Igualdad Capítulo 34

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Igualdad de Edward Bellamy
Capítulo XXXIV: Lo que inició la revolución

Qué me parecía ir al teatro esa noche, fue la pregunta con que me recibió Edith cuando llegamos a casa. Parece que esa tarde representaban en Honolulu un famoso drama histórico sobre la Revolución, y ella había pensado que podría gustarme verlo.

"De verdad, deberías asistir," dijo, "porque la representación de la obra es una especie de cumplido hacia ti, considerando que se vuelve a representar debido al interés popular en la historia revolucionaria que tu presencia ha despertado."

Ninguna manera de pasar la noche podría haber sido más agradable para mi, y acordamos que deberíamos montar una reunión familiar teatral.

"El único problema," dije, mientras nos sentábamos alrededor de la mesa del té, "es que todavía no sé lo suficiente sobre la Revolución para seguir la obra muy inteligentemente. Por supuesto, he oído mencionar acontecimientos revolucionarios frecuentemente, pero no he conectado la idea de la Revolución como un todo."

"Eso no importará," dijo Edith. "Hay tiempo de sobra antes de la función para que mi padre te cuente lo necesario. La primera sesión no empieza hasta las tres de la tarde en Honolulu, y como ahora son sólo las seis, la diferencia horaria nos dará por lo menos una hora antes de que se levante el telón."

"Es más bien poco tiempo, y he sido avisado con poca antelación también, para una tarea tan enorme como la de explicar la gran Revolución," protestó ligeramente el doctor, "pero dadas las circunstancias, supongo que tendré que hacer lo posible."

"Los comienzos son siempre brumosos," dijo, cuando inmediatamente empecé a preguntarle cuándo comenzó la gran Revolución. "Quizá San Juan despachó este punto de la manera más sencilla cuando dijo que 'en el pricipio, era Dios.' Para venir más cerca, podría decirse que Jesucristo estableció las bases doctrinales y propósito práctico de la gran Revolución cuando declaró que la regla de oro del igual y mejor tratamiento para todos era el único principio justo en base al cual las personas podrían vivir juntas. Sin embargo, para hablar en el idioma de los historiadores, la gran Revolución, como todos los eventos importantes, tuvo dos conjuntos de causas--primero, la causa general, necesaria, y fundamental, que debió provocarla finalmente, no importa cuales fueran las circunstancias menores; y, segundo, las causas próximas o provocadoras que, hasta cierto punto, determinaron cuándo tuvo lugar de hecho, junto con los rasgos incidentales. Estas causas inmediatas o provocadoras fueron diferentes, por supuesto, en países diferentes, pero la causa general, necesaria, y fundamental fue la misma en todos los países, siendo la gran Revolución, como sabes, mundial y casi simultánea, en lo que respecta a las naciones más avanzadas.

"Esa causa, como he indicado a menudo en nuestras charlas, fue el crecimiento de la información y difusión del conocimiento entre las masas, que, comenzando con la introducción de la imprenta, se extendió lentamente a lo largo de los siglos dieciséis, diecisiete, y dieciocho, y mucho más rápidamente durante el diecinueve, cuando, en los países más favorecidos, comenzó a ser algo general. Previamente al comienzo de este proceso de ilustración, la situación de las masas de la humanidad en cuanto a la información, desde los tiempos más remotos, había sido prácticamente estacionaria en un punto que estaba muy poco por encima del nivel de las bestias. Sin más pensamiento o voluntad por su parte que la arcilla en las manos del alfarero, se amoldaban sin resistencia a los usos de los individuos y grupos más inteligentes y poderosos de su género. Así continuó durante innumerables épocas, y nadie soñó en otra cosa hasta que por fin las condiciones estuvieron maduras para la inhalación de una vida intelectual en estos inertes e insensibles zoquetes. El proceso por el cual este despertar tuvo lugar fue silencioso, gradual, imperceptible, pero ningún evento previo, o serie de eventos, de la historia de la humanidad fue comparable con él en el efecto que iba a tener sobre el destino de la humanidad. Significó que el interés de los muchos en vez del de los pocos, el bienestar de todos en vez del de una parte, iba a ser desde ese momento el propósito primordial del orden social y el objetivo de su evolución.

