Historia de Roma (Mommsen)/LibroI:CapII

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​Historia de Roma​ (1854-1856) de Theodor Mommsen
traducción de Alejo García Moreno (1876)
Capítulo II - Primeras inmigraciones en Italia

PRIMERAS INMIGRACIONES EN ITALIA[editar]

LAS PRIMITIVAS RAZAS DE ITALIA[editar]

Ningún relato ni tradición alguna hace mención de las más antiguas inmigraciones de la especie humana en Italia. Aquí, lo mismo que en todas partes, creía la antigüedad que los primeros habitantes habían salido del suelo. Dejemos a los naturalistas el cargo de decidir, por medio de su ciencia, el origen de las diversas razas y sus relaciones físicas con los climas por donde atravesaron. No interesa a la historia ni puede, aunque quisiera, averiguar si la población primitiva de un país fue autóctona o si procedía de otra parte. Lo que sí debe procurar averiguar son, por decirlo así, las capas sucesivas de pueblos que se han superpuesto en aquel suelo. Solo de este modo, y remontándose todo lo posible por el curso de los primitivos tiempos, podrá confirmar las etapas de toda civilización desde que salió de su cuna para recorrer su camino de progreso, y asistir al aniquilamiento de las razas mal dotadas o incultas bajo el aluvión de las marcadas con el sello de un genio más elevado.

La Italia es muy pobre en monumentos de la época primitiva y en esto se diferencia notablemente de otras regiones, ilustres por el mismo concepto. Según las investigaciones de los anticuarios alemanes, la Inglaterra, la Francia, la Alemania del Norte y la Escandinavia debieron de ser ocupadas, antes de las inmigraciones de los pueblos indogermánicos, por un brazo de la rama tchud[1] un pueblo tal vez nómada que vivía de la caza y de la pesca, que fabricaba los instrumentos de que hacía uso con piedra, hueso y arcilla, que se adornaba además con dientes de animales o con dijes de ámbar, y que ignoraba la agricultura y el trabajo de los metales. También en la India las inmigraciones indogermánicas encontraron delante de sí una población de color moreno y poco accesible a la cultura. Pero en vano buscaréis en Italia los vestigios de una nación autóctona desposeída de su antigua morada, aun cuando se encuentren restos de los lapones y los fineses en las regiones célticas y germánicas, y de las razas negras en las montañas de la India. Tampoco encontraréis allí los restos de una nación primitiva extinguida, esos esqueletos de rara conformación, esas tumbas o grutas llenas de despojos de esa especie de banquetes pertenecientes a la edad de piedra de la antigüedad germánica. Nada ha venido hasta ahora a despertar la creencia de que haya existido en Italia alguna raza anterior a la época de la agricultura y del trabajo de los metales. Si realmente ha habido alguna vez en este país una familia humana perteneciente a la época primitiva de la civilización, aquella en que el hombre vivía aún en estado salvaje, esta familia no ha dejado huella ni testimonio alguno de sí, por pequeño que fuera.

Las razas humanas o los pueblos que pertenecen a un tipo individual constituyen los elementos de la historia de la más remota antigüedad. Entre los que más tarde se encuentran en Italia, están los helenos, por un lado, que han venido evidentemente por inmigración, y los brucios y los sabinos, por otro, que proceden de una desnacionalización anterior. Fuera de estos dos grupos entrevemos un cierto número de pueblos, de cuyas inmigraciones nada nos dice la historia pero que reconocemos a priori como inmigrados, y que seguramente han sufrido en su nacionalidad primitiva una profunda modificación a raíz de influencias exteriores. ¿Cuál ha sido esta nacionalidad? Corresponde a la ciencia revelarlo. Tarea imposible, por otra parte, y de la que debería desesperarse si no tuviésemos por guía otras indicaciones más que el hacinamiento confuso de los nombres de pueblos y las vagas tradiciones que se llaman históricas, tomadas de las áridas investigaciones de algunos ilustrados viajeros y de las leyendas sin valor, coleccionadas convencionalmente y con frecuencia contrarias al verdadero sentido de la tradición y de la historia. Solo nos queda una fuente de donde podemos sacar algunos documentos, parciales sin duda, pero auténticos por lo menos: nos referimos a los idiomas primitivos de las poblaciones establecidas en el suelo de la Italia antes de los tiempos históricos. Formados al mismo tiempo que la nación a la que pertenecían, estos idiomas llevaban perfectamente grabado el sello del progreso y de la vida para que no fuera borrado nunca totalmente por otras civilizaciones posteriores. De todas las lenguas italianas solo hay una que nos es completamente conocida, pero quedan bastantes restos de las otras para proporcionar a la ciencia útilísimos elementos. Con el favor de estos datos, el historiador distingue todavía las afinidades y diferencias que existían entre los pueblos itálicos, y hasta el grado de parentesco de sus idiomas y razas. La filología nos enseña que han existido en Italia tres razas primitivas: los yapigas, los etruscos y los italiotas (este es el nombre que damos al tercer grupo); que se dividen a su vez en dos grandes ramas: una habla una lengua que se aproxima al idioma latino, mientras que la otra se aproxima al dialecto de los umbríos, marsos, volscos y samnitas.


