la llama noche: por tanto, se la llama hija solo de la Tierra como si no hubiera sido creada por la tierra y no por otra cosa, por un padre desconocido. Por lo que respecta que fue amada por el pastor Faneta, creo que se debe entender así: pienso que Faneta es el Sol, llamado pastor porque gracias a su acción todos los seres vivos se alimentan. Considero que se relata que él se enamoró de la Noche porque siempre la persigue a la carrera, como si la amase y la deseara para sí, y parece que le gustaría unirse a ella. Ella, sin embargo, lo rechaza, y huye con un paso no menos veloz que su perseguidor, porque tiene costumbres totalmente opuestas (mientras aquel alumbra, ella oscurece) y no dice en vano que moriría si se uniese a él, ya que el sol con su luz disuelve toda oscuridad: así se vuelve su enemigo. Finalmente, Noche se une con Érebo (el inframundo), que los rayos solares nunca pueden alcanzar: allí la Noche es fuerte y está segura.

El propio mito explica lo de que ayudó a Júpiter, como queda claro en el Anfitrión de Plauto: como amanecía cuando Júpiter se acercó a Alcmena, la Noche, para hacerle un regalo, extendió su presencia como si acabase de empezar el anochecer: por esto se ganó su cuadriga, con la que entiendo que realiza su continua rotación alrededor de la tierra. Las cuatro ruedas que tiene la cuadriga entiendo que representan las cuatro divisiones de las noche que sirven únicamente para el descanso nocturno; con todo, Macrobio, en su libro “Saturnales”, divide la noche en siete espacios, de los cuales el primero empieza en cuanto se pone el sol, que se llama “crepúsculo” a partir de la palabra “creper”, que significa “dudoso”[20], porque parece que dude entre atribuir ese espacio al día que ha pasado o la noche que ha de venir, y este no sirve para el reposo. El segundo, cuando ya se ha hecho oscuro, se denomina “primera antorcha”, porque entonces se encienden las antorchas y no es adecuado para el reposo; el tercero, en cambio, cuando la noche ya es más densa, se denomina “noche encamada”, porque es el momento de ir a la cama a descansar. El cuarto se llama “intempestiva”, porque no es el momento para hacer ninguna labor, mientras que el quinto es el canto del gallo porque, una vez que ya ha pasado la mitad de la noche y se acerca el día, los gallos cantan. El sexto es la “silenciosa”, ya cerca de la aurora, y se le llama así porque parece el momento más agradable de descanso, porque todo está en silencio: estos son los cuatros periodos que se entregan al reposo. El séptimo se denomina “amanecer” porque ya amanece, momento en el que los trabajadores esforzados se levantan, ya que no es momento de dormir.[21] Por otro lado, si preferimos dividir la noche en cuatro partes, al modo de las guardias marinas o militares (en la primera, segunda, tercera y cuarta vigilia), relacionaremos las ruedas de la cuadriga con el idéntico número de vigilias. Por lo que respecta al manto coloreado que viste, fácil puede verse que se refiere al ornato del cielo con el que se cubre.

La noche, como afirma Papias, recibe ese nombre porque es nociva para los ojos: les priva de su capacidad de ver, ya que de noche no se distingue nada. Además, es nociva porque es particularmente adecuada para quienes desean hacer el mal, cuando leemos “Quien mal actúa la luz odia”, de donde se deduce que siente mayor estima por las tinieblas porque son más adecuadas para una mala acción. También dice Juvenal: “Para asesinar a los hombres, salen de noche los ladrones.” Incluso Homero en su Iliada la llama una y otra vez “domadora de dioses”, para que entendamos que de noche las personas de gran espíritu revuelven en sus pechos ingentes hazañas pero, como la noche no es nada adecuada para tales acciones, oprime sus espíritus impacientes y los obliga, como si los tuviera domados, a esperar al día. Tuvo además muchos hijos, tanto con un hombres como con otros seres, como se describirá en los siguientes capítulos.

Capítulo 10: Fama, la segunda de las hijas de la Tierra[editar]

Virgilio, poeta de celestial ingenio, afirmó que Fama era hija de la Tierra, cuando dijo en la Eneida (IV, 178s): “La Tierra, su progenitora, irritada a causa de la ira de los dioses, la engendró la última, según cuentan, una hermana para Ceo y Encélado.” Para explicar el motivo de su origen, Pablo relata el siguiente mito: cuando hubo una guerra provocada por la ambición de reinar entre los gigantes Titanes, los hijos de la Tierra, y Júpiter, al final sucedió que todos los hijos de la Tierra que se enfrentaban a Júpiter fueron asesinados por este y otros dioses. La Tierra, enojada y dolorida, ávida de venganza, dado que carecía de armas contra unos enemigos tan poderosos, concibió y parió a la Fama, que divulgó los crímenes de los dioses, para poder infligirles algún daño con sus fuerzas.

Respecto a su crecimiento y aspecto, así dice Virgilio: “No hay mal más veloz ni rápido que la Fama, que cobra fuerzas en su viaje. Pequeña, al principio por miedo enseguida se eleva hasta las brisas, se entierra en el suelo y esconde su cabeza entre las nubes.” Y poco después añade (En, 4, 180ss):

Rápida de pies y de ágiles alas,
monstruo horripilante y enorme. Cuantas plumas tiene en el cuerpo,
(sorprende decirlo) tantos ojos tiene al acecho debajo,
tantas lenguas e igual número de bocas hace resonar, tantas orejas levanta.
De noche, por medio del cielo y la tierra vuela entre las sombras,
chillando mientras sus ojos no reposan en el dulce sueño;
con la luz, se posa vigilante en la cima de los tejados
o en altas torres y aterroriza las ciudades,
tenaz anunciadora de mentiras y malos actos como de la verdad.

¿Percibís, óptimo rey, con qué lenguaje tan bello, con cuánta elegancia, con cuánta enjundia y con qué inventiva imaginación Virgilio intenta mostrar (y acaba mostrando) qué es la Fama, cómo creció y cuál es su obra? Sin duda que lo percibís, pero para que quienes lean esta obra después de vos lo puedan ver mejor, es necesario que lo expliquemos un poco, aunque primero tendremos que explicar qué significa el relato de Pablo. Así pues, primero habla de que la Tierra estaba enojada con los dioses. Respecto a los dioses enojados, entiendo que se refiere a la actuación de las estrellas en algunos sucesos: las estrellas (o cuerpos supracelestiales) sin duda actúan sobre nosotros con el poder que les fue concedido por el Creador, según la disposición de quienes reciben su influencia. Por esto, gracias a su actuación, sucede que un niño o un joven crece, mientras que un viejo mengua; aunque nunca están muy lejos de las órdenes de los mejores gobernantes, a veces actúan de tal manera que a los mortales, con un juicio apresurado y falso, piensan que estaban airadas, como por ejemplo cuando llevan a su fin a un rey justo, a un afortunado emperador o a un valiente caballero. Por esto Pablo habló de los dioses enojados, porque habían matado a hombres ilustres que el resto de hombres pensaban que debían pervivir.

¿Y qué decir respecto a que la Tierra (es decir, un hombre vivo, pues todos somos térreos) se enojaba por esta acción (la ira de los dioses) y para qué se enoja? Para engendrar a Fama, la vengadora de una futura muerte, esto es, para que actúe de tal forma que aumente la Fama de su nombre y así, aunque recaiga sobre él la ira de los dioses, su nombre perviva gracias a la difusión que le dé la Fama, incluso a pesar de aquellos que intentan privar a un hombre de todo con su muerte. El propio Virgilio nos anima con tales palabras: “Cada uno tiene un día determinado: la vida para todos es un tiempo breve e irrecuperable, pero demostrar la Fama con los actos, esta es la tarea de la virtud...” Con todo, Virgilio llamó a la Fama un mal, porque no todos vamos a buscarla con justicia, puesto que hemos visto que muchos ocupan el sumo sacerdocio con engaños, obtienen la victoria con añagazas, se adueñan de reinos mediante la violencia y todo aquello, legítimo e ilegítimo, cuyo nombre suele salir a la luz; si se consigue con la virtud, entonces con justicia no se puede decir que la Fama sea un mal. En verdad, en este punto el autor ha usado un término inadecuado, pues ha empleado la palabra Fama en vez de “infamia” cuando, si miramos al relato o, mejor dicho, al motivo del relato, entenderemos que trata de la infamia y no de la Fama.

Además, dice que primero es pequeña por miedo y es así porque, cuanto más grandes son los crímenes de los que nace, parece surgir a partir del miedo de alguno de los oyentes (desde luego, nada más oímos algo nos alteramos: si nos gusta, tememos que sea falso; si nos disgusta, tememos de igual manera que sea verdad). Luego enseguida se eleva hasta las brisas, es decir, vuela de boca en boca aumentando de tamaño o se entremezcla con hombres mediocres; luego se entierra en el suelo (esto es, entre el pueblo y los plebeyos) y ya entonces esconde la cabeza entre las nubes, cuando se introduce entre los reyes y los mayores. También es ágil, es decir, veloz, pues dice que nada es más rápida que ella. Afirma que es un monstruo enorme y horroroso por motivo del cuerpo que le describe; señala aquí que todas sus plumas (pues la llama ave por su rápido movimiento) tienen forma humana, para que se entienda que cualquiera que habla de un tema añade una pluma a la Fama: al igual que las aves constan de muchas plumas, la Fama también se forma de no pocas; o bien la llama monstruo horrible porque casi nunca puede ser superada, pues cuanto más intenta alguien enfrentarse a ella, tanto mayor se vuelve, lo que es propio de un monstruo. Dice además que sus ojos están al acecho, porque la Fama no resuena sino es por acción de quienes están al acecho: si las lenguas se quedan dormidas, enseguida la Fama desaparece. Que revolotee de noche cruzando los cielos, lo dice porque muy a menudo se ha descubierto que algo tuvo lugar tarde (es decir, que se hizo), y por la mañana ya se conoce incluso en los lugares más remotos, como si hubiera volado de noche, o bien lo dice para indicar lo atentos que están los murmuradores. De día afirma que se posa vigilante, para indicar que a causa de sus relatos se ponen guardias en las puertas de las ciudades atemorizadas, y que en las torres se colocan vigías para alertar o para otear a lo lejos. Y cuando no distingue entre verdad y mentira, se contenta con relatar todo lo que ha oído como si fuera verdad.

