Guimerá y su tragedia «Mar y Cielo»

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Guimerá y su tragedia «Mar y Cielo» (20 nov 1891)
de Luis Alfonso
Nota: Luis Alfonso «Guimerá y su tragedia "Mar y Cielo"» (20 de noviembre de 1891) La Época, año XLIII, nº 14.088, pp. 1-2.
CRÓNICAS LITERARIAS
Guimerá y su tragedia «Mar y Cielo».

 Esta noche debe de conocer y juzgar el público del Teatro Español la tragedia catalana de Ángel Guimerá Mar y Cielo, traducida por Enrique Gaspar en verso castellano. Guimerá ha venido á Madrid para asistir al estreno. La ley de la actualidad, que es relativa, á más de la ley del valor intrínseco, que es absoluta, ordenan la publicación de algunos datos concernientes á la obra y al autor.
 Este es muy poco conocido fuera de las provincias levantinas donde se habla lemosín. Sin embargo, es uno de los primeros poetas líricos de la España contemporánea, como el Padre Verdaguer, otro catalán, es el único épico. Pero los poemas de Mosen Jacinto han sido trasladados á otros idiomas [1], mientras que de Guimerá no se ha traducido al de Castilla, que yo sepa, mas que el poema dramático que se estrena hoy en Madrid.
 Respecto á Serafí Pitarra (Federico Soler), otra de las personalidades literarias más conspicuas del Teatro Catalán, y á Narciso Oller, el primer novelista de Barcelona y uno de los primeros de la nación, han logrado que sus producciones fueran traducidas y premiadas en Castilla como las del primero, y traducidas en París y en Madrid como las del segundo.
 Si no ha conseguido Guimerá iguales preeminencias, no es seguramente por falta de mérito; más alto vuela ó más hondo cala que sus cofrades todos de Cataluña. Pero en sus obras, como en su persona, concurren circunstancias especiales que explicarán acaso el motivo de que con tanta luz, y sobre todo con tanto fuego como en él arden, haya permanecido hasta ahora, para la mayor parte del país, en la penumbra.
 Reduciendo la explicación de tales circunstancias á su menor expresión, diríamos que el autor de Mar y Cel, como hombre privado, es taciturno y hosco; como hombre público, furioso regionalista; y,como poeta, enérgico hasta dar en fiero, y sobrio hasta dar en áspero.


 Ángel Guimerá nació en Santa Cruz de Tenerife; el más apasionado é intransigente de los catalanistas no es catalán. Lo era su padre y lo es su apellido, pero su madre era isleña, y él llegó á los siete años, edad en que se trasladó su familia á Barcelona, sin hablar más que castellano. Luego, hasta las cartas particulares las ha escrito en catalán.
 He aquí, pues, repito, cómo vino de Canarias el poeta español más catalán y más catalanista, de igual suerte que de Canarias vino el más madrileño de los novelistas españoles.
 No es ésta la única semejanza que existe entre Guimerá y Pérez Galdós. El autor de Mar y Cel es alto, cenceño y desgarbado, como el autor de Ángel Guerra; huye, como aquél, de la sociedad y del bullicio; tiene algo de candoroso en sus vehemencias y ama lo extraordinario y lo fantástico, como el mismo Pérez Galdós. Eate ha sido periodista y diputado; Guimerá posee y dirige un periódico y ha sido presidente de la «Liga de Cataluña».