YAPIGAS[editar]

Las yapigas en la extremidad sudeste de la Italia, en la península mesapiana o calabresa, se han encontrado numerosas inscripciones escritas en una lengua enteramente particular, y que ha desaparecido por completo:[2] restos indudables del idioma yapiga, que según afirma la tradición era completamente extraño a la lengua de los latinos y de los samnitas. Además, si hemos de creer en otras huellas muy frecuentes y en otras indicaciones que no carecen de verosimilitud, la raza y la lengua de este pueblo florecieron también primitivamente en la Apulia. Sabemos bastante de los yapigas como para distinguirlos exactamente de los demás italiotas; ¿pero cuál sería el lugar de su nacionalidad o de su lengua en la familia humana? Esto es lo que no podemos afirmar. Las inscripciones a ellos referentes no han sido todavía descifradas, ni probablemente lo serán nunca. Su idioma, sin embargo, parece remontarse hacia la fuente indogermánica; prueba de ello son las formas de sus genitivos aihi e ihi, correspondientes al asya del sánscrito, al oio del griego. Otros indicios, por ejemplo el uso de las consonantes aspiradas y la completa ausencia de las letras m y t en las terminaciones, establecen una gran diferencia entre el dialecto yapiga y las lenguas latinas y lo aproximan, por el contrario, a los dialectos helénicos. Este parentesco parece estar acreditado además por otros dos hechos: por una parte, se leen con frecuencia en las inscripciones los nombres de las divinidades pertenecientes a la Grecia, y, por otra, mientras que el elemento italiota ha resistido tenazmente las influencias helénicas, los yapigas, por el contrario, las han recibido con una facilidad sorprendente. En tiempos de Timeo, hacia el año 400 de la fundación de Roma (año 350 a.C.), la Apulia es descrita todavía como una tierra bárbara. En el siglo VI (año 150 a.C.), sin ninguna colonización directa de los griegos, vino a ser casi completamente griega, y el rudo pueblo mesapiano deja entrever también las señales de una transformación parecida. Creemos, por otra parte, que la ciencia debe limitar provisionalmente sus conclusiones a esta especie de parentesco general o afinidad colectiva entre los yapigas y los griegos. De cualquier modo, sería temerario afirmar que la lengua de los yapigas no ha sido más que un idioma rudo perteneciente a la raza helénica. Convendrá, sin embargo, suspender todo juicio hasta que se descubran documentos más concluyentes y seguros.[3] Este vacío nos causa, después de todo, poca pena: cuando la historia abre sus páginas, vemos ya a esta raza semiextinguida descender para siempre a la tumba del olvido. La ausencia de tenacidad y la fácil fusión con otras naciones es el carácter propio de los yapigas. Si a esto se une la posición geográfica de su país, hallaremos verosímil la idea de que han sido, sin duda, los más antiguos inmigrantes o los autóctonos históricos de la península. Es indudable que las primeras emigraciones de los pueblos se verificaron por tierra; la misma Italia, con sus extensas costas, no hubiera sido accesible por mar sino a navegantes hábiles, como no puede suponerse que los hubiera entonces. Sabemos que aun en los tiempos de Homero era completamente ignorada por los helenos. Los primeros inmigrantes debieron, pues, venir por el Apenino, y así como el geólogo sabe leer todas sus revoluciones en las capas de sus montañas, así también el crítico puede sostener que las razas arrojadas al extremo meridional de la Italia fueron sus más antiguos habitantes. Tal es la situación de los yapigas, los cuales ocupan, cuando la historia los encuentra, la extremidad sudeste de la península.