Asimismo, Ovidio describe así su casa en su mayor obra (Met., 12, 39ss):

En el centro del mundo hay un lugar, entre las tierras, el mar
y las regiones celestes, triple confín del mundo,
desde donde divisa lo que está por doquier, aunque esté lejos del país,
y se adentra su voz toda en las combadas brisas.
Allí la fama tiene el lugar que eligió para sí, en una alta ciudadela,
a la que añadió innumerables entradas y mil agujeros en el techo
y no cerró sus límites con ninguna puerta.
De noche y de día queda abierta, toda ella es de sonoro bronce,
toda ella resuena y devuelve y repite las voces que oye.
Dentro, no hay tranquilidad, no hay silencio en lugar alguno;
no es tanto un griterío sino el suave murmullo de una voz,
como suele suceder con las olas del mar, si uno las oye desde lejos,
o como el sonido que devuelve el moribundo rayo
cuando Júpiter restalló las oscuras nubes.
Su salón lo ocupa una multitud: vienen, liviano pueblo, y se van,
y erran mezcladas y unidas al mismo tiempo con las verdades.
Revolotean miles de rumores y confusas palabras:
con estas frases, unos rellenan los oídos vacíos,
otros repiten los relatos a otros, aumenta el tamaño
de la ficción y cada nuevo autor añade algo a lo que oyó.
Aquí está la credulidad, allí el error temerario,
la vana alegría y los alarmantes temores,
la reciente rebelión y los susurros de dudosa autoría.
Ella contempla qué sucede en el cielo
y en el mar, y examina todo el mundo.

Estas palabras son lo bastante claras incluso para el menos erudito. Así pues resta por entender por qué Pablo añadió al mito que la Fama había sido engendrada para relatar las vergonzosas acciones de los dioses: entiendo que no por otro motivo que porque los débiles no pueden atacar con sus fuerzas a los fuertes, pero sí pueden intentar vengarse provocando su infamia con las palabras. Por tanto, pensaron que era hija de la Tierra porque la fama no se genera más que a partir de lo hecho en la tierra. Ya se ha dicho que no es absurdo que carezca de padre, cuando es extremadamente habitual que se desconozca el autor de las acciones que la Fama relata (las más de las veces, falsamente), que una vez descubierto podría entenderse como su padre.

Capítulo 11: Tártaro, el tercer hijo de la Tierra[editar]

Teodoncio afirmó que Tártaro fue hijo de la tierra, sin padre. Barlaam lo llama inerte y perezoso, incluso mientras se hallaba en el vientre de su madre, porque Lucina, a pesar de las invocaciones, no quiso favorecer el parto porque la Tierra había parido a Fama para criticar a los dioses. Este relato confundió la causa con el efecto, pues Lucina no iba a prestar su favor al bebé por nacer o a un parto todavía no sucedido. Algunos autores de la Antigüedad pensaban que alrededor del centro de la la tierra había un lugar cóncavo, donde se castigaban las almas de los culpables, como bien muestra Virgilio en el descenso de Eneas a los infiernos. A este lugar lo llamaban Tártaro y, según Isidoro en sus Etimologías, recibe su nombre del temblor provocado por el frío[22], puesto que allí nunca pudieron adentrarse los rayos del sol ni hay movimiento alguno del aire con cuyo rozamiento pueda haber calor. Respecto a que era perezoso en el vientre de su madre, es evidente a que se debe a que no puede subir de donde esta, porque si subiera ya no sería el Tártaro.

Es inadecuado llamarlo hijo de la Tierra, puesto que, aunque lo haya concebido como mujer, si no se le ha dado a luz no se le puede llamar legalmente “hijo”. Se dice que fue concebido sin padre, para que sepamos que la Tierra alberga cavidades en su cuerpo, pero no estamos seguros de si las tenía desde su creación o desde este momento después de su creación. En relación con lo que acabamos de decir, Virgilo atestiga (En, 6, 577ss): “El propio Tártaro es una sima el doble de profunda, que llega hasta interior de las sombras, que cuanto se eleva la mirada hacia el etéreo Olimpo de los cielos.” Y poco después: “Este antiguo linaje de la Tierra, la doncella Titán, se revuelven en la honda profundidad al que los abocó el rayo.”

Capítulo 12: Tages, el cuarto hijo de la tierra[editar]

Tages fue considerado, como afirmaban los paganos y, especialmente, los etruscos, hijo de la Tierra. Pablo de Perugia relata lo siguiente de él: cuando en tiempos de los etruscos se hinchó la tierra en el territorio de Tarquinia, el campesino que poseía aquel huertecito quedó conmocionado ante la novedad y por curiosidad se esperó un tiempo para ver qué prodigio iba a surgir de esa hinchazón. Al final, impaciente de tanto esperar, tomó la azada y empezó a excavar poco a poco el lugar. No llevaba mucho excavado cuando hete aquí que de entre los terrones salió un niño. Aterrorizado ante tal prodigio, el hombre llamó a sus vecinos y en poco tiempo vieron que el que hace un instante era un niño se había convertido en un adulto y, luego, en viejo y, una vez que les hubo enseñado el arte de la adivinación a los habitantes, de repente desapareció. Quienes lo oyeron consideraron que era un espíritu divino, lo consideraron hijo de la Tierra y lo llamaron Tages, que significa en lengua etrusca “dios”; después lo adoraron como el dios supremo. Por su parte, Isidoro cuenta que el niño fue descubierto por un agricultor mientras levantaba la tierra con su arado, pero que el niño no fue visto entre los etruscos más que un día y que en ese día les enseñó el arte de la adivinación e incluso les dejó libros al respecto, que después los romanos tradujeron a su lengua.

Considero que este es el sentido de esta historia: pudo ser que algún erudito, que estuvo mucho tiempo estudiando la adivinación y que por favorecer su investigación había rechazado el contacto con otros hombres, de repente apareció de donde nadie se lo esperaba y, por tanto, como parecía que había salido quizá de una cueva, se transmitió que había nacido de la Tierra; quizá pudo ser que apareció de forma inesperada entre los campesinos que cultivaban sus campos, como si hubiera surgido de entre los terrones, y por eso el pueblo vulgar lo llamó hijo de la Tierra, sin un padre, porque se desconocía su origen. Además, los antiguos solían llamar a los desconocidos que llegaban por tierra “hijos de la Tierra”, al igual que se les llamaba “hijos de Neptuno” a quienes eran traídos en barco. Se le llama “niño” porque es nuevo, y enseguida “adulto” y “viejo” porque se descubrió que era instruido y prudente, lo que es propio de viejos. Respecto a que sucediera en el campo de Tarquinia, fue porque allí tuvo lugar este hecho (esto es, que se conociera por primera vez a Tages) o bien porque los etruscos fueron los adivinos más famosos. Por otro lado, el “poco tiempo” se refiere al gran afecto que sentían los habitantes por él, pues la duración de algo que gusta, por larguísima que sea, siempre parece breve a quien le gusta. Por último, según creo, sucedió que se le tuvo por un dios para ennoblecer así las creencias que cultivaban como las principales, ya que así eran obra de un dios.

Capítulo 13: Anteo, el quinto hijo de la Tierra[editar]

Todos dicen que Anteo era hijo de la Tierra y, como nadie le señala padre alguno, es menester colocarlo entre los que nacieron de padre desconocido. Lucano escribió lo siguiente de él (4, 593ss):

La tierra, todavía no agotada después del nacimiento de los gigantes,
concibió un espeluznante descendiente en las grutas de Libia.
No recibió tan merecida gloria por Tifón
o Ticio y el feroz Briareo; ayudó a los cielos
al no parir a Anteo en los campos Flégreos.
Además aumentó sus vastas fuerzas gracias a este don
de la Tierra: cada vez que el hijo tocase a su madre,
un renovado vigor recuperaría sus agotados miembros.
Tuvo una cueva por casa; cuentan que se ocultaba
bajo este profundo acantilado y que sus banquetes eran los leones que cazaba.
No eran las pieles de fieras su lecho, afirman,
ni su cama unos árboles, sino que recuperaba sus fuerzas
yaciendo en la tierra desnuda. Murieron los colonos
de los campos de Libia, mueren los que el mar le lleva,
Su valentía, que no aceptaba la ayuda de tocar el suelo,
despreciaba la bondad de la tierra. En fuerza, era imbatible para todos,
aunque estuviera plantado...

Así pues, gracias al poema de Lucano queda claro cuán fuerte y fiero era Anteo. Como atestigua el mismo Lucano, Hércules, después de concluir sus tareas, luchó con él y vio que, durante el combate, cada vez que lo tumbaba se levantaba con más fuerzas. Se dio cuenta de que recuperaba sus fuerzas de la Tierra, así que, una vez cansado, lo levantó del suelo en brazos y lo sostuvo en alto hasta que murió.

