Gotas de sangre/Las Manos sangrientas...

De Wikisource, la biblioteca libre.

Las Manos sangrientas...


Como mujer es ordinaria y sucia. Tiene la mirada vaga, en éxtasis; los pómulos, excesivamente pronunciados, y los labios, muy gruesos y tumbones, imprimen a la fisonomía un aspecto bestial. Frisa en la cincuentena.

Tal es la señora Dognon, acusada por el señor Dognon, mutilador y matador de su propio hijo, de monstruoso incesto... Este es uno de los casos en que la conciencia pública desea que una acusación no tenga ningún fundamento. Las gentes se dicen: «No debe de ser cierto... No, no puede ser...» Y el espíritu se deleita en la negativa.

Creamos, pues, que no; que la denuncia de Dognon es aberración de alcohólico, cuya imaginación, enferma, ha acumulado sobre la mujer de él inenarrables perversidades de sexo demente.

Aun así y todo, la señora Dognon resulta una mujer cualquiera, sin ningún atractivo físico ni moral. Ayer, desconocida, vegetaba en una guardilla. Hoy, después de la infamante acusación que se ha lanzado a su cabeza cana, es otra cosa.

«Con motivo del abominable crimen -dicen los periódicos- el señor Rieux, comisario de policía, recibe todos los días numerosas cartas de hombres que quieren casarse con la señora Dognon».

Es la repetición del caso de la señora Weber, llamada la «ogresa». Desde que la acusaron de haber estrangulado criaturas para saciar torpes apetitos de lujuria sádica, empezó a recibir cartas pidiéndole la mano -estranguladora- y uno de los aspirantes, deseando vivir maritalmente con ella, la condujo a su propia casa, en donde, agradecida, le estranguló a su hijo.

Es, a la inversa, la repetición del caso de las damas «exquisitas» que en plena audiencia mandaron cartitas amorosas a Soleilland -cuyo hermano, dicho sea de paso, ganoso de presenciar la muerte de él, pregunta diariamente cuándo le ejecutan...

¿Qué «fiebre caliente» se ha extendido por París? ¿Qué microbio lúgubre anida en los cerebros? ¿Qué atracción de imán tienen las manos sangrientas y los ojos que vieron la última mueca de la muerte en el atormentado semblante de una víctima?... Si los Dognon, los Soleilland y las Weber están muy enfermos, mucho más lo están sus admiradoras y admiradores; los hombres que anhelan tener en sus brazos a estranguladoras e incestuosas; las mujeres que sueñan con ser acariciadas por manos llenas de sangre de violaciones e infanticidios.

No es lo más triste para una sociedad el desfile de tantos Dognon, de tantos Soleilland, de tantas Weber, llevando a cuestas el fardo de sus víctimas, sino el otro desfile, el de admiradores que brindan amorosa protección a la mujer que estranguló un niño, entre espasmos de lujuria lúgubre, y de admiradoras que echan flores y besos a quien lleva, como trofeo de victoria, el ensangrentado corazón de una chicuela mártir...