ITALIOTAS[editar]

En lo que respecta a la Italia central, se remonte cuanto quiera la tradición, se la encuentra habitada por dos pueblos, o, mejor dicho, por dos grupos de un mismo pueblo, cuyo lugar en la gran familia indogermánica se determina mejor que el de los yapigas. Este pueblo es el que llamaremos italiano por excelencia: sobre él se funda esencialmente la grandeza histórica de la península. Se divide en dos ramas: la de los latinos y la de los umbríos, con sus ramales los marsos y los samnitas, y las poblaciones que han salido de estos últimos después de los tiempos históricos. El análisis de sus idiomas demuestra que no formaron en un principio más que un solo anillo en la cadena de los indogermanos, de los que se separaron muy tarde para ir a constituir en otros países el sistema único y distinto de su nacionalidad. Se nota primeramente en su alfabeto la consonante aspirada especial f, que poseen en común con los etruscos, y por la que se distinguen de las razas helénicas, helenicobárbaras, así como también de las que hablan el sánscrito. En cambio, son desconocidas en un principio las aspiradas propiamente dichas, al paso que los griegos y los etruscos hacen uso de ellas constantemente, y no retroceden, sobre todo estos últimos, ante los sonidos más ásperos y rudos. Solamente los italianos las reemplazan por uno de sus elementos: ya por la consonante media, ya por la aspiración simple f o h. Las aspiradas más suaves, los sonidos s, v, j, de las que los griegos se abstienen siempre que les es posible, se conservan en las lenguas itálicas casi sin alteración y muchas veces hasta reciben cierto desarrollo. Tienen además en común con algunos idiomas griegos y con el etrusco que acortan el acento y llegan de este modo algunas veces hasta destruir las desinencias. Pero en este camino van menos lejos que el segundo y más que los primeros. Si esta ley de eliminación de las desinencias finales se observa desmedidamente entre los umbríos, no debe por esto decirse que este exceso sea un resultado propio de su lengua, sino que procede quizá de influencias etruscas más recientes, que se han dejado sentir también, aunque más débilmente, en Roma. Por esta razón, en las lenguas itálicas se han suprimido además de una manera regular las vocales breves que había al final de las palabras, y las vocales largas desaparecen también frecuentemente. En cuanto a las consonantes, mientras que en el latín y en el samnita persisten en su lugar, el umbrío las elimina. Además, la voz media del verbo apenas ha dejado vestigios en los idiomas itálicos: se ha suplido por una forma pasiva enteramente particular terminada en r. La mayor parte de los tiempos se han formado con las raíces es y fu agregadas a la palabra principal; mientras que los griegos, merced a su aumento y a la riqueza de sus terminaciones vocales, han podido prescindir casi siempre de los verbos auxiliares. Los dialectos itálicos no usan el número dual, como tampoco lo usaba el eolio; en cambio usan siempre el ablativo que los griegos han perdido, y algunas veces el locativo. Con su lógica recta y exacta rechazan en la noción de lo múltiple la distinción del dual y del plural propiamente dichos, aunque conservan, por otra parte y con cuidado, todas las relaciones de las palabras según las inflexiones de la frase. Finalmente notamos en el itálico una forma enteramente particular, desconocida hasta en el sánscrito, la del gerundio y el supino: ninguna lengua ha llevado hasta este punto la transformación del verbo en sustantivo.

