Historia de los perfumes

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Historia de los perfumes (marzo 1902)
de Joaquín Olmedilla y Puig
Nota: «Historia de los perfumes» (marzo de 1902) La España Moderna, año XIV, nº 159, pp. 139-155.
HISTORIA DE LOS PERFUMES
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Importancia del asunto.—Etimología de la palabra perfume.—Los primeros que se usaron.—Uso de los perfumes por los antiguos pueblos de Asia, África, Grecia y Roma.— El perfume relacionado con la memoria.—Personajes célebres que usaban determinados perfumes.— El arte y los perfumes.—Discusiones respecto á la naturaleza y propagación de estos cuerpos.—Los perfumes en Egipto.—Los que empleaban los Judíos.—Los que fabricaban los Romanos.—Fama de los países de Oriente por su afición á los perfumes.—Las Cruzadas y los perfumes.—Afición que á estos cuerpos mostraba Carlo Magno.—Uso de los perfumes como medicamentos.—Su importancia en los siglos xvi y xvii.— El perfume es á la mujer lo que el rocío á las flores.—Los perfumes en la época de la Revolución francesa.—Condiciones del arte del perfumista en todas las épocas.—La historia de los perfumes está enlazada con la historia de la química.


I

 Pocos serán los asuntos concernientes á la historia de los objetos que se manejan á la continua, que igualen en interés, al de conocer el origen de los perfumes y esencias, con que no sólo se recrea el sentido del olfato, sino que forman un capítulo de las obras de Higiene, no pocas páginas de los libros de medicina, extensos tratados de química orgánica y de química industrial, sirviendo de base á la dirección de grandes fábricas donde se ocupan multitud de obreros, para satisfacer las copiosas demandas de los productos que elaboran; publicaciones múltiples, y en todos conceptos, una cuestión siempre simpática y de actualidad, cualquiera que sea el aspecto desde que se considere.
 Sólo indicaremos la historia de los perfumes de una manera general y sucinta, cual conjunto de noticias salientes, pues el descubrimiento de nuevas sustancias ha ido produciendo un contingente mayor en el número de cuerpos conocidos, con la denominación verdadera de perfumes; y ha sido, por tanto, mayor la extensión dada á esta palabra y más lejanas las fronteras que circunscriben tan vasto campo, por cuyo motivo únicamente se exponen datos que sean aplicables á todas las sustancias comprendidas en esta denominación, sin referirse á determinados cuerpos.
 Derivada la palabra perfume de las dos latinas per (por) y fumus, (humo,) emanación, olor aromático, más ó menos fuerte, sutil y suave, exhalado por cualquier sustancia, principalmente por las flores, fue conocido ya su empleo desde antigüedad remota. El Oriente, y sobre todo Arabia, ha sido la región donde se fabricaron y produjeron primero; de tal suerte, que se ha considerado como el país de los perfumes.
 La denominación se ha concretado por algunos á la sustancia aromática, que por la acción del calor exhala un humo de fragancia extraordinaria y delicado aroma. Tal es, por ejemplo, el estoraque, el incienso, el ámbar y el benjuí; de los que dijo el poeta Polo de Medina:

«Para el famoso Leandro,

No el charco de los atunes,
Sino el estrecho que guarda

De Pancaya los perfumes.»

