Guía espiritual/Libro I
Capítulo I
Para que Dios descanse en el alma, se ha de pacificar siempre el corazón en cualquiera inquietud, tentación y tribulación
1. Has de saber que es tu alma el centro, la morada y reino de Dios. Pero para que el gran rey descanse en ese trono de tu alma, has de procurar tenerla limpia, quieta, vacía y pacífica. Limpia de culpas y defectos; quieta de temores; vacía de afectos, deseos y pensamientos; y pacífica en las tentaciones y tribulaciones.
2. Debes pues tener siempre pacífico el corazón para conservar puro ese vivo templo de Dios, y con recta y pura intención has de obrar, orar, obedecer y sufrir sin género de alteración cuanto el Señor fuere servido de enviarte. Porque es cierto que por el bien de tu alma y tu espiritual provecho ha de permitir al envidioso enemigo turbe esa ciudad de quietud y trono de paz con tentaciones, sugestiones y tribulaciones, y por medio de las criaturas, con penosas molestias y grandes persecuciones.
3. Está constante y pacifica tu corazón en cualquiera inquietud que te ocasionaren estas tribulaciones. Éntrate allá dentro para vencerlas, que allí está la divina fortaleza que te defiende, te ampara y por ti guerrea. Si un hombre tiene una segura fortaleza, no se inquieta aunque le persigan los enemigos, porque en entrándose allá dentro, quedan burlados y vencidos. El castillo fuerte para triunfar de tus enemigos visibles e invisibles y de todas sus acechanzas y tribulaciones está dentro de tu misma alma, porque allí reside la divina ayuda y el soberano socorro; éntrate allá dentro y todo quedará quieto, seguro, pacífico y sereno.
4. Tu principal y continuo ejercicio ha de ser pacificar ese trono de tu corazón para que repose en él el soberano rey. El modo de pacificarlo ha de ser entrándote dentro de ti mismo, por medio del interior recogimiento. Todo tu amparo ha de ser la oración y recogimiento amoroso en la divina presencia. Cuando te vieres más combatida, retírate a esa región de paz, donde hallarás la fortaleza. Cuando más pusilánime, recógete a ese refugio de la oración, única arma para vencer al enemigo y sosegar la tribulación. No te has de apartar de ella en la tormenta, hasta que experimentes, como otro Noé, la tranquilidad, la seguridad y serenidad, y hasta que tu voluntad se halle resignada, devota, pacífica y animosa.
5. Finalmente, no te aflijas ni desconfíes por verte pusilánime. Vuélvete a quietar, siempre que te alteres; porque sólo quiere este divino Señor de ti, para reposar en tu alma y hacer un rico trono de paz en ella, que busques dentro de tu corazón, por medio del interior recogimiento y con su divina gracia, el silencio en el bullicio, la soledad en el concurso, la luz en las tinieblas, el olvido en el agravio, el aliento en la cobardía, el ánimo en el temor, la resistencia en la tentación, la paz en la guerra y la quietud en la tribulación.
Capítulo II
Aunque el alma se vea privada del discurso, debe perseverar en la oración y no afligirse, porque ésa es su mayor felicidad
6. Hallaráste, como todas las demás almas a quienes el Señor llama al camino interior, llena de confusión y dudas por haberte faltado el discurso en la oración. Te parecerá que ya Dios no te ayuda como antes, que no es para ti el ejercicio de la oración, que pierdes el tiempo, pues no puedes, aun con fatiga, hacer un solo discurso como solías.
7. ¿Qué aflicciones y perplejidades te causará esta falta de discurso? Y si en esta ocasión no tienes un padre espiritual experimentado en el camino místico, te crecerá a ti la pena y a él la confusión. Juzgará que no está bien dispuesta tu alma y que para la seguridad de tu conciencia tienes necesidad de una general confesión, y no se sacará más fruto de la diligencia que la confusión de entrambos. Oh, cuántas almas son llamadas al interior camino y, en vez de guiarlas y adelantarlas, los padres espirituales, por no entenderlas, las detienen el curso y las arruinan.
8. Debes pues persuadirte, para no volver atrás cuando te faltare el discurso en la oración, que ésa es tu mayor felicidad, porque es señal clara te quiere hacer caminar el Señor por fe y silencio en su divina presencia, cuya senda es la más provechosa y la más fácil, porque con una sencilla vista o amorosa atención a Dios se representa el alma como un humilde mendigo delante de su Señor o como un niño sencillo se arroja en el suave y seguro seno de su amada madre. Así lo dijo Gerson: Ego licet per quadraginta annos vacaverim lectioni et orationi, tamen nihil efficatius, et ad consecutionem misticae Theologiae compendiosius invenire potui, quam si spiritus noster fiat coram Deo tamquam parvulus et mendicus.
9. No sólo es esta oración la más fácil, pero es también la más segura, porque está libre de las operaciones de la imaginación, sujeta siempre a los engaños del demonio y a los movimientos del humor melancólico y de discursos, en los cuales el alma fácilmente se distrae y con la especulación se enmaraña, mirándose a sí misma.
10. Queriendo Dios enseñar a su caudillo Moisés (Exod. 34) y darle las tablas de piedra con la divina ley escrita, le llamó a la falda del monte, en cuyo instante, estando Dios en él, quedó el monte tenebroso, circuido de oscuras y densas nubes, y Moisés ocioso, sin saber ni poder discurrir nada. Después de siete días, mandó a Moisés subir a lo alto del monte, donde se le manifestó glorioso y le llenó de gran consuelo.
11. Así a los principios que Dios quiere con extraordinario modo conducir al alma a la escuela de las divinas y amorosas noticias de la interior ley, la hace caminar con tinieblas y sequedades para acercarla a sí, porque sabe muy bien la divina Majestad que para llegarse a él y entender los divinos documentos no es el medio el de la propia industria y discurso, sino el de la resignación con silencio.
12. Qué grande ejemplo nos dio el Patriarca Noé. Después de haberle todos tenido por loco, y estar en medio de un indómito mar, inundado por todo el mundo, sin velas ni remos, circuido de feroces animales dentro de la cerrada arca, caminó con sólo la fe, sin saber ni entender lo que Dios quería hacer de él.
13. Lo que a ti más te importa, oh alma redimida, es la paciencia y no dejar la empresa de la oración, aunque no puedas discurrir; camina con la firme fe y con el santo silencio, muriendo en ti misma con todas tus naturales industrias, que Dios es quien es y no se muda ni puede errar ni querer otra cosa que tu bien. Claro está que quien ha de morir es fuerza que lo sienta; pero qué bien empleado tiempo el estar el alma muerta, muda y resignada en la divina presencia, para recibir sin embarazo las divinas influencias.
14. De los divinos bienes no son capaces los sentidos; y así, si tú quieres ser feliz y sabia, calla y cree, sufre y ten paciencia, confía y camina, que más te importa el callar y dejarte llevar de la divina mano que cuantos bienes hay en el mundo. y aunque te parecerá que no haces nada y que estás ociosa, estando así, muda y resignada, es infinito el fruto.
15. Mira el jumentillo vendado, dando vueltas a la rueda del molino, que si bien no ve ni sabe lo que hace, obra mucho en moler el trigo, y aunque él no lo guste, tiene su dueño el fruto y el gusto. ¿Quién no juzgará que en tanto tiempo que está la semilla debajo de la tierra no está ya perdida? y después se ve salir, crecer y multiplicar. Lo mismo hace Dios en el alma cuando la priva de la consideración y discurso, pues pensando ella no hacer nada y estar perdida, se halla con el tiempo medrada, desapegada y perfecta, sin haber jamás esperado tanta dicha.
16. Procura pues no afligirte ni volver atrás, aunque no puedas discurrir en la oración; sufre, calla y ponte en la divina presencia, persevera con confianza y fía de su infinita bondad, que te ha de dar la constante fe, la verdadera luz y la divina gracia. Camina a ciegas vendada, sin pensar ni discurrir; ponte en sus amorosas y paternales manos, sin querer hacer otra cosa que su divino beneplácito.
Capítulo III
Prosigue lo mismo
17. Es común sentir de todos los santos que han tratado de espíritu, y de todos los maestros místicos, que no puede el alma llegar a la perfección y unión con Dios por medio de la meditación y discurso; porque sólo aprovecha par a comenzar el camino espiritual hasta alcanzar un hábito de propio conocimiento, de la hermosura de la virtud y de la fealdad del vicio, cuyo hábito en opinión de Santa Teresa, se puede alcanzar en seis meses, y en la de San Buenaventura, en dos. (Prólog. Mistica Theolog.)
18. Oh, qué compasión se les ha de tener a casi infinitas almas que desde que comienzan hasta que acaban la vida se emplean en mera meditación, haciéndose violencia para discurrir, aunque Dios las prive del discurso para pasarlas a otro estado y oración más perfecta. y así se quedan, después de muchos años, imperfectas y al principio, sin hacer progreso ni aun dar un paso en el camino del espíritu, rompiéndose la cabeza con la composición de lugar, con la lección de puntos, imaginaciones y forzados discursos, buscando a Dios por afuera, teniéndole dentro de sí mismas.