"Vagamente, vuestros filósofos del siglo diecinueve parecen haber percibido que la difusión general de información era un hecho nuevo y de gran extensión, y que introducía una fuerza muy importante en la evolución social, pero padecían de estrabismo porque fracasaron en ver la certidumbre con la que ello presagiaba una completa revolución de las bases económicas de la sociedad en interés de todo el conjunto de la gente, como opuesto a los intereses de clase o los intereses parciales de cualquier tipo. Su primer efecto fue el movimiento democrático por el cual el dominio personal y de clase, en asuntos políticos, fue abolido en nombre del supremo interés y autoridad del pueblo. Resulta asombroso que hubiese personas inteligentes entre vosotros que no percibiesen que la democracia política no era sino el escuadrón pionero y de vanguardia de la democracia económica, despejando el camino y proporcionando los instrumentos para la parte sustancial del programa--a saber, la distribución del trabajo y la riqueza en términos de igualdad. Esto es todo en lo que respecta a la causa principal, general, y necesaria, y la explicación de la gran Revolución--a saber, la progresiva difusión de información entre las masas desde el siglo dieciséis hasta el final del siglo diecinueve. Dada esta fuerza en acción, y la revolución de las bases económicas de la sociedad, esto debía dar tarde o temprano su resultado por todas partes: un poco más tarde o más temprano y justo en la manera y con justo las circunstancias que las diferentes situaciones de los diferentes países determinasen.

"En el caso de América, el periodo de agitación revolucionaria que resultó en el establecimiento del presente orden, comenzó casi inmediatamente al finalizar la guerra civil. Algunos historiadores datan el comienzo de la Revolución en 1873."

"¡Mil ochocientos setenta y tres!" exclamé; "¡vaya, eso era más de una docena de años antes de que cayese dormido! Parece, entonces, que fui contemporáneo y testigo de al menos una parte de la Revolución, y aun así no vi ninguna Revolución. Es cierto que reconocíamos la gravísima situación de confusión industrial y descontento popular, pero no comprendimos que estaba ocurriendo una Revolución."

"Era de esperar que no lo comprendieseis," replicó el doctor. "Muy rara vez los contemporáneos de los grandes movimientos revolucionarios han comprendido su naturaleza hasta que casi han concluído. Las generaciones siguientes siempre piensan que deberían haber sido más sabios al leer los signos de los tiempos, pero eso no es probable."

"Pero ¿qué había," dije, "en 1873, que llevó a los historiadores a tomarlo como la fecha a partir de la cual contar el comienzo de la Revolución?"

"Sencillamente el hecho de que marcó de una manera bastante diferenciada el comienzo de un período de tribulaciones económicas en el pueblo americano, que continuaron, con alivios temporales y parciales, hasta el derrocamiento del capitalismo privado. El descontento popular resultante de esta experiencia fue la causa que provocó la Revolución. Despertó a los americanos de su sueño autocomplaciente de que el problema social había sido resuelto o podía ser resuelto por un sistema de democracia limitado a formas meramente políticas, y les hizo buscar la auténtica solución.

"Las tribulaciones económicas que comenzaron en el último tercio del siglo, que fueron la provocación directa de la Revolución, fueron muy leves comparadas con lo que había sido la constante suerte y antigua herencia de otras naciones. Representaban meramente la primera o segunda vuelta de tuerca mediante la cual el capitalismo a su debido tiempo estrujaba a las masas hasta dejarlas secas, siempre y en todas partes. El espacio sin precedentes y la riqueza de su nueva tierra había dado a los americanos una tregua de un siglo, antes del destino universal. Cuando esas ventajas pasaron, la tregua terminó, y llegó el momento de que el pueblo debía adaptar sus cuellos al yugo que habían llevado anteriormente todos los pueblos. Pero habiendo crecido con un elevado espíritu, de una larga experiencia de bienestar comparativo, los americanos resistieron la imposición, y, viendo que la mera resistencia era en vano, terminaron por hacer una revolución. Esta es, en resumen, la historia completa sobre la manera en que la gran Revolución se puso en marcha en América. Pero mientras esto pudiera satisfacer una lánguida curiosidad del siglo veinte en cuanto a un asunto tan remoto en el tiempo, tú naturalmente querrás algo más de detalle. Hay un capítulo particular en la Historia de la Revolución, de Storiot, que explica justo cómo y por qué el crecimiento del poder del capital provocó el gran levantamiento, el cual me impresionó profundamente en mis días de escuela, y no creo que pueda hacer un uso mejor de nuestro escaso tiempo que leyendo unos pocos párrafos de él."

Y cuando Edith hubo traído el libro de la biblioteca--porque seguíamos sentados a la mesa del té--el doctor leyó:

"'Con referencia a la evolución del sistema del capitalismo privado hasta el punto en que provocó la Revolución al amenazar las vidas y libertades del pueblo, los historiadores dividen la historia de la República Americana, desde su fundación en 1787 hasta la gran Revolución que la convirtió en una auténtica república, en tres períodos.