 El día que se ocurrió al hombre la idea de mejorar las condiciones exteriores de su cuerpo, fue cuando empezó á usar los primeros perfumes. Dio brillo y flexibilidad á sus cabellos untándolos con aceite, al mismo tiempo que los adornaba con diademas de plumas, del mismo modo que adornaba sus orejas, nariz, brazos y piernas con brazaletes, conchas, espinas de peces, etc.
 Los atractivos del aroma, no hay que dudarlo, fueron instintivos en el hombre. El perfume de la flor; el olor de las plantas agradables; el ambiente aromatizado por la esencia, fueron desde luego preferidos y siempre afectos á la especie humana en todas épocas, por lo cual hay que buscar el origen de los perfumes en las primeras sociedades humanas, que procuraban proporcionarse este recreo por cuantos medios les era fácil.
 En tiempo de Moisés ya se usaban varios perfumes, como el incienso, mirra y nardo, conocidos de los hebreos. Los egipcios se valían de aromas, principalmente para embalsamarlos cadáveres y honrar á la divinidad, y las damas egipcias llevaban siempre consigo numerosos saquitos perfumados.
 La afición á los perfumes penetró en Roma en la época de la molicie, y en tiempo de los Emperadores llegó el lujo en este concepto á un grado inconcebible, en términos que algunos, como la esencia de nardo entre otros, se pagaban á peso de oro, y los romanos fueron hábiles perfumistas.
 Los antiguos, no sólo consideraban los perfumes como homenaje á los dioses, sino también como seguro indicio de su presencia. Las divinidades manifestaban su proximidad esparciendo en derredor de ellas un olor de ambrosía.
 Los antiguos pueblos de Asia, África, Grecia y Roma usaron con gran profusión los perfumes. En los alimentos y bebidas, en las fiestas que celebraban á Baco y al Amor, en los baños, en los vestidos, en las bodas y hasta en los funerales, esparcían olores suaves y gratos. Puede decirse que nacían, vivían y morían perfumados.
 Los sacerdotes de Memphis quemaban aromas tres veces al día en honor del sol. Al despuntar la aurora, el jazmín; al medio día, la mirra, y al ocaso del sol, otro perfume que no ha consignado la tradición, pero que se sabe se componía de diez y seis ingredientes y se llamaba kuplis. Los discípulos de Zoroastro ponían seis veces al día perfume en el altar donde se guardaba el fuego sagrado.
 Las iglesias de Oriente consumían cada año 6.400 libras de perfumes.
 Durante seis meses consecutivos se estuvieron quemando perfumes alrededor de los sepulcros de Agamenón y de Hipólito, en la Argólida.
 Artemisa, Reina de Focia, gastaba enormes sumas en los perfumes que se quemaban en el suntuoso sepulcro que erigió á su esposo el Rey Mausoleo.
 En los funerales de Syla se quemaron doscientos veinte carros de perfumes.
 Los vapores de los perfumes obscurecieron la atmósfera en ia entrada de Marco Antonio, en Alejandría, donde le esperaba Cleopatra.