19. De esto se lamentó San Agustín, en el tiempo que Dios le conducía al camino místico, diciéndole a su Majestad: Yo erré, Señor, como la ovejuela perdida, buscándote con industrioso discurso fuera, estando tú dentro de mí; mucho trabajé buscándote fuera de mí, y tú tienes tu habitación dentro de mí, si yo te deseo y anhelo por ti. Rodeé las calles y las plazas de la ciudad de este mundo buscándote, y no te hallé; porque mal buscaba fuera lo que estaba dentro de mí mismo (Soliloquio, cap. 31).
20. Véase al Doctor Angélico Santo Tomás, que con ser en todos sus escritos tan circunspecto, parece se burle de aquellos que por afuera van siempre buscando a Dios por discurso, teniéndole presente dentro de sí mismos: Gran ceguedad, y demasiada necedad (dice el Santo) hay en algunos que siempre buscan a Dios, continuamente suspiran por Dios, frecuentemente desean a Dios; claman y llaman cada día a Dios en la oración, siendo ellos mismos (según el Apóstol) templo vivo de Dios y su verdadera habitación, siendo su alma la silla y trono de Dios, en la cual continuamente descansa. ¿Quién, pues, sino un necio, busca fuera el instrumento, sabiendo que lo tiene encerrado dentro de casa? ¿O quién se conforta con el manjar que apetece y no gusta? Así es la vida de algunos justos, siempre buscando y nunca gozando, y así todas sus obras son menos perfectas (Opus c. 63, cap. 3).
21. Es constante que Cristo Señor nuestro enseñó a todos la perfección y quiere siempre que todos sean perfectos, con especialidad los idiotas y sencillos. Claramente manifestó esta verdad cuando eligió para su apostolado a los más ignorantes y pequeños, diciendo a su Eterno Padre: Te confieso y doy las gracias, oh Padre eterno, porque escondiste esta divina ciencia de los sabios y prudentes, y la manifestaste a los sencillos y pequeñuelos (Matth. 11). Y es cierto que éstos no pueden alcanzar la perfección por agudas meditaciones y sutiles consideraciones, pero son capaces como los más doctos para poder llegar a la perfección por los afectos de la voluntad, donde más principalmente consiste.
22. Enseña San Buenaventura a no pensar en ninguna cosa, ni aun en Dios, porque es imperfección el tener formas, imágenes y especies, por sutiles que sean, así de la voluntad como de la bondad, trinidad y unidad, y aun de la misma esencia divina; porque todas estas especies e imágenes, aunque parezcan deiformes, no son ellas Dios, el cual no admite imagen ni forma alguna. Non ibi (dice el Santo) oportet cogitare res de creaturis nec de angelis nec de Trinitate, quia haec sapientia per afectus desideriorum, non per meditationem praeviam habet consurgere (Mistica Theolog. par. 2. q. única). Importa no pensar aquí nada de las criaturas, de los ángeles ni del mismo Dios, porque esta sabiduría y perfección no se engendra por la meditación sutil, sino por el deseo y afecto de la voluntad.
23. No puede el Santo hablar con más claridad, y te inquietarás tú y aun querrás dejar la oración, porque no puedes o no sabes discurrir en ella, pudiendo tener buena voluntad, buen deseo y pura intención. Si en los hijuelos de los cuervos, desamparados de sus padres por pensar degeneraron viéndoles sin plumas negras, obra Dios con su rocío porque no perezcan ¿qué hará en las almas redimidas, aunque no puedan hablar ni discurrir, si creen, confían y abren la boca hacia el cielo manifestando su necesidad? ¿No es más que cierto ha de proveer la divina bondad dándoles el alimento necesario?
24. Claro está que es gran martirio, y no pequeño don de Dios, hallándose el alma privada de los sensibles gustos que tenía, caminar con sola la santa fe por las caliginosas y desiertas sendas de la perfección; pero no se puede llegar a ella sino por este penoso, aunque seguro medio. y así procura estar constante y no volver atrás, aunque te falte el discurso en la oración; cree entonces con firmeza, calla con quietud y persevera con paciencia, si quieres ser dichosa y llegar a la divina unión, a la eminente quietud y suprema paz interior.
Capítulo IV
No se ha de afligir el alma ni ha de dejar la oración por verse rodeada de sequedades
25. Sabrás que hay dos maneras de oración, una tierna, regalada, amorosa y llena de sentimientos; otra obscura, seca, desolada, tentada y tenebrosa. La primera es de principiantes, la segunda de aprovechados y que caminan a ser perfectos. La primera, la da Dios para ganar a las almas, la segunda para purificarlas. Con la primera los trata como a niños y miserables, con la segunda los comienza a tratar como a fuertes.
26. Aquel primer camino se puede llamar vida animal, y es de aquellos que van en busca de la devoción sensible, la cual suele dar Dios a los principiantes, para que llevados de aquel gustillo, como el animal del objeto sensible, se den a la vida espiritual. El segundo se llama vida de hombres, y es de aquellos que, no procurando dulzura sensible, pelean y batallan contra las propias pasiones para conquistar y alcanzar la perfección, que es empleo propio de hombres.
27. Asegúrate que la sequedad es el instrumento de tu bien, porque no es otra cosa que falta de sensibilidad, rémora que hace detener el vuelo casi a todos los espirituales, y aun los hace volver atrás, y dejar la oración, como se ve en muchísimas almas que perseveran sólo mientras gustan el sensible consuelo.
28. Sabe que se vale el Señor del velo de las sequedades para que no sepamos lo que obra dentro de nosotros, y con eso nos humillemos; porque si sintiéramos y reconociéramos lo que obra dentro de nuestras almas, entrara la satisfacción y presunción, pensando hacíamos alguna cosa y entendiendo estábamos muy cerca de Dios, con que nos vendríamos a perder.
29. Asienta por cierto en tu corazón que se ha de quitar primero toda la sensibilidad para caminar por el interior camino, y el medio de que Dios se vale son las sequedades. Por éstas quita también la reflexión o vista con que mira el alma lo que hace, único embarazo para pasar adelante y para que Dios se comunique y obre en ella.
30. No debes pues afligirte ni pensar no sacas fruto por no experimentar, en saliendo de la comunión u oración, muchos sentimientos, porque es engaño manifiesto. El labrador siembra en un tiempo y coge en otro. Así Dios, en las ocasiones y a su tiempo, te ayudará a resistir a las tentaciones y te dará, cuando menos lo pienses, santos propósitos y más eficaces deseos de servirle y rara que no te dejes llevar de la vehemente sugestión de enemigo, que envidioso te persuadirá no haces nada y que pierdes el tiempo para que dejes la oración, te quiero declarar algunos de los infinitos frutos que saca tu alma de estas grandes sequedades.
31. El primero es perseverar en la oración, de cuyo fruto se originan otros muchos.
El segundo, experimentarás un tedio de las cosas del mundo, el cual va poco a poco arrojando los malos deseos de la vida pasada y produciendo otros nuevos de servir a Dios.
El tercero, repararás en muchas faltas que antes no reparabas.
El cuarto, reconocerás, cuando vas a hacer alguna cosa mala, una advertencia en tu corazón que te refrena para que no la ejecutes, y otras veces para que no hables, para que no te quejes o te vengues, para que te prives de algún gustillo de la tierra o para que huyas de esta o aquella ocasión o conversación a que antes ibas y estabas muy. quieto, sin ninguna advertencia o estímulo de la conciencia.
El quinto, que después de haber caído, como flaco, en alguna leve culpa, sentirás dentro de tu alma una reprensión que te afligirá sobremanera.
El sexto, sentirás dentro de ti deseos de padecer y hacer la voluntad de Dios.
El séptimo, inclinación a la virtud y facilidad más grande en vencerte y vencer las dificultades de las pasiones y enemigos que te embarazan el camino.
El octavo, reconocerás un gran conocimiento, y aun confusión de ti misma, y estima grande de Dios sobre todo lo criado, desprecio de las criaturas y una firme resolución de no dejar la oración, aunque sepas te ha de ser de cruelísimo martirio.
El noveno, sentirás mayor paz en el alma, amor a la humildad y mortificación, confianza en Dios, sumisión y despego de todas las criaturas y, finalmente, cuantos pecados habrás dejado de hacer desde que tienes oración, todo es efecto de que el Señor obra dentro de tu alma sin que lo conozcas por medio de la oración seca, aun que no lo sientas mientras estás en ella, sino a su tiempo y ocasión.
32. Todos estos frutos y otros muchos son como nuevos pimpollos que nacen de la oración que tú quieres dejar por parecerte que estás seca, que no ves fruto ni te aprovechas en ella. Está constante y persevera con paciencia que, aunque tú no lo conoces, se aprovecha tu alma.