"'El primero abarca las décadas desde la fundación de la república hasta alrededor del primer tercio del siglo diecinueve--digamos, hasta los años treinta o cuarenta. Este fue el período durante el cual el poder del capital en manos privadas no se había mostrado todavía gravemente agresivo. La clase adinerada era pequeña y la acumulación de capital, insignificante. La inmensidad de los recursos naturales del continente virgen desafiaba todavía el deseo codicioso. La gran extensión de las tierras a poseer por quienes las tomaban, garantizaba independencia de todo, a costa de trabajar. Con este recurso nadie necesitaba llamar a otro amo. Este puede ser considerado como el periodo idílico de la república, el tiempo en que De Tocqueville la vio y la admiró, aunque no sin vislumbrar el funesto destino que la esperaba. La semilla de la muerte estaba latente en el principio del capitalismo privado, y era seguro que con el tiempo crecería y maduraría, pero todavía las condiciones no eran favorables para su desarrollo. Todo parecía ir bien, y no es extraño que el pueblo americano se complaciese en la esperanza de que su república había resuelto de hecho la cuestión social.

"'Desde alrededor de 1830 ó 1840, hablando por supuesto de manera general en cuanto a la fecha, consideramos que la república entró en su segunda fase--a saber, la fase en la cual el crecimiento y la concentración de capital comenzaron a ser rápidos. La clase adinerada ahora creció poderosa, y comenzó a alargar la mano y absorber los recursos naturales del país y a organizar para su ganancia el trabajo de la gente. En una palabra, el crecimiento de la plutocracia se hizo vigoroso. El acontecimiento que dio el gran impulso a este movimiento, y fijó el momento de la transición del primer período al segundo en la historia de la nación, fue por supuesto la aplicación general del vapor al comercio y a la industria. De hecho puede decirse que la transición comenzó algo antes, con la introducción del sistema de fábricas. Por supuesto, si no se hubiese introducido nunca ni el vapor ni los inventos que hicieron posible el sistema de fábricas, habría sido meramente una cuestión de un tiempo más largo antes de que la clase capitalista, procediendo en este caso mediante los señoríos y la usura, hubiese reducido las masas al vasallaje, y derrocado la democracia como en las antiguas repúblicas, pero los grandes inventos aceleraron asombrosamente la conquita plutocrática. Por primera vez en la historia, el capitalismo tenía la maquinaria como aliado para la sumisión de sus semejantes, y era una maquinaria muy potente. Era el factor de poder que, multiplicando el poder del capital y relativamente empequeñeciendo la importancia del trabajador, explica la extraordinaria rapidez con la cual, durante el segundo y tercer período se llevó a cabo la conquista de la república por la plutocracia.

"'Es un hecho honorable para los americanos el que comenzaran, según parece, a comprender, en un momento tan temprano como la década de los cuarenta, que tendencias nuevas y peligrosas estaban afectando la república y amenazando con hacer falsa su promesa de una más amplia difusión del bienestar. Esa década es notable en la historia americana por el interés popular tomado en la discusión de la posibilidad de un mejor orden social, y por los numerosos experimentos acometidos para probar la viabilidad de terminar con el capitalismo mediante la industria cooperativa. Los ciudadanos más inteligentes y con más espíritu público estaban comenzando a observar que sus llamados gobiernos populares no parecían interferir en lo más mínimo con el dominio de los ricos y la sumisión de las masas a los amos económicos, y a preguntar, si eso iba a continuar siendo así, exactamente de cuánto valor eran las llamadas instituciones republicanas en aquello de lo que ellas se enorgullecían tanto.

"'Esta naciente agitación de la cuestión social sobre lineas radicales, sin embargo, estaba destinada en aquel tiempo a resultar abortiva a la fuerza por la situación peculiar de América--a saber, la existencia en el país, a una inmensa escala, de esclavitud proveniente de África. Era digno de una evolución hacia la completa libertad humana que esta forma de esclavitud, más cruda y más brutal, si no en su conjunto más cruel, que la esclavitud salarial, debería ser quitada de en medio en primer lugar. Pero de no ser por esta necesidad y las condiciones que la producían, podemos creer que la gran Revolución habría ocurrido en América veinticinco años antes. Desde el período de 1840 a 1870 el problema de la esclavitud, implicando como implicaba un conflicto de fuerzas tremendas, absorbió todas las energías morales y mentales, y físicas, de la nación