RELACIONES ENTRE LOS ITALIOTAS Y LOS GRIEGOS[editar]

Estos ejemplos, sacados de entre una porción de fenómenos idénticos, demuestran la individualidad perfectamente determinada del idioma itálico, comparado con cualquier otra lengua indogermánica. Muestran que, por el lenguaje, los italiotas tienen un parentesco próximo con los helenos, así como también geográficamente son sus vecinos: puede decirse que son dos pueblos hermanos. Su afinidad va por el contrario alejándose de los celtas, germanos y eslavos. Esta unidad primitiva de las razas y de los idiomas griegos e itálicos parece, por otra parte, haber sido conocida claramente desde muy antiguo por ambas naciones. Hallamos entre los romanos el antiguo vocablo de origen incierto graius o graicus para designar a los helenos, y entre los griegos, por una designación análoga, el término ώπίκος se aplica a todas las razas latinas o samnitas conocidas por ellos, excepto los yapigas y los etruscos.

RELACIONES ENTRE LOS LATINOS Y LOS UMBRIOSAMNITAS[editar]

El latín se distingue a su vez, en el sistema itálico, de los dialectos umbriosamnitas. De estos no conocemos nosotros más que dos idiomas, el umbrio y el samnita u osco, y aún es muy vacilante y lleno de lagunas el conocimiento que de ellos tenemos. En cuanto a los demás, o bien no se nos ha transmitido de ellos más que restos insignificantes y no nos es posible confirmar su individualidad o asignarles una clasificación cualquiera con alguna segundad o exactitud, como sucede con el volsco y el marso, o bien se han perdido por completo, excepto algunas leves huellas de idiotismos conservados en el latín provincial, como acontece con el sabino. Bastará afirmar con toda certeza, apoyándose en hechos históricos y filológicos, que todos ellos han pertenecido al grupo umbriosamnita y que este, a su vez, aunque más inmediato al latín que al griego, tenía su carácter y su genio completamente particulares. En los pronombres y aun en otras partes de la oración pone el umbriosamnita la p donde el romano emplea la q (por ejemplo: pis en vez de quis), fenómeno que se encuentra en todas las lenguas hermanas y que se han separado muy tarde. Así es también como la p céltica del bajo bretón y del galo se sustituye con la k; en el galaico y en el irlandés. El sistema de vocales ofrece también sus particularidades. Los dialectos latinos, principalmente los del norte, alteran los diptongos, que permanecen casi completos en los dialectos del sur: el romano debilita en las vocales compuestas la fundamental, aunque la conserva en toda su fuerza en otras partes. No lo imitan en esto los demás idiomas de su familia. En estos, el genitivo de los nombres terminados en a termina en as, lo mismo que entre los griegos, mientras que en Roma termina en œ la declinación regular. Los nombres en us terminan su genitivo en eis entre los samnitas, en es entre los umbrios y en ei entre los romanos. Entre estos cae poco a poco en desuso el locativo, mientras que continúa en pleno vigor en los demás dialectos itálicos; por último, solo el latín tiene el dativo de plural en bus. La terminación en um del infinitivo umbriosamnita es completamente extraña a los romanos; y mientras los óseos y los umbrios forman, lo mismo que los griegos, su futuro por medio de la raíz es (her-est, en griego λέγσω), parece que los romanos lo abandonan completamente y lo sustituyen por el optativo del verbo simple fuo, o por sus formaciones análogas (ama-bo). Algunas veces también, por ejemplo, para las desinencias de los casos solo existe diversidad en los dialectos cuando estos se han desarrollado en su propio camino; en un principio todos concuerdan. Afirmémoslo de una vez: la lengua itálica tiene su lugar completamente independiente al lado de la lengua helénica. Después, en su mismo seno, el latín y el umbriosamnita se relacionan mutuamente como el jonio y el dorio, y por último, el osco, el umbrio y los dialectos análogos son entre sí lo que los dialectos dorios de la Sicilia y de Esparta.