Capítulo V
Prosigue lo mismo, declarando cuántas maneras hay de devoción y cómo se debe despreciar la sensible y que el alma, aunque no discurra, no está ociosa
33. Dos maneras hay de devoción: la una es esencial y verdadera; la otra, accidental y sensible. La esencial es una prontitud de ánimo para bien obrar, para cumplir los mandamientos de Dios y hacer todas las cosas de su servicio, aunque por la flaqueza humana no se pongan en ejecución como se desea (S. Thom., 2. 2. q. 82, arto 1; Suárez, De relig., II, lib. 2, cap. 6, núms. 16 y 18). Esta es verdadera devoción, aunque no se sienta gusto, dulzura, suavidad ni lágrimas; antes suele tenerse con tentaciones, sequedades y tinieblas.
34. La devoción accidental y sensible es cuando a los buenos deseos se le junta blandura de corazón, ternura, lágrimas u otros afectos sensibles (S. Bern., Serm. I. Nativ. Dom.; Suárez, ibid.; Molina, De oratione, cap. 6). Esta no se ha de buscar, antes es lo más seguro tener la voluntad desapegada y despreciarla, porque a más de que suele ser peligrosa, es de grande embarazo para hacer progreso y pasar adelante en el interior camino. y así sólo debemos abrazar la devoción verdadera y esencial, la cual siempre está en nuestra mano el procurarla, y haciendo cada uno de su parte lo que pudiere la alcanzará, ayudado de la divina gracia. Y ésta se puede tener con Dios, con Cristo, con los misterios, con la Virgen y con los santos. (S. Thom. y Molina, ibid.)
35. Piensan algunos cuando se les da la devoción y gusto sensible que son favores de Dios y que ya entonces le tienen, y toda la vida es ansiar por ese regalo; y es engaño, porque no es otra cosa que un consuelo de la naturaleza y una pura reflexión con que el alma mira lo que hace, la cual impide que se haga ni se pueda hacer nada ni se alcance la verdadera luz ni se dé un paso en el camino de la perfección. El alma es puro espíritu y no se siente; así los actos interiores y de la voluntad, como son del alma y espirituales, no son sensibles, con que no conoce el alma si ama ni siente las más veces si obra.
36. De ahí inferirás que aquella devoción y gusto sensible no es Dios ni espíritu, sino cebo de la naturaleza, y así debes despreciarle y no hacer caso y perseverar con firmeza en la oración, dejándote guiar del Señor, que él te será luz en las sequedades y tinieblas.
37. No creas cuando estás seca y tenebrosa en la presencia de Dios por fe y silencio que no haces nada, que pierdes tiempo y que estás ociosa, porque este ocio del alma, según dice San Bernardo, es el negocio de los negocios de Dios: Hoc otium magnum est negotium. Y más abajo dice: «La ociosidad es no vacar a Dios, porque éste es el negocio de todos los negocios: Otiosum est non vacare Deo, immo negotium negotiorum omnium hoc est» (Tract. de vita solit., t. 5, cap. 8).
38. Ni se ha de decir que le está ociosa el alma, porque aunque no obra activa, obra en ella el Espíritu Santo. A más que no está sin ninguna actividad, porque obra, aunque espiritual, sencilla e íntimamente. Porque estar atenta a Dios, llegarse a él, seguir sus internas inspiraciones, recibir sus divinas influencias, adorarle en su íntimo centro, venerarle con un pío afecto de la voluntad, arrojar tantas y tan fantásticas imaginaciones que ocurren en el tiempo de la oración, y vencer con la suavidad y el desprecio tantas tentaciones, todos son verdaderos actos, aunque sencillos y totalmente espirituales y casi imperceptibles, por la tranquilidad grande con que el alma los produce.
Capítulo VI
No se ha de inquietar el alma por verse cercada de tinieblas, porque éstas son el instrumento de su mayor felicidad
39. Hay dos maneras de tinieblas, unas infelices y felices otras. Las primeras son las que nacen del pecado, y éstas son desdichadas, porque conducen al cristiano al eterno precipicio. Las segundas son las que el Señor permite en el alma para fundarla y establecerla en la virtud, y éstas son dichosas, porque la iluminan, la fortalecen y ocasionan mayor luz. y así, no has de turbarte, afligirte ni desconsolarte por verte obscura y tenebrosa, juzgando que Dios te falta y también la luz que antes experimentabas; antes bien, debes entonces perseverar con confianza en la oración, porque es señal manifiesta que Dios por su misericordia quiere introducirte en la interior senda y dichoso camino del Paraíso. ¡Oh, qué dichosa serás si las abrazas con paz y resignación, como instrumentos de la perfecta quietud, de la verdadera luz y de todo tu espiritual bien!
40. Sabe, pues, que el camino de las tinieblas es de los que se aprovechan, y el más perfecto, seguro y derecho, porque en ellas hace el Señor su trono: Et posuit tenebras latibulum suum (Psal. 17). Por ellas crece y se hace grande la luz sobrenatural que Dios infunde en el alma. En medio de ellas se engendra la sabiduría y el amor fuerte. Por ellas se aniquila el alma y se consumen las especies que embarazan la vista derecha de la divina verdad. Por este medio introduce Dios al alma por el interior camino en oración de quietud y perfecta contemplación, tan de pocos experimentada. Por ellas, finalmente, purifica el Señor los sentidos y sensibilidades que embarazan el camino místico.
41. Mira si se han de estimar y abrazar las tinieblas. Lo que debes hacer en medio de ellas es creer estás delante del Señor y en su presencia, pero ha de ser con una atención suave y quieta. No quieras saber nada ni busques regalos, ternuras ni sensibles devociones, ni quieras hacer otra cosa que el divino beneplácito, porque de otro modo no harás en toda tu vida otra cosa que círculos y no darás un paso en la perfección.
Capítulo VII
Para que el alma llegue a la suprema paz interior, es necesario que Dios la purgue a su modo, porque no bastan los ejercicios y mortificaciones que ella puede tomar por su mano
42. Luego que te resolvieres con firmeza a mortificar tus exteriores sentidos para caminar al alto monte de la perfección y unión con Dios, tomará su Majestad la mano para purgar tus malas inclinaciones, desordenados apetitos, vana complacencia y propia estima, y otros ocultos vicios que tú no conoces y reinan en lo íntimo de tu alma e impiden la divina unión.
43. No llegarás jamás a este dichoso estado por más que te fatigues con los ejercicios exteriores de mortificación y resignación, hasta que interiormente este Señor te purgue y ejercite a su modo, porque él solo sabe cómo se han de purgar los defectos secretos. Si tú perseveras con confianza, no sólo te purgará de los afectos y apegos de los bienes naturales y temporales, pero a su tiempo te purificará también de los sobrenaturales y sublimes, como son las comunicaciones internas, los raptos y éxtasis interiores, y otras infusas gracias donde se apoya y entretiene el alma.
44. Todo esto hará Dios en tu alma por medio de la cruz y sequedad, si tú libremente le das el consentimiento por la resignación, caminando por estos desiertos y tenebrosos caminos. Lo que tú has de hacer será no hacer nada por sola tu elección. La correspondencia de tu libertad y lo que tú debes hacer ha de ser únicamente callar y sufrir, resignándote con quietud en todo lo que el Señor interior y exteriormente te quisiere mortificar, porque éste es el único medio para que tu alma llegue a ser capaz de las divinas influencias (mientras sufrieres la interior y exterior tribulación con humildad, quietud y paciencia), no las penitencias, ejercicios y mortificaciones que por tu mano puedes tomar.
45. Más estima el labrador las hierbas que planta en la tierra que aquellas que por sí solas nacieron, porque éstas no llegan jamás a sazonarse. Del mismo modo estima Dios con más caricia la virtud que siembra e infunde en el alma (mientras se halle sumergida en su nada, quieta, tranquila, retirada en su centro y sin ninguna elección) que todas las demás virtudes que pretende conquistar por su elección y propiedad.
46. Lo que importa es preparar tu corazón a manera de un blanco papel, donde pueda la divina sabiduría formar los caracteres a su gusto. ¡Oh, qué grande obra será para tu alma estar en la oración las horas enteras, muda, resignada y humillada, sin hacer, sin saber ni querer en-tender nada!
Capítulo VIII
Prosigue lo mismo
47. Con nuevo esfuerzo te ejercitarás, pero de otro modo que hasta aquí, dando tu consentimiento para recibir las secretas y divinas operaciones y para dejarte labrar y purificar de este divino Señor, que es el único medio para que quedes limpia y purgada de tus ignorancias y disoluciones. Pero sabe que has de ser sumergida en un amargo mar de dolores y penas interiores y externas, cuyo tormento te penetrará lo más íntimo del alma y del cuerpo.
48. Experimentarás el desamparo de las criaturas, y aun de aquellas de quienes más fiabas te habían de favorecer y compadecer en tus angustias. Se secarán los cauces de tus potencias sin poder hacer discurso alguno, ni aun tener un buen pensamiento de Dios. El cielo te parecerá de bronce, sin recibir de él ninguna luz. Ni te consolará el pensamiento de haber llovido en tu alma en el tiempo pasado tanta luz y devoto consuelo.