"'Durante los treinta o cuarenta años desde el comienzo en serio del movimiento antiesclavista hasta que la guerra finalizó y sus problemas fueron despachados, la nación no dedicó ningún pensamiento a ningún otro interés. Durante este período la concentración de capital en unas pocas manos, ya alarmantemente visto a lo lejos en los años cuarenta, tuvo tiempo, casi sin ser observado y sin resistencia alguna que se le opusiera, de avanzar en su conquista del país y de la gente. Al abrigo de la guerra civil, con sus periodos precedentes y subsiguientes de agitación en torno a los problemas de la guerra, los capitalistas puede decirse que ganaron por la mano a la nación y se atrincheraron en una posición de estar al mando.

"'Mil ochocientros setenta y tres es el punto, tan cercano como ninguna fecha, en el cual el país, libre al fin de la distracción ética, y los problemas particulares de la esclavitud, empezó a abrir por primera vez los ojos al incontrolable conflicto que el crecimiento del capitalismo había forzado--un conflicto entre el poder de la riqueza y la idea democrática de igual derecho de todos a la vida, a la libertad, y a la felicidad. Desde más o menos este momento datamos, por consiguiente, el comienzo del periodo final o revolucionario de seudo República Americana, el cual resultó en el establecimiento del presente sistema.

"La historia ha proporcionado abundantes ejemplos previos, del derrocamiento de sociedades republicanas por el crecimiento y concentración de la riqueza privada, pero nunca antes se había registrado una revolución en las bases económicas de una gran nación a la vez tan completa y tan velozmente efectuada. En la América de antes de la guerra, como hemos visto, la riqueza había sido distribuída con un efecto general de igualdad nunca conocido previamente en una gran comunidad. Había unos pocos hombres ricos y muy pocas fortunas considerables. No había estado en poder ni de individuos ni de una clase, a través de la posesión de un abrumador capital, para ejercer la opresión sobre el resto de la comunidad. En el corto espacio de tiempo de veinticinco a treinta años, estas condiciones económicas se habían trastocado de una manera tan completa como para dar a América durante los años setenta y ochenta el nombre de país de los millonarios, y hacerla famosa hasta los confines de la tierra como el país donde existían las más inmensas acumulaciones privadas de riqueza. La consecuencia de esta asombrosa concentración de riqueza anteriormente tan repartida por igual, en tanto que había afectado los intereses industriales, sociales, y políticos, de la gente, no podía haber sido otra que revolucionaria.

"'La libre competencia en los negocios había dejado de existir. La iniciativa personal en las empresas industriales, que anteriormente había estado abierta a todos, estaba restringida a los capitalistas, y de entre éstos a los mayores capitalistas. Anteriormente conocida en todo el mundo como la tierra de las oportunidades, América, en el intervalo de tiempo de una generación, se había hecho igualmente célebre como la tierra de los monopolios. Un hombre ya no contaba principalmente por lo que era, sino por lo que tenía. Cerebro y laboriosidad, si se emparejaban con la cortesía, podían de hecho ganar un lugar superior de sirviente como empleados del capital, pero ya no podían realizar una carrera.

"'La concentración de la administración económica del país en manos de un grupo comparativamente pequeño de grandes capitalistas había consolidado y centralizado necesariamente y correspondientemente todas las funciones de producción y distribución. Grandes intereses individuales, respaldados por enormes sumas de capital, se habían apropiado de grandes parcelas del campo de los negocios anteriormente ocupadas por innumerables intereses menores. En este proceso, como algo natural, una multitud de pequeños negocios fueron aplastados como moscas, y sus anteriores propietarios independientes fueron afortunados al encontrar un puesto como subordinado en los grades establecimientos que los habían suplantado. A través de los años setenta y ochenta, cada mes, cada semana, cada día, veía alguna nueva provincia fresca del estado económico, alguna nueva rama de la industria o del comercio previamente abiertas para todos a la iniciativa empresarial, capturada por una combinación de capitalistas y transformada en un campo atrincherado del monopolio. Las palabras "consorcio" y "trust" fueron acuñadas para describir estos crecimientos monstruosos, para lo cuales el anterior lenguaje de los negocios no tenía un nombre.

