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Himno de la noche

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Himno de la noche
Súplica al Creador

de Juan Arolas

¡Oh Sol! ¡noble gigante de hermosura,
y astro rey en un trono de volcanes!
¡Guerrero cuya nítida armadura
deslumbró en feroz lid a los Titanes!
 
Las águilas del Líbano altaneras,
cuando dorabas hoy la antigua Tiro,
te admiraron subiendo a las esferas,
yo que pierdo tu luz, también te admiro
 
Su pupila tenaz osadamente
se fijó en tu cenit esplendoroso;
yo al morir en los mares de Occidente,
te saludo no mas, rey luminoso:
 
Faro inmortal del mundo a quien das vida,
eterno en juventud y en el encanto
sombra del Hacedor, piedra caída
de, la esmaltada fimbria de su manto!
 
De la muerte del día plañideras
le siguen al sepulcro largas sombras,
que borran la esmeralda en las praderas,
desatando sus tétricas alfombras.
 
Su tapiz vaporoso sin colores
enluta en fuente azul blancas espumas,
los pétalos de nácar en las flores,
y en las aves el iris de las plumas.
 
En el tronco de un árbol carcomido
no duerme enteramente el aura leve,
pero lánguida vaga sin sonido,
temiendo desplegar alas de nieve.
 
Tal vez el bardo así, cuando es de hielo
sin juventud ni amor, triste suspira,
y teme levantar su canto al Cielo,
recorriendo las cuerdas de la lira.
 
Roto el prisma falaz de las pasiones,
que me presenta un mundo de placeres,
y sobre pedestales de ilusiones
ídolos de jazmín en las mujeres;
 
Cuando el Edén de mágico contento,
como insecto de un día vaga y zumba,
se vista de color amarillento,
mostrando en vez de flor, mármol de tumba;
 
deme el Cielo en la choza solitaria
del arpa de Sion la melodía,
y escríbase en mi losa funeraria:
«Dios Amor, y la dulce Poesía.»
 
¡Mas sombras sobre el mundo cada instante!
pero avanza un lucero a las estrellas
mientras detrás del eje rutilante
en lejanos cohortes siguen ellas.
 
Dime, luz bienhechora, ¿dó caminas?
¿Velas sobre los sueños, les asistes,
y con el resplandor los iluminas,
repartiéndolos tú blandos o tristes?
 
¿Eres cuna dó el ángel se adormece?
¿O estás cual atalaya prevenida
que avisas al amante que anochece,
para que vuele a ver a su querida?
 
¡Delicioso jardín...! en una rosa
se duerme una cantárida dorada,
mientras una nocturna mariposa
turba el sueño y le roba la morada.
 
En la hierba fosfórico gusano
enciende su fanal, o su lumbrera
émula del cocuyo americano,
que si marcha, le sigue compañera;
 
y las plantas acuáticas que solas
aman perenne humor, sacan aprisa
del cristal adormido sus corolas,
para gozar los besos de la brisa.
 
Un insecto de púrpura y topacio
sobre, flexible tallo se asegura,
y a una cerrada flor que es su palacio
estas quejas tristísimas murmura.
 
«Ábreme hermana mía, el blanco seno,
que vengo fatigado del camino;
por extraño pensil de lilas lleno
me perdí susurrante peregrino.
 
Me persiguió un rapaz de ojos azules
y por huir su mano codiciosa,
escondido entre ramas de abedules.
Me sorprendió la noche tenebrosa.
 
Al tiempo de besarse dos amantes
crucé por una gótica ventana,
y sus ósculos tiernos y constantes
empañaron mis alas de oro y grana.
 
Gozaba en su balcón auras amenas
una bella de formas celestiales;
quise entrar en su pecho de azucenas,
y huyó de allí cerrando sus cristales.
 
Errante voy, y encuentro poseído
todo cáliz, dó bebo la ambrosía,
de sonoro amador que está dormido:
Ábreme tu capullo, hermana mía.»
 
Poco a poco la flor va desplegando
su seno virginal al que la llama
y ofrece a su cariño lecho blando...
¡Delicioso jardín!... esa flor ama.
 
¿Dó camináis vosotras, bellas nubes
flotando sobre brisas regaladas?
¿Vais a servir de tienda a los querubes?
¿Vais a servir de tálamo a las hadas?
 
¿Vais a llevar los sueños a otras zonas?
¿O a mentir a mis ojos soñolientos,
con la luz de la luna hinchadas lonas
de bájeles, en mares turbulentos?
 
Si al ocultarse el sol, según sus leyes,
flotabais como ricos pabellones,
que en las solemnes fiestas de sus reyes
enarbolan los pueblos y naciones;
 
si vestíais de azul y de escarlata,
¿quién os ha concedido blanco velo
con profusión de aljófares y plata,
vestales de la bóveda del Cielo?...
 
Huid, y el rayo hermoso de la luna
brille sobre mi rostro tibiamente,
que le profeso amor desde la cuna,
y es única corona de mi frente.
 
¡Arrecia con furor el raudo viento!
¿Qué suspiráis, sonoros vendavales,
en las torres de alcázar opulento?
¿Qué gemís en sus largos espirales?
 
Murmuráis del magnate: cien bugías
en un ambiente de ámbares y rosa
sus noches aclarecen como días,
al estruendo de orquesta sonorosa.
 
Vense tras de los vidrios, entre sedas
cruzar nobles y duques y barones,
y danzar a compás vírgenes ledas,
ninfas de flor, con alas de ilusiones.
 
Y mientras el palacio se alboroza
duerme el pobre en las piedras de la esquina
lo desvela la rápida carroza,
y otra vez en el polvo se reclina.
 
¡Ricos!... en los banquetes abundosos
si disfrutáis placeres, dad al menos;
si dais de lo sobrante, sois piadosos,
si de lo necesario, seréis buenos.
 
Debajo del suntuoso artesonado
no habitaran tristezas que os devoran,
y el ángel del reposo regalado
de noche os dará sueños que enamoran.
 
Dios de la luz, de noches y de días,
que pintas el celaje de la aurora,
dios de mis esperanzas y alegrías,
oye mi voz: mi corazón te adora.
 
Concede tu esperanza a mi tormento,
a mi duda tu fe y tus resplandores,
y el bálsamo feliz del sufrimiento,
cuando se multipliquen mis dolores.
 
Tenga tranquilo hogar, pecho sin hieles,
palabras de tu amor, rostro sin ceño
el pan de mi trabajo, amigos fieles,
y de tu santa paz el dulce sueño.