49. Te perseguirán los enemigos invisibles con escrúpulos, con sugestiones libidinosas y pensamientos inmundos, con incentivos de impaciencia, soberbia, rabia, maldición y blasfemias del nombre de Dios, de sus sacramentos y santos misterios. Sentirás una gran tibieza, tedio y fastidio para las cosas de Dios; una oscuridad y tiniebla en el entendimiento; una pusilanimidad, confusión y apretura de corazón; una frialdad y flaqueza en la voluntad para resistir, que una pajita te parecerá una viga. Será tu desamparo tan grande que te parecerá que para ti ya no hay Dios y que estás imposibilitada de tener un buen deseo; con que quedarás como entre dos paredes encerrada en continuo afán y apretura, sin tener esperanza de salir de tan tremenda opresión.
50. Pero no temas, que todo esto es necesario para purgar tu alma y darla a conocer su miseria, tocando con las manos la aniquilación de todas las pasiones y desordenados apetitos con que ella se alegraba. Finalmente, hasta que el Señor te labre y purifique a su modo con estos interiores tormentos no arrojarás al Jonás del sentido en el mar, por más que lo procures con tus exteriores ejercicios y mortificaciones, ni tendrás luz verdadera ni darás un paso en la perfección, con que te quedarás a los principios y tu alma no llegará a la amorosa quietud y suprema paz interior.
Capítulo IX
No se ha de inquietar el alma ni ha de volver atrás en el espiritual camino por verse combatida de tentaciones
51. Es tan vil, tan soberbio y ambicioso nuestro propio natural, y tan lleno de su apetito y de su propio juicio y parecer, que si la tentación no le refrenara, sin remedio se perdería. Movido, pues, el Señor de compasión, viendo nuestra miseria y perversa inclinación, permite que vengan varios pensamientos contra la fe y horribles tentaciones y vehementes y penosas sugestiones de impaciencia, soberbia, gula, lujuria, rabia, blasfemia, maldición, desesperación y otras infinitas, para que nos conozcamos y nos humillemos. Con estas horribles tentaciones humilla aquella infinita bondad nuestra soberbia, dándonos en ellas la más saludable medicina.
52. Todas nuestras obras, según dice Isaías (64,6), son como los paños manchados, por las manchas de la vanidad, satisfacción y amor propio. Es necesario que se purifiquen con el fuego de la tribulación y tentación para que sean limpias, puras, perfectas y agradables a los divinos ojos.
53. Por eso el Señor purifica al alma que llama y quiere para sí con la lima sorda de la tentación. Con ella la limpia de la escoria de la soberbia, avaricia, vanidad, ambición, presunción y estima propia. Con ella la humilla, la pacifica y ejercita y hace conocer su miseria. Por ella purifica y desnuda el corazón, para que todas las obras que haga sean puras y de inestimable precio.
54. Muchas almas, cuando padecen estos penosos tormentos, se turban, se afligen y se inquietan, pareciéndoles que ya en esta vida comienzan a padecer los eternos castigos. Y si por desgracia llegan al confesor que no tiene experiencia, en vez de consolarlas, las deja más confusas y embarazadas.
55. Es necesario creer, para no perder la paz interior, que es fineza de la divina misericordia cuando así te humilla, aflige y ejercita, pues por este medio llega tu alma a tener un profundo conocimiento de sí misma, juzgando que es la peor, la más mala y la más abominable de la tierra, con que vive humilde, baja y aborrecida de sí misma. ¡Oh, qué dichosas serían las almas si se quietasen y creyesen que todas estas tentaciones son ocasionadas del demonio y recetadas de la divina mano para su ganancia y espiritual provecho!
56. Pero dirás que no es obra del demonio cuando te molesta por medio de las criaturas, sino efecto de la culpa del prójimo y de su malicia por haberte agraviado y ultrajado. Sabrás que ésa es otra sutil y solapada tentación, porque aunque Dios no quiere el pecado ajeno, quiere en ti su efecto y el trabajo que se te origina de la ajena culpa, para ver en ti logrado el bien de la paciencia.
57. Te hace un hombre una injuria; aquí hay dos cosas: el pecado de quien la hace y la pena que tú padeces. El pecado es contra la voluntad de Dios; la pena es conforme a su voluntad y la quiere para tu bien, y así la has de recibir como de su mano. La pasión y la muerte de Cristo Señor nuestro, efectos fueron de la malicia y pecados de Pilato, y es cierto la quiso Dios en su Hijo para nuestro remedio.
58. Mira cómo se sirve el Señor de la culpa ajena para el bien de tu alma. ¡Oh grandeza de la divina sabiduría! ¡Quién podrá investigar el abismo de vuestros secretos y los medios extraordinarios y caminos oscuros por donde conducís al alma que la queréis purgar, transformar y deificar!
Capítulo X
Prosigue lo mismo
59. Para que el alma sea habitación del Rey celestial es necesario que esté limpia sin género de mancha, por eso el Señor como al oro la purifica en el fuego de la horrible y penosa tentación. Es cierto que nunca ama más ni cree el alma que cuando anda con estas tentaciones afligida y trabajada; porque aquellas dudas y recelos que la circuyen, si cree o no cree, si consiente o no consiente, no son otra cosa que finezas del amor.
60. Bien claramente lo manifiestan los efectos que quedan en el alma, que de ordinario son un desabrimiento de sí misma, con un profundísimo conocimiento de la grandeza y omnipotencia de Dios. Una gran confianza en el Señor, que la ha de librar de todos los riesgos y peligros, con mucha mayor fortaleza en la fe, creyendo y confesando ser Dios el que da las fuerzas para sufrir el tormento que ocasionan estas tentaciones, porque fuera imposible resistir naturalmente un cuarto de hora, según la fuerza y vehemencia con que algunas veces aprietan.
61. Debes, pues, conocer que tu mayor felicidad es la tentación, y. así cuando más te apretare has de alegrarte con paz, en vez de entristecerte, y agradecer a Dios el beneficio que te hace. El remedio que has de tener en todas estas tentaciones y abominables pensamientos es despreciarlos con una sosegada disimulación, porque no hay cosa que más lastime al demonio, como soberbio, que verse despreciado y que no se hace caso de él ni de lo que nos trae a la memoria. y así te has de portar con él como quien no lo oye, y has de estarte en tu paz sin inquietarte y sin multiplicar razones y respuestas, porque no hay cosa tan peligrosa como trabar razones con quien tan presto nos puede engañar.
62. Los santos, para llegar a serlo, por este penoso medio de la tentación pasaron, y cuanto más santos llegaron a ser, mayores tentaciones padecieron. y aun después que llegaron a ser santos y perfectos, permite el Señor sean tentados con vehementes tentaciones, para que sea mayor su corona y para reprimir en ellos el espíritu de la vanidad, o por no dar lugar a que entre, trayéndolos así seguros, humillados y desvelados del estado que tienen.
63. Finalmente, has de saber que la mayor tentación es estar sin tentación; y así debes alegrarte cuando te acometiere, y resistir a ella con paz, confianza y resignación, porque si quieres servir a Dios y llegar a la alta región de la interior paz, por esta penosa senda de la tentación has de pasar, con estas pesadas armas te has de vestir, en esta cruel y abominable guerra has de batallar y por este fuego abrasador te has de pulir, renovar y purificar.
Capítulo XI
Se declara qué cosa sea recogimiento interior, y cómo se ha de portar el alma en él y en la espiritual guerra conque el demonio procura perturbarla en aquella hora
64. El recogimiento interior es fe y silencio en la presencia de Dios. Por aquí te has de habituar a recogerte en su presencia con una atención amorosa, como quien se entrega y une a Dios con reverencia, humildad y su misión, mirándole dentro de ti misma en lo más íntimo de tu alma, sin forma, especie, modo ni figura, en vista y general noticia de fe amorosa y oscura, sin alguna distinción de perfección o atributo.
65. Allí estarás con atención y vista sencilla, con advertencia tranquila y llena de amor al mismo Señor, resignándote y entregándote en sus manos para que disponga y ordene en ti según su beneplácito, sin hacer reflexión a ti misma, ni aun a la misma perfección. Allí cerrarás los sentidos poniendo en Dios el cuidado de todo tu bien, con una soledad y total olvido de todas las cosas de esta vida. Finalmente, la fe ha de ser pura, sin imágenes ni especies; sencilla, sin discursos; y universal, sin reflexión de cosas distintas.
66. La oración de recogimiento interior está figurada en aquella lucha que dice la Escritura tuvo toda la noche con Dios el patriarca Jacob, hasta que salió la luz del día y le bendijo; porque el alma ha de perseverar y luchar con las dificultades que sintiere en el recogimiento interior, sin desistir hasta que le amanezca la luz y el Señor la dé su bendición.
67. Aun no bien te habrás entregado a tu Dios en este interior camino, cuando todo el infierno se conjurará contra ti; porque una sola alma recogida interiormente en su presencia hace más guerra a los enemigos que mil de las otras que caminan exteriormente, porque saben la infinita ganancia de una alma interna.