"'De las dos grandes divisiones de las masas trabajadoras, sería difícil decir si los asalariados o los granjeros habían sufrido más por el cambiado orden. La vieja relación personal y sentimiento afectuoso entre empleado y empleador había muerto. Las grandes sumas de capital que habían tomado el lugar de los antiguos empleadores, eran fuerzas impersonales que ya no conocían al trabajador como un hombre, sino como una unidad de fuerza. Era meramente una herramienta en el empleo de una máquina, cuyos jefes lo consideraban como una molestia necesaria, que desafortunadamente debía retenerse al menor coste posible, hasta que pudiese ser sacado completamente del inventario de existencias gracias a alguna nueva innovación mecánica.

"'La función y posibilidades económicas del granjero habían sido similarmente empequeñecidas o amputadas como resultado de la concentración del sistema de negocios del campo en manos de unos pocos. Los ferrocarriles y el mercado de grano habían absorbido entre ambos las anteriores ganancias de la agricultura, y habían dejado al granjero sólo el salario de un jornalero en el caso de una buena cosecha, y una deuda hipotecaria en caso de una mala; y todo esto, además, emparejado con las responsabilidades de un capitalista cuyo dinero estaba invertido en su granja. Esta última responsabilidad, sin embargo, no continuaba atribulando al granjero por mucho tiempo, porque, como naturalmente puede suponerse, la única manera en que podía subsistir de año en año bajo tales condiciones era contrayendo deudas sin la más mínima perspectiva de pagarlas, lo cual pronto conducía a la ejecución de la hipoteca sobre sus tierras, y a su reducción desde el una vez orgulloso estado de granjero americano, al de arrendatario en camino de convertirse en labriego.

"'Desde 1873 a 1896, los libros de historia citan unas seis diferentes crisis de negocios. Los periodos de recuperación entre ellas fueron, sin embargo, tan breves, que podemos decir que existió una crisis continua durante una gran parte de ese período. Ahora bien, las crisis de negocios había sido numerosas y desastrosas en la época inicial y media de la república, pero el sistema de negocios, descansando en aquella época sobre una iniciativa popular ampliamente extendida, se había mostrado rápida y fuertemente elástico, y las recuperaciones que puntualmente seguían a las caídas siempre habían conducido a una mayor prosperadad que la disfrutada anteriormente. Pero esta elasticidad, con lo que la ocasionaba, ahora se había ido. Hubo poca o lenta reacción tras las crisis de los años setenta, ochenta y principios de los noventa, pero, por el contrario, un casi ininterrumpido declive de los precios, de los salarios, y de la prosperidad y satisfacción general de las masas de granjeros y asalariados.

"'No podría haber una prueba más espectacular de la tendencia descendente en el bienestar de los asalariados y los granjeros que la deteriorante calidad y volumen decreciente de la inmigración desde el extranjero, que marcó ese período. La fuerte corriente de emigrantes Europeos a los Estados Unidos como la tierra prometida para los pobres, desde su comienzo medio siglo antes, había continuado con un volumen creciente, y arrastrado hasta nosotros una gran población de las mejores reservas del Viejo Mundo. Poco después de la guerra, el caracter de la inmigración comenzó a cambiar, y durante los años ochenta y noventa llegó a estar enteramente formada por los géneros más bajos, más míseros, y bárbaros de Europa--la auténtica escoria del continente. Incluso para asegurar estos míseros reclutamientos, los agentes de los vapores transatlánticos y los consorcios americanos tenían que enviar sus agentes por todos los peores distritos de Europa e inundar los países con circulares llenas de mentiras. Las cosas habían llegado a tal punto que ningún labriego o trabajador europeo, que estuviese todavía por encima del estado de un mendigo o de un exiliado, podía ya permitirse compartir la suerte del trabajador y el granjero americado, muy poco tiempo antes la envidia del mundo trabajador.

"'Mientras los políticos, especialmente en tiempo de elecciones, buscaban saludar a los trabajadores asegurándoles que estaba a la vista tiempos mejores, los escritores económicos más serios parecía que habían admitido francamente que la superioridad disfrutada con anterioridad por los trabajadores americanos con respecto a los demás países no podía esperarse que durase más, que la tendencia a partir de entonces iba a ser hacia un nivel mundial de precios y salarios--a saber, el nivel del país donde fuesen los más bajos. Siguiendo con esta predicción, notamos que por primera vez, alrededor del comienzo de los años noventa, el empleador americano comenzó a encontrarse, a través del reducido coste de la producción en el cual los salarios eran el principal elemento, en una posición de vender por debajo del precio de coste en los mercados internacionales los productos de las bandas de capitalistas esclavistas británicos, belgas, franceses y alemanes.

