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Igualdad/Capítulo VI

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Cuando llegamos a casa, el doctor dijo:

"Esta mañana voy a dejarle con Edith. El hecho es que mis obligaciones como mentor, aunque son muy de mi gusto, no son ningún chollo. Las cuestiones que han surgido en nuestras charlas, a menudo sugieren la necesidad de refrescar mi conocimiento general de los contrastes entre su época y esta, mediante la consulta de las autoridades en historia. La conversación de esta mañana ha señalado líneas de investigación que me mantendrán ocupado en la biblioteca durante el resto del día."

Encontré a Edith en el jardín, y recibí sus felicitaciones en relación con mi ciudadanía de pleno derecho. No parecíó sorprenderse en absoluto al conocer mi intención de encontrar rápidamente un lugar en el servicio industrial.

"Desde luego querrás entrar al servicio lo antes que puedas," dijo. "Sabía que querrías. Es la única manera de entrar en contacto con la gente y sentir de verdad que se es uno de la nación. Es el gran acontecimiento que todos esperamos con ilusión desde la niñez."

"Hablar del servicio industrial," dije, "me recuerda una cuestión que se me ha ocurrido preguntarte docenas de veces. Entiendo que todo el que es capaz de hacerlo, tanto mujeres como hombres, sirve a la nación en alguna ocupación útil desde que tiene veintiún años hasta que tiene cuarenta y cinco; pero por lo que he visto hasta ahora, aunque das la imagen de salud y vigor, no tienes empleo, sino que eres como las jóvenes elegantes y ociosas de mi época, que pasaban su tiempo sentadas en el salón y estando atractivas. Desde luego, es sumamente agradable para mi que estés tan libre, pero ¿cómo cuadra exactamente tanto tiempo de ocio con la obligación universal de servicio?"

Edith se divertía de lo lindo. "¿Y entonces pensabas que estaba haciendo el vago? ¿No se te ha ocurrido que en el servicio industrial pudiera haber cosas tales como vacaciones o permisos, y que el invitado bastante inusual e interesante que hay en nuestra familia pudiera darme una ocasión natural para tomar un permiso si podía conseguirlo?"

"¿Y puedes tomarte las vacaciones cuando te plazca?"

"Podemos tomar una parte de ellas cuando nos plazca, siempre sujetos, por supuesto, a las necesidades del servicio."

"Pero ¿qué haces cuando estás trabajando--enseñar en una escuela, pintar objetos de porcelana, llevar la contabilidad del Gobierno, estar tras un mostrador en los almacenes públicos, o de operadora con un teclado o línea telegráfica?"

"¿Esa lista agota el número de las ocupaciones de las mujeres de tu época?"

"Oh, no; esas eran únicamente algunas de sus ocupaciones más ligeras y placenteras. Las mujeres eran también las que fregaban, las que lavaban, las sirvientes de todo trabajo. Los tipos más repulsivos y humillantes de trabajo duro estaban adjudicados a las mujeres de las clases más pobres; pero supongo que, desde luego, no haces ninguno de esos trabajos."

"Puedes estar seguro de que hago mi parte de cualquier cosa desagradable que haya que hacer, y así lo hacen todos en la nación; pero, desde luego, hace tiempo que hemos arreglado los asuntos para que haya muy poco trabajo que hacer de ese tipo. Pero, dime, ¿no había mujeres en tu época que fuesen maquinistas, granjeras, ingenieras, carpinteras, que trabajasen en una fundición, constructoras, que manejasen motores, o miembros de otros grandes oficios?"

"No había mujeres en tales ocupaciones. Sólo las hacían los hombres."

"Supongo que lo sabía," dijo; "así lo he leído; pero es extraño hablar con un hombre del siglo diecinueve que es tan parecido a un hombre de hoy y darse cuenta de que las mujeres eran tan diferentes que parecían otra clase de seres."

"Pero, en realidad," dije, "no entiendo cómo las mujeres pueden ahora desenvolverse a este respecto de modo muy diferente, a no ser que sean físicamente mucho más fuertes. La mayoría de estas ocupaciones que acabas de mencionar eran demasiado pesadas para su fuerza, y por esa razón, principalmente, estaban limitadas a los hombres, como supongo que deben estarlo todavía."

"No hay ni una profesión u ocupación en toda la lista," replicó Edith, "en la cual las mujeres no tomen parte. Debido en parte a que somos físicamente más vigorosas que las pobres criaturas de tu época, hacemos tipos de trabajo que eran demasiado pesados para ellas, pero aún más es debido a la perfección de la maquinaria. En la medida en que nos hemos hecho más fuertes, todo tipo de trabajo se ha hecho más ligero. Ahora no se hace directamente casi ningún trabajo pesado; las máquinas hacen todo, y sólo tenemos que guiarlas, y cuanto más ligera es la mano que guía, mejor es el trabajo realizado. Así que ya ves que hoy en día las cualidades físicas tienen mucho menos que ver que las mentales con la elección de las ocupaciones. La mente está constantemente acercándose al trabajo, y mi padre dice que algún día seremos capaces de trabajar directamente por el mero poder de la voluntad y no tendremos necesidad de las manos en absoluto. Se dice que de hecho hay más mujeres que hombres en trabajos con grandes máquinas. Mi madre fue primer teniente en una gran fundición. Algunos tienen la teoría de que el sentido de poder que uno tiene al controlar máquinas gigantes atrae la sensibilidad de las mujeres incluso más que la de los hombres. Pero realmente no es muy justo hacerte adivinar cuál es mi ocupación, porque todavía no me he decidido del todo."