 Dejemos ya aquí al hijo de las Palmas para seguir al hijo de Santa Cruz. Establecido Guimerá en Barcelona, según indiqué, cambió al punto de idioma y se catalanizó al punto de tal suerte, que la primera poesía que escribió fué en la lengua regional y en el primer número de un semanario regionalista, La Gramalla.
 También, para que todo en él fuera singular, la primera obra que produjo para el teatro fué una tragedia, y, al revés de todo el mundo, hasta después de haber puesto en escena seis de aquéllas, no se le ocurrió componer y hacer representar una pieza cómica.
 En 1875 acudió por vez primera á los Juegos florales, y lo hizo con una soberbia poesía, Indibil y Mandoni, que merecía, en razón, algo más que el modesto accésit que obtuvo.
 En cambio, poco tiempo después (en 1877) ganó de un solo empuje, de una vez, los tres premios reglamentarios de los Juegos florales para ser nombrado maestro en Gay saber: el de «Patria», el de «Fe» y él de «Amor». Nunca había sucedido, ni ha vuelto á suceder nunca, caso igual.
 Por lo demás, cumplidamente satisfecho sin duda, y con fundamento, el poeta no ha vuelto á presentarse en los Jochs florals. Lo que ha hecho, sí, es presidir los de 1889, pronunciando un discurso literariamente muy bello, bien que empapado de furibundo regionalismo.
 Hará obra de veinte años empezó á publicarse en Barcelona una revista quincenal literaria, denominada La Renaixensa, de la que Guimerá formó presto parte activa é importante. Convertida en diario, subsiste en la añeja forma de cuaderno y con dos ediciones diarias, según el modelo que estableció, hace más de un siglo, el respetable y respetado Diario de Barcelona.
 Guimerá formó parte de aquella famosa Comisión que vino á Madrid á presentar al Rey Alfonso el «Memorial de agravios de Cataluña,» y de la que tanto se habló en el Congreso y en la prensa.


 En calidad, pura y simple, de poeta, Guimerá ha producido un tomo de versos, que, con ilustraciones de los dibujantes catalanes Fabrés y Pellicer, en un volumen en folio, y con lujo inusitado, editó otro catalán y catalanista acérrimo, Juan Almirall, y ha dado al teatro las tragedias Gala Placidia, Judith de Welp, La fill del Rey, Mar y Cel, Rey y monje y La Boja (La Loca), todas en verso, y una pieza cómica en prosa, La sala de espera. Tiene en cartera, como suele decirse, otra tragedia, L'anima morta, y una comedia de costumbres políticas, La farsa; ha publicado con el seudónimo de Joan Antón dos lindos cuadros de costumbres, y sigue escribiendo poesías; la última tiene por título En la mort del Rey Joan II d'Aragó y se leyó en el banquete que, según es uso, celebraron esta primavera los mantenedores de los Juegos florales después de la fiesta pública.


 Las poesías líricas de Guimerá son de tal valer, que, de estar escritas en lengua nacional y no provincial, hubieran desde luego figurado en la antología de los grandes maestros de la poesía española. «El autor—como decía Ixart en el notable Prólogo de la edición monumental citada—es poeta que, traducido y comprendido, lo sentaran á su mesa los pocos poetas contemporáneos...» Lo mismo opino del autor dramático, y lo mismo opinaré aunque sea diversa la opinión del público madrileño...
 Entre las poesías de Guimerá existen muy pocas de carácter subjetivo; bien se echa de ver que fluye en él la vena dramática; los grandes poetas del teatro suelen ser siempre exteriores, objetivos, aun cuando escriben para la lírica. Esta diferencia es la que separa— dicho, por supuesto, en tesis general—á Shakespeare de Byron en Inglaterra, á Schiller de Heine en Alemania, á Víctor-Hugo de Musset en Francia, á Zorrilla de Espronceda en España...
 Hállanse, empero, en el volumen aludido composiciones como La noche de Navidad, Recuerdos, Tristes y alguna otra, que acreditan la aptitud del autor para herir con igual maestría todas lás notas del pentagrama poético, y que á muy pocas ceden en íntimo sentimiento y en ternura; pero el campo donde más á su sabor se agita la gallarda musa del poeta es—conforme se advierte al punto—el de la leyenda y el de la historia.
 Históricas o leyendarias son sus producciones líricas de más monta, las que le han valido triunfos más cumplidos en certámenes ó publicaciones, y lo propio sus tragedias, cuando no son, como El hijo del Rey y Mar y Cielo, puramente imaginativas.
 En las poesías del orden referido, señaladamente en las que vibra el acento de la patria ó en las que luce el resplandor de lo fantástico, Guimerá, lo afirmo sin titubear, podrá tener quién le iguale, no quién le supere, en el arte métrico nacional contemporáneo. Desde Indibil y Mandoni y Cleopatra, hasta La cabeza de José Moragas y La muerte de Jaime de Urgell, pasando por los episodios bíblicos, impregnados de la grandeza de los Libros Santos, la pluma de Guimerá ha dejado tras de sí como una estela resplandeciente y abrasadora... Pero es ocioso insistir sobre este punto: de la belleza de estas obras no he de convencer á los catalanes, que están ya convencidos, ni puedo convencer á los castellanos, porque no han sido aquéllas traducidas, ni es muy fácil, á la verdad, que lo sean.