Todas estas formaciones de idiomas han sido el producto y son los testimonios de un gran hecho histórico. Conducen, en efecto, a afirmar con toda certeza que en una época dada salió de la región, madre común de los pueblos y de las lenguas, una gran raza que comprendía a los antepasados de los griegos y de los italianos; que, en otra época determinada se separaron ambos pueblos; después, que se subdividieron estos últimos en italianos orientales y occidentales, y, finalmente, que el ramal oriental produjo por un lado los umbríos, y por otro los oscos. ¿Dónde y cuándo tuvieron lugar estas separaciones? Esto es lo que no dicen las lenguas. La crítica más sagaz intenta apenas presentir en esto revoluciones cuyo curso no puede seguir; las primeras de las cuales se remontan, sin ningún género de duda, a tiempos muy anteriores a la gran emigración que hizo trasponer los collados del Apenino a los antepasados de los italianos. La filología, sana y prudentemente estudiada, nos da a conocer con bastante exactitud a qué grado de cultura habían llegado estos pueblos en el momento mismo en que dejaron a sus hermanos y nos hace asistir de este modo a los principios de la historia, que no es más que el cuadro progresivo de la civilización humana. El lenguaje es, en efecto, la imagen verdadera y el fiel intérprete de los progresos realizados en tales épocas; es el depositario de los secretos de las revoluciones verificadas en las artes y en las costumbres; es, en fin, el archivo perenne a donde irá el porvenir a buscar la ciencia, cuando se haya desvanecido por completo la tradición directa de los pasados tiempos.

CIVILIZACIÓN INDOGERMÁNICA[editar]

Los pueblos indogermánicos formaban un solo cuerpo y hablaban todavía una misma lengua cuando ya se habían elevado a un cierto grado de civilización, y su vocabulario, cuya riqueza estaba en relación con sus progresos, formaba un tesoro común en donde todos bebían con arreglo a leyes precisas y constantes. No solo hallamos en él la expresión de las ideas simples, del ser, de la acción, de la percepción de las relaciones (sum, do, pater); es decir, el eco de las primeras impresiones que el mundo exterior trae al pensamiento del hombre, sino que encontramos en él también un gran número de palabras que implican cierta cultura, así por las radicales mismas como por las formas que les ha dado el uso. Estas palabras pertenecen a toda la raza, y son anteriores tanto a lo que se ha tomado del exterior como a los efectos del desenvolvimiento simultáneo de los idiomas secundarios. Así es como en esta época tan remota se nos muestran los progresos de la vida pastoral de estos pueblos a través de nombres invariables que sirven para designar los animales domesticados: el gaus del sánscrito es el βονς de los griegos y el bos de los latinos. Encontramos en el sánscrito la palabra ovis, correspondiente a la latina avis y a la griega όïς, y por el mismo orden tenemos además las palabras comparadas: acvas, equus e ίππος; hansas, anser y χήν; atis, anas y νήσσα. Así también las palabras latinas: pecus, sus, porcus, taurus y canis son puramente sánscritas. Por consiguiente, la raza a quien se debe la fortuna moral de la humanidad desde los tiempos de Homero hasta nuestra era ya había pasado la primera edad de la vida civilizada, la época de la caza y de la pesca; había dejado de ser nómada y adquirido costumbres sedentarias y una cultura más adelantada. No puede asegurarse del mismo modo que hubiese ya comenzado en aquella época la agricultura. La lengua parece demostrar lo contrario. Los nombres grecolatinos de los cereales no se encuentran en el sánscrito, a no ser el griego ζεία, y el sánscrito yavas, que significan la cebada entre los indios, y el espelta (triticum spelta) entre los griegos. No se deduce en absoluto de