Gotas de sangre/¿Una Inglesa estrangulada?...

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¿Una Inglesa estrangulada?...



Una joven institutriz, inglesa, miss Cary, ha sido estrangulada en un sendero que conduce al vecino Nanterre. Las inglesas santifican el reposo dominical con excursiones pedestres al través de los bosques.

Pero meterse en un bosque de París es mucho peor que meterse en Sierra Morena. Los agentes de policía, ocupados en otras persecuciones, no tienen tiempo que dedicar a los bosques, donde fructifican como hongos los apaches de todas castas y en todas sus manifestaciones. Los hay amenos, en el sentido de que no matan siempre por robar, sino también por pasar el rato. El otro día, en el bosque de Vincennes, un apache, salido de una maleza, se acercó a un transeúnte pidiéndole lumbre, y mientras el transeúnte le alargaba el cigarrillo, el apache le cortó en un santiamén las dos orejas, convirtiéndolo en perro pachón. A otro paseante pacífico le cortaron, aunque no se le veía, la coleta.

A las inglesas se les dice caritativamente:

-No se extravíen ustedes en estos bosques, porque aquí no están ustedes en Londres, y los bosques de París son guaridas de ladrones, asesinos y bromistas que por divertirse, les cortarán a ustedes las orejas.

Miss Cary, como otras de su nacionalidad, no hizo caso, y atravesando un bosque, la apretaron el gaznate.

Como estas aventuras siniestras son de todos los días, nadie les hace caso. Figúrese el lector que esa miss fuera española. Su trágico fin hubiese ocupado tres líneas en la sección de noticias. Y si la miss fuera de Puerto Rico, su muerte sería un paso de risa en una nouvelle à la main.

Pero la Cary, esa del gaznate apretado, es de marca inglesa, y como los ingleses tienen cónsul en todas partes, y en todas partes hay que respetarlos, las autoridades y la Prensa, movidas por la embajada británica, andan a zancadas por esos bosques en busca del malhechor, y no hay periódico que diariamente no dedique un par de columnas al asunto.

Hoy Le Matin nos da una noticia verdaderamente consoladora para los que habitamos, después de recibir la Extremaunción, esto que se llama la banlieue de París, y que es un presidio suelto y sin policía; la cual, si alguna vez asoma la nariz, es para oler la casa de algún vecino honrado porque Dérouléde le puso un telegrama de gracias o porque Reclus le habló de geografía.

«El asesinato de miss Cary -dice Le Matin- ha tenido por objeto limpiar de apaches una parte de la banlieue de París.»

Precioso resultado. Los apaches limpiados de esa parte de la banlieue se habrán ido a otra parte de la misma banlieue. Porque con ellos pasa lo que con el polvo: lo quita usted del armario y se va a la mesa, lo sacude usted de la mesa y se pega a las sillas. Total, pata. La policía limpió de apaches los barrios de Menilmontant y la Villette, y los apaches se trasladaron a Asnieres, donde siguen para servir a usted, cortándole las orejas a poco que se descuide.

Los reaccionarios, maestros en el arte de arrimar el ascua a la sardina propia, ya quieren sacar partido del cadáver de miss Cary, y Le Gaulois, solemne y campanudo, advierte en largo artículo dedicado al asesinato:

«El horrible y misterioso crimen de Nanterre es probablemente un crimen vulgar, que nada tiene de misterioso. Como en todos los turbados momentos de la historia, singularmente en tiempos de la Revolución y del Directorio, hay ahora, lo mismo en los caminos que en las calles, un considerable número de malhechores.»

Yo siempre creí que Loubet y Combes se traen algo con los apaches, y que tan pronto suban al poder el honorable Arthur Meyer, director de Le Gaulois, y sus colaboradores, no habrá apaches desocupados.

Pero -¡hélas!- como hay República para rato, no va a haber más remedio que naturalizarse inglés, siquiera para que la policía deje de la mano a políticos y escritores, y dedique algún tiempo a los asesinos, ladrones y sádicos que, según confesión de los franceses, han hecho inhabitable París y sus alrededores.