"'Fue durante este periodo, en el cual las tribulaciones económicas de las masas estaban creando la guerra industrial y convirtiendo en revolucionarios a la más satisfecha y previamente próspera población agrícola de la historia, cuando las más inmensas fortunas privadas de la historia estaban siendo amasadas. El millonario, que había sido desconocido antes de la guerra y todavía era una figura poco habitual, y portentosa, a principios de los años setenta, fue inmediatamente sucedida por el multimillonario, y por encima de los multimillonarios se encumbraba un nuevo género de Titanes económicos, los cienmillonarios, y ya se estaba hablando de la llegada de los milmillonarios. No es difícil, ni a la gente de la época se lo pareció, ver, a la luz de esta comparación, adónde iba la riqueza que las masas estaban perdiendo. Decenas de miles de modestas fortunas desaparecieron, para reaparecer en colosales fortunas en manos individuales. Visiblemente, como el cuerpo de la araña se hincha mientras chupa los jugos de sus víctimas, estas inmensas sumas crecían en la medida en que el bienestar del una vez próspero pueblo se reducía hasta desaparecer.

"'Las consecuencias sociales de un derrocamiento tan completo del anterior equilibrio económico como el que había tenido lugar, no podían ser menos que revolucionarias. En América, antes de la guerra, las acumulaciones de riqueza eran habitualmente el resultado de los esfuerzos personales del poseedor y eran consecuentemente pequeñas y correspondientemente precarias. Era un dicho de la época, que habitualmente no había más que tres generaciones de mangas de camisa a mangas de camisa--queriendo decir que si un hombre acumulaba una pequeña fortuna, su hijo generalmente la perdía, y el nieto era de nuevo un trabajador manual. Bajo esas circunstancias, las disparidades económicas, leves como mucho y constantemente fluctuando, fracasaban por completo en proporcionar una base para distinciones de clase. No se reconocía clase trabajadora como tal, ni clase ociosa, ni clases fijas de los ricos y los pobres. Riqueza o pobreza, la situación de estar ocioso u obligado a trabajar eran consideradas meramente accidentes temporales de la fortuna y no situaciones permanentes. Entonces todo esto cambió. Las grandes fortunas del nuevo orden de cosas por su mera magnitud eran adquisiciones estables, no fácilmente susceptibles de perderse, capaces de ser legadas de generación en generación con casi tanta seguridad como un título nobiliario. Por otro lado, la monopolización de todas las oportunidades económicas de valor del país por los grandes capitalistas hizo correspondientemente imposible alcanzar la riqueza a los que no eran de la clase capitalista. La esperanza de hacerse rico algún día, que antes de la guerra había acariciado todo americano con arrestos, ahora prácticamente estaba más allá del horizonte del hombre, nacido para la pobreza. La puerta entre rico y pobre se cerró desde entonces. El camino hacia arriba, hasta entonces la válvula de seguridad social, había sido cerrada, y la tranca lastrada con bolsas de dinero.

"'Un reflejo natural del cambio de las condiciones sociales del país se ve en la nueva terminología de clase, tomada del Viejo Mundo, que poco después de la guerra empezó sigilosamente a usarse en los Estados Unidos. Antes, los americanos habían alardeado de que todos en este país eran trabajadores; pero ahora encontrábamos ese término empleado cada vez más para distinguir al pobre del adinerado. Por primera vez en la literatura americana empezamos a leer cosas de las clases inferiores, las clases superiores, y las clases medias--términos que habrían carecido de sentido en la América de antes de la guerra, pero ahora correspondían con tanta precisión con los hechos reales de la situación, que aquellos que los detestaban no podían evitar su uso.

"'Un prodigioso despliegue de lujo con el que Europa no podía rivalizar había comenzado a caracterizar el modo de vida de los poseedores de las nuevas y sin precedentes fortunas. Espectáculos de dorado esplendor, de pompa regia y derroche sin límites escarnecían el descontento popular y resaltaban con luz deslumbrante la amplitud y profundidad del abismo que se estaba abriendo entre los amos y las masas.