 Guimerá, que, á pesar de lo ardiente de su inspiración, tiene de semejante con la nieve el no subsistir sino en las grandes alturas, cuando empezó á escribir para la escena lo hizo en el férreo molde trágico. Su primera obra, que es su primera tragedia, data de 1879, y se titula Gala Placidia. Clásica por la época y el asunto, es romántica y moderna por el calor y el ímpetu, como todas las demás del autor, y le diputó desde luego por poeta dramático de amplias alas y alto vuelo; las que siguieron coafirmaron este juicio; Lo fill del Rey y Mar y Cel lo robustecieron y aumentaron.
 Por mi parte, sólo he visto representar estas dos: la primera me produjo singular efecto: parecióme—y me parece—no precisamente superior, sino distinta de las que crea el numen dramático de nuestros días; no me recordaba ningún drama español, y si, acaso, alguno alemán ó inglés; algo así como sombras y dejos de Shakespeare y de Schiller. Con los que no guarda ciertamente semejanza alguna es con los dramas románticos de Víctor Hugo ó del duque de Rivas, ni tampoco de Echegaray. En el estilo de Guimerá, así en el canto ó la estrofa, como en el monólogo o el diálogo, resalta una concisión que abruma, y que no ha existido nunca en el romanticismo primitivo ó modificado de los poetas franceses o españoles. Lo fill del Rey, que alcanzó éxito completo en Barcelona, podrá tal vez ser conocido en Madrid, porque en traducirlo se ocupa, según noticias, Enrique Gaspar; cuanto á Mar y Cel...


 Mar y Cel se estrenó, en el Teatro Romea de la capital catalana, al principio de la temporada de 1887 á 88; la Abella, Bonaplata, Isern y Martí desempeñaron los principales papeles; los que aquí desempeñarán ahora la Calderón, Calvo, Pérez y Jiménez. La obra, á mi entender, es para un público docto, casi refinado, y, sin embargo, hube de notar, con gran sorpresa y en honor del pueblo barcelonés, que, no ya los concurrentes de las butacas, sino los de las galerías, percibían, apreciaban y aplaudían con entusiasmo los delicadísimos rasgos que esmaltan la tragedia. Y es, en mi concepto, que palpitan en ella el sentimiento y la pasión humana con tal fuerza, que, por encima y través del ropaje literario, va á herir derechamente el corazón del espectador.
 En Febrero de 1888, viajando por el Mediodía de Francia, fui á pasar unos días, en Oloron, con Enrique Gaspar, cónsul de España entonces en aquel punto, y con su apreciabilísima familia. De aquella breve é inolvidable temporada en que fui huésped del ingenio y del cariño, descuella, en el libro del recuerdo, un episodio.
 —¿Qué novedades literarias hay en Barcelona?—me preguntó Enrique.
 —Una tragedia de Guimerá, titulada Mar y Cel.
 —¿La traes?
 —Sí.
 —¿Quieres leérnosla?
 —Con el mayor gusto: aunque es catalana, la leeré en valenciano; pero, como vosotros lo sois también, no encontraréis mal la lectura.
 Y la empecé... y seguí; llegó la hora de comer; nos avisaron; tímidamente me preguntaron mis oyentes si estaba cansado, ¡qué lo había de estar!... y comimos dos lloras más tarde; pero acabamos, yo de leer y ellos de oír la tragedia.
 Antes de darla así á conocer al autor ilustre de tantas obras, esencialmente modernas y realistas—al que introdujo este género en la escena española con Las circunstancias,—habíasela ponderado con fervor: el de Gaspar fué aún mayor que el mío.
 —No conozco nada de nuestro teatro que más me agrade—afirmó resueltamente.
 En aquella velada no hablamos de otra cosa, ni en otra cosa debió de soñar Enrique durante la noche, supuesto que al día siguiente me manifestó su propósito de poner en verso castellano la tragedia—¡él, que hace años solo escribe comedias y en prosa!—para que el público de toda España pudiera apreciar su valía.
 Guimerá aceptó gustosísimo la proposición; Gaspar puso manos a la obra, y en brevísimo espacio convirtió los robustos endecasílabos catalanes en robustos endecasílabos castellanos;—tarea ardua, si las hubo, tratándose del idioma latino más conciso y viril en poesía.—Me envió á Barcelona la traducción; convoqué á Vico y al pobre Rafael Calvo para que la oyeran; la aceptaron in continenti, y aquel mismo verano, en el teatro que en honor á entrambos habíase construido, representóse en el idioma de Castilla Mar y cielo. El nombrado Rafael—que estudió, vistió y caracterizó el papel del pirata con el saber y la voluntad que le eran propios,—su hermano Ricardo, Donato Jiménez y la señorita Calderón interpretaron la obra; en la interpretación sobresalió en un papel secundario, obteniendo plácemes de todos, un actor, hasta entonces apenas conocido, sobrino de Vico, llamado Perrín.
 El público barcelonés no festejó menos la versión castellana de Enrique Gaspar que había festejado la catalana producción de Guimerá, y fué cosa convenida que habla de representarse también en Madrid... La muerte prematura de Calvo, y una porción de circunstancias, de las que tanto menudean en los teatros, han impedido que hasta hoy se cumpliesen los votos de Enrique Gaspar, de Rafael Calvo... y también de Ángel Guimerá.


