Historia VII:Establecimiento de la monarquía protestante
No quería Isabel a los calvinistas, pero no podía ponerse de acuerdo con los católicos, que no la reconocían como reina legítima. Quiso establecer una forma de religión intermedia entre el calvinismo y el catolicismo, esperando lograr su aceptación a la vez por los partidarios de la Reforma y por los fieles afectos al culto católico.
El Parlamento aprobó primero el Acta de Supremacía. La reina fué declarada «único gobernador supremo del reino en materia eclesiástica lo mismo que en materia temporal». Todos los obispos y los sacerdotes, todos los jueves y los funcionarios, habían de jurar que reconocían el poder de la reina y rechazaban todo poder extraño. Los obispos católicos se negaron a prestar juramento y fueron destituidos. Isabel nombró otros. Un exobispo emigrado volvió a Inglaterra y consagró a un nuevo arzobispo, que, a su vez, consagró nuevos obispos. De esta suerte los prelados ingleses siguieron, como los obispos católicos, unidos a los Apóstoles por una tradición no interrumpida.
Otra ley, el «Acta de uniformidad», estableció un culto obligatorio para todos los ingleses. Se puso de nuevo en vigor la liturgia protestante de tiempos de Eduardo VI, llamada Libro de oraciones públicas (Book of comon prayer), pero con algunas variaciones. Se conservaron algunas formas del culto católico: la sobrepelliz usada por los sacerdotes, el servicio de la mesa de comunión, las genuflexiones, los crucifijos, los órganos.
Los conventos continuaron suprimidos, pero se conservó la misma organización del clero que en la Iglesia católica, los obispos, los capítulos, los curas. Se mantuvieron los tribunales eclesiásticos en que los obispos tenían la facultad de juzgar a los fieles. Isabel habría querido aún suprimir el matrimonio de los clérigos. No lo logró, pero nunca quiso nombrar obispos más que a los que no estaban casados.
Casi todos los eclesiásticos ingleses aceptaron el nuevo régimen. Luego los obispos reunidos en asamblea redactaron la «confesión de fe» conocida con el nombre de los «39 artículos de la Iglesia de Inglaterra». Es, con algunos cambios, la profesión de fe calvinista de Eduardo VI. Así quedó organizada la Iglesia Anglicana.
Todos los súbditos debían practicar exactamente la misma religión, era lo que se llamaba «la uniformidad». Los que se separaban eran llamados «no conformistas» o «disidentistas». Se apellidaba a los católicos «papistas» por que reconocían la supremacía del Papa, o «recusantes» porque se negaban al juramento.
La religión anglicana era obligatoria para todos los súbditos. El que se negaba a asistir al servicio religioso podía ser multado o reducido a prisión. Estaba prohibido predicar o enseñar otra creencia que la de los «39 artículos» y también emplear otra liturgia que la del «Libro de las oraciones». Pero en los primeros tiempos las medidas contra los disidentes y los católicos no fueron aplicadas con rigor. Muchos grandes señores y casi toda la población del Norte de Inglaterra permanecieron católicos.