El sentido de este mito es doble, histórico y moral. En la Cosmografía, el libro de Pomponio Mela, se puede ver que hubo un rey en los límites de Mauritania[23] que afirmaba que en Ampelusia, un promontorio que se adentra en el océano Atlántico, hay una cueva consagrada a Hércules y que, al pasarla, Tanger, una antiquísima ciudad, fue fundada, según se cuenta, por Anteo. Sus habitantes muestran como prueba un enorme escudo fabricado con piel elefante, por cuyo tamaño nadie podría manejarlo (por lo que afirman que lo usaba Anteo) y que tienen en muy alta estima. También enseñan una colina de mediana altura en la que se halla la imagen de un hombre tumbado, que confirma cuál era su montaña. Por contra, Teodoncio afirma que Dionisio de Tebas (que después, a causa de su gran valor, fue llamado Hércules) fue a la guerra en Mauritania: cuando se dio cuenta de que derrotaba muy a menudo a Anteo pero este restablecía enseguida su ejército, fingió una huida para que lo perseguieran hasta Libia, donde lo derrotó y mató. Leoncio, por su parte, decía que este Hércules era hijo del Nilo, que yo creo que es el mismo que el anterior. Eusebio, en su libro “Tiempos”, dice que Anteo era un gran experto en las artes de la palestra, cuyos combates se realizan sobre tierra: por esto piensa que se elaboró la historia de que era hijo de la Tierra y que ella restauraba sus fuerzas. Fulgencio explica que hay un sentido moral debajo del mito: Anteo, que nació de la tierra, representa el deseo, que se alimenta solo de la carne y que recupera fuerzas si está cansado en cuanto la toca; en cambio, un hombre virtuoso es capaz de derrotarlo si le impide el contacto. Agustín dice que Anteo existió en los tiempos que Dánao reinaba en Argos; Eusebio, mientras reinaba Egeo en Atenas; Leoncio, mientras reinaba Argo entre los argivos.

Capítulo 14: De Érebo, el noveno hijo de Demogorgon, que tuvo 21 hijos. 1º Amor, 2º Gracia, 3º Fatiga, 4º Envidia, 5º Miedo, 6º Engaño, 7º Ardid, 8º Tozudez, 9º Pobreza, 10º Miseria, 11º Hambre, 12º Queja, 13º Enfermedad, 14º Vejez, 15º Palidez, 16º Tiniebla, 17º Sueño, 18º Muerte, 19º Caronte, 20º Día, 21º Éter[editar]

Tras concluir con los hijos de la Tierra, es menester dirigir nuestra pluma ahora a Érebo, que (según Pablo, que cita a Crisipo) fue hijo de Demogorgon y la Tierra. Este, en mi opinión, es el mismo que Tártaro, puesto que todos los antiguos parecen opinar que se hallaba en las más entrañas más apartadas de la Tierra y, como dijimos sobre Tártaro, allí se castigaba a quienes merecían un castigo. Sin embargo, los antigos escribieron mucho sobre él y, sobre todo, Virgilio en su libro 6 de la Eneida, que resumiré brevemente porque se explicará mucho más extensamente en los siguientes capítulos. Así pues, Virgilio afirma que en su entrada hay unas presencias de terrible aspecto: Luto y las vengativas Preocupaciones, las sombrías Enfermedades y la severa Vejez, el Miedo, el Hambre y la terrible Pobreza, la Muerte de horripilante aspecto, el Esfuerzo, el Sopor y los malvados gozos de la mente: la destructiva Guerra, las Eumenes, la Discordia y el Olmo donde residen los sueños. También están los Centauros, Escila y Caribdis, Briareo, la hidra de Lerna, la Quimera armada de fuego junto con las Gorgonas, las Arpías, el tricorpóreo Gerión y el tricéfalo Cerbero, que protege las puertas de Plutón. Además, Érebo está irrigado por cuatro ríos, el Aqueronte, el Flegetón, el Estigia y el Cocito. Dice que Caronte surca el Aqueronte, que lleva las almas de los fallecidos a lo más profundo de Érebo. También describe a Minos, Radamante y Éaco rondando unas urnas que guardan los méritos de los ingresantes, a los Titanes, a los Gigantes y a Salmoneo hundidos por el rayo y a Tición desgarrado por el buitre, a Ixión eternamente dando vueltas en su rueda; también a Sísifo, empujando con su cuerpo una enorme roca montaña arriba, a Tántalo rodeado de agua y frutos muriendo de hambre, a Teseo condenado a una ociosidad eterna y a otros: a todos estos, entre los férreos muros de Plutón, los tortura la vengativa Tisífone. Asimismo, también le dieron muchos otros nombres, como por ejemplo Tártaro, Orco, Averno, Baratro e Infierno y, de igual manera, lo consideran el padre de muchos hijos.

Toda vez que hemos concluido con esta explicación, es el momento de descubrir la verdad oculta. Así pues, piensan que es el hijo de Demogorgon y la Tierra porque el Demogorgon es el creador de todas las cosas y de la Tierra, porque es evidente que se oculta en sus entrañas. Que este es el lugar del castigo lo han pensado no solo los paganos sino también algunos ilustres cristianos, por este importante motivo: es necesario que exista un lugar así, dado que Dios es la bondad en más alto grado y quien comete un pecado (que es el mal) se vuelve malo de tal manera que está apartadísimo de Dios (es decir, de su contrario). Como nosotros creemos que Dios vive en los cielos y no hay nada más apartado de los cielos que el centro de la tierra, quizá no sea tan estúpido creer que los impíos cumplen su condena allí, en el lugar más apartado de Dios. Sin embargo, Cicerón charla abiertamente sobre esta cuestión en sus “Tusculanas”, de donde bien podemos considerar que los antiguos estudiosos pensaban de otra forma: consideraban que el mundo era doble, uno mayor y otro menor. El mayor es el que generalmente llamamos “mundo”, el menor es el hombre, y afirmaban que se puede hallar en el menor todo lo que se ha descrito del mayor: creo que ellos pensaban que Érebo y estos castigos se encontraban en el mundo menor (es decir, en el hombre), y que entendían que aquellas horripilantes figuras que describe Virgilio en su entrada eran las causas externas a través de las que se producen en el interior aquellos castigos o, también, que lo que parece causado por algo interior se manifiesta en el exterior, lo que considero que tiene mucho más sentido. Pero ahora es menester que vuelva a seguir el hilo de lo que mencioné antes.

Así pues, creo que se representa a una ciudad de hierro en las profundidades de este Érebo para que entendamos aquella profunda parte del corazón obstinado, en la que a veces somos tozudos y férreos. Dice que se castiga a los Titanes (esto es, los hombres entregados a lo terrenal) y los Gigantes (es decir, los orgullosos humillados), para que sepamos que esto angustia a los hombres de ánimo terrenal y soberbio: a ellos, que siempre desean alabanzas, su encegado juicio les hace pensar que se les somete y desprecia y a veces se les expulsa de lo más alto, lo que les supone un amargo castigo. Ticio devorado por un buitre debe entenderse como la mente de quien sufre por desconocer lo que no le atañe, o de aquel que se ocupa con el continuo afán de acumular riquezas; Ixión, dando vueltas eternamente en su rueda, muestra los vericuetos mentales de quien desea la corona; de igual manera, Sísifo, que rueda la piedra, señala a quien intenta guiar su vida con eficacia y esfuerzo; Tántalo, muriendo rodeado de aguas y frutos, debemos comprenderlo como las preocupaciones y angustias de un avaro por su mal ponderada austeridad y el ocioso Teseo apunta a los frívolos intentos de los incautos. Afirman además que estos sufren sus castigos a manos de Tisífone, que debe entenderse así: Tisífone significa “noche de las iras”[24]y es, por tanto, evidente que quienes reciben castigo por tales actitudes se enfadan consigo mismos y a veces emiten sonidos de enfado. A través de la figura de los tres jueces entiendo que se representa a las tres personas que podemos perjudicar con una mala acción: a Dios, al prójimo y a nosotros mismos, de tal manera que es un juicio de tres conciencias al que nos enfrentamos y nos condena. Cerbero, el tricéfalo can que vigila la puerta, cuyo deber es introducir a quienes lo deseen e impedir la salida a quienes ya estén dentro, pienso que debe entenderse como las tres causas que roen con sus afiladas dentelladas las mentes de los engañados: los letales halagados de los aduladores, la falsa confianza en la felicidad y el brillo vacío de la gloria, que desde luego siguen capturando con nuevas trampas a los incautos, aumentando sus miserables cuitas, y no les permiten reducir las que ya tienen. A Érebo lo rodean (o inundan) cuatro ríos, para que entendamos con este detalle que quienes abandonan la razón y se dejan arrastrar por los designios de la concupiscencia: primero, se les turba la alegría del recto juicio y cruzan el Aqueronte, que significa “carente de gozo”. Luego, pierden esa alegría y es necesario que ocupe su lugar la tristeza: de la pérdida del don de la alegría nace a menudo una vehemente ira, que a menudo nos empuja a la furia, que es el Flegetón (que significa “ardiente”). Además, de la furia nos vemos arrastrados a la tristeza, que es Estigia, y de la tristeza al duelo y el llanto, que representa al Cócito y es el cuarto río del infierno. Así los desdichados mortales nos vemos angustiados y seducidos por las ciegas conjeturas de nuestros lujuriosos apetitos, y llevamos en nuestro interior lo que los imbéciles piensan que los poetas encerraron en las entrañas de la tierra.

Ahora veamos qué indican los nombres sobre sí mismos. Se le llama Érebo, según Ugucio, porque se agarra[25] a quien coge; Dis por el nombre de su rey Dite[26], que entre los poetas es llamado el rey de las riquezas porque es rico, es decir, que este es un lugar repleto de abundancia porque hoy desciende a él la mayor parte de los que mueren y, antaño, todos. Tártaro viene de tortura, porque retuerce a quienes absorbe. En verdad, el Tártaro es el más profundo de los lugares del infierno de donde, según parece pensar Ugucio, Cristo no ha sacado a nadie; Orco por oscuro y Baratro se cree que recibe su nombre por su forma: un baratro es un recipiente confeccionado con ramitas, abierto por arriba y acabado en punta por abajo, que usan los habitantes del campo de Campania mientras recogen las uvas en la vendimia de las vides amarradas a árboles. Recibe, por tanto, este nombre para que entendemos que el infierno tiene unos accesos muy amplios para acoger a los condenados, para retenerlos en un lugar muy recogido y profundo. Se le llama Infierno porque es inferior a todas las partes de la tierra, Averno viene de “a” (que significa “sin”) y “verno”, que es "gozo", porque carece de gozo y se lamenta en una sempiterna tristeza[27].

