Gotas de sangre/La Guillotina por diversión

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La Guillotina por diversión


Parece que la cuestión de la pena de muerte está «llamada» a durar hasta la consumación de los siglos, que no tardan poco en consumirse. Siempre se discutió el pro y el contra de dicha pena; pero nunca tanto, al menos en París, como ahora, pudiéndose preguntar, con la gangosa voz de los camelots:

-¿Quién no tiene su argumento sobre la pena de muerte?...

Repetirlos, como se repiten actualmente en la Cámara y en la Prensa de París, es la cosa más aburrida del mundo, sobre todo si se considera que las vísperas de esta canícula van resultando sicilianas.

Hay que admirar la vocación del hombre a darse malos ratos, que precipitan el fin de la existencia. Ya que los diputados necesitan justificar el cobro de 15.000 francos de honorarios, debieran dedicarse en verano a torneos oratorios que fuesen amenos, y puesto que los periodistas necesitan llenar sus periódicos, debieran echar mano de asuntos ligeros. Los discursos y los articulos en esta estación debieran estar de acuerdo con los driles y las legumbres.

Y ahora se me ocurre la idea de que si París se preocupa tanto de la pena de muerte es porque se considera festiva y comercial.

Una noche de guillotina es una fiesta para los noctámbulos y la única noche en que todo el mundo sabe donde puede meterse. Hacia las tres de la madrugada son contadísimos los establecimientos públicos que no están cerrados, mientras los alrededores de la guillotina siempre están abiertos a todo el que quiere trasnochar y divertirse. Los balcones contiguos al emplazamiento de la guillotina se alquilan a buen precio por caballeros distinguidos y damas elegantes, que comen y beben alegremente mientras llega el reo, ante el cual suelen propinarse caricias de las llamadas perversas, que dan satisfacción a lúgubres lujurias; en el arroyo, la plebe de machos y hembras, en escandaloso apelmazamiento, relinchan y rebuznan de gusto, después de apiporrarse en los cabarets y tabernas de la vecindad, y hasta el mismo reo, cuando se acerca al tajo, parece que participa de la juerga general.

Es una noche propicia a las expansiones del espíritu y a los regodeos del cuerpo, y que «hace marchar el pequeño comercio».

No veo, pues, la razón de suprimirla. París, que ha venido a menos en punto a atracciones públicas, no debe prescindir de sus noches sangrientas, clásica y típicamente trágicas, noches hermosas de guillotina, a cuyo acerado fulgor se bebe, se come, se canta y se ama con espasmos delirantes.

Es un aspecto siniestro, sumamente sugestivo, de la metrópoli de la sugestiones. Hay que conservarlo por respeto y amor al arte canalla.

Y he ahí una idea original que no ha tenido ningún diputado ni periodista, al menos que yo sepa; un nuevo argumento en la debatida cuestión de la pena de muerte. ¡La guillotina por diversión! Es una idea maravillosa, que me tiene encantado y fiero...