Ir al contenido

Historia V:La Reforma anglicana

De Wikisource, la biblioteca libre.
← Historia V:El calvinismo en Francia


Enrique VIII, rey de Inglaterra (desde 1509), era omnipotente en su reino. Elegía todos los obispos y no les permitía discutir sus órdenes. Había hecho nombrar a su ministro favorito, Wolsey, cardenal y legado del Papa en Inglaterra.

Enrique VIII se alababa de haber estudiado teología. Escribió un tratado refutando a Lutero. El Papa le felicitó y le dió el título de "defensor de la fe".

Rompióse el acuerdo entre el rey y el Papa con motivo de un asunto particular. Enrique se había casado con Catalina de Aragón, tía de Carlos V. Era viuda de su hermano, y se había casado con dispensa del Papa. Se enamoró el rey de una dama joven de su Corte, Ana Bolena, y quiso casarse con ella, para lo que pidió al Papa que anulase su matrimonio con Catalina (1527). El Papa Clemente VII, queriendo contentar a la vez a Carlos V y a Enrique VIII, dió largas al asunto y acabó por declarar que había de verse en Roma.

Enrique se decidió a obrar solo. Reunió en asamblea a los obispos ingleses y les obligó a declarar al rey "único jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra" (1531). Enrique repudió a Catalina, casó secretamente con Ana Bolena (1533) y nombró a un arzobispo que declaró nulo su primer matrimonio. Catalina acudió al Papa, el cual anuló el casamiento de Ana Bolena.



Entonces Enrique rompió definitivamente con el Papa. El Parlamento —que aprobaba entonces todo cuanto el rey le pedía— abolió los impuestos que se pagaban al Papa y declaró que "el obispo de Roma" (el Papa) no tenía ningún poder en Inglaterra. Las apelaciones de los tribunales eclesiásticos ingleses habían de ser juzgadas por los magistrados reales. Una ley, llamada acta de supremacía resolvió que el rey había de ser llamado "jefe superior de la Iglesia de Inglaterra". Era un crimen negarle este título, crimen capital negarse a reconocer a la reina (Ana) y a sus herederos, o llamar al rey hereje o cismático.

Los monjes mendicantes se negaron a reconocer el matrimonio, y algunos de ellos fueron ejecutados. El prior dijo: "No por espíritu de rebeldía desobedezco al rey, sino porque nuestra Santa Madre la Iglesia ha decidido otra cosa de lo que el rey y el Parlamento han ordenado".

El Papa excomulgó a Enrique y desligó a sus súbditos del juramento de fidelidad (1535). Enrique respondió suprimiendo los conventos, empezando por los más pequeños (1536). Los habitantes del Norte de Inglaterra se sublevaron y pidieron el restablecimiento de los conventos y que fuera restaurada la autoridad del Papa. Enrique prometió una amnistía a los sublevados. Cuando estuvieron dispersos, los mandó ejecutar. Luego acusó a los abades de los grandes conventos de haber incitado a la rebelión y los obligó a ceder sus conventos. Todas las tierras de las abadías fueron confiscadas. El clero secular de Inglaterra (obispos y curas) conservó sus tierras, y hoy todavía las disfruta.

Enrique, a pesar de su rompimiento con el Papa, pretendía seguir siendo católico. Hacía decapitar a los católicos como criminales porque no reconocían su autoridad, pero mandaba quemar a los luteranos porque eran herejes. Una ley (1539) ordenó condenar a prisión perpetua al que no admitiera la confesión, la misa y el celibato de los sacerdotes.

Pero, desde que el rey había roto con el Papa, eran numerosos los partidarios de una reforma completa. Los mismos ministros del rey hacían traducir al inglés algunas partes de la misa (1544).

Enrique VIII se había cansado pronto de Ana Bolena y la había hecho decapitar (1536). Había tenido otras cuatro mujeres. La tercera murió, se divorció de la cuarta y a la quinta la mandó cortar la cabeza.

Su sucesor (1547) fué el hijo que había tenido de su tercera mujer, Eduardo VI, que contaba diez años. El tío del joven gobernó en su lugar y se puso de acuerdo con los partidarios de la Reforma. Mandó romper las vidrieras de las iglesias y las imágenes de los santos y suprimió las procesiones. Entonces se escribió una liturgia en inglés, y se permitió casarse a los sacerdotes.

Los partidarios del antiguo culto se sublevaron, y el Gobierno envió contra ellos soldados alemanes e italianos. El joven rey, educado por predicadores protestantes, se declaró favorable al calvinismo. Mandó hacer una nueva liturgia que abolía los usos católicos (1552), y ordenó dar la comunión con pan ordinario, "como el que se come a la mesa". Se hizo una nueva confesión de fe que admitía toda la doctrina de Calvino.



Eduardo murió pronto (1553). Su hermana María, hija de Catalina de Aragón, le sucedió. Era católica y casó con su primo el rey de España, Felipe II. Derogó las leyes de Enrique VIII, reconoció el poder del Papa y restableció las leyes contra los herejes. Los eclesiásticos que habían dirigido la reforma fueron decapitados o perecieron en la hoguera. Inglaterra volvió a ser católica.

María murió pronto sin dejar sucesión (1558), Isabel, hija de Ana Bolena, fué reina. No tenía afición a los calvinistas, pero no podía ponerse de acuerdo con los católicos, que no aceptaban el matrimonio de su madre ni la reconocían como reina legítima. Hizo una reforma que se creía posible aceptaran todos los partidos (véase capítulo VII).

Conservó los obispos con sus poderes y sus tierras. Conservó los crucifijos, los órganos, la sobrepelliz de los sacerdotes católicos. Pero adoptó la liturgia en inglés y la doctrina calvinista. Así se creó la Iglesia anglicana.