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Guía espiritual/Introducción

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A quien leyere

 

No hay cosa más difícil en el mundo que agradar a todos ni más fácil y usada que censurar los libros que salen a la luz pública. Al común riesgo de entrambos daños salen sujetas todas las obras que se publican, sin excepción de ninguna, aunque amparadas de la mayor protección. ¿Qué será de este pequeño librito sin patrocinio, cuyo manjar, por místico y mal guisado, lleva consigo la común censura y el desabrimiento? Si no lo entiendes, lector amigo, no por eso lo censures.

Oirá y leerá el hombre animal estas espirituales materias, pero no llegará, dice San Pablo, a comprenderlas: Animalis hamo non percipit ea, quae sunt spritus Dei (1 Ad Coro 2). Si las condenas, te condenas al número de los sabios de este siglo, de quienes dice San Dionisio que no les comunica Dios esta sabiduría como a los sencillos y humildes, aunque en el concepto del mundo sean ignorantes..

La ciencia mística no es de ingenio, sino de experiencia; no es inventada, sino probada; no leída, sino recibida, y así es segurísima y eficaz, de grande ayuda y colmado fruto.

No entra la ciencia mística en el alma por los oídos ni por la continua lección de los libros, sino por la liberal infusión del divino espíritu, cuya gracia se comunica con regaladísima intimidad a los sencillos y pequeños (Matth. 11).

Hay algunos doctos que no han leído jamás estas materias y algunos espirituales que hasta ahora no las han gustado, y por esto los unos y los otros las condenan; aquéllos por ignorancia y éstos por falta de experiencia.

Es cierto que a quien le falta la experiencia de esta dulzura no podrá juzgar de estos misteriosos secretos, antes bien se escandalizará, como suelen muchos, de oír las maravillas que usa el amor divino con las almas, por no ver en las suyas esas finezas. ¿Quién pondrá tasa a la bondad divina, cuya mano no está abreviada para hacer lo que en otros tiempos? No llama Dios por mérito al más fuerte, sino al más flaco y miserable, para que más resplandezca su infinita misericordia.

No es esta ciencia de teórica, sino de práctica, en don-de sobrepuja con grandísima ventaja la experiencia a la más avisada y despierta especulativa, y como los sabios puramente escolásticos no la experimentan, la condenan:

Hi autem quaecumque quidem ignorant blasphemant (Iudae 1). Por eso advirtió Santa Teresa a su padre espiritual que no tratase las materias espirituales sino con hombres que lo fuesen: Porque si no saben (dice) más de un camino, o se han quedado en el medio, no podrán así atinar (Vida, cap. 22).

Bien se conocerá que no tiene experiencia de esta práctica y mística ciencia el que condenara la doctrina de este libro, y que no ha visto a San Dionisio, San Agustín, San Gregorio, San Bernardo, Santo Tomás, San Buenaventura y otros muchos santos y doctores aprobados por la Iglesia, que aprueban, califican y enseñan, como experimentados, la práctica de esta doctrina.

Debe advertirse que la doctrina de este libro no instruye a todo género de personas, sino solamente a aquellas que tienen bien mortificados los sentidos y pasiones, y que están ya aprovechadas y encaminadas a la oración y llamadas de Dios al interior camino, a las cuales alienta y guía, quitándolas los impedimentos que embarazan el paso a la perfecta contemplación.

He procurado que el estilo de este libro sea devoto, casto y provechoso, sin exornación de pulidas frases, sin ostentación de elocuencias ni sutilezas teológicas; sólo he atendido a enseñar la verdad desnuda con humildad, sencillez y claridad.

No admire ver salir cada día a la luz del mundo nuevos libros espirituales, porque Dios tiene siempre que comunicar nuevas luces y las almas tienen siempre necesidad de estas instrucciones. Ni todo está dicho ni todo está escrito, y así habrá siempre que escribir hasta el fin del mundo. Admirables fueron las luces que Dios comunicó a su Iglesia por medio del Doctor Angélico Santo Tomás, y en la hora de su muerte dijo él mismo que le había comunicado su Majestad tanta luz en aquel instante, que era nada cuanto hasta entonces había escrito. Luego tiene y tendrá siempre Dios nuevas luces que comunicar, sin que se agote su infinito saber.

No deben acobardar las muchas y grandes penas del interior camino, porque lo que mucho vale, razón es que cueste. Ten buen ánimo, que no sólo las que aquí se representan, sino muchas más se superarán con la divina gracia e interior fortaleza.. No ha sido jamás mi intento tratar de la contemplación ni de su defensa, como muchos que docta y especulativamente han publicado enteros libros llenos de eficaces razones, de doctrinas y autoridades de los santos y de la Sagrada Escritura para desvanecer la opinión de los que la han condenado y condenan por no haberla experimentado ni aun especulativamente entendido.

La experiencia de largos años (por las muchas almas que se han fiado de mi insuficiencia para la conducción del interior camino a que han sido llamadas) me ha enseñado la grande necesidad que hay de quitarlas los embarazos, inclinaciones, afectos y apegos que totalmente las impiden el paso y el camino a la perfecta contemplación.

Todo este práctico libro se dirige a este principal intento, porque no basta asegurar el interior camino de la contemplación contra los que lo contradicen, si no se les quita a las almas llamadas y aseguradas los embarazos que las estorban el paso y espiritual vuelo; para cuyo fin me he valido más de lo que Dios por su infinita misericordia me ha inspirado y enseñado, que lo que la especulativa lección de los libros me ha administrado e instruido. Tal vez, aunque pocas, cito alguna autoridad de autor práctico y experimentado, para que se entienda que no es singular y rara la doctrina que aquí se enseña. Este, pues, ha sido mi primer blanco, no asegurar el interior camino, sino desembarazarlo. El segundo, instruir a los directores para que no estorben el curso a las almas llamadas por estas secretas sendas a la interior paz y suma felicidad. Quiera Dios, por su infinita misericordia, se consiga lo que tanto se desea. Ya sé que muchos por falta de experiencia han de censurar lo que aquí se enseña, pero fío en Dios se han de aprovechar algunas almas de las que su Majestad llama a esta ciencia, por cuyo fruto daré por bien empleado mi desvelo. Este ha sido el blanco único de mi deseo, y si Dios, como es constante, acepta y se sirve de estos puros deseos, quedaré contento, aunque rígidamente censurado.

 

Vale.