II

 Desde época bastante remota, el perfume, si bien se admitía y aun añadía atractivos y encantos á la mujer, era censurable y no se toleraba en los hombres, juzgando con severidad á quienes lo usaban y tachándolos de afeminados y poco serios. Así es que ya se consigna en las obras antiguas el adagio de Male olet qui bene olet; bene olet qui nihil olet (mal huele quien bien huele; bien huele el que á nada huele).
 Los perfumes revelan en general cierto lujo y bienestar en los pueblos que los emplean con alguna profusión. Trátase de objetos que entran en la categoría de lo que se denomina supérfluo, aun cuando en ocasiones constituyan parte muy esencial de la vida, cuando se emplean como medicamentos ó entran en los dominios de la higiene. Pero de todas suertes, el interés por conocer sus vicisitudes está fuera de discusión, por formar parte de la historia general de la humanidad.
 El recuerdo de un perfume constituye siempre una memoria grata, por lo cual muchas veces han podido servir los aromas hasta de medio nemotécnico para recordar ideas, y por eso ha de haber ofrecido interés en todas épocas, así como también determinados pueblos han tenido particular estima por algunos perfumes y ha constituido su nota característica, por lo cual revela la historia de los perfumes muchas ideas que forman parte de la historia general de la humanidad y están envueltas en sus accidentes y alternativas y siguen las vicisitudes á que las ha conducido el oleaje de los acontecimientos.
 Se ha dicho, por tanto, que son los perfumes grandes auxiliares de la memoria. En efecto, si se olvida una persona ó un objeto, puede recordárnoslo el perfume que exhalaba. Mujeres célebres han usado esencias de perenne recuerdo. Así, Mad. La Valliere empleaba la violeta; Diana de Poitiers, el nardo; Gabriela de Estrées, el lirio; Mad. Recamier, la verbena; Ana de Austria, el jazmín.
 Se citan también determinados perfumes preferidos ó rechazados por personajes célebres. Gretvy se perfumaba con rosas. La Princesa de Lamballe no podía resistir el olor de las violetas. Para Luis XIV no había nada comparable con el azahar. En la época del Directorio se puso de moda el ámbar. La Emperatriz Josefina llenaba de almizcle su tocador. Napoleón I se lavaba diariamente con una agua de Colonia especial, lo que no se oponía á que tuviera gran afición al olor de la pólvora.
 Muchos pueblos han tenido en diferentes épocas, predilección especial por determinado aroma, lo cual les ha caracterizado y ha sido también motivo de que se cultiven en las referidas localidades plantas cuyas flores producían esencias olorosas, siempre de gran estima, para la preparación de cuerpos cuyo principal atractivo era el suave y delicado perfume que en su derredor se esparcía.
 Víctor Hugo decía con poética frase que, al abrirse las flores, sus perfumes se dirigían al cielo, como dignos de elevarse á la gloria, por su perfección y apreciables cualidades. De aquí también que se recuerden por algunos las conocidas frases: el perfume de la oración, y también, «los justos elogios son el perfume que sirve para embalsamará los muertos», que Voltaire consignó en algunas de sus obras; así como las no menos bellas de Sainte Beuve, cuando dice que «la literatura puede llamarse la flor y el perfume del alma»; y de Alfonso Karr, «la dicha esparce suavísimo perfume en derredor de nuestra vida».
 El arte, como es natural, ha estado casi siempre en armónico consorcio con los perfumes. Su historia está enlazada con las manifestaciones artísticas. Objetos de lujo y de agrado, los aromas han de ser más estimados á medida que se les presente con los adornos y atavíos que prestan los esplendores de la belleza artística. Parece que una esencia es más fragante y halagadora cuando está rodeada de objetos en los cuales el buen gusto ha impreso sus atractivas huellas. Es una ley estética que no puede transgredirse, y en efecto, las esencias parece que son más gratas en un salón espléndido y lujoso que en un albergue tétrico y sucio.
 Se ha discutido mucho respecto á la naturaleza del perfume: si el olor que un cuerpo desprendía era sencillamente un gas imperceptible y ponderable, ó era sencillamente una acción dinámica ejercida sobre el nervio olfatorio, á la manera que la luz actúa sobre la retina y el sonido sobre el oído. El ejemplo que se cita en física al hablar de la divisibilidad de los cuerpos, cuando se refiere que el almizcle esparce y difunde á grandes distancias su suave y gratísimo aroma por espacio de mucho tiempo sin experimentar pérdida en su peso, á cuyo propósito se refiere que un pacientísimo investigador demostró que una vejiga de almizcle, expuesta por veinticuatro horas en un espacio de 30 metros de radio, produjo 57 millones de partículas, sin que pudiera apreciarse disminución de su peso, parece probar que no hay un desprendimiento de materia del cuerpo que produce el aroma. Sin embargo, las esencias en contacto con el aire se evaporan, y por tanto, pierden de su peso, y llegan á desaparecer si la evaporación de la masa es total.
 Se ha ideado por algunos la hipótesis de considerar los olores como resultado de vibraciones que afectan el sistema nervioso, cual los colores el sentido de la vista. Son, pues, los matices del olfato centinela avanzado del organismo, cuya misión es darnos aviso de lo que nos conviene ó perjudica, para que lo aceptemos ó rechacemos, ptíes los cuerpos que exhalan repugnantes olores son generalmente inaceptables ante la higiene y repelidos con perfecta justicia por el ser viviente.
