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Ideal Andaluz: Ideal humano. Su génesis. Sus factores. Su modo de actuación

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Ideal Andaluz
de Blas Infante
Ideal humano. Su génesis. Sus factores. Su modo de actuación

Ideal humano. Su génesis. Sus factores. Su modo de actuación

Así la Ley que en la esencia de todo lo que es, alienta, imprimió a cada uno y a todos los seres que constituyen el Universo; un movimiento dirigido hacia las avanzadas de la Vida. En la Tierra, la representa el hombre, que es la vida en llegando a la consciencia y a la libertad. Cuando el ser se conoció libre[1]fue hombre; y desde entonces es hijo, principalmente [2], de sus propias obras. Porque la libertad es la unción con que la Ley consagró su soberanía. Pero llega el hombre a conocer la razón de la libertad (poder crear o luchar, por libre amor), y cuando ya no presiente, sino que penetra, la razón de su destino creador (perfeccionar la creación, continuando la Obra), corre hacia él, aceptándolo, con gratitud a la Creación que lo produjo, y por amor, a su propia dignidad que a crear le empuja; y a la perfección en que la actividad creadora de la vida se revela, ofreciéndole visiones y goces parciales, como vislumbres de la Obra en el Fin. Y entonces, con respecto a los seres [3] engrandecidos por razón de aquel conocimiento, ya no se precisa de la religión del Temor. Ellos, por consciente amor, se conducen y crean. Se conocen a sí mismos, como alientos soberanos de la vida universal; como la resultante libre, por ser perfecta, del proceso desarrollado por la lucha depuradora, y no ignoran la dignidad ni la responsabilidad de su rango director, como representantes de la Vida, en sus puestos avanzados. Por esto, como a sí mismos, la aman, sintiendo su hermandad con los seres de su especie, con los seres y las fuerzas de su mundo, y con todos los seres, y todas las fuerzas y todos los mundos; y, por esto, como por sí mismos, ofrendan sus amores en el ara de la Vida Universal, subyugando, para cumplir su destino, por la Virtud de su consciente esfuerzo, las fuerzas ciegas (externas o internas, instintos), que arrastran, tras lucha gigante, encadenadas al carro espléndido de sus triunfos gloriosos.

He aquí cómo la obra Creadora, para ser perfecta y continuar avanzando hacia la Perfección, produjo el efecto maravilloso de un Ser Creador, que tendrá su gloria en el goce de su propia Creación, como la Vida, por sus representantes, la tiene, ya, en el goce de la suya [4].

Encadenar las fuerzas ciegas, ordenándolas al cumplimiento del Destino Humano, es crear fuerza consciente [5].

El Pensamiento, para aquel fin, idea, explora y descubre la nueva conquista que es preciso efectuar. La Lucha consciente, la lucha creadora, responde a la ideación del pensamiento. Así, el hombre avanza, poniendo nuevos jalones, desde los cuales descubre horizontes nuevos en la ruta de su Fin.

Porque el conocimiento de éste no puede ser absoluto. El Ser humano dirige la vida desde el instante fugaz de lo Presente, que palpita, corno decía Carlylc, en el punto donde dos Eternidades confluyen, y desde esc balcón, no alcanza a descubrir el Principio, oculto en el fondo de las sombras, que pesan sobre el seno fecundo de la Eternidad pasada; ni el Fin, escondido tras los vagorosos velajes de esperanzas, que velan el seno virgen de la Eternidad futura.

Sólo alcanza a ver una porción de camino definida; es decir, la perfección se presenta concretada en una fórmula que podemos parangonar al límite de la extensión descubierta; a ella conducen otras, que son como ideales más próximos y secundarios, jalones o grados completos de perfección. A esa concreción circunstancial del Fin, corresponde un amor también concreto, condensación del sentimiento del destino que alienta en todas las condensaciones de la vida universal.

De lo dicho se desprende que el ideal humano es distinto del ideal absoluto de la vida (la Eternidad), y del objeto inmediato que ésta cumple a través de todos los seres (la Lucha). Es un ideal lejanamente mediato para dar amplio margen a la libertad. El hombre puede, contemplándole, responder a los imperativos de la conciencia o las exigencias del instinto; aceptar los dolores del parto creador, cuyas explosiones hasta las alturas del Ideal elevan, a abandonarse al sueño de no crear, por el que descienden los seres hasta el abismo del ser incapacitado para obra creadora.