68. Más estimará Dios en el tiempo del recogimiento la paz y resignación de tu alma en la variedad de pensamientos impertinentes, importunos y torpes, que los buenos propósitos y grandes sentimientos. El propio esfuerzo que harás para resistir los pensamientos, sabe que es impedimento y dejará a tu alma más inquieta; lo que importa es despreciarlos con suavidad, conocer tu miseria y ofrecer a Dios con paz la molestia.
69. Aunque no puedas salir del afán de los pensamientos ni sientas luz, consuelo ni espiritual sentimiento, no te aflijas ni dejes el recogimiento, porque son asechanzas del enemigo; resígnate entonces con fortaleza, padece con paciencia y persevera en su presencia, que mientras de esta manera perseverares se aprovecha interiormente tu alma.
70. Pensarás por salir seca de la oración, de la misma manera que la comenzaste, que es falta de preparación y que no sacas fruto; es engaño, porque el fruto de la verdadera oración no está en gustar de la luz ni tener noticia de las cosas espirituales, pues éstas se pueden hallar en el entendimiento especulativo sin la verdadera virtud y perfección. Sólo está en padecer con paciencia y perseverar en fe y silencio, creyendo estás en la presencia del Señor, volviendo a él tu corazón con quietud y pureza de intención, que mientras de esta manera perseverares tienes la única preparación y disposición que en este tiempo necesitas, y cogerás infinito fruto.
71. Es muy ordinaria la guerra en este interior recogimiento. Dios por una parte te privará de la sensibilidad para probarte, humillarte y purgarte. Por otra te acometerán los enemigos invisibles con continuas sugestiones para inquietarte y estorbarte. Por otra te atormentará la misma naturaleza, enemiga siempre del espíritu, que en privándola de los gustos sensibles se queda floja, melancólica y llena de tedio, de manera que siente el infierno en todos los espirituales ejercicios, y especialmente en el de la oración, y así la aflige sobremanera el deseo de acabarla, por la molestia de los pensamientos, por el cansancio del cuerpo, por el sueño importuno y por no poder refrenar los sentidos, que cada uno por su parte quisiera seguir sus gustos. Dichosa tú, si en medio de este martirio perseveras.
72. Acredita todo esto con su celestial doctrina aquella gran doctora y mística maestra Santa Teresa en la epístola que escribió al obispo de Osma para instruirle cómo se había de portar en la oración y en la variedad de pensamientos importunos que acometen en aquella hora, donde dice: Es menester sufrir la importunidad del tropel de pensamientos e imaginaciones importunas e ímpetus de movimientos naturales, así del alma, por la sequedad y desunión que tiene, como del cuerpo, por la falta de rendimiento que al espíritu ha de tener (8. de su Epistolario).
73. Estas llaman sequedades los espirituales, pero muy provechosas si se abrazan y sufren con paciencia. El que se enseñare a padecerlas, sin rehusarlas, sacará infinito provecho de este trabajo. Es cierto que en el recogimiento se desata mucho más el demonio con el combate de pensamientos para desbaratar la quietud del alma y apartarla de aquel dulcísimo y segurísimo trato interior, poniéndola horror para que la deje, yendo a ella las más veces como si la llevasen a un tormento rigurosísimo.
74. Con este conocimiento dijo la Santa en la carta referida: Las aves, que son los demonios, pican y moles-tan al alma con las imaginaciones y pensamientos importunos y los desasosiegos que en aquella hora trae el demonio, llevando el pensamiento y derramándolo de una parte a otra; y tras el pensamiento se va el corazón, y no es poco el fruto de la oración sufrir estas molestias e importunidades con paciencia. Esto es ofrecerse en holocausto, que es consumirse todo el sacrificio en el fuego de la tentación, sin que de allí salga cosa de él. Véase cómo alienta esta celestial maestra a sufrir y padecer los pensamientos y tentaciones, porque mientras no se consientan, doblan la ganancia.
75. Tantas cuantas veces te ejercitaras en arrojar con suavidad estos vanos pensamientos, otras tantas coronas te pone el Señor en la cabeza, y aunque te parece no haces nada, desengáñate, que agrada al Señor mucho un buen deseo con firmeza y estabilidad en la oración.
76. Porque el estar allí (concluye la Santa) sin sacar nada, no es tiempo perdido, sino de mucha ganancia, porque se trabaja sin interés y por sola la gloria de Dios, que aunque le parece que trabaja en balde, no es así, sino que acontece como a los hijos que trabajan en las haciendas de sus padres, que aunque a la noche no llevan jornal, al fin del año lo llevan todo. Mira cómo califica la Santa nuestra enseñanza con su preciosa doctrina.
Capítulo XII
Prosigue lo mismo
77. No ama Dios más al que más hace, al que más siente ni al que muestra más afecto, sino al que más padece, si adora con fe y reverencia, creyendo. que está en la divina presencia. Es verdad que el quitarle al alma la oración de los sentidos y de la naturaleza le es riguroso martirio; pero el Señor se alegra y se goza en su paz, si así se está quieta y resignada. No quieras en ese tiempo usar la oración vocal, porque aunque en sí es buena y santa, usarla entonces es declarada tentación, con la cual pretende el enemigo no te hable Dios al corazón, con pretexto de que no tienes sentimientos y que pierdes el tiempo.
78. No mira Dios las muchas palabras, sino al fin si es purificado. Su mayor contento y gloria en aquel tiempo es ver al alma en silencio, deseosa, humilde, quieta y resignada. Camina, persevera, ora y calla, que donde no hallarás sentimiento, hallarás una puerta para entrarte en tu nada, conociendo que eres nada, que puedes nada, ni aun tener un buen pensamiento.
79. Cuántos han comenzado este dichoso trato de la oración y recogimiento interior y lo han dejado, tomando por pretexto el decir que no sienten ningún gusto, que pierden el tiempo, que los pensamientos les turban, que no es para ellos la oración, porque no hallan ningún sentimiento de Dios, ni pueden discurrir, pudiendo creer, callar y tener paciencia, todo lo cual no es otra cosa que con ingratitud ir a caza de los sensibles gustos, dejándose llevar del amor propio, buscándose a sí mismos y no a Dios, por no padecer un poco de pena y sequedad, sin atender a la infinita pérdida que hacen, pues por un mínimo acto de reverencia hecho a Dios en medio de la sequedad reciben un eterno premio.
80. Dijo el Señor a la venerable Madre Francisca López, valenciana, beata del tercer orden de San Francisco, tres cosas de mucha luz sobre el recogimiento interior. La primera, que más aprovechaba al alma un cuarto de hora de oración, con recogimiento de los sentidos y potencias y con resignación y humildad que cinco días de ejercicios penales, de cilicios, disciplinas, ayunos y dormir en tablas; porque todo esto es afligir el cuerpo, y con el recogimiento se purifica el alma.
81. La segunda, que más le agrada a su Majestad el darle el ánima en quieta y devota oración una hora que el ir a grandes peregrinaciones y romerías; porque en la oración aprovecha a sí y a aquellos por quien ora, es de grande regalo a Dios y merece gran peso de la gloria; y en la peregrinación, de ordinario se distrae el alma y derrama el sentido, enflaqueciéndose la virtud sin otros peligros.
82. La tercera, que la oración continua era tener siempre entregado el corazón a Dios, y que para ser una alma interior había de caminar-más en el afecto de la voluntad que con fatiga del entendimiento. Todo se halla en su vida. (Tomo 2 de las Crónicas de San Juan Bautista de los Religiosos Descalzos de San Francisco.)
83. Tanto cuanto el alma goza del amor sensible, tanto menos se goza Dios en ella, y al contrario, cuanto menos se goza el alma de este sensible amor, tanto más se goza Dios en ella. y sabe que fijar en Dios la voluntad con la repulsa de pensamientos y tentaciones, con la mayor quietud que se pueda, es alto modo de orar.
84. Concluiré este capítulo desengañándote del común error de los que dicen que en este interior recogimiento u oración de quietud no obran las potencias, y que está ociosa el alma sin ninguna actividad: es engaño manifiesto de poco experimentados, porque si bien no obra la memoria ni la segunda operación del entendimiento juzga ni la tercera discurre, obra la primera y más principal operación del entendimiento, por la simple aprehensión, ilustrado por la santa fe y ayudado de los divinos dones del Santo Espíritu, y la voluntad atiende más a continuar un acto que a multiplicar muchos; si bien así el acto del entendimiento como el de la voluntad son tan sencillos, imperceptibles y espirituales, que apenas el alma los conoce, ni menos reflecta o los mira.
Capítulo XIII
Lo que debe hacer el alma en el interior recogimiento
85. Has de ir a la oración a entregarte del todo en las divinas manos con perfecta resignación, haciendo un acto de fe, creyendo estás en la divina presencia, quedándote después en aquel santo ocio, con quietud, silencio y sosiego; procurando continuar todo el día, todo el año y toda la vida aquel primer acto de contemplación, por fe y amor.