"Pero has dicho que ya estabas trabajando."

"Oh, sí, pero ya sabes que antes de elegir en qué trabajaremos durante nuestra vida, estamos tres años en la clase de trabajadores no clasificados o misceláneos. Yo estoy en mi segundo año en esa clase."

"¿Qué haces?"

"Un poco de todo y nada durante mucho tiempo. La idea es darnos durante ese período un poco de experiencia práctica en todos los principales departamentos de trabajo, para que podamos conocer mejor cómo y qué elegir como ocupación. Se supone que hemos terminado la escuela antes de incorporarnos a esta clase, pero en realidad he aprendido más desde que estoy trabajando que en el doble de tiempo que pasé en la escuela. No puedes imaginarte lo perfectamente delicioso que es este grado de trabajo. No me extraña que algunos prefieran quedarse en él toda la vida, por el cambio constante de tarea, en vez de elegir una ocupación asidua. Justo ahora estoy entre trabajadores agrícolas en la gran granja que hay cerca de Lexington. Es delicioso, y estoy a punto de decidirme por elegir el trabajo en la granja como ocupación. Eso es lo que tenía en mente cuando te pedí que adivinases mi ocupación. ¿Crees que lo habrías adivinado alguna vez?"

"No creo que lo hubiese adivinado nunca, y a menos que las condiciones del trabajo en una granja hayan cambiado mucho desde mi época, no puedo imaginarme cómo podrías apañártelas con un traje de mujer."

Edith me miró durante un instante con una expresión sencillamente de sorpresa, abriendo más sus ojos. Luego su mirada se dirigió a su ropa, y cuando volvió a alzar su mirada su expresión había cambiado y era a la vez meditativa, humorística, y completamente inescrutable. Acto seguido, dijo:

"¿No has observado, mi querido Julian, que la ropa de las mujeres que ves por la calle es diferente de la que las mujeres llevaban en el siglo diecinueve?"

"He notado, desde luego, que en general no llevan falda, pero que tu madre y tú vestís como las mujeres de mi época."

"¿Y no se te ha ocurrido preguntarte por qué nuestra ropa no era como la de ellas-- por qué vestimos con falda y ellas no?"

"Posiblemente se me ha ocurrido entre las miles de preguntas que cada día surgen en mi pensamiento, únicamente para ser desterradas por otras miles antes de poder hacerlas; pero en este caso creo que me debería más bien haber preguntado por qué esas otras mujeres no visten como tú, en vez de por qué tú no vistes como ellas, porque tu ropa, que es como la que yo estoy acostumbrado a ver, naturalmente me da la impresión de ser la normal, y este otro estilo una variación por alguna razón especial o local que más tarde debería conocer. No debes pensar que soy completamente tonto. A decir verdad, estas otras mujeres apenas me han dado la impresión de ser muy reales. Al principio eras la única persona a mi alrededor de cuya realidad estaba completamente seguro. Todas las demás parecían meramente partes de un fantástico fárrago de maravillas, más o menos posible, que tan sólo está comenzando a ser inteligible y coherente. Con el tiempo sin duda habría tomado conciencia del hecho de que había otras mujeres en el mundo además de ti y habría comenzado a hacer preguntas sobre ello."

Mientras hablaba del caracter absoluto con el que había dependido de ella durante aquellos primeros y desconcertantes días para tener la certeza de incluso mi propia identidad, rápidamente las lágrimas brotaron en los ojos de mi acompañante, y--bueno, durante un tiempo las otras mujeres quedaron más completamente olvidadas que nunca.

Acto seguido dijo: "¿De qué estábamos hablando? Oh, sí, ya recuerdo--sobre esas otras mujeres. Tengo que hacer una confesión. He sido culpable todo este tiempo de una especie de fraude hacia ti, o al menos de una flagrante supresión de la verdad, que no debería ser mantenida ni un momento más. Sinceramente espero que me perdones, en consideración a mis motivos, y no----"

"¿No qué?"

"No te sobresaltes demasiado."

"Me haces sentir mucha curiosidad," dije. "¿Cuál es el misterio? Creo que podré soportar la revelación."