esta notable concordancia en los nombres de los animales por un lado, y de la diferencia completa en los de las plantas útiles por otro, que la raza indoeuropea no poseyera los elementos de una agricultura común. Las emigraciones y la aclimatación de las plantas son, en efecto, mucho más difíciles que las de los animales en los tiempos primitivos, pues el cultivo del arroz entre los indios, el del trigo y el espelta entre los griegos y romanos, y el del centeno y la avena entre los germanos pueden muy bien referirse a un conjunto de conocimientos prácticos que perteneciesen en su origen a la raza madre. El hecho de que los griegos y los indios dieran el mismo nombre a una gramínea solo indica, por otra parte, que antes de la separación estos pueblos ya recogían y comían el trigo y el espelta silvestre que crecía en las llanuras de la Mesopotamia, pero no prueba que lo hubiesen cultivado.[4] No resolvamos nada temeraria ni precipitadamente, sino que procuremos notar cierto número de palabras también tomadas del sánscrito y que, en su acepción general al menos, indican una cultura bastante adelantada. Tales son: agras, la llanura, la campiña; kurnu, a la letra, lo triturado, lo molido; aritram, el timón o el buque; venas, lo agradable, y principalmente la bebida agradable. No cabe duda acerca de la antigüedad de estas palabras, pero su sentido especial no ha sido aún reconocido: todavía no significan el campo cultivado (ager), el grano para moler (granum), el instrumento que surca el suelo como la nave surca las olas (aratrum) ni el jugo de la uva (vinum). Solo después de la dispersión de los pueblos es cuando recibieron estas palabras su acepción definitiva, de aquí la diferencia que acusará esta en las diversas naciones: el kûrnu del sánscrito designará ya el grano para moler, ya la misma piedra que muele (quairnus en gótico; girnos en lituanio). Tengamos, pues, por cosa verosímil que el pueblo indogermánico primitivo no ha conocido la agricultura propiamente dicha, o, si ha sabido algo de ella, no ha desempeñado más que un papel insignificante en su civilización. No ha sido en verdad para este pueblo lo que fue más tarde para Roma y para Grecia; de otro modo, su lengua hubiera conservado huellas más profundas. Pero los indogermanos ya se habían construido chozas y casas: dam-as (latín domus, griego δόμος), vecas (latín vicus, griego οίκος), dvaras (latín fores, griego θνρα). También habían construido bajeles de remos, por eso tienen la palabra naus (latín navis, griego νανς) para designar la embarcación y la palabra aritran (griego έρετμόν, latín remus, trimus) para designar el remo, y conocían el uso de los carros: uncían los animales como bestias de tiro y de carrera. El akshas del sánscrito (eje y carro) corresponde exactamente al latín axis y al griego άξων, άμαξα; al yugo se lo denomina en sánscrito yugam (en latín jugum, en griego ζυγόν). El vestido se designa en sánscrito, en griego y en latín de la misma manera: vastra, vestis y εοθής. Sib en sánscrito y suo en latín significan coser, del mismo modo que nah en sánscrito, neo en latín y νήθω en griego. Todas las lenguas indogermánicas ofrecen estos mismos puntos de comparación. El arte de tejer no existía quizá todavía, o por lo menos no hay pruebas de su existencia.[5] Pero los indogermánicos conocían el uso del fuego para la cocción de los alimentos y la sal para sazonar los manjares, y trabajaban, por fin, los primeros metales que utilizó el hombre para proporcionarse utensilios y adornos. El cobre (œs), la plata (argentum) y quizás el oro tienen sus denominaciones especiales en sánscrito; estas no han podido nacer en estos pueblos hasta que aprendieron a separar y emplear los minerales. Por último, la palabra sánscrita asis (latín ensis) indica ya el uso de armas de metal.