 De eso se deduce que es permitido suponer que algunos cuerpos tienen la propiedad de emitir ondas olorosas, á la manera que las facetas de un diamante proyectan ondas de luz que destellan brillantísimos colores, y las vibraciones de la armónica cuerda del piano ó del harpa producen ondas sonoras que encantan nuestros oídos, con esas composiciones que han inmortalizado los genios del arte.
 Estas ondas olorosas se transportan y viajan á grandes distancias con rapidez maravillosa; así es que los viajeros que navegan en los mares del trópico refieren haberlas encontrado en sus peregrinaciones, y se cita de algunos exploradores célebres que les sirvieron de guía eficaz en sus descubrimientos.
 Se menciona que á Cristóbal Colón fue uno de los signos que le hicieron sospechar la proximidad de la tierra habitada el olor grato y especial que percibiera.
 En efecto; algunos olores de gran intensidad, substancias y plantas que exhalan perfumes especiales, se aprecian desde lejanas distancias y sirven para revelar la existencia de cuerpos determinados. El mismo almizclero que lleva esa substancia de tanta estima se denuncia á los cazadores por el olor que les sirve de seguro guía para encontrarlo en sus excursiones. Otros aromas se citan de igual intensidad y eficacia, para descubrir objetos de gran interés en su hallazgo.
 Es, en efecto, el perfume, muchas veces, algo que no se puede pesar ni medir, pero que lo aprecia con perfecta posesión uno de nuestros sentidos, como se ven en el lejano espacio los purpurinos arreboles de la aurora, siendo semejante aquella fiesta de colores á lo que el olfato puede apreciar cuando se siente impresionado de un modo grato con aromas embriagadores que le halagan y recrean.
 El abuso de los perfumes es perjudicial y la higiene no puede menos de prohibirlo. Además, el uso constante de un olor habitúa de tal suerte al sentido del olfato, que concluye por no percibirlo.
 Los fabricantes de olores y los perfumistas no aprecian la fragancia de los aromas con la exactitud que las personas no acostumbradas á tenerlos á su alcance.
 De todos modos, son estimulantes cerebrales, activan la circulación y pueden también considerarse como antisépticos y desinfectantes. Los egipcios en el embalsamamiento de sus cadáveres se fundaban en este último principio.
 La fantasía, como acontece en todo lo referente á la historia de los asuntos humanos, llena algunas páginas de la historia de los perfumes. Plinio refiere, de un pueblo de la India, que sólo se alimentaba con los aromas gratísimos que percibía. Pedro de Apolonia aconseja á los ancianos, para prolongar su existencia, respirar una mezcla de azafrán y castóreo en el vino. Bacón habla de un hombre que podía ayunar muchos días, rodeándose de yerbas aromáticas. Otros autores refieren hechos análogos, en los cuales la fábula y la imaginación ocupan preferente puesto, pero que prueban, sin embargo, el interés que siempre ha tenido este asunto.
 La importancia histórica de los perfumes en medicina es de gran interés. Hipócrates se valió de su influencia para expulsar la peste de Atenas, después que fracasaron otros médicos empleados con dicho objeto.
 En Egipto sirvieron los aromas primeramente en el culto religioso. Ya hemos dicho que los sacerdotes de Heliópolis ofrecían diariamente á su dios tres clases de aromas. Sobre todo, en las procesiones religiosas empleaban los egipcios un lujo de perfumes, los cuales se preparaban en locales adecuados, dispuestos en los grandes templos.
 Del culto de los dioses pasó el uso de los perfumes á rendir un tributo de consideración á loa muenrtos, cuyós cuerpos fueron embalsamados. No tardaron después los perfumes en pasar á las costumbres de la vida usual, sirviendo en el tocado de las señoras y en el lujo de las grandes fiestas.
 Refieren de Cleopatra los historiadores griegos y romanos que era extraordinaria la pasión de las mujeres egipcias por los perfumes. El Egipto tuvo fama de preparar los más delicados y aromáticos de tal modo, que los suministraba al resto del mundo.
 Los hebreos tomaron del Egipto el uso de los perfumes y Jehová mandó construir á Moisés un altar de perfumes, que debía ser de madera, cubierto de oro puro, de forma cuadrada y dispuesto de modo que pudiera transportarse.
 Sólo el gran sacerdote podía ofrecer estos perfumes, y se impusieron severísimas penas á los contraventores. Figuraban también los perfumes en las purificaciones de las mujeres, que, según la ley, debían durar un año entero; seis meses con aceite de mirra y otros seis con otros procedimientos. Así es como Ester se preparó á presentarse al Rey Asnero, y Judit recurrió á los mismos medios cuando quiso atraer y seducir á Holofernes. Los principales perfumes empleados por los judíos eran el nardo, incienso, mirra, azafrán, caña olorosa y leño áloes. Celebridad histórica adquirió la mujer que derramó un vaso de precioso ungüento en la cabeza de Jesús, así como María Magdalena perfumando sus pies y enjugándolos con sus cabellos.
 Los salones de los banquetes se rodeaban de flores, y en las mesas quemaban suaves resinas en ricos pebeteros. Cuando entraban los convidados, varios esclavos a quienes estaba encomendada esa tarea, vertían sobre su cabeza ricas esencias y ponían en su cuello aromática guirnalda formada de varias olorosas flores, entre las que se hallaba el azafrán. Así fue recibido Agesilao, pero él rehusó flores y perfumes, lo cual le hizo pasar por un desatento y grosero.