Capítulo 15: Amor, el primer hijo de Érebo[editar]

El primer hijo de Érebo en aparecer fue Amor, al que engendró con la Noche según relata Cicerón en su “La naturaleza de los dioses”. Esto quizá, oh el más sereno de los reyes, os parezca una monstruosidad si no hubiera una posible explicación que muestre la verdad. Los antiguos opinaban que el amor era una pasión del espíritu y por esto todo cuanto deseamos es amor. Pero como nuestros sentimientos nos llevan a distintos lugares, es necesario que el amor no sea igual por todas las cosas: por esto los antiguos, una vez reducidos los deseos de los mortales a un reducido número, dijeron que había tres tipos de amor. Según escribió Apuleyo en su “El dogma de Platón”, el primero en afirmar que había tres amores y no más fue Platón. Dijo que el primero era el divino, que concuerda con una mente pura y la razón de la virtud; el segundo, la pasión de un alma degenerada y de un deseo corrompido, y el tercero una mezcla entre los dos. Después de él, su discípulo Aristóteles expresó una opinión más bien similar aunque con distintas palabras: entendió también que había tres tipos de amor, uno movido por la honestidad, otro por el gusto y otro por la utilidad. Por tanto, dado que no procede de la palabra divina ni de la honestidad, ni de la mezcla de los otros dos, ni del gusto sino del alma degenerada y la utilidad, con justicia diremos, siguiendo la opinión de Cicerón, que el amor es hijo de Érebo y de la Noche, es decir, de la mente ciega y del corazón obstinado. El amor nos empuja a una despreciable hambre de oro, a una inexplicable ansia de poder, al estúpido deseo de una gloria perecedera, a la funesta matanza entre amigos; desdichados, nos arrastra al robo, el engaño, la violencia y otros falaces planes, lo que pone en peligro a la comunidad. Esta plaga asola a los parásitos, los hipócritas, los aduladores y a sus perniciosos semejantes, quienes van en pos de una Fortuna que se burla de los imbéciles: de esto se sirven para desnudar con halagos y falsas alabanzas a los soldados fanfarrones. Así las cosas y bien pensado, sería más correcto llamarlo no amor sino odio.

Capítulo 16: Gracia, la segunda hija de Érebo y Noche[editar]

En su “La Naturaleza de los dioses”, Cicerón escribe que la Gracia es hija de Érebo y la noche; sin embargo, yo recuerdo haber leído en algún lugar que las Gracias eran hijas de Júpiter y Autónoe o del padre Liber y Venus. Con todo, para comprender lo que entendían quienes crearon esta historia, es necesario saber que la Gracia es una predisposición de la mente generosa de un poderoso, especialmente para con los humildes: por su acción se conceden a veces, sin ningún mérito previo, los beneficios y las mercedes de la indulgencia incluso a quien no la solicita. Creo que las hay de diversos tipos: unas son dioses inmortales, para las que, separadas del mundo, no somos nada; otras gobiernan las relaciones de los hombres entre sí, y estas pueden tender al bien y al mal (aunque siempre parece que “gracia” suena a bueno). Podemos demostrar que todas estas son hijas de Érebo y la Noche (aunque cambiando el significado de sus padres), pero para centrarnos en una y dejar de lado las demás para su momento, creo que esta Gracia en concreto es la que surge en hombre ruin y detestable a causa de algún infame crimen o por sus vergonzosas costumbres. Tal Gracia será hija de Érebo (el corazón obstinado) y la Noche (la mente ciega).

Capítulo 17: Fatiga, la tercera hija de Érebo[editar]

Fatiga es considerada por Cicerón hija de la Noche y Érebo, cuyas cualidades este autor define así (Tusc., 2, 15, 35): “la Fatiga es un determinado funcionamiento del espíritu o del cuerpo ante una tarea o deber especialmente pesado”. Una vez analizada, bien puede afirmarse que es hija de Noche y Érebo, pues es perjudicial y hay motivos para criticarla. En efecto, al igual que en Érebo y de Noche la inquietud de los culpables es perpetua, así también en los recovecos accesibles del corazón de quienes fueron arrastrados por el ciego deseo las preocupaciones por lo superfluo y apenas oportuno provocan una continua agitación y, dado que tales preocupaciones se generan en un corazón oscuro, bien se dice que la Fatiga es hija de Noche y Érebo.

Capítulo 18: Envidia (u odio), cuarta hija de Érebo[editar]

Envidia, afirma Cicerón, fue hija de Érebo y la Noche. En sus “Tusculanas” la diferenció así del odio: “La envidia parece atañer tan solo al envidioso, mientras que el odio también atañe a quien lo recibe.” y, para concluir, dice: “La envidia es una enfermedad provocada por una prosperidad del prójimo que en nada afecta al envidioso.” Su morada y costumbres así las describe Ovidio (Met, 2, 706ss):

Enseguida se dirige a la morada de Envidia, sucia
de oscura y pútrida sangre: su casa está en el fondo de un valle
oculta, apartada del sol e inaccesible a cualquier viento,
triste y repleta de un frío sopor. Aunque
carece siempre de fuego, abunda la bruma siempre.

Y sigue poco después (768ss):

Las puertas se abrieron del golpe, y la ve dentro comiendo
carne de culebras, el alimento de sus defectos;
aparta los ojos de Envidia tras verla. Pero aquella
del suelo se levanta torpe, deja semidevorados
los cuerpos de las culebras y con paso inerte avanza.
Cuando vio la diosa, hermosa por su belleza y armas,
gimió y manifestó un suspiro en el rostro de la diosa
la palidez que ocupaba su boca, la penuria de todo su cuerpo
y la mirada siempre aviesa. Sus dientes amarillean de sarro,
su pecho verdea de hiel y su lengua rezuma veneno.
La risa está ausente, excepto cuando ve a alguien sufrir,
y no goza del sueño (la despiertan las cavilaciones a deshoras)
sino que observa a los ingratos y se consume viendo
los éxitos de los hombres: al mismo tiempo los consume y lo consumen.
Este es su castigo...

Si alguien reflexiona plenamente sobre estos versos, reconocerá sin problemas que lo que nosotros llamamos con bastante laxitud “odio” es más correctamente “envidia” y que es hija de Érebo y la Noche.

Capítulo 19: Miedo, el quinto hijo de Érebo[editar]

Miedo, como afirma Cicerón que a menudo se dice, fue hijo de Érebo y la Noche. El miedo es, como dice el propio Cicerón, una cautela contraria a la razón. Creo que se dice que este es hijo de estos padres porque se genera en una parte de nuestro pecho al margen de nuestro entendimiento. Sin embargo, creo que hay de dos tipos: el miedo de aquello que puede matar a un hombre descuidado con toda justifica (como sería tener miedo de los truenos) y el miedo que no tiene ninguna causa racional que lo impulse, como el que provoca el desmayo de algunas mujercitas. Aquí se confunde con el término “pavor”, uno de los ayudante de Marte, como nos muestra Estacio cuando dice (Teb., 7, 108ss):

Luego (Marte) a uno de la temible hueste que le acompaña, a Pavor,
le ordena ir por delante de los caballos. No hay otro más hábil
para introducir el miedo y apartar el corazón de la verdad;
el monstruo posee innumerables voces y manos y
cualquier rostro que desee. Se le da bien
hacer creerlo todo y arrasar ciudades con sus horripilantes incursiones.
Si quisiera convencerlos de que hay dos soles gemelos y de que las estrellas han de caer,
de que el suelo tiembla o los viejos bosques se vienen abajo,
¡ah!, los desgraciados pensarían que lo han visto...

Óptimo rey, podría extenderme mucho explicando las partes de este poema, para descubrir las costumbres del miedo, pero estos relato son tan claros que considero innecesario añadir más.

En sus “Tusculanas”, Cicerón puso, con toda la intención, bajo sus órdenes a muchos ayudantes, como por ejemplo la pereza, la vergüenza, el terror, el temor, el pavor, los desmayos, la turbación y el pánico. En ese pasaje se puede leer con todo detalle sobre todos ellos

Capítulo 20: Engaño, el sexto hijo de Érebo[editar]

También es Engaño, según Cicerón, hijo de la Noche y Érebo. Barlaam solía referir esta historia sobre él: como había acudido con los griegos a la guerra de Troya y apenas deseaba entrar en combate, Ulises, que era muy amigo de él, lo presentó en un consejo de algunos notables que debatían qué hacer. Después de haber oído los ánimos exaltados, los alardes y los planes de algunos y reírse un rato, cuando le preguntaron dio su opinión, que fue aceptada porque, aunque no era honesta, era conveniente. Se le encargó enseguida la tarea de construir un caballo con Epeo y así los griegos, ya cansados, llegaron a apoderarse de lo que deseaban.

El velo de este mito es bastante tenue: veamos por qué se le llama hijo de Érebo y Noche, algo que a mi juicio se muestra claramente en las Sagradas Escrituras. De ellas aprendemos que, después de adoptar la forma de serpiente, llegó a la tierra como enemigo del género humano y, en la noche del Tártaro ofuscó las mentes de nuestros antepasados con sus engañosas sugerencias. Sembró en ellos, como si fueran un campo cultivado, una simiente destructora, cuyo fruto, siguiendo su propia ley, enseguida brotó a la luz y así el engaño, hasta ese momento desconocido en la tierra desde sus inicios, fluyó de Érebo: concebido en el vientre de nuestra ciega mente, abiertamente provocó nuestra muerte y el exilio del reino de los cielos y se mostró claramente como hijo de Noche y Érebo. En efecto, como los paganos no podían relatar lo que no sabían, creo que ellos entendían Érebo como el recoveco más íntimo del corazón humano, allí donde se halla la sede de todos los pensamientos: por tanto, si el espíritu está enfermo y se abandona la virtud para conseguir nuestros deseos, si faltan las fuerzas, nuestro ánimo enseguida se encamina a las mañas. Dado que es más fácil que los inconscientes caigan en el engaño (algo ensamblado con los peores pensamientos), amarra con su destructor lazo a quienes captura: por esto el engaño se crea y nace de la noche (esto es, la ceguera de la mente, a través de la cual se dirige por este camino, en nada adecuado, a cumplir sus deseos) y de los vergonzosos anhelos de un corazón enfermo y ardoroso, y no se lo ve hasta que no se despeña por un precipicio la víctima contra la que se ha construido.

