Historia VI:Lucha contra la Reforma en los Países Bajos
Había, desde hacía mucho tiempo, luteranos en las ciudades de los Países Bajos. Carlos V había creado un tribunal de la Inquisición y ordenado condenarlos a muerte, quemando en la hoguera a los hombres, enterrando vivas a las mujeres. En el reinado de Felipe II, los calvinistas llegaron a ser numerosos, sobre todo en las ciudades del territorio valón donde se hablaba francés. Empezaron a tener reuniones en las que se cantaban salmos en francés. Felipe dió orden de que fueran ejecutados.
Los jueces católicos del país no se oponían a perseguir a los herejes, pero les parecía cruel condenarlos a muerte. El gobernador de Hainaut decía: "¿En qué pasaje de la Sagrada Escritura se lee que los herejes hayan de ser castigados por el fuego o con pena capital? A los que se conviertan no hay que imponerles pena, y a los obstinados no hay que matarlos, porque pueden convertirse".
Un jurisconsulto belga observaba que los católicos de aquel país no querían asistir a los procesos de los herejes, "pareciéndoles cosa cruel condenar a un hombre por una opinión, aun cuando reprobada".
Parecían también los protestantes demasiado numerosos para poder exterminarlos a todos. Margarita escribió al rey: "Os he dicho ya que se exige para acabar con la herejía arrojar a la hoguera a 50 ó 60.000 personas, y que los gobernadores de las provincias no quieren permitirlo y nos presentan su dimisión".
Los señores enviaron al conde de Egmont a España para pedir al rey que suavizase los edictos contra los herejes. Felipe decía: "Preferiría sufrir mil muertes a soportar que se cambie nada en la religión". Pero, según su costumbre, hizo esperar mucho tiempo la respuesta. Por último, escribió que se aplicasen a la letra los edictos y que se destituyera a cualquier funcionario que los ejecutase con negligencia. Al mismo tiempo, se negó a relevar a los funcionarios extranjeros que regían los Países Bajos (1565).
Los nobles belgas se descontentaron mucho, se quejaban de que el rey no les daba puestos ni grados en el ejército. Tuvieron una gran asamblea y formaron una Junta para lograr que fuera abolida la Inquisición, sin dejar por eso de declararse fieles súbditos del rey. No había entonces ejército en los Países Bajos, y Margarita suplicó al rey que cediera.
Una tropa de 400 nobles armados entró a caballo en Bruselas. Llevaron a Margarita una petición para que suavizara los edictos. Luego celebraron un gran banquete. Al final uno de ellos, Brederode, joven noble arruinado hizo que le llevaran un zurrón, cogió una escudilla de madera llena de vino y la vació gritando: "¡Vivan los mendigos!". Los descontentos tomaron desde entonces el sobrenombre de mendigos, que pasó luego a los insurrectos de los Países Bajos [1].
Alentados los calvinistas se reunieron en el campo. En algunas ciudades la muchedumbre invadió las iglesias y destruyó las imágenes de la Virgen y de los santos. En Amberes fueron desgarrados los encajes de la Virgen y destruidos el órgano y la hostia.
Felipe, exasperado por aquellos sacrilegios, escribió: "No podía tener una pérdida que me causase más disgusto que la menor ofensa a Nuestro Señor y a sus imágenes". Un fraile, que había enviado a los Países Bajos para que le sirviera de espía, le escribió: "Para extirpar el mal, bastará matar 2000 hombres en todos los Países Bajos, si los que gobiernan cuidan de que el mal no retoñe, porque los otros huirán y tratarán de salvar la vida".
Felipe resolvió acabar con los descontentos. Para tranquilizarlos anunció que iba a suavizar los edictos y a conceder amnistía a los culpables. Era un engaño. Al mismo tiempo mandaba escribir un documento secreto. "Aun cuando autorice a la duquesa para conceder el perdón a todos los que están comprometidos en las turbulencias de los Países Bajos, declaro que no me considero comprometido, en modo alguno, por este documento. Esa autorización no la he dado libremente y tengo la firme resolución de castigar a todos los culpables". Encargó a su embajador en Roma que dijera al Papa: "El compromiso de suprimir la Inquisición es nulo, pero tengo interés en que la cosa permanezca secreta. Decid que el castigo de los herejes será el mismo, a pesar de la promesa de modificar los edictos. Antes de sufrir el menor cambio en la religión y el servicio de Dios, preferiría perder todos mis Estados y cien vidas, si las tuviera, porque no concibe mi mente ser señor de los herejes".
Un gran señor español, el duque de Alba, fué desde España a los Países Bajos con un ejército de los mejores soldados españoles, 9000 jinetes y 14000 infantes. No eran aventureros alistados para una campaña, como en los otros Estados se hacía, sino soldados de profesión, hidalgos la mayor parte, y que eran llamados, por sus oficiales, "Señores soldados". El puesto de soldado era como un grado que se tenía en propiedad. Cada soldado llevaba a campaña su mujer y su criado. Brantôme, que los vió pasar, los encontró armados con tanta riqueza que se les habría tomado "más bien por capitanes", y sus mejores tan adornadas que parecían "princesas".
Al llegar a los Países Bajos, los soldados fueron alojados en casa de los habitantes, y se establecieron como dueños, con sus mujeres, tomando todo lo que les convenía y haciéndose servir. Su general escribía: "Están tan acostumbrados al robo que no se toman el trabajo de ocultarse". Nadie intentó resistir y muchas gentes huyeron.
El duque de Alba mandó disponer horcas, y, para llevar las cosas más deprisa, creó un tribunal de doce miembros que había de juzgar sin tener en cuenta las leyes. Se llamó "Tribunal de las revueltas", pero fué apellidado "Tribunal de la Sangre". El duque se negó a poner en el individuos versados en el derecho, porque, decía: "no condenan sino en los casos en que hay pruebas". El duque solo firmaba todas las sentencias. Pero hacía que juzgasen tres españoles. Uno de ellos, Vargas, desterrado de España por un crimen, decía en su latín de cocina: "Heretici fraxerunt templa, boni nil facerunt contra, ergo debent omnes patibulare". A la Universidad de Lovaina, que se quejaba de que se había prendido a unos estudiantes a pesar de los privilegios, respondió: "Non curo vestros privilegios".
En todos los Países Bajos fueron presos a millares los sospechosos de haber tomado parte en las revueltas y los que intentaban huir. Dos grandes señores, los condes de Egmont y de Horne, fueron decapitados en la plaza pública de Bruselas. Varios miles de belgas perecieron decapitados, en la hoguera o ahorcados, y sus bienes sufrieron confiscación (1567-1568). Después de lo cual, el duque de Alba mandó publicar una amnistía de la que se exceptuaba a todos los "sospechosos de haber favorecido la herejía o sostenido a los descontentos" (1570). Habíase hecho tan odioso en Bélgica que nadie le saludaba. Por último, sin pedir el consentimiento de la Asamblea de los Estados, el duque de Alba ordenó cobrar un tributo sobre todas las ventas, Los comerciantes cerraron los establecimientos (1571).
- ↑ Margarita escribió a su hermano que no conocía el significado de la palabra. Se cree que la había empleado primeramente uno de sus adversarios, que había dicho a Margarita, viéndola pasar: "¿Qué, Madama, tendréis miedo de estos mendigos?"