 Porque Guimerá, á pesar de su catalanista animadversión hacia Castilla, ha sentido verdadero afán por que el público de Madrid le conociese, siquiera fuera á través de los cristales de una traducción. (¡Una traducción de Gaspar es cristal de roca!)
 Seguro estoy de que todos los escritores catalanes, catalanistas ó no, les sucede lo propio... Los odios declamatorios, los alardes de furibundo regionalismo, casi de separatismo, de la mayor parte de ellos, acabarían, indudablemente, con un baño de Madrid. No es ésta la ocasión, ni bastante capacidad la mía, para ventilar asunto tan grave y tan complejo; pero mi larga residencia en Barcelona, y el conocimiento de sus escritores, me impulsa á creer que la barrera, ficticia las más de las veces, que separa aquélla región de ésta es una barrera... filológica.
 El día en que se hablara castellano por la mayoría de los habitantes de las capitales catalanas, como lo hablan los de las capitales valencianas, alicantinas y castellanensos, que son del propio origen y tienen casi idéntica historia, se acabaría este regionalismo. En Castellón, en Alicante y en Valencia, donde sólo habla lemosin la gente del pueblo ó del campo, no lo hay, ó se nota apenas; en los mismos escritores catalanes que escriben en castellano existe, si existe, muy atenuado, y el día en que dramáticos como Guimerá, novelistas como Oller (que cuando quiere, y aunque en privado, escribe largo y tendido con mucho acierto el habla castellana) y críticos como Ixart—quien la ejercita como es sabido;—el día en que estos y otros eximios literatos de aquella tierra trasladasen su domicilio á ésta, dejarían de ser catalanistas, y aun catalanes, para ser llanamente españoles.
 Así lo acredita la experiencia, y además obliga á creerlo la condición madrileña, que se asimila al punto y da carta de ciudadanía á los provincianos de todas las provincias. No como en Barcelona, donde el forastero es agasajado como en parte alguna, pero donde no deja nunca de ser forastero.
 Repito que el asunto es para tratado con más espacio: baste por hoy consignar que, ya que Barcelona supera por tantos conceptos á Madrid; ya que por industria, comercio, arte, trabajo y empuje es la verdadera capital de España, conceda al manos á Madrid lo poco bueno que atesora y es, ante todo, eso que, aplicado á las personas, se llama «don de gentes». Y tanto mejor si Madrid, que lealmente reconoce la supremacía de Barcelona, de igual suerte que ha puesto sobre su cabeza, en literatura como en política, al asturiano Campoamor, al vallisoletano Núñez de Arce, á los santanderinos Menéndez Pelayo y Pereda, al cordobés Valera, al canario Pérez Galdós, al malagueño Cánovas del Castillo, al gaditano Castelar, al riojano Sagasta y á la gallega Emilia Pardo Bazán, pone sobre el pedestal de su escena la figura catalana de Guimerá.

     Luis Alfonso.

  1. De «La Atlántida» existen dos traducciones en castellano: una en prosa, de Melchor de Palau, y otra en verso, de Francisco Díaz Carmona.