Consecuencia de ser mediato, el ideal humano es concreto, es decir, formal; para excitar todas las fuerzas que en el hombre existen: las del cerebro, las de la fantasía, las del corazón. No hay idea como esa idea que fulgura en la chispa engendrada por el pensamiento, cuando rasga las sombras de la Historia y escapa buscando la radiosidad del Fin, como, nostálgico del sol perdido, parte, ansioso de la luz lejana, el insecto sumergido en la oscuridad del campo. No hay sentimiento como ese sentimiento que ofrenda a la idea un trono de amor. Así se concentra el vago sentimiento del destino para rendir culto al ideal; como al encontrar al amador el ser amante, recoge, en un núcleo de fervores, todas las energías de su amor, repartidas por la Naturaleza. No hay fantasía como la fantasía que troquela aquella idea al calor de este sentimiento; ni fuerza gigante que pueda oponerse a la fuerza invencible de esos fantasmas gloriosos que, rebeldes al Tiempo, acuden, invocados desde lo Porvenir, pugnando por encender en su luz las tinieblas del Presente enemigo que les ahoga. Nada pueden los desgarramientos de todos los martirios; nada las caricias de todos los amores. Los fantasmas del ideal sobrenadan, triunfantes, en la sangre de las hecatombes humanas. Su grito de combate se yergue victorioso sobre los ecos de todas las voces potentes. Mueren los profetas... perecen los apóstoles...; pero, hasta el Fin, resurgirán los profetas. Cristo resucitará siempre de entre los muertos. Su hábito sagrado en todo tiempo levantará la pesada losa del sepulcro, arrojándola sobre los asustados guardianes. Pero, hasta el fin, sobrevivirán los apóstoles. Siempre, mientras el hacha del verdugo tenga filo, encontrará la cabeza de un apóstol aguardando reposada sobre el tajo de la muerte.

Yo creo en la fatalidad de la muerte por la vida. Aquélla existe sólo como condición vivificadora. A través de los cataclismos, la vida triunfa por el renacimiento. Así, entre los hombres, triunfa de la tiranía por la libertad, de los egoísmos por el amor. Por esto, antes perecerá la Humanidad que el Ideal no encuentre una voz en que modular su eterno canto a la perfección humana. Mientras exista un solo hombre existirá un alma generosa en que tallar un altar para ofrendar el sacrificio.

  1. El conocimiento de nuestra propia libertad es gradualmente adquirido. Todavía es muy imperfecto. Mejor dicho, nuestra libertad es muy imperfecta, porque su antecedente es el conocimiento. Ignoramos la transcendencia de muchas causas, cuya apreciación, el Progreso, hace cada día más posible, aumentando la esfera de la Libertad.
  2. El Ser, hasta llegar al Fin, será sólo, principalmente pero nunca en absoluto, hijo de sus propias obras, porque hasta que el conocimiento y, por consiguiente, la libertad sean absolutos, la Ley seguirá actuando por la fuerza ciega que mantiene el dinamismo biológico y que en el instinto se condensa; aunque cada día su influencia disminuya en el avance del término libre de la Evolución. El conocimiento engendra amor y libertad, y el libre amor sustituye al instinto. La Lucha no es ya por la vida, sino por su imperfección, para la cual se vive. Resultado, el Ser más perfecto, hijo de la Libertad.
  3. Aunque sólo una ínfima minoría de entre los hombres conoce la razón de su libertad y la de su destino creador, hablo de la especie, en general, para no distinguir distintos matices o grados de hombre, y porque indudablemente, es un progreso de la especie el alcanzado por esos sus representantes.
  4. La vida hoy goza, principalmente por el hombre, sobre la tierra, de la obra de su propia evolución, recreándose en la perfección de las formas; de las esencias de los mundos, de los seres creados por la evolución de la vida; resúmenes de perfección alcanzados por ella en este momento del mundo. Más allá de éste gozará también de la perfección adquirida en el momento universal. Pero el hombre no sólo goza de la obra de la vida, goce que en cierto sentido puede atribuirse también a los demás seres. El hombre goza, además, de su propia obra o creación, elaborada por su especial progreso.
  5. La virtualidad para la regresión de las fuerzas ciegas internas disminuye tanto como aumenta la consciencia, o sea la virtualidad del ser para el progreso, cuando aquéllas son ordenadas o sacrificadas a un fin de perfección. Este mismo efecto de aumentar la consciencia produce la ordenación aun de las fuerzas ciegas exteriores al hombre, para el cumplimiento del destino humano, no sólo porque la obra de perfección de esta naturaleza (cualquier monumento artístico u organismo material que traduzca conquistas del Arte o de la ciencia) tiene sus antecedentes en la depuración del ser que la dirigiera o creara, sino porque al reobrar de toda obra perfecta (desde luego, que no hablo de perfección absoluta) sobre el espíritu de los hombres, produce el efecto de engrandecerle, tendiendo a despertar en el mismo la consciencia del destino y el deseo de realizarle. En este sentido, hemos asegurado que, de un modo directo o indirecto, encadenar u ordenar las fuerzas ciegas al cumplimiento del destino humano, es crear fuerza consciente.