"'Mientras tanto, los reyes del dinero no se molestaban en disfrazar la plenitud de su convicción de que los días de la democracia estaban pasando y el sueño de igualdad casi había terminado. Mientras el sentimiento popular en América se había vuelto más acérrimo en su contra, ellos habían respondido con francas indicaciones de su desagrado con el país y su disgusto con las instuciones democráticas del mismo. Los principales millonarios americanos se habían convertido en personajes internacionales, que pasaban la mayor parte de su tiempo y gastaban la mayor parte de sus ingresos en países europeos, enviando a sus hijos allí para su educación y en algunos casos llevando sus preferencias por el Viejo Mundo hasta el extremo de llegar a someterse a poderes extranjeros. La disposición por parte de los grandes capitalistas americanos a dar su espalda a la democracia y aliarse con instituciones europeas y monárquicas se enfatizó de manera espectacular mediante una larga lista de matrimonios arreglados durante este período entre grandes herederas americanas y nobles extranjeros. Parece que se consideraba que el destino adecuado para la hija de un multimillonario americano era semejante unión. Estos grandes capitalistas eran muy taimados en asuntos de dinero, y sus inversiones de inmensas sumas comprando títulos para su posteridad eran la evidencia más fuerte que podían aportar de su sincera convicción de que el futuro del mundo, como su pasado, no pertenecía al pueblo sino a la clase y al privilegio.

"'La influencia ejercida sobre el gobierno político por la clase adinerada, bajo el conveniente eufemismo de "los intereses de negocio," que meramente significaba los intereses de los ricos, había sido siempre considerable, y a veces causaba graves escándalos. En la medida en que la riqueza del país se había concentrado y aliado, su influencia en el gobierno se había incrementado naturalmente, y durante los años setenta, ochenta, y noventa se hizo una dictadura apenas disimulada. Por miedo a que los representantes nominales del pueblo se extraviasen al hacer la voluntad de los capitalistas, éstos estaban representados por grupos de agentes escogidos en todas las instancias gubernamentales. Estos agentes seguían fielmente la conducta de todos los funcionarios públicos, y donde quiera que hubiese un titubeo en su fidelidad a los capitalisats, eran capaces de ejercer sus influencias de intimidación o soborno que rara vez fracasaban. Estos grupos de agentes tenían un lugar reconocido semi-legal, en los sistemas políticos de la época, bajo el nombre de "lobbyistas".

"'La historia del gobierno contiene pocos capítulos más vergonzosos que el que registra cómo, durante este periodo, las Legislaturas--municipal, estatal, y nacional--secundadas por los Ejecutivos y los tribunales, competían unos con otros por concesiones de tierras al por mayor, privilegios, franquicias, y monopolios de todas clases, entregando el país, sus recursos, y su gente, al dominio de los capitalistas, sus herederos y cesionarios para siempre. Las tierras públicas, que unas décadas antes habían prometido una herencia sin límites para las generaciones futuras, fueron cedidas en inmensos dominios a los sindicatos y capitalistas individuales, para ser retenidas en contra de la gente como base de una futura aristocracia territorial con poblaciones tributarias de campesinos. No sólo la sustancia material del patrimonio nacional se había entregado a un puñado de personas, sino que en el campo del comercio y de la industria los monopolios se habían asegurado todas las oportunidades económicas de valor, mediante franquicias, excluyendo a las futuras generaciones de tener la oportunidad de ganarse la vida o conseguir un empleo, salvo como dependientes y vasallos de una clase capitalista hereditaria. En las crónicas de las malas acciones de la realeza, hay muchos capítulos oscuros que registran cómo monarcas entontecidos o imbéciles habían vendido su pueblo a la esclavitud y agotado la riqueza de sus reinos para enriquecer favoritas licenciosas, pero el más oscuro de esos capítulos es brillante al lado de los que registran la venta de la herencia y las esperanzas del pueblo americano a los que pujan más alto, hecha por el llamado estado democrático, nacional, y los gobiernos locales durante el periodo del cual estamos hablando.

"'Para la plutocracia, había llegado a ser especialmente necesario ser capaz de usar los poderes del gobierno a voluntad, a cuenta del estado de ánimo amargado y desesperado de las masas trabajadoras.

"'Las huelgas de los trabajadores a menudo resultaban en disturbios demasiado extensos para lidiar con ellos mediante la policía, y llegó a ser práctica común de los capitalistas, en caso de graves huelgas, acudir a los gobiernos del estado y nacional para que enviase tropas para proteger el interés de sus propiedades. La principal función de la milicia de los estados había llegado a ser la supresión de las huelgas con balas o bayonetas, o hacer guardia vigilando las fábricas de los capitalistas, hasta que el hambre obligaba a los trabajadores insurgentes a rendirse.

