Gerónimo Gracián (Retrato)
FRAY GERÓNIMO GRACIAN.
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Fray Gerónimo Gracian de la Madre de Dios, Carmelita Descalzo, hijo de Don Diego Gracian, Secretario del Emperador Cárlos V, y de Doña Juana Dantiscio, hija de D. Juan Dantíscio, Embaxador del Rey de Polonia al mismo Emperador, nació en Valladolid el año de 1545. Inclinado desde muy niño á todo género de lectura, le dedicó su padre al estudio; y dexando á su elección el que habia de seguir, escogió el de la Filosofía y Teología, en el que adelantó, de tal modo, que aun no tenia veinte años quando ya estaba graduado de Maestro por la Universidad de Alcalá en la primera, y capaz de recibir igual laureola en la segunda. La distinción de su clase, sus conexiones, los servicios de su casa, y su disposición para desempeñar qualquier cargo, le facilitaban una colocación brillante; pero su natural humilde y desprendido, le hizo preferir, á las comodidades y fausto del siglo, el retiro y la pobreza religiosa.
En efecto, después de una bien meditada resolución de abandonar el mundo, para hacer mayor su sacrificio, abrazó la estrecha reforma que acababa de hacer en la Orden Carmelitana Santa Teresa de Jesús. Los sólidos principios con que ántes de entrar en la Religión Fr. Gerónimo habia comenzado á trabajar en el camino de la virtud y de la sabiduría, sirvieron infinito á los rápidos progresos que hizo después en una y otra, y contribuyeron á la firmeza del establecimiento de su instituto. Su exemplar Reformadora, aunque inspirada del mismo Dios en la maravillosa obra de la reforma, y sostenida de su fuerte brazo en las terribles luchas que tenia que sufrir en sus fundaciones, acudia no obstante al consejo de Fr. Gerónimo, y en él y en la dirección de su espíritu, que también tuvo á su cargo algún tiempo, hallaba todo el consuelo que exigían sus necesidades. No se puede leer á la Santa, ni en sus cartas ni en sus fundaciones, sin encontrar repetidas pruebas de esta verdad, y con ellas materia fecundísima para formar un panegírico completo de este varón recomendable.
Quien con tanta generosidad y menosprecio propio habia abandonado los bienes de la tierra, anteponiendo á todos la desnudez y pobreza absoluta de un instituto riguroso, era bien consiguiente que en iguales términos huyera de las dignidades y honores de la Religión. Esto fue lo que hizo Fr. Gerónimo; pero ni el horror que siempre manifestó al mundo, ni su abatimiento continuo en la presencia de sus hermanos, bastó á dexarle quieto en su retiro: fue elevado á todos los empleos honoríficos de la Órden hasta el de Provincial, que era el Supremo entonces en la reforma: fue nombrado Visitador apostólico de los Carmelitas Calzados y Descalzos de España; y lo fué asimismo de los Descalzos de Portugal. En todos estos destinos dió testimonios Fr. Gerónimo de su virtud y de su sabiduría; pero como con solas estas qualidades podía confundirse con otros muchos varones, que asimismo las han tenido en grado mas ó ménos sublime, quiso Dios, para señalarle, exponerle á la prueba terrible de los trabajos y persecuciones, que es la decisiva de la heroycidad. El rigor con que quiso que se estableciese la observancia de la regla en las visitas, y su deseo de que por este medio tuviese toda la energía posible un instituto naciente, pusieron en movimiento el ánimo de algunos, que mal hallados con la severidad y parsimonia religiosas se levantaron contra él, criticaron sus providencias y consejos, y consiguieron que se le formase una causa, por la que, á pesar de su vigorosa defensa, fue condenado á la privación de hábito, y á no poder ser otra vez admitido ni en la Observancia ni en la Descalcez carmelitana.
Qualquiera temería que un golpe de esta naturaleza, que sorprehendió á quantos conocían á Fr. Gerónimo, y lo que es mas, que desmentía el alto concepto en que siempre le habia tenido su santa Madre, abatiese su espíritu, ó acaso le privase de la vida: bien al contrario; le recibió con magnanimidad, y le sufrió con admirable resignación. Executada la sentencia se fue á Roma; y suspirando como nunca por la soledad del Claustro, la buscó en varias Órdenes las mas austeras y religiosas. Una falsa política, ó los designios de la Providencia, que le prevenían á mayores trabajos, cerraron la puerta á sus deseos; por último, compadecido Clemente VIII mandó á los Agustinos Recoletos que le recibieran en su Familia.
Admitido en esta Órden, y destinado por sus Superiores á Sicilia, le cautiváron unos corsarios Africanos en su tránsito á aquella isla. Esta nueva tribulación, y las que padeció en cerca de dos años que tardó su rescate, acabaron de acrisolar su paciencia cristiana, y le hicieron digno del elogio que Lucio Séneca tributó á Sócrates, y le aplica en su Biblioteca nueva el eruditísimo D. Nicolás Antonio para calificar su mérito. Libre de la esclavitud volvió á Roma; y convencido el mismo Clemente VIII de su virtud, y sin duda de su inocencia, le proporcionó, como por una especie de reintegro, que fuese recibido entre sus hermanos los Carmelitas de la antigua Observancia, en la que murió en Brusélas; regresando á su patria el año de 1614 con las señales de santidad que testifica el Cardenal Deza, Protector de España, de quien fue íntimo amigo, y Teólogo consultor después de su cautiverio.
Si las virtudes morales que en el discurso de su vida exerció Fr. Gerónimo ensalzaron su mérito, no le ensalzáron ménos su profundo ingenio, y la prodigiosa multitud de conocimientos con que adornó su alma, y enriqueció la república de las letras. Escriturario, Teólogo dogmático y místico, Jurisconsulto, Publicista, Filósofo, Orador, Poeta, Humanista, apénas hubo ciencia que no le fuese familiar. Pronto siempre al sufrimiento, lo estuvo también al estudio. Como las adversidades jamas turbaron su reposo, ni los cuidados disiparon su espíritu, en medio de los cargos, de sus persecuciones, y de su esclavitud, compuso gran parte de sus obras, dignas todas de mucho aprecio, y admirables por su extraordinaria variedad, como se puede ver en ellas mismas, y á menos costa, en el inmenso catálogo que prolixamente copia en el lugar ya citado D. Nicolás Antonio.