86. No has de ir a multiplicar estos actos, ni a repetir sensibles afectos, porque impiden la pureza del acto espiritual y perfecto de la voluntad, pues además de ser imperfectos estos suaves sentimientos (por la reflexión con que se hacen, por la satisfacción propia y consuelo interior con que se buscan, saliéndose fuera el alma a las exteriores potencias) no hay necesidad de renovarlos, como dijo muy bien el místico Falconi en el siguiente símil:
87. «Si se diese a un amigo una rica joya, entregada una vez, no hay necesidad de repetirla entrega, diciéndole cada día: Señor, aquella joya os doy; Señor, aquella joya os doy, sino dejársela estar allá y no querérsela quitar, porque mientras no se la quite o desee quitar, siempre se la tiene dada.»
88. Del mismo modo, hecha una vez la entrega y resignación amorosa en la voluntad del Señor, no hay sino continuarla, sin repetir nuevos y sensibles actos, mientras no le quites la joya de la entrega haciendo algo grave contra la divina voluntad, aunque te ejercites por fuera en obras exteriores de tu vocación y estado, porque en éstas haces la voluntad de Dios y andas en continua y virtual oración. Siempre ora (dijo Teofilato) el que hace cosas buenas; ni deja de orar sino cuando deja de ser Justo.
89. Debes, pues, despreciar todas estas sensibilidades para que tu alma-se establezca y haga el hábito interior del recogimiento, el cual es tan eficaz que sola la resolución de ir a la oración desvela una viva presencia de Dios, la cual es la preparación de la oración que se va a hacer o, por mejor decir, no es otra cosa que una continuación más eficaz de la oración continua en la cual debe establecerse el contemplativo.
90. Qué bien practicó esta lección la venerable Madre de Chantal, hija espiritual de San Francisco de Sales y fundadora en Francia de la Orden de la Visitación, en cuya Vida se hallan las siguientes palabras escritas a su santo maestro: Carísimo Padre: yo no puedo hacer acto alguno; siempre me parece que esta disposición es más firme y segura. Mi espíritu en la parte superior se halla en una simplísima unidad; no se une, porque cuando quiere hacer actos de unión (lo que procura muchas veces) siente dificultad y claramente conoce que no puede unirse, sino estar unido. Quisiera servirse el alma de esta unión para ejercicio de la mañana, de la santa misa, preparación a la comunión y de hacimiento de gracias; y finalmente quisiera para todas las cosas estar siempre en aquella simplísima unidad de espíritu, sin mirar a otra cosa. A todo esto responde el santo maestro aprobándolo y persuadiéndola a que continúe, acordándola que el reposo de Dios está en la paz.
91. En otra ocasión escribió al mismo Santo estas palabras: Moviéndome a hacer actos más especiales de mi sencilla vista, total resignación y aniquilación en Dios, su infinita bondad me reprendió y dio a entender que esto sólo procedía del amor de mí misma, y que con esto ofendía a mi alma. (En su Vida.)
92. Con lo cual te desengañarás y conocerás cuál es el perfecto y espiritual modo de orar, y quedarás advertida de lo que debes hacer en el recogimiento interior, y sabrás que importa para que el amor sea perfecto y puro cercenar la multiplicación de los sensibles y fervorosos actos, quedándose el alma quieta y con reposo en aquel silencio interno. Porque la ternura, la dulzura y los suaves sentimientos que siente el alma en la voluntad no es puro espíritu, sino acto mezclado con lo sensible de la naturaleza. Ni es amor perfecto, sino sensible gusto el que embaraza y daña al alma, según dijo el Señor a la venerable Madre de Chantal.
93. Qué dichosa será tu alma y qué bien empleada estará si se entra dentro y se está en su nada, allá en el centro y parte superior, sin advertir lo que hace, si está recogida o no, si le va bien o mal, si obra o no obra, sin mirar ni cuidar ni atender a cosa de sensibilidad. Entonces cree el entendimiento con acto puro y ama la voluntad con amor perfecto sin género de impedimento, imitando aquel acto puro y continuado de contemplación y amor que dicen los santos tienen los bienaventurados en el cielo, sin más diferencia que verles ellos allá cara a cara, y aquí el alma con el velo de la fe oscura.
94. Oh, qué pocas son las almas que llegan a este perfecto modo de orar por no penetrar bien este interior recogimiento y silencio místico, y por no desnudarse de la imperfecta reflexión y sensible gusto. Oh, si tu alma se arrojase sin cuidadosa advertencia, aun de sí misma, a aquel santo y espiritual ocio, y dijese con San Agustín: Sileat anima mea et transeat se, non se cogitando (En sus Confesiones, lib. 9, cap. 10). Calle y no quiera hacer ni pensar en nada mi alma, olvídese de sí misma y anéguese en esa fe oscura, que segura y que ganada estaría, aunque le parezca, por verse en la nada, que está perdida.
95. Corone esta doctrina la epístola que escribió la ilustrada Madre de Chantal a una gran sierva de Dios. Concedióme la divina bondad (dice la iluminada Madre) esta manera de oración, que con una sencilla vista de Dios, me sentía en él toda entregada, embebida y sosegada. Continuóme siempre esta gracia, aunque por mi infidelidad me haya opuesto, dando lugar al temor y creyendo ser inútil en este estado, por cuya causa, queriendo yo por mi parte hacer alguna cosa, lo echaba a perder todo, y aun de presente me siento tal vez combatida del mismo temor, si bien no es en la oración, sino en los otros ejercicios en los cuales quiero yo siempre obrar un poco, haciendo actos, aunque conozco muy bien que haciéndolos salgo de mi centro, y veo con especialidad que esta sencilla vista de Dios es también mi único remedio y ayuda en todos mis trabajos, tentaciones y sucesos de esta vida.
96. Ciertamente si yo quisiese seguir mi impulso interno, no usaría otro medio en todas las cosas, sin excepción de ninguna, porque cuando pienso fortificar mi alma con actos, discursos y resignaciones, entonces me expongo a nuevas tentaciones y trabajos. A más, que no lo puedo hacer sin gran violencia la cual me deja a secas, y así me es necesario volver con presteza a esta sencilla resignación, conociendo que Dios me hace ver en este modo que él quiere que totalmente se impidan las operaciones de mi alma, porque su divina actividad lo quiere obrar todo. y por ventura no quiere de mí otra cosa que esta única vista en todos los espirituales ejercicios, en todas las penas, tentaciones y aflicción es que me pueden suceder en esta vida. y es la verdad que cuanto más tengo mi espíritu quieto con este medio, tanto mejor me sale todo, desvaneciéndose luego todas mis aflicciones. y mi Beato Padre San Francisco de Sales me lo aseguró muchas veces.
97. Nuestra difunta Madre Superiora (fue la Madre María de Castel) me estimulaba a estar firme en esta vía y a no temer nada en esta sencilla vista de Dios. Dirásme que esto bastaba y que cuanto mayor es la desnudez y quietud en Dios, mayor suavidad y fuerza recibe el alma, la cual debe procurar ser tan pura y sencilla que no tenga más apoyo que en sólo Dios.
98. A este propósito se me ofrece que pocos días hace me comunicó Dios una luz, la cual se me estampó de manera como si desnudamente la viera; y es que yo no debo jamás mirarme a mí misma, sino caminar a ojos cerrados, apoyada en mi amado, sin querer ver ni saber el camino por el cual me guía, ni pensar en nada ni aun pedirle gracias, sino estarme sencillamente toda perdida y sosegada en él. (En su Vida lib. 3, cap. 89.) Hasta aquí aquella mística e ilustrada Madre, con cuyas palabras se acredita nuestra doctrina.
Capítulo XIV
Se declara cómo puesta el alma en la presencia de Dios, con perfecta resignación por el acto puro de fe, va siempre en la oración y fuera. de ella en virtual y adquirida contemplación
99. Dirásme (como me han dicho muchas almas) que hecha la entrega de ti misma con perfecta resignación en la presencia de Dios, por el acto puro de fe ya referido, que no mereces ni aprovechas, porque el pensamiento en el tiempo de la oración se divierte de manera que no puede estar fijo en Dios.
100. No te desconsueles, porque no pierdes el tiempo ni el mérito, ni dejas tampoco de estar en oración, porque no es necesario que en todo aquel tiempo del recogimiento estés pensando actualmente en Dios; basta haber tenido la atención al principio, mientras no te diviertas de propósito ni revoques la actual intención que tuviste. Como el que oye misa y reza el divino oficio, que cumple muy bien con su obligación en virtud de aquella primera intención actual, aunque después no persevere teniendo actualmente fijo el pensamiento en Dios.
101. Así lo asegura con las siguientes palabras el Angélico Doctor Santo Tomás: Sola aquella primera intención y pensamiento en Dios que al principio tuvo el que ora tiene valor y fuerza para que todo lo demás del tiempo sea verdadera oración impetratoria y meritoria, aunque todo ese tiempo de más que dura la oración no haya actual consideración en Dios (2.2, q.82, arto 13). Mira si puede el Santo hablar más claro a nuestro intento.
