Gotas de sangre/Esperando a la viuda

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Gotas de sangre: (Crímenes y criminales) (1910)
de Luis Bonafoux
Esperando a la viuda

Esperando a la viuda


Hace tiempo que la ausencia de «la Viuda», como se llama aquí a la guillotina, preocupa a los parisienses. Como su hermana «La Marsellesa» -calificada de «chant vieux jeu», aunque todavía entusiasma en Lisboa,- la guillotina ha venido muy a menos. Ya tiene poco del carácter que tuvo en 1792, cuando la instalaron en la plaza de la Greve, y la manipuló el verdadero Samson, tal vez ascendiente del almirante famoso. Y ya no tiene ni pizca del carácter que ostentó en la plaza de la Revolución...

Pero, a pesar de todo, la guillotina sigue siendo una atracción parisiense, como «la Morgue» y otros establecimientos siniestros, que son lo que las verrugas en un rostro bonito y acicalado, y constituyen un contraste sugestivo para ojos turbios y espíritus marchitos.

Hace tiempo que echamos de menos la canibalesca orgía que precede al acto de descabezar a un reo: el transporte de la guillotina al lugar de los suplicios, la instalación y prueba de la misma, el ir y venir del verdugo, con su séquito de ayudantes en la faena de matar; el desbordamiento de figuras atroces que corren hacia el triángulo siniestro, la exhibición, en balcones y ventanas, de mujeres, desencajadas y pálidas, que se vuelven todas ojos ansiosos de mirar, mientras, detrás de ellas, los amantes las hacen cosquillas en las nucas rubias, y luego, la lúgubre aparición del reo, sus muecas de espanto, sus sobresaltos y desfallecimientos, el acto de echarle en la báscula, amarrado como un salchichón; el ruido seco del tajo al bajar vertiginosamente y el chorro de sangre, saludado por horribles bocas que exhalan, como de una alcantarilla, toda la podredumbre social...

Y es cosa convenida que así, o sin guillotina, no podemos seguir. Derruído el emplazamiento que tuvo en la Roquette, que fue su última estación de parada, no se le ha designado otro, tal vez porque los gobiernos pretendan ganar tiempo para que el pueblo olvide a «la Viuda»; pero el pueblo no la puede olvidar, y la crónica la recuerda periódicamente, consignando que estamos sin guillotina y que no descabezamos a reos de muerte porque no tenemos sitio a propósito para descabezarlos.

Así fue que ayer hubo manifestaciones de verdadero entusiasmo en el antiguo emplazamiento del «Rastro» parisiense que se llamó «el Temple». Salida de no se sabe dónde, apareció allí, según refieren los periódicos, una guillotina. Verla y entusiasmarse aquel tenebroso barrio fue todo uno.

Contemplábanla casi con amor, y pasábanle las manos, como acariciándola, las comadres, y una turba de apaches, con sus correspondientes apachas, ellos y ellas provistos de antorchas resinosas, bailaron alrededor del triángulo un monstruoso «cakewalk», que hubiese enrojecido las caras, aunque son negras, a los súbditos de la ex-Reina Ranavalo.

Explicada la equivocación, y habiendo cargado unos guardias con la máquina del doctor Guillotin, los espectadores, decepcionados, gritaban:

«Rendez-moi ma potence de bois»

«Rendez-moi ma potence»!...

Variante de:

«Rendez-moi mon cochon»!...

Y una tristeza profunda invadió el ambiente. Porque hay que dar al espíritu, como al cuerpo, lo que es suyo, y sin «sangrar» a alguien no se puede vivir a gusto...