Capítulo 21: Ardid, el séptimo hijo de Érebo[editar]

Cicerón tiene motivos para considerar en su “La Naturaleza de los dioses” a Ardid como un hijo de Érebo y la Noche. Es una plaga mortífera e infame, un despreciable defecto de la mente injusta. Apenas se conoce la diferencia que hay entre este y el engaño pero, por si interesa, parece ser que el engaño a veces puede hacerse para bien, mientras que el ardid siempre es para mal o, mejor dicho, nos podemos servir del engaño contra los enemigos pero engañamos a nuestros amigos con ardides. Su aspecto lo describe nuestro Dante Alighieri de Florencia en un poema que escribió en lengua florentina (un poema de no poca importancia entre su obra); afirma que tiene el rostro de un hombre justo, pero el resto del cuerpo es el de una serpiente, moteado con con distintas manchas y colores, y su cola la corona un aguijón de escorpión; que nada entre el oleaje del Cocito de tal forma que cubre su cuerpo a excepción de la cara y la llama “Gerión”.

Así pues, el autor percibe en su cara plácida y similar a la de un hombre justo el aspecto externo de los tramposos: tienen un rostro y un discurso amable, un vestir apropiado, un paso seguro, unas costumbres destacadas y una piedad digna de verse, pero en sus actos, recubiertos bajo el miserable hielo de la injusticia, mudan fácil de piel, son astutamente hábiles y tienen el cuerpo rociado con las manchas de sus crímenes, hasta tal punto que cualquier tarea que concluyen está repleta de pernicioso veneno. Por esto lo llama Gerión, porque mientras era rey en las islas Baleares, acostumbraba a recibir sus huéspedes con cara amable, palabras dulces y total afabilidad, pero bajo esa benevolencia después los asesinaba. Respecto a por qué se considera que es hijo de Érebo y de Noche, el motivo es el mismo que el de Engaño.

Capítulo 22: Tozudez, la octava hija de Érebo[editar]

Tozudez, el crimen definitivo de los necios, es hija de Érebo y la Noche según Cicerón, y no es difícil ver la causa. Pues cada vez que la caótica rigidez de la estupidez de los mortales no puede ablandarse ni con razones válidas ni con el calor del fervor divino (pues interfiere una una niebla que ofusca la mente), es forzoso que aparezca la obstinación o tozudez (a mi parecer, cuando así sucede es porque ya ha aparecido el más certero argumento de la ignorancia). Así pues, es adecuado que la Tozudez sea hija de Érebo, al que a menudo hemos descrito como gélido, y de la Noche, que a menudo hemos indicado que es la niebla de la mente.

Capítulo 23: Pobreza, la novena hija de Érebo[editar]

Pobreza, hija de Érebo y Noche, no es lo que la mayoría piensa que es, esto es, carecer de lo adecuado, puesto que ha habido hombres fuertes que han vencido este problema con su resistencia, como Catón en las arenas de Libia. La Pobreza, más bien, es aquello ante lo que muchos, arrastrados por un falso juicio, sucumben, como Midas, rey de Frigia y guardián del oro, que se moría de hambre mientras todo lo que tocaba se convertía en oro según su deseo. Esta es realente la hija de Érebo, es decir, del corazón frío y estúpido, y de la Noche, el pensamiento ciego que considera lo mejor aumentar la riqueza aunque después no podamos disponer de ella.

Capítulo 24: Miseria, la décima hija de Érebo[editar]

También opina Cicerón que Miseria fue hija de Érebo y Noche. Esta es el infortunio extremo, que puede mover a la misericordia a quienes la contemplan. Este infortunio nos lo causamos nosotros mismos cuando abandonamos la luz de la verdad y gemimos por la marcha de cosas pasajeras como si perdiéramos algo eterno y así nuestro pecho, debido al ofuscado juicio de nuestra mente, hace pública su miseria con suspiros y lágrimas, de tal manera que puede llamársela hija de Noche y Érebo.

Capítulo 25: El hambre, la undécima hija de Érebo[editar]

Pablo, en su comentario a Crisipo, afirma que Hambre fue hija de Érebo y la Noche. Esta puede ser pública, como antaño se le demostró al Faraón, o privada. La pública suele acontecer por una carencia universal de comida, que puede venir provocada por la ira divina, por una guerra extensa, por la disposición adversa de los cuerpos supracelestiales, por las alimañas que roen las semillas bajo tierra o por las langostas que devoran los brotes recién nacidos. De todas estas, ningún mortal puede conocer el motivo de la primera, y así podría decirse que es hija de Érebo y Noche, pero no del Érebo que se oculta en las entrañas de la tierra o que reside en el pecho enfermo de los hombres, sino más bien del que vigila en el más profundo y secreto lugar de la santísima mente divina, al cual el intelecto humano, ofuscado por la neblina de la mortalidad, no puede vislumbrar; tampoco de la Noche de la mente divina, en la que nunca nada ha sido oscuro sino que siempre lo alumbra todo con su luz, sino de la debilidad que surge de nuestros errores. Del resto de causas del hambre, los matemáticos afirman que sus artes las pueden prever. Si esto es verdad, sois vos, serenísima majestad, quien mejor lo sabéis, puesto que tengo entendido que habéis recibido una primorosa instrucción en tales aspectos. Si es así, tal hambre no puede ser hija de Érebo y Noche; si no es así, entonces, tal y como ya hemos dicho de él, como no puede vérsele ubicado en las grutas secretas de la naturaleza, es evidente que tal hambre es hija de Noche y Érebo, por los motivos que ya se han expuesto.

El hambre privada sucede las más de las veces por la carestía de alimento o, a veces, por aversión de carácter. Si es por carestía, sucede por culpa bien de la pereza y desidia del que la sufre, bien por la pobreza; si se debe a la pereza o a la desidia (como a menudo vemos en algunos que se entretienen con juegos, tonterías y ocio más que en preocuparse por la administración familiar), esta hambre es, desde luego, hija de Érebo y Noche, del mismo modo que las de más arriba. Si es a causa de la pobreza (mientras no sea pobre quien la sufre por su desmesura), no creo que esta hambre sea hija de Érebo y Noche, a no ser que, como ya he dicho, haya surgido del carácter del hambriento. En cambio, si el hambre se debe a la aversión a los alimentos (como sabemos que alguna vez ha sucedido con algunos malcriados que sufren náuseas por sus malas costumbres: a no ser que se les elaboren unos exquisitos manjares elaborados según una receta precisa o se les ofrezcan embutidos propios de reyes y vinos preciosos adquiridos en el mercado, rechazan y desprecian la comida llana hasta tal punto que prefieren torturarse de hambre que comerla), no hay duda alguna de que esta hambre también ha nacido de Érebo y Noche,

Ovidio describe así su hogar y su aspecto (Met, 8, 799ss):

Al Hambre que buscaba la encontró en un campo pedregoso,
con sus zarpas y escasa dentadura arracando las hierbas.
Hirsuta era su cabellera, hundidos los ojos, pálido el rostro,
grisáceos de suciedad los labios, repleta de llagas enrojecidas la boca,
dura la piel, a cuyo través se podían divisar las vísceras;
los huesos sobresalían secos en su encorvado dorso.
El vientre era, en vez de vientre, un hueco; pensarías que colgaba
su pecho y tan solo se sostenía del armazón de su espinazo.
Había hinchado sus articulaciones el hambre y baldado el orbe
de sus rodillas y sobresalían en exceso sus abultados tobillos.
Cuando la vio de lejos...

Capítulo 26: Queja, la duodécima hija de Érebo[editar]

Cicerón afirma que Pelea fue hija de Noche y Érebo. Es fácil concederle la razón si se examina qué es con el ojo de la mente: es la enfermedad de un alma poco ajustada consigo misma y, por esto, de un pecho que deviene insano, porque ese hombre, sin discreción, afirma que se le ha privado de lo que se le debe (ya sea porque lleva mal que no se le dé lo que desea, ya sea porque no puede conseguir lo que quiere). Así, privado de la luz de la mente, considera que su crimen es cosa de otros; de esto se queja el amante lascivo, de eso el que desea riquezas, de aquello el que ansía honores, de aquello el sediento de sangre... Y muchos otros se lamentan del mal que han traído sobre sí mismo y que, si hubieran sido prudentes, podrían haber apartado.

Capítulo 27: Enfermedad, la decimotercera hija de Érebo[editar]

También Enfermedad es hija de Érebo y Noche, como afirman Cicerón y Crisipo. La enfermedad puede ser una debilidad de la mente y del cuerpo: al igual que en el cuerpo se provoca por una discordancia en los humores, en la mente se debe a lo inadecuado de las costumbres. Por tanto, merecidamente se la considera hija de tales progenitores (es decir, la ceguera interna) y, como parece que se encamina a la muerte de la salud, se la llama enfermedad[28] (NOTA – juego de palabras salutis mortem > morbum?), tal y como muchos afirman.

Capítulo 28: Vejez, la decimocuarta hija de Érebo[editar]

La vejez es la última de las edades y contigua a la muerte; solo afecta al cuerpo, puesto que el alma racional se dirige a un perpetuo vigor en la eternidad. Según afirma Cicerón, fue hija de Érebo y Noche, una afirmación con la que es fácil estar de acuerdo puesto que posee una complexión concordante a la de ellos (fría y seca) y los hijos suelen ser similares a sus padres. Además, Érebo es inerte y tembloroso, dos cualidades que ha heredado Vejez, puesto que es, por lo que vemos, temblorosa y lenta. Además, dado que los sentidos físicos se embotan y ofuscan, no es incongruente que afirmasen que Noche es su madre. Sin embargo, destaca en esto: lo que se pierde en fuerza del cuerpo, se gana en juicio de la mente. Por esto, deben tratarse con honores y anteponerse sus canas a los músculos de los jóvenes.

