Historia de las Indias (Tomo I)/Libro I/Cap. I

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LIBRO PRIMERO.

CAPÍTULO PRIMERO.


En este capítulo se toca la creacion del cielo y de la tierra.—Como Dios la concedió, con todas las criaturas inferiores, al señorío del hombre.—Como este señorío se amenguó por el pecado.—El discurso que tuvieron los hombres para se derramar por las tierras.—Cuán singular cuidado tiene de los hombres la Providencia divina.—Como Dios mueve y inclina los hombres á las cosas que determina hacer aquello para que los toma por ministros.—Como tiene sus tiempos y sazon determinados para el llamamiento y salud de sus predestinados.—Como nadie debe murmurar por qué ántes ó por qué despues llamó á unas y dejó á otras naciones, y cómo siempre acostumbró enviar el remedio de las almas, cuando más corruptas y más inficionadas en pecados y más olvidadas parecia que estaban del divino favor, puesto que nunca dejó, por diversas vías con sus influencias generales, de socorrer en todos los tiempos y estados á todos los hombres del mundo.


En el principio, ántes que otra cosa hiciese, Dios, sumo y poderoso Señor, crió de nada el cielo y la tierra, segun que la Escritura divina da testimonio, cuya autoridad sobrepuja toda la sotileza y altura del ingenio de los hombres: el cielo, conviene á saber, el empíreo, cuerpo purísimo, subtilísimo, resplandeciente de admirable claridad, el fundamento del mundo, de todas las cosas visibles contentivo ó comprensivo, Corte y palacio Real, morada suavísima y habitacion amenísima, sobre todas deleitable, de sus ciudadanos los espíritus angélicos, á los cuales claramente manifiesta su gloria, porque aunque en todo lugar esté por esencia, presencia y potencia, empero, más familiarmente en el cielo se dice tener su silla Imperial, porque allí muy más principalmente relucen los rayos de su divino resplandor, las obras de su omnipotencia, virtud y bondad, la refulgencia gloriosa de su jocundísima y beatífica hermosura pulchérrima y copiosísimamente manifestando, de la cual, David, en espíritu y divina contemplacion colocado, admirándose clamaba: «¡Cuán amables, Señor, de las virtudes son tus palacios; deséalos mi ánima y deseando desfallece considerándolos!» por cierto, harto mayor felicidad sería y será la morada en ellos de un dia que la de mil en las posadas, por ricas que fuesen, de los pecadores. Empero, de la tierra, de la cual nosotros, de tierra terrenos, más noticias que de los cielos, por vista corporal alcanzamos, queriendo escribir, porque della, la razon de las causas ya en el prólogo recontadas, induce á tractar, sabemos por la misma autoridad sagrada y porque ansí la experiencia lo enseña, haberla concedido el larguísimo Criador en posesion á los hijos de los hombres, con el señorío é imperio de toda la universidad de las criaturas que no fuesen á su imágen y semejanza constituidas; aunque despues la inobediencia y caida de nuestros padres primeros, en pena y castigo de tan nefaria culpa, porque al precepto divino fueron inobedientes, contra el tal señorío, que segun la órden de naturaleza les era debido, todas le sean rebeldes, como la ferocidad y rebelion y molestias que á veces della padecemos nos lo testifican. La cual, primero (la tierra digo) en la primera edad del mundo, del primer hombre, y despues del diluvio en la segunda, de los ocho que el arca libró, multiplicado y extendido ó derramado el linaje humano, cumpliendo el segundo natural divino mandado, fué llena y ocupada de sus moradores, y tanto sucesivamente en sus remotas partes de los hombres más frecuentadas, cuanto segun su crecimiento y propagacion ella ménos capaz por la multitud de la gente y de los ganados se les hacia; y por este camino la longura y diuturnidad de los tiempos, desparciendo y alejando por las regiones distantes los linajes y parentelas, no solamente fué causa de grandes y muchas y diversas naciones, más aún tambien, con el cognoscimiento de tal manera negó la memoria que los que, de pocos, en número infinito habian procedido, ya fuesen hechos del todo tan extraños que ni ellos ni sus habitaciones se creyesen ser en el mundo. Pero creciendo cada dia más y más la humana industria, curiosidad y tambien la malicia, é ocurriendo eso mismo á la vida frecuencia de necesidades ó de evitar males, ó buscando el reposo de adquirir bienes, huyendo peligros, ansí como en las conmutaciones ó trueques y tratos que reinos con reinos, provincias con provincias, ciudades con ciudades, por mar y por tierra, llevando de lo que abundan y trayendo de lo que carecen, suelen tener, se colige; ó tambien usando del natural refugio, la fuerza con fuerza resistiendo á los agraviantes y buscando largura para se extender y distancia para estar seguros, fué necesario abrirse las puertas que la oscuridad del olvido y neblina de la antigüedad cerradas tenia, descubriendo lo ignoto y buscando noticia de lo que no se sabia. Y puesto que aqueste discurso parece haber sido el camino de los hombres por el cual gentes á gentes se han manifestado, porque estas pueden, suelen ser y son las causas que por natura mueven los apetitos, adejadas sus propias patrias en las ajenas ser peregrinos, pero más con verdad creer y afirmar converná que aquel que crió y formó el Universo, que con suavidad todas las cosas criadas gobierna y dispone, y todo para utilidad y salud del fin por quien todas las hizo, que es el hombre, con el cuidado que con su universal providencia de su