Gotas de sangre/La Cecilia y la Gabriela
La Cecilia y la Gabriela
El enchironamiento de la Cecilia Aznar, que celebro mucho y muy de veras, porque, no satisfecha con planchar al señor Pastor, ni con dar guerra a toda España, había empezado a darla a través del Pirineo, como si París no nos propinase Cecilias a todo pasto, coincide con la petición de indulto de la Gabriela Bompard, cuyo infeliz hermano le ha escrito al ministro de la Justicia: «Mi padre murió de pesar, a consecuencia del crimen que cometió mi hermana, dejándome solo, cuando no tenía más de diez y siete años, sin otro porvenir que el tener que soportar en silencio la vergüenza de un nombre manchado.»
Almas gemelas, Cecilia y Gabriela, convulsionarias ambas, ambas embusteras, con todos los caracteres de la histerya mayor, la Gabriela resulta superior a la Cecilia por fina, aventurera y valerosa o inconsciente dentro del crimen.
Buena diferencia entre la fuga de la Gabriela, en toilette rosa, riendo como una loca mientras ayudaba a bajar de una casa de París el baúl que contenía el cadáver de Gouffé, riendo como una loca mientras ayudó nuevamente a bajar de un hotel de Lyon el siniestro baúl y corriendo luego en busca de aventuras a Nueva York, y la prosaica fuga de la Cecilia, cuyas aventuras se reducen a haber ido a comer longaniza a Puigcerdá!
Sí. La ocurrencia de la Cecilia Aznar, dejándose capturar asnalmente en Puigcerdá, es una verdadera decepción para los románticos del crimen, y un mentís a los que decían que nos modernizábamos, siquiera criminalmente.
Explicaríanse ellos que la hubiesen capturado en las estepas rusas o en las pampas americanas; pero... ¡en Puigcerdá! ¡Qué horror de prosa! Y es que el público tiene la idea de que a los excelentes pueblos de la industrial Cataluña, a Puigcerdá, a Vich, etc., no es posible ir a digerir un asesinato, sino a digerir un embutido.
¡Qué diferencia, por otra parte, en el modo de matar Gabriela, acariciando amorosamente a Gouffé, comiéndosele a besos, mientras Eyraud, siniestro y frío, le pasó al cuello un lazo corredizo; y el modo de matar Cecilia, planchando al Sr. Pastor, como si hubiese sido un calcetín!
Pero hay más: Gabriela no pretendió mixtificar ni atenuar el móvil de su crimen. Cecilia, sí. Ella mató, cierto; pero «por defender su honor»; ¿en dónde?, allí donde hacía reír a Espronceda, y que en ella estaba al alcance de todas las fortunas.
Esa salida de... honor cochambroso que ha tenido la Cecilia es un caso como el siguiente, que narra El Mundo, de la Habana:
«En el hospital número 1 se presentó ayer la parda Dolores Hernández, la cual fue curada de una extensa herida en el brazo izquierdo, de pronóstico menos grave. Según afirma la lesionada, se produjo la herida en el brazo al pisar casualmente un clavo.»
Ese clavo es el honor de la Cecilia, la cual si no mereciera ir a la guillotina por asesina, lo merecería por cursi.
¡Haber matado por su honor, y, además, dejarse coger en Puigcerdá!
Puede resultar cierto que a la Bompard, cuando salga de la cárcel, le ofrezcan villas y castillos; pero la Aznar, si saliese de presidio, ya se contentaría con tres pesetas.
Y, aun así y todo, tendría que volver a Puigcerdá en busca de embutidos.