Capítulo 29: Palidez, la decimoquinta hija de Érebo[editar]

La Palidez es el color del rostro y de todo el cuerpo sin sangre, y es un testimonio muy fiable de un desangramiento, de una enfermedad o de un temor repentino. Según Crisipo, es hija de Noche y Érebo: esto es así porque todo lo que no toca la luz del sol o se alimenta con una nutrición menos buena fácilmente se vuelve pálido. Más arriba se ha dicho que Érebo ni ve el sol ni siente su calor y, por esto, donde así sucede, es necesario que la sangre se enfríe y corrompa debido a una circulación adversa y, de este modo, nazca la palidez, como bien podemos observar en quienes vuelven a la luz después de pasar un largo encierro en una cárcel oscura o quienes se recuperan convalecientes de una enfermedad corporal o quienes empalidecen arramblados por un repentino terror.

Capítulo 30: Tiniebla, la decimosexta hija de Érebo[editar]

Se cree, aunque sin ningún testimonio al respecto, que Tiniebla es hija de Érebo y Noche. Para que no se piense que madre e hija son idénticas, esta es su diferencia: de noche se puede ver algo luminoso, como la lunas y las estrellas o, a veces, el fuego; en cambio, en la tiniebla no se vislumbra ninguna luz y, si aparece alguna, deja de ser tiniebla.

Capítulo 31: Sueño, el decimoséptimo hijo de Érebo[editar]

El sueño, según algunos, es la represión del fuego interno y la difusión del reposo a través de los miembros ablandados y relajados tras el esfuerzo; en cambio, según otros, es el reposo de las virtudes animales sumado a una intensificación de las naturales. Así escribe Ovidio sobre él:

Sueño, el más placentero reposo de todo, Sueño, paz
del espíritu de los dioses, al que rehúye la preocupación, que mimas
los cansados cuerpos con sus duras atenciones y los recobras del esfuerzo.

Ahora bien, el poeta Séneca describe con mayor detalle las bondades del sueño en su tragedia “Hércules furioso” cuando dice (vs. 1065 ss):

Tú, Sueño, domeñador
de males, reposo del alma,
la mejor parte de la humana vida,
vástago volador de tu madre Astrea,
hermano de la cruel y lánguida muerte,
mezclas lo falso con lo verdadero, sabedor
del futuro y, al tiempo, pésima guía.
Oh padre de cosas, puerto de vida,
reposo de la luz y de la noche compañero,
que acudes por igual ante reyes y esclavos.
Agradable y suave, ayuda al cansado,
temeroso de la muerte linaje humano
(obligas a conocer la larga muerte),
empuja al derrotado...

Además, Ovidio describe su habitación, muy adecuada para quien desee dormir (Met., 11, 592ss):

Cerca de los cimerios hay una cueva con un amplio cobijo,
un monte hueco, la casa y refugio del reposado Sueño,
donde nunca, ya fuera al levantarse, en lo alto o posándose,
pudo Febo adentrarse. Manan del suelo una neblina entremezclada
con bruma y una dubitativa luz crepuscular.
Allí el ave vigía de encrestada cabeza no invoca
con sus cantos a la Aurora ni rompen el silencio las voces
de atentos perros o del ganso, más avispado que los perros.
Tampoco trina el ronco pecho de la locuaz Procne,
ni las fieras ni los rebaños ni las ramas movidas por las brisa
ni devuelve un sonido el jolgorio de las lenguas humanas.
Habita el mudo reposo; con todo, surge de una roca honda
un arroyo de agua del Olvido, por el cual las olas que se deslizan
murmuran mientras convocan a los sueños entre sonoros guijarros.
Ante las puertas del hogar florecen fértiles amapolas
e innumerables hierbas de cuya savia la Noche
cultiva el sopor y lo esparce húmeda por la opaca tierra.
Para que los goznes no chirríenn al girar, no hay puerta
alguna en toda la casa, ningún guardián en el umbral.
En el medio de la cueva hay un lecho elevado de ébano,
de plumas y de un solo color, recubierto con una oscura cortina,
donde el propio dios se acuesta cuando el cansancio suelta sus miembros.
A su alrededor y por todas partes, imitando diversas formas,
vacíos sueños yacen, tantos cuantas espigas hay en la mies,
cuantas hojas aguanta una foresta, cuantas arenas arroja la costa...

A este dios, equipado con tan espectacular cama y residencia, Cicerón lo considera hijo de Érebo y de Noche, cuyo motivo debe estudiarse, y así poder examinar sus ayudantes cuando se vea claro el sentido detrás de la descripción de su cama. Así pues, se dice que Sueño es hijo de Érebo y de Noche porque lo provocan los vapores húmedos que manan del estómago, el cierre de las arterias y la tranquila oscuridad. En cambio, si reflexionásemos sobre el sueño mortal, no será más difícil entender por qué son esos sus padres, pues una vez perdido el calor del amor y el discurrir de la razón, está bien claro que es necesario entrar en el sueño mortal.

Ahora examinemos sus acompañantes, los sueños de múltiple aspecto, de los que Macrobio muestra cinco en su obra “El sueño de Escipión”. De estos, el primero se llama “aparición”: nunca se entremezcla con los mortales si no es lentamente, cuando el sueño empieza a introducirse en el cuerpo y nosotros todavía pensamos que estamos despiertos, y trae unas visiones de horrible aspecto y, en la mayoría de ocasiones, discordantes con el aspecto y tamaño natural: una pelea terrible o una alegría sorprendente, fuertes tormentes y sonoros vientos y otros de tal clase. Entre ellos también se cuentan, según Macrobio, los emactes (o efiactes o efialtes), de los que se suele pensar que asaltan a los durmientes, los aprisionan bajo su peso y vuelven más pesados sus sentidos. Muchos consideran que el motivo de esto es un estómago pesado (por haber comido o bebido mucho) o vacío tras un largo ayuno; alguna vez se debe a que uno de los humores predomina sobre los demás. Hay quienes añaden las dudas, y señalan que Virgilio había entendido que Dido había visto una aparición cuando se lamentó ante su hermana con estas palabras “las ensoñaciones me tienen en vilo, aterrorizada”, y que usó “ensoñación” en vez de “aparición” en una licencia poética en un uso impropio del término.

El segundo se denomina ensoñación, provocado por un pensamiento previo, como parece afirmar Cicerón en su libro de la República “Sucede a menudo que nuestras reflexiones y diálogos generan algo en los sueños. Ennio dice de Homero que, mientras estaba en vela, solía reflexionar y hablar...” Así pues, en este tipo de sueños, el amante verá a su amada corriendo a su abrazo, o será el más desgraciado si la ve huir e intenta convencerla; el marinero se verá surcando un mar tranquilo en un navío con sus velas hinchadas, o ante el peligro de una tormenta. Así también el campesino se alegrará en vano al contemplar sus campos repletos de sembrados, o se lamentará al verlos devorados. Por lo que respecta al pensamiento previo, algunos defienden que Dido, tras herirse, lo vio, porque parece que Virgilio apunta a esto cuando afirma (En., 4, 3ss):

La gran virtud del hombre y el gran honor de su pueblo
una y otra vez vuelven a su mente; en su pecho se clavan firmes
rostros y palabras...

Así parece que el sueño procede de un pensamiento previo pero, como proceden de las pasiones, se desvanecen en las brisas al tiempo que el sueño, como el propio Virgilio dice: “Pero envían falsas ensoñaciones los manes a los cielos.”

El tercer tipo se denomina “sueño”, que Macrobio piensa que transmite informaciones certeras pero veladas, como cuando, según relata Moisés en el Pentateúco, José vio a un grupo de sus hermanos adorándole o cuando, según Valerio, Astiages vio sobresalir de los genitales de su hija vides y orina. Defiende que este sueño sucede cuando el hombre está sobrio, como sucede las más de las veces cuando se acerca el día.

El cuarto tipo se llama “visión”y no se anda con ambigüedades sino que enseña lo que va a suceder con patente claridad: así, Arterio Rufo, un caballero, vio en sueños mientras dormía en Siracusa que, mientras veía unos juegos gladatorios, sería atravesado por el arma de un reciario. Al día siguiente, tras haber compartido su sueño con muchos, así sucedió.

Al quinto y último tipo de sueño los antiguos lo llamaron oráculo. Según defiende Macrobio, sucede cuando vemos en sueños a nuestros parientes o nuestros mayores, a un hombre de prestigio o a un pontífice o inclluso al propio dios diciendo o avisando de alguna cosa, tal y como José fue advertido por el ángel para que tomase al Niño y a su madre y marchara con ellos a Egipto. En efecto, algunos de los antiguos, como bien se puede percibir en las palabras del filósofo Porfirio, consideraron que todo lo que se veía en sueños era verdadero pero, generalmente, apenas comprensible: por eso parece que Porfirio, bastante antes que muchos otros, entendió lo que primero dijo Homero y después también Virgilio (aunque como es más familiar el poema de Virgilio que el de Homero, presentaremos el de este). Dice Virgilio (En, 6, 893ss):

Hay dos puertas idénticas de los sueños, de las que una se dice
que está hecha de cuerno, por donde se da fácil salida a las sombras verdaderas;
la otra es reluciente, construida de brillante marfil
pero envían falsas ensoñaciones los manes al cielo.