perfeccion, no solamente en lo que toca al espíritu, pero aún á lo que concierne lo humano y temporal, siempre tiene, levanta é inclina y despierta los corazones á que pongan en obra lo que él, para la nobilísima y suma perfeccion y total hermosura de la universidad de las criaturas (que en la diferencia y variedad y compostura y órden de sus repartidas bondades consiste), tiene, desde ántes que hubiese siglos, en su mente divina proveido; y porque los hombres, como no sean la más vil parte del universo, ántes nobilísimas criaturas, y para quien toda (como se ha tocado) la otra máquina mundial ordenó, por una especial y más excelente manera de la divinal providencia, y, si se puede sufrir decirse, de principal intento sean dirigidos á su fin, y para hinchimiento y perfecta medida del número de los escogidos, poblacion copiosa de aquella santa ciudad y moradas eternas, reino con firmeza seguro de todas las gentes y de todas las lenguas y de todos los lugares, los ciudadanos della se hayan de coger, ni ántes mucho tiempo, ni despues muchos años, sino el dia é la hora que desde ántes que algo criase, con infalible consejo y con justo juicio lo tiene dispuesto; entónces se saben y entónces parecen y entónces las ocultas naciones son descubiertas y son sabidas, cuando es ya llegado, cuando es ya cumplido y cuando á su ser perfecto (puesto que á unas más tarde y á otras más presto llega el punto) llega el tiempo de las misericordias divinas; porque á cada partida y á cada generacion, segun que al sapientísimo distribuidor de los verdaderos bienes (segun la cualidad y division de las edades del humano linaje) ordenarlo ha placido, el dia y la hora de su llamamiento está dispuesto, en el cual oigan y tambien reciban la gracia cristiana que aún no recibieron, cuya noticia con inscrutable secreto y eterno misterio su divina bondad y recta justicia, no en los siglos pasados ansí como en los que estaban por venir, quiso se difundiese. Ni por esto á la humana flaqueza en manera alguna, de la alteza de las causas de esta misterial discrecion, temerariamente juzgar ni disputar se permite, como quiera que sin alcanzar ó escudriñar (que no debe lo quél quiso que fuese secreto) el por qué ansí lo hace ó por qué ansí lo quiso, no puede, asaz le debe bastar creer y saber quién es el que ansí lo dispone, cuya alteza de riquezas y sabiduría á la humana presuncion son investigables. Porque como sea la vía universal, conviene á saber, la religion cristiana, por la divina miseracion á la universidad de las gentes concedida, para que, dejadas las sendas ó sectas de la infidelidad que cada una por propias tenia, que á sus seguidores y observadores al eterno destierro y miseria infinita llevaban, por camino seguro y real al reino sin par donde todos son reyes y el Rey de los Reyes los tiene por reino, fuesen guiados, y la masa de los hombres, por la corrupcion del primer pecado, toda quedase tan cruel y dañosamente llagada, corrupta é inficionada, que ser dejada en la mano de su consejo, para entradas sus vías torcidas más experimentar la graveza de aquel delicto primero y su flaqueza y miseria, y para el bien imposibilidad, mereciese; de aquí es, que si la noticia desta vía, sólo por misericordia concedida, no á todas las gentes por igual ni al principio de los tiempos de cada una, sino que á unos ya vino y les fué mostrada, y á otros ha de mostrarse y ha de venir, al benignísimo y larguísimo autor de los bienes no plugo manifestarla, que justamente con el abismo de sus justos juicios lo hizo, y que ni pudo, ni se debe, ni alguno podrá con razon decir: ¿por qué agora? ¿ó por qué tarde? ¿ó por qué despues? porque el consejo de quien la invia no es por humano ingenio penetrable, y porque para más cumplida y más clara manifestacion de su benignísima y dulcísima gracia, en la dispusicion de la salud de las gentes, escogia los tiempos de su conversion y cuando más en tinieblas y en sombra de la muerte por la muchedumbre de sus iniquidades y viciosas costumbres moraban, y los príncipes de la escuridad entre ellos y sobre ellos mayor señorío alcanzaban, para que tanto más se conosciese abundar la gracia cuanto menor era el merecimiento, y ansí pareciese mayor y más robusta y válida la mano y el poder más maravilloso, que, de tan duros ánimos, de tan tenebrosos entendimientos, de tan empedernidas y opresas voluntades, de tan enemigos corazones, volvia y hacia pueblo escogido, justo, fiel y cristiano, ansí, pues, por el mismo camino, ansí con la misma misericordia, ansí con su inconmutable é inefable sabiduría, el dia y la hora que lo tenia ordenado se hobo con estas naciones, tanto más anegadas en ignorancia y en los defectos que sin Dios á ella se siguen, cuanto los tiempos y edad del mundo más propincua es á su fin, y ellas más alejadas de la rectitud de su principio y Hacedor por más luengos tiempos, por su propia culpa merecieron ser olvidadas. Aunque á estas, ansí como á todas las otras, nunca aquella medida general de la superna y divinal ayuda, que siempre á todos los hombres para poderse ayudar fué concedida, les fué denegada; la cual, puesto que más estrecha y más oculta, bastó, empero, como á él ordenarlo plugo, y á algunos por remedio y á todos por testimonio, para que evidentísimamente constase que los que sin parte fuesen de la gracia, de su culpa fuesen redargüidos; y en los que esta lumbre resplandeciese, no en sus merecimientos sino en la benignidad del Señor tan benigno, sola y precisamente se gloriasen.