González Suárez

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​¡González Suárez...!​ de Juan Abel Echeverría



Las naciones pregonarán su sabiduría, y la Iglesia celebrará sus alabanzas.


Eccle. XXXIX, 14.





¡Tregua al dolor, y elévese de la justicia el canto!
De mar a mar discurre su fama en raudo vuelo,
y sobre fondo obscuro de general quebranto,
el Ecuador inunda la Gloria, desde el cielo,
con deslumbrante luz.


Y ciñe de esplendores la olímpica figura
que surge del sepulcro por siempre vencedora;
¡de pie para admirarla en la suprema altura!
Es él, el héroe epónimo, a quien su pueblo llora,
el sabio de la Cruz.


Miradle señoreando la cátedra sagrada:
relámpagos despiden los ojos encendidos,
se yergue la cabeza de lumbre diademada,
sobre la mar humana los aires adormidos;
¡qué augusta majestad!


De su elocuencia docta desátase el torrente,
retumba el trueno, el rayo cae de luz divina,
se incendian corazones, el llanto brota ardiente,
el Creador Espíritu las almas ilumina,
¡habla la Eternidad!


Es el sublime cóndor que en vuelo resonante
desde el peñón andino se lanza a los espacios,
y en espiral inmensa encúmbrase triunfante,
a visitar del cielo los fúlgidos palacios,
glorioso viajador;


y torna con el brillo del sol en la pupila,
y cruza por el arco que el iris le alza airoso,
y en el etéreo risco de soledad tranquila
pliega las grandes alas en imperial reposo,
de cúspides señor.


Abnegación sin límites, carácter sin reproches;
América y España le vieron pluma en mano,
le vieron sobre el libro los días y las noches,
y coronó el estudio, con el saber anciano,
su noble juventud.


Y así los siglos muertos iluminó su diestra,
alzando de la historia el luminar potente,
y juez incorruptible, en la social palestra,
dio lauros a los héroes, castigo al delincuente
y gloria a la virtud.


Su pluma esculpe estatuas y monumentos labra,
y pinta las bellezas de la inmortal natura;
al creador impulso de su vivaz palabra,
espléndida florece la mágica hermosura
de la verdad y el bien.


Que si la dulce lira abandonó entre flores
de alegre primavera y hurtó la voz al canto,
gorjean en su huerto divinos ruiseñores,
que encumbran el espíritu con inefable encanto
a la eternal Salén.


Armado caballero de la ciudad sagrada,
por Dios y por la Patria se presentó en la arena,
y en luchas bien reñidas su vencedora espada
vengó el derecho augusto y sometió a cadena
a la maldad feroz.


Patriota incomparable, rindió a la paz el culto
mirífico de su alma, de dones opulenta;
de contrapuestos bandos en el civil tumulto,
cual Cristo en Tiberíades, contuvo la tormenta
con su elocuente voz.


Mas, la ambición artera, perdida la esperanza,
se retiró sañuda bramando en su despecho;
aleves banderías urdieron la asechanza,
y él ahuyentó impasible con valeroso pecho
a la perfidia vil.


Y a la calumnia ignívoma, y al odio emponzoñado,
y a la rastrera envidia, y a la procaz injuria,
correspondió en silencio con el perdón sagrado,
y dominó impertérrito la desatada furia
de la protervia hostil.


Un salmo fue su vida por la oración ferviente,
el sacrificio heroico santificó sus días;
amó dos soledades de oscuridad luciente,
y dos silencios dulces poblados de armonías:
el templo y el hogar.


Allí se labró austero el sabio portentoso,
allí se labró el justo, antorcha del sagrario,
y cual el Cotopaxi que impera majestuoso
en noche cristalina, radiante solitario,
así se hizo admirar.


El báculo en su diestra fue cetro de monarca,
regido entre energías y santa mansedumbre;
el esplendor del templo fue el trono del jerarca,
la mitra en su cabeza fue el sol en nívea cumbre,
la cumbre del saber.


Y humilde en tanta gloria, cuando Fortuna vino,
a Caridad cristiana mandó la recibiera,
y haciendo el bien a todos, como Jesús divino
del bien fue un monumento su voluntad postrera,
que no ha de perecer.


Ponga el cincel Justicia de Gratitud en mano,
y arranque al níveo mármol del arte la victoria,
y en apostura excelsa junto al Pichincha cano,
al himno de la patria y al trueno de la gloria,
surja el sabio inmortal.


El sol le exponga al culto ardiendo en lumbre de oro,
las esplendentes noches con palio de diamantes,
monten de honor la guardia en militar decoro,
con yelmos argentinos los Andes circunstantes,
en pompa triunfal.


Y allí le reverencien edades venideras,
y en cada aniversario clarines y cañones,
y músicas marciales, flotando las banderas,
saluden al Pontífice al par de las canciones
que el patriotismo dé.


Y, madre venturosa, la Iglesia alborozada,
llenando las campanas de regocijo el viento,
celebre en sus basílicas la gloria inmaculada
del hijo que es un astro del puro firmamento,
el astro de la Fe.