De estos versos Porfirio defiende que todos los sueños son verdaderos, pues entiende que el alma, una vez dormido el cuerpo, es como si estuviera un poco más suelta y pudiera apoyarse en su carácter divino; antes estaba inmersa en su humanidad, pero ahora puede dirigir toda la agudeza de su entendimiento y es capaz de ver y comprender algunas cosas (más ver que comprender, ya sea porque esas cosas llevaban mucho tiempo escondidas, ya sea porque estaban ocultas tras un velo más denso). Por esto sucede que lo que comprende, aunque no sea plenamente debido a la neblina de la agobiante mortalidad que se interpone, se dice que llega enviado a través de la puerta hecha de cuerno, puesto que un cuerno es de tal naturaleza que, si bien es fino, permite que la mirada lo recorra y, como si fuera un cuerpo transparente, se vea lo que tiene oculto en su interior. En cambio, lo que no puede verse debido a la neblina de la carne que se interpone decimos que está recubierto de marfil: su hueso es, por naturaleza, tan denso que, por más fino que se vuelva, no permite ver lo que hay por debajo y por eso Virgilio afirma que envía falsas visiones, porque apenas pueden entenderse, como dice Porfirio.

Ahora nos queda tratar de sus ayudantes, de los cuales (aunque quizá sean muchos) tan solo conocemos los nombres de tres. De ellos, el primero afirman que se llamaba Morfeo, que se traduce como forma o aspecto, cuya tarea, por orden de su señor, es representar cualquier rostro, palabra, costumbre, acento e idioma de los hombres, tal y como describe Ovidio (Met, 11, 633ss):

Pero el padre, de entre el gentío de miles de hijos suyos,
despierta al mañoso simulador de formas,
Morfeo, no hay otro más hábil que aquel
en representar el andar, el rostro y el sonido del habla;
incluye también las vestimentas y las palabras
más tipicas de cada uno. Este es el único que imita a los hombres...

El segundo es Itatón o Fabetor, unos nombres cuyo significado desconozco. Respecto a su labor, esto dice Ovidio en su poema (11, 638ss):

Otro
se convierte en fiera, en ave, en culebra de largo cuerpo
A este Itatón los dioses, Fabetor el linaje mortal
lo llaman[29]...

Al tercero lo llamaban Pantos (entiéndase como “todo”), cuya tarea es representar lo inanimado, según atestigua Ovidio (11, 641 ss):

También hay un tercero, de diversas mañas,
Pantos: aquel engañosamente se transforma en tierra, roca,
ola, viga, en todo lo que carece de espíritu.

A partir de estos relatos, es como si entendieran que todo lo que vemos en sueños nos ha sido enviado por un poder exterior, pero si esto es así o no, que lo examinen otros.

Capítulo 32: Muerte, la decimoctava hija de Érebo[editar]

Muerte, como defendieron Cicerón y Crisipo, fue hija de Noche y Érebo y es lo último de las cosas terribles, tal y como atestigua Aristóteles. Desde el mismo día en el que, desdichados, entramos al mundo, ella no deja de debilitarnos a todos, tan suavemente que no nos damos ni cuenta. Si bien todos los días morimos, en la lengua popular se dice que morimos solo cuando dejamos de morir. Aunque, pobres de nosotros, nos puede alcanzar de miles de maneras, nuestros antepasados la clasificaron como violenta o natural. La violenta es la que sucede por las armas o el fuego o, en algún caso, al que la rehúye o también al que la pide; la natural, según Macrobio en su Sueño de Escipión, es aquella en la que no es el cuerpo el abandonado por el alma, sino el alma la abandonada por el cuerpo. Además, los antiguos llamaban a la muerte de un viejo “madura” o “merecida”; a la de un joven, “inmadura” y a la de los niños, “amarga”. Y también se le dieron muchos otros nombres, como Átropos, Parca, Leto, Asesinato y Hado. Su ominosa tarea así la describe brevemente Estacio (Teb, 8, 376ss):

Lanzada desde las estigias tinieblas,
la Muerte se deleita volando por el cielo, cubre
el bélico campo y atrae a los hombres al negro vacío.
Nada humilde elige, pero con su ensangrentada zarpa
señala los funerales de los más dignos de vida,
cuya edad o brío destacan...

Pero ahora vamos a aclarar lo poco que hay escrito al respecto. Señalan que es hija de Érebo porque fue lanzada por Érebo, como indica Estacio en el citado poema (“lanzada desde la estigias tinieblas”) o bien porque carece de calor, como Érebo; se dice que es hija de Noche porque parece horrible y oscura. Se la llama Muerte, como dice Ugucio, bien porque muerde, bien por el mordisco del primer progenitor, por el cual morimos, o bien por Marte, que es el verdugo de todos los humanos, o bien por “amargor”, porque es amarga – a juicio de los hombres, nada hay más amargo que la muerte, a excepción de aquellos que Juan menciona en su Apocalipsis: “Felices aquellos que mueren en el Señor.”

Según parece opinar Servio, es muy diferente de Átropo (que hemos mencionado antes), porque debemos entender que se refiere a la muerte violenta, como queda bastante claro en el anterior poema de Estacio; en cambio, él defiene que se entienda como la disolución natural de las cosas (pero se le llama Átropos porque no se gira). También la llamaron Parca por oposición, porque no perdona a nadie[30]; así también con Leto[31], puesto que es la más tristre de las cosas. Considero Asesinato, en sentido estricto, a aquella muerte en la que el agua, el lazo o alguna otra cosa impide respirar. Se la llama Hado porque, según la divinia providencia como se ha indicado previamente, todo lo que nace debe morir.

Capítulo 33: Caronte, el decimonoveno hijo de Érebo[editar]

Caronte, marinero del Aqueronte, es considerado hijo de Érebo y Noche por Crisipo. Esto nos dice de él Virgilio (En., 6, 298ss):

Barquero horrendo, guarda estas aguas y río
Caronte, en cuyas mejillas una descuidada
barba cana yace; sus ojos fijos, en llamas.
Un sucio manto le cuelga de un nudo en los hombros,
él mismo dirige y mueve el esquife con una pértiga y unas velas,
transporta los cuerpos en su herrumbrosa barca.
Ya es viejo, pero para un dios la vejez es fresca y vigorosa...

Caronte, al que Servio lo reduce en Crono, es el tiempo. Érebo aquí debe entenderse como la disposición interna de la mente divina, que creó el tiempo y todo lo demás, y así Érebo es el padre de Caronte. Se le dio por madre a Noche porque antes de que se creara el tiempo no existió ninguna luz perceptible, y por tanto fue creado en tinieblas y parece que surgió de las tinieblas. A Caronte se le ubica entre los dioses del inframundo, por los dioses celestiales no carecen de tiempo, al contrario que a nosotros los mortales que, como somos inferiores a ellos, sí nos falta. Respecto al relato de que Caronte transfiera los cuerpos de una orilla a la otra del Aqueronte, fue compuesto para que entendamos que el tiempo, nada más nacer, nos toma en su regazo y nos lleva a la orilla contraria (es decir, a la muerte, que es lo opuesto al nacimiento), porque ella lleva los cuerpos al ser y les priva del ser. Además, somos transportados por Caronte a través del río Aqueronte (que significa “sin gozo”), para que nos demos cuenta de que el tiempo nos transporta por una vida inestable y repleta de miserias. Es más, Virgilio lo llama viejo, aunque respaldado por una vejez robusta y vigorosa, para que sepamos que el tiempo no pierde sus fuerzas con el paso del tiempo: tiene la misma fuerza ahora que cuando fue creado. Y se cubre con un manto sucio para mostrar que se relaciona con lo terrenal, que es sucio.

Capítulo 34: Día, el vigésimo hijo de Érebo[editar]

Día fue hija de Érebo y Noche, tal y como escribe Cicerón en su “La Naturaleza de los dioses”; Teodoncio afirma que unió en matrimonio con su hermano Éter[32]. Respecto a que Día sea hija de Érebo y Noche, esta es la razón que algunos dan: asumiendo que Érebo es el todo de una parte, defendían que debía entenderse como todo el cuerpo de la Tierra, incluso desde sus extremos que, en griego, se llaman “horizontes”. No hay duda de que con la llegada del sol y la partida de la noche surge el día y, por tanto, de que Érebo y la Noche han producido el día. Dicen que Día se unió en matrimonio a Éter, porque entienden que Éter es el fuego (que no puede carecer de claridad) y, por esto, dado que el día es claro, no pueden indicar otra cosa más que la unión entre la claridad y el fuego.

Los antiguos (después de que Dios lo crease en un día, mañana y tarde) explicaban que su extensión es la del tiempo que transcurre desde que el sol surge, rodea todo el mundo y vuelve al mismo lugar desde donde había salido: a eso, incluyendo la noche, se le llama “un día” y este día, el “natural”, se divide en 24 partes iguales, llamadas horas. Luego, también a juicio de los mismos antiguos, se le añadió el “día artificial”, que lo repartía entre día y noche (12 horas al día y otras 12 a la noche, aunque desiguales), al que llamaron artificial por el artificio de quien lo inventó, del cual se sirven muy a menudo los astrólogos en sus juicios. Luego los médicos descubrieron el día “crítico”, y lo usaron para sus observaciones sobre las enfermedades.

