Himno al Sol (Heredia)

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Himno al Sol
de José María Heredia
Escrito en el océano


En los yermos del mar, donde habitas,
Alza ¡oh Musa! tu voz elocuente:
Lo infinito circunda tu frente,
Lo infinito sostiene tus pies.
Ven: al bronco rugir de las ondas
Une acento tan fiero y sublime,
Que mi pecho entibiado reanime,
Y mi frente ilumine otra vez.


Las estrellas en torno se apagan,
Se colora de rosa el oriente,
Y la sombra se acoge a occidente
Y a las nubes lejanas del sur:
Y del este en el vago horizonte,
Que confuso mostrábase y denso,
Se alza pórtico espléndido, inmenso,
De oro, púrpura, fuego y azul.


¡Vedle ya...! Cual gigante imperioso
Alza el Sol su cabeza encendida...
¡Salve, padre de luz y de vida,
Centro eterno de fuerza y calor!
¡Cómo lucen las olas serenas
De tu ardiente fulgor inundadas!
¡Cuál sonriendo las velas doradas
Tu venida saludan, oh Sol!


De la vida eres padre: tu fuego
Poderoso renueva este mundo:
Aun del mar el abismo profundo
Mueve, agita, serena tu ardor.
Al brillar la feliz primavera,
Dulce vida recobran los pechos.
Y en dichosa ternura deshechos
Reconocen la magia de amor.


Tuyas son las llanuras: tu fuego
De verdura las viste y de flores,
Y sus brisas y blandos olores
Feudo son a tu noble poder.
Aun el mar te obedece: sus campos
Abandona huracán inclemente,
Cuando en ellos reluce tu frente,
Y la calma se mira volver.


Tuyas son las montañas altivas,
Que saludan tu brillo primero,
Y en la tarde tu rayo postrero
Las corona de bello fulgor.
Tuyas son las cavernas profundas,
De la tierra insondable tesoro,
Y en su seno el diamante y el oro
Reconcentran tu plácido ardor.


Aun la mente obedece tu imperio,
Y al poeta tus rayos animan;
Su entusiasmo celeste subliman,
Y le ciñen eterno laurel.
Cuando el éter dominas, y al mundo
Con calor vivificas intenso,
Que a mi seno desciendes yo pienso,
Y alto numen despiertas en él.


¡Sol! Mis votos humildes y puros
De tu luz en las alas envía
Al Autor de tu vida y la mía
Al Señor de los cielos y el mar.
Alma eterna, do quiera respira,
Y velado en tu fuego le adoro:
Si yo mismo ¡mezquino! me ignoro,
¿Cómo puedo su esencia explicar?


A su inmensa grandeza me humillo:
Sé que vive, que reina y me ama,
Y su aliento divino me inflama
De justicia y virtud en amor.
¡Ah! si acaso pudieron un día
Vacilar de mi fe los cimientos,
Fue al mirar sus altares sangrientos
Circundados por crimen y error.