102. De manera que siempre dura la oración (dice Santo Tomás), aunque ande vagueando con infinitos pensamientos la imaginación, si no los quiere ni deja el lugar ni la oración ni muda la primera intención de estar con Dios. Y es cierto que no la muda mientras no deja el lugar, con que se infiere en buena doctrina que persevera en la oración, aunque la imaginativa ande revolando con varios e involuntarios pensamientos. «En espíritu y en verdad (dice el Santo en el lugar citado) ora el que va a la oración con espíritu e intento de orar, aunque después por su flaqueza y miseria ande vagueando con el pensamiento: Evagatio vero mentis quae fit praeter propositum, orationis fructum non tollit.»
103. Pero me dirás que por lo menos ¿no te has de acordar en aquel tiempo de que estás delante de Dios, diciéndole muy de ordinario: Vos, Señor, estáis dentro de mí y quisiera darme toda a vos? Respondo que no hay necesidad, porque tú tienes voluntad de hacer oración y a ese fin viniste a aquel lugar. La fe y la intención te bastan, y ésas siempre perseveran, y cuanto más sencilla es esta memoria, sin palabras ni pensamientos, tanto es más pura, espiritual, interior y digna de Dios.
104. ¿No sería despropósito y poco respeto si estando tú en la presencia del Rey le dijeses de cuando en cuando: Señor, yo creo que está aquí Vuestra Majestad. Esto mismo es lo que sucede. Por el ojo de la pura fe ve el alma a Dios, le cree y está en su presencia, y así, cuando el alma cree no tiene necesidad de decir: Mi Dios, vos estáis aquí, sino de creer como cree, pues en llegando el tiempo de la oración, la fe y la intención la guían y llevan a contemplar a Dios por medio de la pura fe y perfecta resignación.
105. De suerte, que mientras no retractes esa fe e intención de estar resignada, siempre andas en fe y en resignación, y por consiguiente en oración y virtual y adquirida contemplación, aunque no lo sientas ni hagas memoria ni nuevos actos ni reflexión. Como el cristiano, la casada y el religioso, que aunque no hagan nuevos actos ni recuerdos, el uno por la profesión, diciendo: Yo soy religioso, la otra por el matrimonio, diciendo: Yo soy casada, y el otro por el bautismo, diciendo: Yo soy cristiano, no por eso dejan de estar siempre bautizado el uno, casada la otra, y profeso el otro. Sólo estarán obligados, el cristiano a hacer buenas obras en prueba de su fe y a creer más con los efectos que con las palabras, la casada a dar señales de la fidelidad que prometió a su esposo, y el religioso, de la obediencia que ofreció a su superior.
106. De la misma manera el alma interior, resuelta una vez a creer que Dios está en ella y a resignarse y a no querer ni obrar sino por Dios y a la presencia de Dios, se debe contentar con esa su fe e intención en todas sus obras y ejercicios, sin formar ni repetir nuevos actos de esa fe ni de esa resignación.
Capítulo XV
Prosigue lo mismo
107. No solamente sirve esta verdadera doctrina para el tiempo de la oración, sino también para después de ella, de noche, de día y a todas horas y en todos los ejercicios cotidianos de tu vocación, obligación y estado. Y si me dijeres que muchas veces no te acuerdas entre día de renovar la resignación, respondo que, aunque te parece que te diviertes de ella por atender a las ocupaciones cotidianas de tu oficio, como estudiar, leer, predicar, comer, beber, negociar y otras semejantes, te engañas, que no por eso sales de ella ni dejas de hacer la voluntad de Dios ni de andar en virtual oración, como dice Santo Tomás.
108. Porque todas esas ocupaciones no son contra su voluntad ni contra tu resignación, porque es cierto quiere Dios que comas, estudies, trabajes, negocies, etc., y así, por atender a esos ejercicios, que son de su voluntad y agrado, no sales de su presencia ni de tu resignación.
109. Pero si en la oración o fuera de ella te divirtieses o distrajeses voluntariamente, dejándote llevar de alguna pasión con advertencia, será bien entonces volverte a Dios y a su divina presencia, renovando el puro acto de fe y de resignación. Pero no hay necesidad de hacer esos actos cuando te hallares con sequedad, porque la sequedad es buena y santa, y no puede, por más rigurosa que sea, quitarle al alma la divina presencia que está en la fe establecida. Jamás has de llamar a la sequedad distracción, porque en los principiantes es falta de sensibilidad y en los aprovechados es abstracción, por cuyo medio, si la abrazas con constancia, estándote quieta en tu nada, se interiorizará tu alma y obrará el Señor en ella maravillas.
110. Procura pues, desde que sales de la oración hasta que vuelves a ella, no distraerte ni divertirte, sino andar resignada totalmente en la voluntad de Dios, para que haga y deshaga de ti y de todas tus cosas según su divino beneplácito, fiándote de él como de amoroso Padre. No revoques jamás esta intención, y aunque te ocupes en las obligaciones del estado en que Dios te ha puesto, andarás siempre en oración, en la presencia de Dios y en perpetua resignación. Por eso dijo San Juan Crisóstomo: El justo no deja de orar, si no es que deje de ser justo; siempre ora el que siempre obra bien, y el buen deseo es oración, y si es continuo el deseo es también continua la oración (Super 1 Ad Thessalon. 5).
111. Todo lo entenderás con este claro símil. Cuando una persona comienza a caminar para ir a Roma, todos los pasos que da en el camino son voluntarios, y con todo eso no es necesario que a cada paso manifieste su deseo ni haga nuevo acto de la voluntad, diciendo: Quiero ir a Roma, voy a Roma, porque en virtud de aquel primer acto que tuvo de caminar a Roma persevera siempre en él la voluntad, de manera que camina sin decirlo, aunque no camina sin quererlo. y aun experimentarás claramente que este caminante con sólo un acto de voluntad y un querer, camina, habla, oye, ve, discurre, come y hace otras diversas operaciones, sin que éstas le interrumpan la primera voluntad ni aun el actual caminar a Roma.
112. De la misma manera pasa en el alma contemplativa: hecha una vez la determinación de hacer la voluntad de Dios y de estar en su presencia, se mantiene continuamente en ese acto mientras no le revoque, aunque se ocupe en oír, hablar, comer y cualesquiera otras buenas obras, y ejercicios exteriores de su vocación y estado. Todo lo dijo en pocas palabras Santo Tomás de Aquino: Non enim oportet, quod qui propter Deum aliquod iter arripuit, in qualibet parte itineris de Deo cogitet actu (Contra Gentiles, lib. 3, cap. 238, núms. 2 y 3).
113. Dirás que todos los cristianos van en este ejercicio porque todos tienen fe y pueden, aunque no sean interiores, ejecutar esta doctrina, especialmente los que caminan por el exterior camino de meditación y discurso. Es verdad que tienen fe todos los cristianos, y con especialidad los que meditan y consideran. Pero la fe de los que caminan por la vía interior es muy diferente, porque es fe pura, universal e indistinta, y por consiguiente más práctica, más viva, eficaz e ilustrada; porque el Espíritu Santo alumbra más al alma más dispuesta, y siempre lo está más la que tiene recogido el entendimiento, porque a la medida del recogimiento alumbra el divino Espíritu. Y aunque es verdad que en la meditación comunica Dios alguna luz, pero es tan escasa y diferente de la que comunica al entendimiento recogido en fe pura y universal como la que hay de dos o tres gotas de agua a la de un mar; porque en la meditación se le comunican una, dos o tres verdades particulares, pero en el recogimiento interior y ejercicio de fe pura y universal es un mar de abundancia la sabiduría de Dios que se le comunica en aquella oscura, simple, general y universal noticia.
114. Es también la resignación más perfecta en estas almas, porque nace de la interior e infusa fortaleza, la cual crece al paso que se continúa el interior ejercicio de la fe pura, con silencio y resignación. A la manera que crecen los. dones del divino Espíritu en las almas contemplativas, que aunque se hallan también estos divinos dones en todos los que están en gracia, pero son como muertos y sin fuerza, y con casi infinita diferencia de aquellos que reinan en los contemplativos por su ilustración, viveza y eficacia.
115. Por donde te desengañarás que el alma interior que tiene hábito de ir cada día a sus horas señaladas a la oración, con la fe y resignación que te he dicho, va continuamente en la presencia de Dios. Esta importante y verdadera doctrina la enseñan todos los santos, todos los experimentados y místicos maestros, porque todos tuvieron un mismo Maestro, que es el divino Espíritu.
Capítulo XVI
Modo con que se puede entrar en el recogimiento interior por la santísima humanidad de Cristo Nuestro Señor
116. Hay dos maneras de espirituales totalmente opuestos. Unos dicen que siempre se han de meditar y considerar los misterios de la pasión de Cristo. Otros, dando en un extremo opuesto, enseñan que la meditación de los misterios de la vida, pasión y muerte del Salvador no es oración, ni aun su memoria, que sólo se ha de llamar oración la alta elevación en Dios, cuya divinidad contempla el alma en quietud y silencio.
117. Es cierto que Cristo Señor nuestro es la guía, la puerta y el camino, según él mismo lo dijo por su boca: Ego sum via, veritas et vita (loan., 14). Y que primero que el alma esté idónea para entrar en la presencia de la divinidad y para unirse con ella, se ha de lavar con la preciosa sangre del Redentor y se ha de adornar con las riquezas de su pasión.