"Escucha, entonces," dijo. "Aquella noche maravillosa, cuando te vi por primera vez, por supuesto que nuestro principal pensamiento fue evitar inquietarte, cuando recuperases la plena consciencia, con no mayor evidencia de las cosas asombrosas que habían ocurrido desde tu época que las que fuese necesario que vieses. Sabíamos que en tu época el uso de faldas largas en las mujeres era universal, y pensamos que ver a mi madre y a mi con ropa moderna sin duda te impactaría y te extrañaría mucho. Ahora, ya ves, aunque vestir sin falda es lo general--de hecho, casi universal--los almacenes suministran, o en ellos puede obtenerse con la mayor brevedad posible, ropa para muchas ocasiones, todos los vestidos posibles, antiguos y modernos, de todas las razas, edades y civilizaciones. Por tanto, fue muy fácil para nosotras aprovisionarnos con vestidos de estilo antiguo antes de que mi padre te presentase a nosotras. Dijo que la gente tenía en tu época unas ideas del recato y del decoro femeninos, que eso sería lo mejor. ¿Puedes perdonarnos, Julian, por aprovecharnos de ese modo de tu desconocimiento?"

"Edith," dije, "en el siglo diecinueve había muchísimas costumbres arraigadas que tolerábamos porque no sabíamos como deshacernos de ellas, sin, no obstante, tener mejor opinión de ellas que la que tú tienes, y una de ellas era los vestidos por medio de los cuales nuestras mujeres solían disfrazarse e incapacitarse."

"¡Estoy encantada!" exclamó Edith. "¡Detesto absolutamente esas horribles bolsas, y no las llevaré puestas ni un momento más!" Y rogándome que esperase donde estaba, entró corriendo en casa.

Cinco minutos, quizá, espere allí en el cenador, donde habíamos estado sentados, y entonces, al oir unos pasos ligeros por la hierba, alcé mi mirada para ver a Edith con ojos de sonriente desafío de pie ante mi con ropa moderna. La he visto en cientos de variaciones de esa ropa desde entonces, y me he familiarizado con la inagotable diversidad de sus adaptaciones, pero desafío la imaginación del más grande artista para idear un diseño de color y tejido que produzca de nuevo en mi el efecto de cautivadora sorpresa que recibí de ese sencillo vestido que se puso tan rápidamente.

No sé por cuánto tiempo permanecí en pie mirándola sin palabras, con mis ojos mientras tanto testificando sin duda con bastante elocuencia cuán adorable la encontraba. Parece que ella, sin embargo, adivinaba más que eso en mi expresión, porque acto seguido exclamó:

"¡Daría cualquier cosa por saber qué estás pensando en el fondo! Debe de ser algo terriblemente raro. ¿Por qué te pones tan colorado?

"Me abochorno por mi mismo," dije, y eso es todo lo que habría dicho, por más que me hubiese provocado. Ahora, a esta distancia en el tiempo, puedo decir la verdad. Mi primer sentimiento, aparte de la abrumadora admiración, fue un leve asombro por la absoluta calma y soltura con que soportaba cómo la miraba fijamente. Esta es una confesión que muy bien puede resultar incomprensible para los lectores del siglo veinte, y no quiera Dios que capten jamás el punto de vista que les permita entenderla mejor. Una mujer de mi época, a no ser que estuviese profesionalmente acostumbrada a esta clase de ropa, se habría sentido abochornada y violenta, al menos durante un tiempo, bajo una mirada fija tan atenta como la mía, aunque fuese la de un hermano o la de un padre. Parece que yo estaba preparado para al menos una leve apariencia de confusión por parte de Edith, y fui consciente de mi sorpresa ante un comportamiento que sencillamente expresaba una ingenua satisfacción ante mi admiración. Me refiero a esta momentanea experiencia porque siempre me ha parecido que ilustra de un modo particularmente intenso el cambio que ha tenido lugar no sólo en la ropa sino en la actitud mental de un sexo respecto al otro, desde mi vida anterior. Para ser justo conmigo mismo debo apresurarme a añadir que este primer sentimiento de sorpresa se desvaneció igual que apareció, en un momento, entre dos latidos del corazón. Por sus ojos iluminados, serenos, capté el punto de vista del hombre moderno en lo que respecta a las mujeres, para no olvidarlo jamás. Entonces me ruboricé avergonzándome de mi mismo. Caballos salvajes no podrían haberme sacado a rastras el secreto de mi rubor en aquel momento, aunque a ella se lo dije hace tiempo.

"Estaba pensando," dije, y también así lo pensaba, "que deberíamos estar muy agradecidos a las mujeres del siglo veinte por revelar por primera vez las posibilidades artísticas de la ropa masculina."

"La ropa masculina," repitió, como si ella no terminase de comprender lo que yo quería decir. "¿Quieres decir mi ropa?"

"Vaya, sí; supongo que es ropa de hombre, ¿no?"

"¿Por qué más que de mujer?" respondió de un modo muy inexpresivo. "Ah, sí, de hecho he olvidado por un momento con quién estaba hablando. Ya veo; así que se consideraba ropa de hombre en tu época, cuando las mujeres se disfrazaban de sirenas. Puedes pensar que soy tonta por no captar tu idea más rápidamente, pero ya te dije que no despuntaba en historia. Han pasado ya dos generaciones desde que las mujeres y los hombres visten con esta ropa, y la idea de asociarla con los hombres más que con las mujeres no se le habría ocurrido sino a un profesor de historia. A nosotros nos da meramente la impresión de ser la única solución natural y conveniente para la necesidad de vestirnos, que es esencialmente la misma para ambos sexos, ya que la estructura de sus cuerpos es en líneas generales la misma."