Con todo, no se toma por igual el inicio de los días naturales a partir de cada día: los romanos, como señala Marco Varrón, preferían que el día empezase a media noche y acabase a la media noche siguiente, una división que todavía se mantiene en Italia, especialmente en causas judiciales. Por otro lado, los atenienses antiguamente empezaban el día con el ocaso del día y lo acababan en el ocaso del día siguiente, mientras que los babilonios hacían lo mismo desde el amanecer. Los umbros (que también son etruscos) lo hacían empezar al mediodía y lo acaban al mediodía siguiente, una costumbre que mantienen los astrólogos. Además, el día natural tiene diversos nombres según sus diferentes cualidades: como Macrobio afirma en sus Saturnales, a partir del inicio del día, los romanos denominan a la primer tiempo “declive de media noche”, porque la noche empieza a inclinarse al día; luego, “canto del gallo”, por el canto de estas aves; al tercero, “silencioso”, porque parece que todo está dormido y callado; al cuarto, “amanecer”, porque se ve aparecer la luz del día. El quinto empieza cuando ya sale el sol, y lo llamaron “mañana”, ya sea porque parece que la entrada de la luz brote de unas manos, ya sea por el presagio de un buen nombre, puesto que en Lanuvio dicen “mañana” en vez de “bueno”. Al sexto lo llamaron “meridía”, es decir, el medio del día, al que nosotros llamamos mediodía. Al tiempo a partir de este momento, que tiende hacia la noche, el séptimo, se le llamaba “decadente”, porque parece decaer. El octavo fue nombrado “tiempo extremo”, porque es el último momento del día, tal y como se expresa en las leyes de las Doce Tablas: “Que sea el ocaso del sol el extremo tiempo[33].” Después al noveno se le llama vespertino, un término que procede del griego (ellos lo llaman “espera” a partir de la estrella “hespera”, que aparece al ponerse el sol). El décimo, cuando empieza la noche, se llama “primera antorcha”, porque es entonces cuando las estrellas empiezan a aparecer o, como prefieren otros, porque entonces desaparece la luz del día y empezamos a encender las antorchas, para vencer con la luz las tinieblas de la noche. Al undécimo se le llamó “noche encamada”, porque es la hora a la que acostumbran a ir a la cama los mortales después de un poco de vigilia y al duodécimo tiempo del día (que es el tercero de la noche) se le llama “intempestivo”, porque no parece adecuado para llevar a cabo ninguna tarea[34]. Su fin está cerca de su principio, el declive de la media noche, como dijimos.

Además, cuando el ingenio humano (con su habitual fijación con el número siete, al cual los antiguos por algún motivo consideraron perfecto) determinó que el tiempo discurría en grupos de siete y darle un nombre distinto a cada uno, algunos se esforzaron por investigar el motivo de tales nombres. Yo creo que son estas: cinco lo reciben de los planetas y el sexto del llamado Sabat por los hebreos (que después los cristianos no cambiaron, porque significa “descanso”, para demostrar que Dios lo creó todo en seis días y el séptimo descansó de sus tareas. En cambio, al domingo (que para nosotros los cristianos es el séptimo) se le dio este nombre porque en ese día Cristo, el hijo de Dios, no descansó de todos sus sufrimientos sino que se elevó victorioso entre los muertos y así los afamados padres lo llamaron domingo, de “dómino”[35]. Otros defienden que recibió su nombre del Sol, porque este es el principal de los planetas y de ahí se le llama dómino y, puesto que tiene la preeminencia de la primera hora de ese mismo día, por eso llamarlo domingo.

Aunque el orden de los planetas sea muy distinto del que tienen los nombres de los días, hay que saber que se otorga el dominio de cada una de las horas del día sucesivamente según el orden de los plaentas: es por esto que al que le corresponde tener el dominio sobre la primera hora del día es el que otorga el nombre al día. Por ejemplo, si atribuyes la segunda hora del domingo a Venus (que es inmediatamente inferior al Sol) y a Mercurio la tercera (que es inferior a Venus) y a la Luna la cuarta (que es inferior a Mercurio) y la quinta a Saturno (al que hay que llevar la ordenación cuando ha caído en la Luna) y la sexta a Júpiter y así hasta repartir las 24 horas del día del domingo, encontrarás que la 24ª hora recae bajo el nombre o dominio de Mercurio y, por tanto, la 25ª (que es la primera del día siguiente) bajo el nombre o dominio de la Luna y, por tanto, es ella la que da su nombre al segundo día de la semana (o, mejor dicho, al primero, porque el domingo es el séptimo día de la semana y el día de reposo). Si contases del mismo modo desde la primera hora del Lunes, encontrarás que la 24ª hora del día recae bajo el poder de Júpiter y la 25ª bajo el de Marte, a partir del cual se nombra ese segundo día, porque en su primera hora es Marte quien tiene el poder. Sucede así sucesivamente con cada día de la semana hasta llegar a la última del sábado, que recae bajo el poder de Marte, y le sigue la primera del domingo, adscrita al Sol, del cual recibe su nombre como ya dijimos previamente. El día natural, aunque conste de día y noche, recibe su nombre del día, en tanto que es la parte más digna, y el nombre de Día procede de “dioses”, porque “día” en griego significa dios en latín[36], pues al igual que los dioses, en opinión de los antiguos, favorecen a los mortales, también los días los favorecen, y por este motivo reciben su nombre de los dioses.

Después de que, con la ayuda de Dios, hayamos salido de las oscuridades subterráneas hasta llegar a la luz del día, nos faltaba que, al igual que hemos hablado de todos los hijos de Érebo, también hablemos de qué percibían los antiguos respecto a Éter, al que consideraban también hijo de aquel. Además, dado que toda su descendencia es masculina (excepto este hijo), de este no es pequeña su prole y este libro ya se ha extendido mucho, considero que es mejor idea dejarlo para el segundo y ponerle fin al primero.

Fin del primer libro de la genealogía de los dioses paganos.

Notas[editar]

  1. Teodoncio será un autor muy citado por Boccaccio, pero cuya obra se desconoce.
  2. En latín usa el término "Manes", que era el nombre que daban a los espíritus de los antepasados que permanecen en el mundo y pueden interactuar con él.
  3. Todo el conocimiento que había en la época de los jeroglíficos egipcios se basa más en interpretaciones místicas que en una comprensión cabal del sistema de escritura. Con todo, esto no impedía las elucubraciones, con la idea de que era una especie de arcano sistema de escritura repleto de conocimientos.
  4. Natura naturata en latín, expresión que será luego muy utilizada por Spinoza. Poco después usa también la expresión Natura naturans.
  5. Seguramente este "Conflicto" (Litigium en latín) sea una referencia un tanto oblicua a la deidad conocida como Eris/Discordia
  6. Según la tradición, Pronápides de Atenas fue el maestro de Homero, aunque aparece solo mencionado en muy contadas ocasiones y podemos dudar de su existencia.
  7. La anagogía es un procedimiento hermenéutico basado en la alegoría que busca hallar el significado oculto el texto referido a la divinidad.
  8. "Príncipe del mundo" es una forma de referirse al demonio, indicando su preeminencia en el corrompible mundo material.
  9. Perdonan en latín es "parcant". Hay una interpretación alegórica basada entre la homofonía del verbo y el nombre de las diosas.
  10. El verbo for significa "anunciar" en latín, con uso cargado de connotaciones místicas y proféticas. Hado (Fatum en latín) es, por tanto, lo que se ha anunciado.
  11. Phyton en latín. Sospecho que hay algún error de transmisión que ha amalgamado este Fitón con Faetón y con Pitón.
  12. El consenso habitual es que este era el nombre antiguo para Sri Lanka.
  13. Leído como protogónos Phaéthon perimékeos aéros hyíos.
  14. Ugucio de Pisa, un autor que gozó de bastante fama en su época.
  15. La versión citada por Boccaccio presenta algunas variantes con respecto a la que actualmente se ofrece de este pasaje. La más notable, donde nuestra traducción dice "elementos" actualmente se lee "alimentos".
  16. El del Sol y el de la Luna, puesto que ambos dioses (Apolo y Diana) eran hermanos.
  17. Interpretación basada en el parecido fonético entre "Telura" y el verbo "tollo" (tomar en latín).
  18. En efecto, el significado etimológico de infante es "que no habla" (in-fans).
  19. Nótese que, a pesar de lo que popularmente se supone, en este pasaje queda claro que la concepción de la tierra en la época era esférica.
  20. Realmente, este término significa "oscuro".
  21. Los términos usados en latín son: crepusculum, fax prima, concubia, intempesta, gallicinium, conticinium, diluculum. Hemos mantenido los que consideramos que se podían entender sin demasiado problema; los demás los hemos traducido.
  22. Ha interpretado el término Tártaro como una onomatopeya.
  23. En la Antigüedad, Mauritania era la región que se correspondía aproximadamente con el litoral de Marruecos y Argelia.
  24. Literalmente, el nombre de Tisífone significa "vengadora de asesinatos", un nombre que le pertoca en cuanto Erinia.
  25. De nuevo, basada en una falsa relación entre Herebus (que él escribe con H-) y el verbo "haereo" (agarrarse en latín). En verdad, este nombre posiblemente signifique "oscuridad" en origen.
  26. Dite ("rico") es la traducción latina del nombre griego Plutón.
  27. El Averno era, en origen, un lugar concreto: un lago de Italia que tenía fama de matar a todos los pájaros que lo sobrevolaban por sus emanaciones sulfurosas.
  28. Quizá haya detrás un intento de relacionar etimológicamente salutis mortem ("muerte de la salud") con morbum ("enfermedad").
  29. La versión de Boccaccio altera bastante los nombres respecto a las ediciones actuales, que recogen "Icelon" (en vez de Ytathon, Itatón), "Phobetor" (en vez de Phabetor, Fabetor) y "Phantasos" (en vez de Panthos, Pantos)
  30. Ya hemos comentado antes esta relación.
  31. Leto (letum en latín) significa literalmente muerte, pero a menudo se confunde (y sospecho que aquí esta confusión influye) con Lete (Lethe en griego), uno de los ríos del Inframundo cuyas aguas provocaban, si se bebían, el olvido.
  32. Día en latín es femenino; para no alterar demasiado el texto, lo traduciremos sin artículo cuando esté personificado para intentar mantenerlo en femenino
  33. Este texto legislativo era uno de los ejemplos del latín más antiguo, así que hemos intentado mantener la extrañeza del lenguaje del original.
  34. Los nombres en latín para estos periodos son: mediae noctis inclinatio, gallicinium, conticinium, diluculum, mane, meridium, occiduum, suprema tempestas, vespera, prima fax, nox concubia, intempestum.
  35. En efecto, "domingo" procede de la palabra "dominicus" (que significa "del señor").
  36. “Dios” (que es el origen etimológico que atribuye a dies) es el genitivo de Zeus en griego, que significa, por tanto “de Zeus”. Es una muestra más del escaso conocimiento del griego que había en la época)