118. Es Cristo Señor nuestro, con su doctrina y ejemplo, la luz, el espejo, la guía del alma, el camino y única puerta para entrar en aquellos pastos de la vida eterna y mar inmenso de la divinidad. De donde se infiere que no se ha de borrar del todo la memoria de la pasión y muerte del Salvador. Y es también cierto que por la más alta elevación de mente a que haya llegado el alma no ha de separar del todo la santísima humanidad.
119. Pero no se infiere de aquí que el alma que está enseñada al interior recogimiento, aquella que ya no puede discurrir, haya de estar siempre meditando y considerando (como dicen los otros espirituales) en los santísimos misterios del Salvador. Es santo y bueno el meditar, y pluguiese a Dios que todos los del mundo lo ejercitasen. y deben también al alma que con facilidad medita, discurre y considera dejarla en ese estado y no sacarla a otro más alto, mientras en el de la meditación halla cebo y provecho.
120. A Dios sólo toca, y no a la guía, el pasar al alma de la meditación a la contemplación, porque si el Señor no la llama con su especial gracia a este estado de oración, no hará nada la guía con toda su sabiduría y documentos.
121. Para dar, pues, en el medio y en la seguridad, y huir de estos dos extremos tan opuestos, que ni se ha de borrar ni separar del todo la humanidad, ni se ha de tener continuamente delante de los ojos, habemos de suponer que hay dos maneras de atender a la santa humanidad para entrar por la divina puerta, que es Cristo, bien nuestro.
122. La primera, considerando los misterios y meditando las acciones de la vida, pasión y muerte del Salvador. La segunda, pensando en él por la aplicación del entendimiento, por la pura fe o mediante la memoria. Cuando el alma se va perfeccionando e internando por el recogimiento interior, después de haber meditado algún tiempo los misterios, de los cuales ya está informada, entonces conserva la fe y el amor al encarnado Verbo, estando dispuesta a hacer por su amor cuanto le inspirase, obrando según sus preceptos, aunque no los tenga siempre delante de los ojos. Como si a un hijo le dijesen que no debe nunca desamparar a su padre, no por eso le quieren obligar a tener siempre los ojos fijos en él, sino a conservarlo siempre en su memoria, para atender a su tiempo y ocasión a lo que debe.
123. El alma, pues, que entró en el recogimiento interior por parecer de la experimentada guía, no tiene necesidad de entrar por la primera puerta de la meditación de los misterios, estando continuamente meditando en ellos, porque ni lo podrá hacer sin gran fatiga del entendimiento, ni tiene necesidad de esos discursos, porque ésos sólo sirven de medio para llegar a creer lo que ya llegó a alcanzar.
124. El modo más noble, el más espiritual y el más propio de estas almas aprovechadas en el recogimiento interior para entrar por la humanidad de Cristo Señor nuestro y conservar su memoria es de la segunda manera, mirando esta humanidad y su pasión por un acto sencillo de fe, amándola y acordándose que es el tabernáculo de la divinidad, el principio y fin de nuestra salvación, y que por nuestro amor nació, padeció y llegó afrentosamente a morir.
125. Este es el modo que hace aprovechar a las almas interiores, sin que esta santa, piadosa, veloz e instantánea memoria de la humanidad les pueda servir de embarazo para el curso del interior recogimiento, si ya no es que cuando entra en la oración se siente el alma recogida, porque entonces será mejor continuar el recogimiento y mental exceso. Pero no hallándose recogida, no le impide a la más alta y elevada alma, a la más abstraída y transformada, el sencillo y veloz recuerdo de la humanidad del divino Verbo.
126. Este es el modo que asegura Santa Teresa en los contemplativos, y el que destierra las opiniones ruidosas de algunos escolásticos. Este es el camino recto, seguro y sin peligro, y el que el Señor ha enseñado a muchas almas para llegar al descanso y santo ocio de la contemplación.
127. Póngase, pues, el alma, cuando entra al recogimiento, a las puertas de la divina misericordia, que es la amorosa y suave memoria de la cruz y pasión de aquel Verbo humanado y muerto de amor. Estése allí con humildad resignada en la divina voluntad para cuanto quisiere hacer de ella su Majestad. Y si de esta santa y dulce memoria es luego llevada al olvido, no hay necesidad de hacer nueva repetición, sino de estarse en silencio y quietud en la presencia del Señor.
128. Maravillosamente favorece San Pablo nuestra doctrina en la epístola que escribió a los Colosenses, en donde les exhorta, a ellos y a nosotros, que si comemos, o bebemos o hacemos alguna cosa, sea en nombre de Jesucristo y por su amor. Omne quodcumque facitis in verbo aut in opere, omnia in nomine Domini Iesu Christifacite, gratias agentes Deo et Patri per ipsum (Ad Coloss., cap. 3, ver. 17). Quiera Dios que todos comencemos por Jesucristo, y que sólo en él y por él lleguemos a la perfección.
Capítulo XVII
Del silencio interno y místico
129. Tres maneras hay de silencio: el primero es de palabras, el segundo de deseos y el tercero de pensamientos. El primero es perfecto, más perfecto es el segundo y perfectísimo el tercero. En el primero, de palabras, se alcanza la virtud; en el segundo, de deseos, se consigue la quietud; en el tercero, de pensamientos, el interior recogimiento. No hablando, no deseando ni pensando, se llega al verdadero y perfecto silencio místico, en el cual habla Dios con el alma, se comunica y la enseña en su más íntimo fondo la más perfecta y alta sabiduría.
130. A esta interior soledad y silencio místico la llama y conduce cuando la dice que la quiere hablar a solas, en lo más secreto e intimo del corazón. En este silencio místico te has de entrar si quieres oír la suave, interior y divina voz. No te basta huir del mundo para alcanzar este tesoro ni el renunciar sus deseos ni el desapego de todo lo criado, si no te despegas de todo deseo y pensamiento. Reposa en este místico silencio y abrirás la puerta para que Dios se comunique, te una consigo y te transforme.
131. La perfección del alma no consiste en hablar ni en pensar mucho en Dios, sino en amarle mucho. Alcanzase este amor por medio de la resignación perfecta y el silencio interior. Todo es obras el amor de Dios; tiene pocas palabras. Así lo encargó y confirmó San Juan Evangelista. Filioli mei, non diligamus verbo neque lingua, sed opere et veritate (1 Ioannis 3, 18).
132. Ahora te desengañarás que no está el amor perfecto en los actos amorosos ni en las tiernas jaculatorias, ni aun en los actos internos con que tú le dices a Dios que le tienes infinito amor y que le amas más que a ti misma. Podrá ser que entonces te busques más a ti, y a tu amor que al verdadero y de Dios; porque obras son amores, que no buenas razones.
133. Para que una racional criatura entienda tu deseo, tu intención y lo que tienes escondido en el corazón, es necesario que se lo manifiestes con palabras. Pero Dios, que penetra los corazones, no tiene necesidad de que tú se lo afirmes y asegures, ni se paga, como dice el Evangelista, del amor de palabra y lengua, sino del verdadero y de obra. ¿Qué importa el decirle con grande conato y fervor que le amas tierna y perfectamente sobre todas las cosas, si en una palabrita amarga y leve injuria no te resignas ni por su amor te mortificas? Prueba manifiesta que era tu amor de lengua y no de obra.
134. Procura con silencio resignarte en todo, que de ese modo, sin decir que le amas, alcanzarás el amor perfecto, el más quieto, eficaz y verdadero. San Pedro dijo al Señor con grande afecto que por su amor perdería de muy buena gana la vida y a una palabrita de una mozuela le negó y se acabó el fervor (Matth., 26). La Magdalena no habló palabra, y el mismo Señor, enamorado de su amor perfecto, se hizo su cronista, diciendo que amó mucho (Lucas, 7). Allá en lo interior, con el silencio mudo se ejercitan las más perfectas virtudes de fe, esperanza y caridad, sin que haya necesidad de irle a Dios diciendo que le amas, que esperas y le crees, porque este Señor sabe mejor que tú lo que interiormente haces.
135. Qué bien entendió y practicó este acto puro de amor aquel profundo y gran místico, el venerable Gregorio López, cuya vida era toda una continua oración y un continuo acto de contemplación y amor de Dios, tan puro y espiritual que no daba parte jamás a los afectos y sensibles sentimientos.
136. Después de haber continuado por espacio de tres años aquella jaculatoria: Hágase tu voluntad en tiempo y eternidad, repitiéndola tantas veces como respiraba, le enseñó Dios aquel infinito tesoro del acto puro y continuo de fe y amor, con silencio y resignación, que llegó a decir él mismo que en treinta y seis años que después vivió continuó siempre en su interno este acto puro de amor, sin decir jamás un ay ni una jaculatoria ni nada que fuera sensible y de la naturaleza. ¡Oh, serafín encarnado y varón endiosado, qué bien supiste penetrar este interior y místico silencio y distinguir el hombre interior del exterior!