III

 Los Reyes asiáticos hicieron gran uso de los perfumes; los prodigaban en sus palacios y en los templos de los dioses. Sardanápalo sufrió grandes quemaduras en una pira de leños aromáticos. Babilonia fue durante mucho tiempo el emporio de los aromas del mundo entero. Recibía las substancias de la India y del Golfo Pérsico, las gomas olorosas de Arabia y los bálsamos preciosos de Judea. En el Museo británico se observan muchos vasos de vidrio y de alabastro destinados á contener los ungüentos y perfumes. Cuando se apoderaron de los tesoros y muebles de Darío, después de la batalla de Arbelles, se encontró una caja llena de ricos perfumes, que el conquistador mandó arrojar á los vientos.
 En tiempo de Homero eran muy conocidos los perfumes; de tal suerte, que los cita á cada momento. Hesiodo los recomienda para el culto divino. Entre los griegos, hace la perfumería un papel muy principal en la medicina. En vano Solom prohibió la venta de los perfumes, y Sócrates rechazó á los que los usaban, pues nada pudo triunfar del gusto de los atenienses y de sus campañas en pro de los perfumes.
 Los romanos heredaron las riquezas del mundo griego y asiático, y heredaron también sus costumbres afeminadas. En la época del Imperio, la afición á los perfumes constituyó un verdadero furor. Las más preciosas esencias se derramaban en forma de fina lluvia sobre laS cabezas de miles de espectadores que asistían a las fiestas del Circo, y les servía para mitigar las molestias qué les producían ios ardores del sol. Todo se perfumaba, hasta los caballos y los perros, y las insignias militares el día de la batalla. Nerón consumió en los funerales de Popea, más incienso que pudiera producir la Arabia en diez años. Algunos perfumes que usaban las matronas romanas, costaban una cantidad equivalente á 800 francos el kilogramo de la moneda actual.
 Los países de Oriente han tenido siempre fama por su afición á los perfumes, y los dos que han estimado más han sido el almizcle y la rosa.
 En el paraíso de Mahoma, suponían que el pavimento debía ser de almizcle, y las huríes de ojos negros contenían también el más puro almizcle. Refiere Evia Effendi, que en Kara-Amed, capital de Diarbekir, existe una mezquita llamada Iparir, construida mezclando los materiales con gran cantidad de almizcle, y como este aroma es tan persistente, está siempre impregnada la atmósfera. La mezquita de Zobeida, en Tauris, se ha construido igualmente con almizcle, y exhala olor fuertísimo, que se exalta cuando el sol baña sus derruídos muros.
 La esencia de rosas es el perfume más usado en Oriente: con ella lavan é impregnan las paredes de las mezquitas, los baños que sirven para sus abluciones, la arrojan también en el harem, y la proyectan en las ropas del extranjero como señal de bienvenida. En Turquía, al pie de los montes Balkanes, se fabrican las nueve décimas partes de la esencia de rosa que consume el mundo entero. Se vende allí, próximamente, á 1.200 francos el kilogramo. El comercio de los perfumes es tan importante en Constantinopla, que se dedica á este objeto una galería entera del Gran Bazar. Allí están reunidos en amontonado desorden, los dorados y artísticos frascos de esencia de rosas, las pastas y cosméticos indígenas, Ias pastillas de almizcle y ámbar, los rosarios de sándalo y de coco, los pebetes perfumados, las bolas de metal cincelado que las odaliscas unen á sus pies para rodarlas por los elegantes tapices en sus largas estancias en el harem.
 En la Europa moderna se emplearon los perfumes exclusivamente como en los antiguos tiempos, para el culto religioso. El humo del incienso se mezcla en los altares con el de la cera y el aceite de las lámparas.
