Gotas de sangre/La Ogresa y la Ogrilla
La Ogresa y la Ogrilla
Pasan ya de una docena los hallazgos de niños asesinados por la alemana Ida Schnell, de catorce años, descabellándoles con una larga aguja de sombrero. Como la vida es un dolor desde que se nace hasta que se muere, y la infancia no sabe disimularlo, los niños confiados al cuidado de Ida Schnell lloriqueaban y gritaban, como todos los chicos. Ida Schnell ha dado por excusa de sus infanticidios que no podía sufrir los gritos de la chiquillería. Se le encalabrinaban los nervios. Y para que los niños callasen pronto y radicalmente, les metía una aguja en la nuca. Los heridos tenían convulsiones. No murieron todos en el acto. El niño de la señora Oppenheimer sobrevivió al primer agujazo. Cuando la madre, que trabaja en el campo, volvió a casa, encontró a Ida, muy tranquila, jugando con el perro frente a la puerta.
-¿Por qué no estás con el chico? -la preguntó.
-Porque se está muriendo... Tal vez haya muerto ya...
No murió aquel día. El niño mejoraba, y su madre, ya tranquila, volvió a sus faenas agrícolas. Al regresar de ellas, de noche, la criatura agonizaba. Esta vez la aguja fue certera.
Ida Schnell velaba sus muertos. Luego ayudaba ella misma a llevarles al cementerio y cobraba la propina que habitualmente se da en Baviera por tal servicio, y la mozuela, con buenas recomendaciones de sus amos, buscaba otra casa donde hubiera niños.
Porque iba a ellos fatalmente, como si entre ella y las criaturas hubiese una atracción de imán. «Sus amos, -dicen de Berlín- la estimaban mucho, porque ante ellos hacía fiestas y caricias a las criaturas, pareciendo desbordante la afección que les tenía».
Casualidad curiosísima. Cuarenta y ocho horas antes de llegar de Munich y Berlín el relato de los infanticidios de Ida Schnell, Le Matin empezó a publicar, con rimbombante epígrafe, un a modo de alegato en favor de la siniestra ogresa Juana Weber, actualmente en la cárcel. Para estimar el alcance de dicho alegato hay que saber que el defensor de Juana Weber es el célebre criminalista Henry Robert, y que Henry Robert -de quien Gabriela Bompard ha hecho, en su Manuscrito, apreciaciones que la prensa de París no ha publicado- es el letrado defensor de Le Matin cada vez que este periódico tiene algún asunto judicial.
El del alegato se hallaba precisamente en el punto y hora de explicar a su modo, cómo Juana Weber, inocente, arrastrada por la fatalidad, iba a servir a casas donde había niños que morían entre convulsiones, cuando telegrafiaron de Munich y Berlín cómo la fatalidad conducía a Ida Schnell a casas donde había niños que también morían entre convulsiones. Cuando Juana entró en el hogar de Sylvain Ravouget, quien la recogió después de haber sido absuelta de la primera acusación, se dijo a sí misma, según refiere el autor del alegato.
-Aquí hay niños... Puedo estar tranquila...
Sylvain Ravouget la dio por cama la del chico de él, y ella cuenta que al acostarse gustó el tibio calor que se desprendía de la criatura.
Poco tiempo después, moría entre convulsiones, como los otros...
Como Juana Weber, Ida Schnell sentíase atraída por el oficio de niñera y distinguíase por las caricias que hacía a los chicos cuando la observaban sus padres; como las criaturas al cuidado de Juana Weber, las criaturas al cuidado de Ida Schnell enfermaban misteriosamente y misteriosamente morían, cuando la niñera estaba sola con ellos. De los de Juana Weber sólo quedaba como trazas de la muerte la señal de una presión en el cuello y en el corazón. De los de Ida Schnell sólo quedaba, como trazas de la muerte, un pinchazo, imperceptible casi, en la nuca. Juana Weber, al decir de cuantos la han conocido íntimamente, es una viciosa de un género especial. Ida Schnell es una mocita enfermiza, escuchimizada, que se dio a conocer entre sus compañeras como una viciosilla de voluptuosidad lúgubre.
La alemanita es, moralmente, una cría de la francesa. Y así como a Juana Weber le sobran protectores a lo Ravouget, a Ida Schnell no habrían de faltarle admiradores si la absolviesen por irresponsable. Porque el amor siniestro está de moda...