El edificio de la civilización indoeuropea reposa sobre la base de nociones y costumbres también contemporáneas de estas épocas primitivas. Tales son las relaciones establecidas entre el hombre y la mujer, la clasificación de los sexos, el sacerdocio del padre de familia, la ausencia de una casta sacerdotal exclusiva o de castas separadas, la esclavitud en el estado de institución legal, los días legales y públicos y la distinción entre la luna nueva y la luna llena. En cuanto a la organización positiva de la ciudad y la división del poder entre la monarquía y los ciudadanos, y en cuanto a la preeminencia de la familia real y las familias nobles, aun al lado de la igualdad absoluta perteneciente a todos, son hechos más recientes en todos los países.

La ciencia y la religión conservan también la huella de la antigua comunidad de su origen. Hasta el ciento, tienen los números el mismo nombre (sánscrito catam, eka-catam, latín centum, griego έκατόν); la luna toma su nombre del hecho de servir para medir el tiempo (mensis). La noción de la divinidad (sánscrito devos; latín deus; griego θεός), las concepciones religiosas más antiguas y hasta las imágenes de los fenómenos naturales se encuentran ya en el vocabulario común de estos pueblos. El cielo es para ellos el padre de los seres; la tierra es su madre. El cortejo solemne de los dioses, que montados en carros se trasladan de un lugar a otro por vías cuidadosamente conservadas, y la vida de las almas en el imperio de las sombras después de la muerte son también creencias o concepciones que se encuentran en la India, en Grecia y en Italia. El nombre de los dioses es con frecuencia el mismo en las orillas del Ganges, del Tíber y del Iliso. El Ονρανός griego es el Arunas de los indios; el Djauspita de los Vedas corresponde al Ζενς, Jovis pater o Diespiter. Esta creación de la mitología griega fue un enigma hasta que el estudio de los antiguos dogmas de la India vino a arrojar sobre ella una luz inesperada. Las antiguas y misteriosas figuras de las Erinnias no son hijas de la poesía griega; han salido del fondo del Oriente con la muchedumbre de los emigrantes. El perro divino Sarami, que guarda para el Soberano del Cielo los dorados rebaños de estrellas y de rayos solares, que guía las nubes cargadas de lluvia, las vacas celestiales a los establos en donde se las ordeña, que conduce, en fin, a los muertos piadosos al mundo de los bienaventurados, se transforma entre los griegos en hijo de Sarama, Sarameyas (el Hermeyas o Hermes). ¿Y no es aquí donde podría encontrarse la llave de la leyenda del robo de los bueyes del Sol y quizá también la de la leyenda latina de Baco, y en la que hasta podría verse un vago recuerdo poético y simbólico del naturalismo de la India?

CIVILIZACIÓN GRECOITÁLICA[editar]

Cuanto acabamos de decir respecto de la civilización indoeuropea antes de la separación de los pueblos pertenece más bien a la historia universal del mundo antiguo; pero el objeto mismo de este libro nos impone la tarea de averiguar muy particularmente a qué grado de cultura habían llegado las naciones grecoitálicas cuando se separaron unas de otras. Estudio seguramente importante y que, tomando la civilización italiana desde su origen, fija al mismo tiempo el punto de partida de la historia nacional de la península.

AGRICULTURA[editar]

VIDA DOMÉSTICA[editar]

LOS ITALIANOS Y LOS GRIEGOS: SUS CARACTERES OPUESTOS[editar]

LA FAMILIA Y EL ESTADO[editar]

RELIGIÓN[editar]

EL ARTE[editar]

Notas del Libro Primero - Capítulo II[editar]

  1. O perteneciente a la gran familia boreal llamada Ugriana, y procedente de las estepas europeoasiáticas del norte. Véase Maury, La tierra y el hombre, París, 1857, pág. 381.
  2. Citamos dos inscripciones puestas sobre dos tumbas, a fin de dar una idea de este idioma, al menos para el oído: "Theotoras artah iaihi bennarrihino" y "Dazihonas platorrihi bollihi".
  3. Se ha llegado hasta a admitir la existencia de cierta afinidad entre el idioma de los yapigas y el albanés moderno, pero los puntos de comparación en que se apoya esta doctrina son poquísimos y no muy significativos. Si esta afinidad de raza hubiera sido alguna vez reconocida; si, por otra parte, los albaneses, que como los helenos y los italiotas pertenecen a la raza indogermánica, no fueran más que un resto de esos antiguos pueblos helenobárbaros de los que tantas huellas se encuentran en toda la Grecia, y sobre todo en la región del Norte, sería necesario concluir de aquí que las razas antehelénicas debían ser también clasificadas entre las preitálicas, sin que por esto hubiera de afirmarse que los yapigas vinieron a Italia por el mar Adriático.
  4. Al noreste de Anah, en la orilla derecha del Eufrates, crecían el trigo, la cebada y la espelta silvestres (Alf. de Candolle, Geografía política razonada, tomo II, pág. 934). El trigo y la cebada indígenas de la Mesopotamia son también mencionados por el historiador Beroso (v. Jorge el Sinc., edición de Bonn, pág. 50).
  5. Se ha querido referir las palabras vico, vimen, del latín, a una raíz primitiva que sería también la de la palabra weven (en alemán tejer) y sus semejantes, pero las primeras tenían, como mucho, antes de la separación de los grupos helénico e itálico la significación general de trenzar, solo más tarde se le habrá dado por el movimiento separado de los idiomas en cada país el sentido especial referente al tejido. Por antiguo que sea no llega el cultivo del lino a los tiempos primitivos. Si los indios han conocido esta planta, no han hecho jamás otra cosa, ni hacen en la actualidad, más que extraer su aceite. En cuanto al cáñamo, lo han cultivado los latinos aún más tarde que el lino; por lo menos, su expresión canabis tiene todo el aspecto de una introducción muy reciente.