 Los Cruzados fueron los que introdujeron su empleo en la vida doméstica, llevando á la dama de sus pensamientos, objeto de sus galanteos é imagen adorada de sus ensueños, los delicados y preciosos aromas recogidos en Oriente. Entonces empezaron á usarse los baños de agua de rosas, y encerraban los perfumes en artísticos vasos de cristal ó metálicos, que afectaban caprichosas y variadas formas.
 Carlo Magno, después de sus victorias, dícese que gustaba descansar de las fatigas en su palacio, perfectamente aromatizado con las más ricas y gratas esencias. Así es, que el que llevó el dictado de Grande y llenó el mundo con su fama, no sólo por sus conquistas, sino por su cultura y protección á las letras y por haber dado á conocer un Código que ha sido citado como modelo, merece también una mención en este sitio por tener entre sus aficiones la de agradarle los perfumes.
 Los griegos usaron los perfumes, no sólo para el tocador, sino con objeto terapéutico. Los templos de Esculapio y de Venus contenían muchas recetas de fabricación de medicamentos, de los que formaban parte aromas. La más celebrada de todas las flores era la rosa, y se consigna que una doncella ateniense recuperó su perdida belleza aplicándose al rostro una porción de rosas, y después fue la esposa de Ciro. Anacreonte cantó esta flor en sus versos.
 Los romanos también fueron muy aficionados á los aromas como medicinas, y los médicos árabes prescribían con frecuencia á sus enfermos el uso de perfumes.
 Plinio trata de los aromas y consigna centenares de remedios extraídos de las flores. Los indios, malayos y chinos, desde hace muchos siglos, emplearon flores, hojas y raíces aromáticas, como útiles remedios.
 Los negros de la Jamaica curan todavía sus dolores de cabeza con flores y hojas aromáticas de varias plantas.
 En Inglaterra, desde tiempos remotos, se hacían guirnaldas de romero para colocarlas en la cabeza, con objeto de aliviar el dolor.
 La ruda, llamada por el gran poeta Shakspeare yerba de gracia, se consideró de mucha utilidad para evitar el contagio.
 El ámbar era el olor predilecto en los siglos xvi y xvii, y se llegó á censurar el abuso que del mismo y otros perfumes enérgicos se hacía.
 Los refinamientos del lujo han aumentado el número de perfumes y, por tanto, se ha perfeccionado su fabricación con los progresos de la química.
 En la célebre tragicomedia de Calixto y Melibea, impresa en los comienzos del siglo xvi, se ponen en boca de la madre Celestina animadas descripciones de cosméticos, perfumes y panaceas.
 Catalina de Médicis fue quien generalizó en Francia el uso de los perfumes. De Italia tomó después Francia muchos, que vulgarizó sobremanera.
 En el reinado de Luis XV la moda de los perfumes llegó á ser una verdadera epidemia, y en la corte, la rigidez de la etiqueta prescribía el uso de distinto perfume cada día, en términos que Versalles fue conocida con el significativo nombre de corte perfumada. Los gastos de madame Pompadour en perfumes, se elevaron á veces hasta 500.000 francos por año sólo para este artículo.
 Se dice que los perfumes son á la mujer lo que el rocío á las flores, el canto á las aves y las estrellas al cielo. Es el mejor de sus atavíos y adornos, y lo que complementa y perfecciona su belleza. Pero la elección del aroma es también de gran importancia, para que resulte un atractivo y nó desmerezca lo que se trata de enaltecer y hermosear.
 Las primeras damas que añadieron á los encantos de la hermosura y la elegancia el atractivo de loa perfumes fueron las Reinas y Princesas, á las cuales siguieron las señoras de la aristocracia, y poco después se generalizó á la clase media y aun á las más modestas.
 Las grandes señoras de la Edad Media, después de comer se lavaban las manos y la boca con agua de rosas. A veces, en las fiestas y regocijos públicos se erigían fuentes, de las que brotaba agua de azahar.

