Ideal Andaluz: Ideal de España

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Ideal Andaluz de Blas Infante
Ideal de España

Ideal de España

España, en el pugilato de las naciones, no hace pesar su potencia creadora. El triunfo de la civilización moderna no es español. No son los ecos poderosos de la voz de España los que vibran en el grito de victoria que afirma sobre el planeta sojuzgado el avance de la especie. Sin embargo, la ausencia de España se nota en el concurso civilizador.

Esa victoria necesita ser saturada con la sublime esencia de un idealismo caballeroso. España se desangró de un rudo batallar de siglos, tras los fantasmas desvanecidos de un ideal equivocado. A pesar de las cien derrotas, viven en el fondo del alma española un ansia perenne de robusta idealidad. Del aliento de esa alma necesita la civilización; como necesita el equilibrio que supone la vida mundial, del término necesario de un idealismo inquebrante. Tal vez por esto, por ese instinto conservador del bien, que al hacernos sufrir ante las grandezas caídas nos habla de la necesidad de la Virtud de la Grandeza, las naciones contemplan el resurgir de España con respeto y simpatía.

He aquí la razón de la inmortalidad de nuestra raza. No sólo damos al mundo Quijotes locos. También podemos ofrendar al Ideal Quijotes cuerdos. España es la patria de Alonso Quijano; pero también lo es de los Rodrigo Díaz. La civilización, el concierto de las naciones tiene necesidad de un pueblo que encarne el espíritu de un Cid, nivelado un grado menos de aquel que alcanza la locura sublime, a veces trágica, cómica a veces, pero siempre excelsa del Ideal. Falta un espíritu de abnegación y justicia que combata por Amor, y que, lejos de absorber en ajenos jugos la constancia y los alientos precisos para sus grandes empresas, prodigue en estas, sin cesar, las energías inagotables del Tesoro de su fe. Por esto es preciso que España no muera: por esto es necesario que el Cid vuelva a cabalgar: pero no para ganar batallas campales, sino para vencer en la Gran Batalla de lo porvenir, donde todas las naciones contienden. En la Gran Batalla por el Progreso.

El ideal de España está, pues, en arribar al pugilato manteniendo entre las naciones, con fuerzas bastantes para sellar con su triunfo la realización del Ideal Humano. En esta fórmula, se comprenden un Ideal próximo y otro remoto, medio y fin que habrá de practicar o perecer.

Hay que igualarse en la fuerza a las naciones que contienden; y téngase presente que la fuerza, cuando se habla del Ideal, es la fuerza de la cultural Moral y Física, es la fuerza de la Civilización; no la fuerza bruta subordinada a aquella fuerza, y de la cual, ésta, debe valerse como instrumento, para barrenar obstáculos históricos, que, sólo por este medio, son conmovibles. Únicamente en este sentido puede admitirse que es preciso europeizar a España: en que hay que elevar su nivel de cultura, su nivel de civilización, a la altura de las primeras naciones del mundo. Pero sólo en la intensidad, no en la cualidad. Esta ha de ser obra exclusiva de nuestra raza; como lo será también el alzarse sobre ese nivel y rebasarle, para conseguir el triunfo sobre todas las demás naciones. El proceso denominado de europeización ha de circunscribirse a dotar a España de la civilización de Europa (o por mejor decir, de los pueblos más civilizados del mundo, pues ya la hegemonía escapa de manos de Europa), pero sólo en lo que aquella civilización tiene de Universal; es decir, en cuanto suponga elementos de fuerza indispensables para la realización del Ideal Humano. El genio que ha de desarrollar e impulsar esa fuerza, cualificándola en los matices de creaciones originales, ese lo tenemos nosotros. Importarlo de fuera, equivaldría a la anulación, a la muerte por indignidad; a negar la misión histórica, substantiva e independiente de nuestra raza; o, lo que es lo mismo, a desconocer los fueros de su personalidad creadora. El genio español es el sagrado depósito que nos ha sido confiado por la Naturaleza y la Historia como acicate de nuestra vida, vinculada en la santa aspiración de desplegar su gloria en la hora suprema del triunfo definitivo; y este triunfo no será nuestro si en vez de ostentar en la lucha el carácter de factores activos y originales, renunciamos a nuestra propia personalidad y nos convertimos en instrumentos de las inspiraciones de un alma extranjera.