Gotas de sangre/Porquerías doradas

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Porquerías doradas


El proceso de los señoritingos d'Adelsward y Warren está dando golpe.

La única novedad, a mi juicio, que presenta este proceso es que los procesados, por su cultura, por su erudición, por sus gestos «ultrachics» y hasta por su bien prendida indumentaria, no son unos «Rafael y Baltasar» corrientes en el mercado de los «invertidos». En este caso, la porquería no sólo se ha dado en píldoras, sino en píldoras doradas, y el público las traga sin hacer aspavientos.

Albert de Warren no ha inspirado, ni con mucho, la benevolencia que inspira Jacques de Adelsward, porque carece de la inteligencia sugestiva que adorna a su compañero. La palabra de Albert de Warren es premiosa y vulgar. a veces resulta tonto de la cabeza, como cuando dijo que había querido ser periodista porque oyó decir que el periodismo es carrera de mucho porvenir, y que habiendo entrado en un periódico, el director de éste le dedicó a poner fajas. Acepté -añadió Warren-, considerando que este trabajo era el primer escalón de la carrera.»

D'Adelsward es otra cosa. Este baroncito, tan peripuesto, bien oliente y poético, que pide violetas para sus rubios cabellos y a quien le han hecho una delicada operación quirúrgica por detrás, se ha revelado orador y no tendría nada de extraño que saliese de la Audiencia para entrar en la Cámara. Defiéndese a lo lord Douglas, con textos de Teócrito, Virgilio, Platón, Baudelaire, Huysmans, Verlaine y otros. Pero lord Douglas se defendió con la pluma en la «Revue Blanche», y d'Adelsward se defiende con la palabra ante un público intelectual y selecto, aunque numeroso.

Y esa palabra es elocuente, brillante a ratos aterciopelada, a ratos irisada, siempre sugestiva, con mariposeos intelectuales y timbres cristalinos. Como triunfador artístico es excepcional, siendo así que no hay mayor triunfo que hacer comer fango, porque se le envuelve en papel dorado, y beber agua corrompida, porque se le escancia en cáliz de cristal veneciano. Oyéndole, se comprende la sugestión que ejercía en su tertulia de púberes, con blancos velos y guirnaldas de rosas, cuando invocaba a Adonis y celebraba con pomposo rito la Juventud y la Muerte.

Y esas mismas cualidades intelectuales de un mozo para quien los médicos forenses invocan la atenuación del desequilibrio atávico, debieran inclinar el ánimo del Tribunal a la inexorabilidad en el fallo castigador. Porque este «invertido» no es vulgar, sino excepcional, que no sólo se ha prostituido a sí mismo, sino que ha prostituido también, con basura envuelta en páginas virgilianas y verlainianas, a infelices niños que tenían la majestad de la inconsciencia.

Sería muy sensible que se aceptase en nuestras costumbres jurídicas lo que es corriente en nuestras costumbres políticas, sentándose la jurisprudencia de que todo está permitido cuando lo abonan una palabra elocuente y un bolsón con cuarenta mil francos de renta....