IV

 En la época de la Revolución francesa sufrió la perfumería el contratiempo de todos los objetos propios del lujo, aunque después, cuando el Directorio, volvió á adquirir casi su antigua importancia, gracias á Josefina Beauharrais, que era frenética adoradora de los perfumes. Desde entonces el uso de los perfumes siguió una progresión constante, en relación con el lujo, que se desarrolló de una manera extraordinaria. Pero de todas suertes base perfeccionado el gusto en este particular, pues el almizcle y el civeto, tan en boga en los siglos xvi y xvii, han ido paulatinamente cayendo en desuso, para ser sustituidos por otros aromas de mejores condiciones.
 Las flores exhalan perfumes en todos los climas; en las regiones cálidas desprenden aromas más abundantes, y las de los países fríos son en menor cantidad, pero de fragancia más delicada.
 El arte del perfumista consiste en la buena elección y conveniente mezcla de los diversos aromas, para preparar las aguas, esencias, extractos y líquidos, ya para el pañuelo, ya también para aromatizar las ropas, el cabello y los diversos objetos que nos rodean, muy variable, según el gusto de los consumidores, y sujeta, por tanto, á los caprichos y veleidades de la moda. Al frente de todas las aguas perfumadas está la clásica y antigua Agua de Colonia, que consiste en una disolución en alcohol de diferentes esencias. Después vienen los llamados vinagres de tocador, y es de muy lejana fecha el llamado de los cuatro ladrones.
 De todos modos, la proporción de las esencias en las flores es muy pequeña, hasta el extremo de que las dificultades y gastos necesarios para extraerlas hacen que su precio sea exorbitante.
 Los perfeccionamientos de la química han suministrado medios para obtenerlas con relativa facilidad.
 A las esencias es á lo que deben las flores, las hojas y las raíces el olor que exhalan. Muchas existen ya formadas y otras se producen en virtud de reacciones químicas y fermentaciones especiales. El olor de las plantas no reside en todas, en los mismos órganos. Hay algunas, como el lirio y el espicanardo, que se hallan en las raíces (ó para hablar con más propiedad rizones); otras en el leño, como el cedro y el sándalo; en las hojas, la menta, la salvia, el patchoulí; en la flor, la rosa, la violeta, el jazmín, el nardo; en la semilla, el haba tunka, y en la corteza, la canela. Algunas, como la naranja, encierrantres esencias: una en la hoja, otra en las flores, y otra en la corteza del fruto.
 No es posible, ni pertinente del caso, enumerar todas las partes vegetales que producen aromas. Bastará citar, además de las indicadas, entre las flores, la lila, el heliotropo, la reseda, la magnolia y la madreselva; entre las hojas, el cayeput; geranio, espliego, yerbabuena, mirto, tomillo y romero; en los frutos, la bergamota, limón, el anís y la vainilla; en las maderas, el alcanfor y el guayaco; en las cortezas, la cascarilla y las resinas en los productos llamados benjuí, mirra, bálsamo del Perú y de Tolú, etc.
 Siendo el estudio de los perfumes del dominio de la química, claro está que han de haberse reflejado en el mismo todos los progresos y perfecciones que dicha ciencia ha realizado, como fruto de sus múltiples y portentosos trabajos de laboratorio y de investigación. Así es que las esencias se consideran por los químicos, ya como hidrocarburos, como éteres, alcoholes, aldehidos, ácidos, etc., según su diversa naturaleza y su variada función. No hemos de penetrar en ese terreno puramente técnico, porque el objeto de este artículo es tan sólo histórico, y en cuanto se relaciona con las ideas de interés social.
 Pero, de todas suertes, cabe á la química la misión de haber contribuido con sus estudios á la perfección en el conocimiento y elaboración de los perfumes, facilitando los medios para obtenerlos.
 La química ha logrado asimismo producir esencias en sus laboratorios sin el concurso de la naturaleza, y los trabajos sintéticos en este sentido son de gran estima. Así es que, oxidando la salicina, por medio de una mezcla de bicromato potásico y ácido sulfúrico, se obtiene una esencia igual á la gratísima que producen las flores de la reina de los prados. Hay también otras, preparadas artificialmente, como la esencia de peras, de manzanas y de moras, en que se imitan con bastante perfección las que producen los vegetales.
 Su estudio, en el actual estado de la ciencia, es de un interés fundamental, pues pueden considerarse las esencias como núcleos de los que se derivan multitud de cuerpos, y las fórmulas químicas de algunas tienen gran complicación, como puede apreciarse en las obras técnicas que del asunto se ocupan, habiendo algunas que encierran datos de grandísimo valor ante los progresos de la química orgánica. Pero el objeto de este artículo, como indica su enunciado, es de índole muy diversa, y no es posible entrar en ese terreno, pues sólo nos referimos á la historia, y á esos horizontes es á los que se ha procurado limitar (aunque compendiosamente) la extensión de estas líneas.
 Hay en ese aroma que la flor exhala y en el grato ambiente que tanto subyuga nuestros sentidos al respirar un perfume, un mundo de ideas que la ciencia ha condensado y donde no se sabe qué admirar más, si la pericia operatoria del práctico que ha obtenido con perfecta pureza las esencias productoras de aquel olor, ó el inmenso talento del químico que formula en ecuaciones y en convencionales símbolos toda la arquitectura de los componentes de aquel cuerpo, como si sorprendiera el crítico momento en que se ha producido, cual resultado de los trabajos de la química de la vida de las plantas.

 Lo expuesto puede, pues, considerarse como una brevísima síntesis de cuanto se refiere á la historia de los perfumes en conjunto, pues lo que atañe á cada una de las substancias á que puede asignarse este nombre, constituye multitud de capítulos que no es fácil reunir en un solo estudio, ni tampoco lo consiente la heterogeneidad de los cuerpos comprendidos en la denominación expresada.


      JOAQUÍN OLMEDILLA Y PUIG.
      Académico de número de la Real de Medicina
      y correspondiente de la de la Historia.