"'Durante los años ochenta, los gobiernos de los estados emprendieron una política general de preparación de la milicia para este nuevo y continuamente creciente campo de utilidad. La Guardia Nacional fue convertida en una Guardia Capitalista. La fuerza era generalmente reorganizada, incrementada en número, mejorada en disciplina, y entrenada con especial referencia al asunto de disparar contra trabajadores descontrolados. El entrenamiento para disparar en la calle--una característica nueva, y muy siniestra, en el entrenamiento de los hombres de las milicias americanas--se convirtió en un importante test de eficiencia. Arsenales de piedra y ladrillo, fortificados contra el ataque, con aspilleras para la fusilería y armadas con cañones para barrer las calles, se levantaron en puntos estratégicos de las grandes ciudades. En algunos casos, la milicia, que, después de todo, estaba muy cercana al pueblo, había, sin embargo, mostrado tal falta de voluntad para disparar a los huelgistas y tales síntomas de solidaridad con sus quejas, que los capitalistas no confiaban en ellos plenamente, sino que en casos graves preferían depender de despiadados soldados profesionales del Gobierno General, los regulares. Consecuentemente, el Gobierno, a petición de los capitalistas, adoptaba la política de establecer campos fortificados cerca de las grandes ciudades, y apostar pesadas guarniciones en ellos. Las guerras indias estaban terminando por aquella época, y las tropas que estaban estacionadas en las planicies del oeste para proteger de los indios a los asentamientos blancos, fueron traídas al este para proteger a los capitalistas de los asentamientos blancos. Tal fue la evolución del capitalismo privado.

"'La extensión y caracter práctico del uso al cual los capitalistas pretendían destinar el brazo militar del Gobierno en su controversia con los trabajadores puede ser juzgado por el hecho de que al principio de la década de los noventa, en un solo año se movilizaron ejércitos de ocho o diez mil hombres, en Nueva York y Pennsylvania, para suprimir las huelgas. En 1892 la milicia de cinco Estados, ayudada por los regulares, estaba en armas contra los huelguistas simultaneamente, cuya fuerza total de tropas probablemente era un cuerpo mayor que el que jamás comandó el General Washington. Aquí ya había seguramente una guerra civil.

"'Los americanos de las épocas anteriores se habían reído con desprecio de las monarquías europeas que se mantenían a golpe de bayoneta, diciendo con razón que un gobierno que necesita defenderse de su propio pueblo por la fuerza, era un fracaso confeso. A esto, sin embargo, estaba llegando rápidamente el sistema industrial de los Estados Unidos--se estaba convirtiendo en un gobierno de bayonetas.

"'De este modo resumido, y sin intentar entrar en detalle, pueden ser recapitulados algunos de los principales aspectos de la transformación de la situación del pueblo americano, resultante de la concentración de la riqueza del país, que fueron los primeros en provocar grave alarma al final de la guerra civil.

"'Casi podría decirse que los ejércitos ciudadanos del Norte habían regresado de salvar a la república de enemigos visibles, para encontrar que se la habían robado enemigos más sigilosos pero mucho más peligrosos, a quienes habían dejado en casa. Mientras habían estado derrocando en el Sur el dominio de una casta basado en la raza, el dominio de una clase basado en la riqueza había sido erigido en el Norte, para extenderse, con el tiempo, al Sur y al Norte por igual. Mientras los ejércitos del pueblo habían estado derramando ríos de sangre en el esfuerzo de preservar la unidad política de la nación, su unidad social, de la cual depende la vida misma de una república, había sido atacada por los comienzos de las divisiones de clase, que solamente podrían terminar dividiendo la una vez cohesionada nación en grupos de ciudadanos que tenían mutuas sospechas y que eran hostiles entre sí, que requerían el cinturón de hierro del despotismo para mantenerlos juntos en una organización política. Cuatro millones de negros de hecho se habían liberado de la esclavitud, pero, mientras tanto, una nación de hombres blancos había pasado a estar bajo el yugo de un vasallaje económico y social que, a pesar del destino común de los pueblos europeos y del viejo mundo, los fundadores de la república habían confiado con orgullo que su posteridad nunca soportaría.'"

* * * * *

El doctor cerró el libro del cual había estado leyendo y lo dejó a un lado.

"Julian," dijo, "esta historia de la subversión de la República Americana por la plutocracia es asombrosa. Fuiste testigo de la situación que describe, y eres capaz de juzgar si las afirmaciones son exageradas."

"Al contrario," repliqué, "pensaría que había estado leyendo en voz alta una colección de periódicos de la época. Todos los hechos y síntomas políticos, sociales, y de los negocios, a los cuales se ha referido el escritor, eran asuntos de discusión pública y común notoriedad. Si no me impresionaron como lo hacen ahora, es simplemente porque imagino que nunca los había oído agrupados y ordenados con el propósito de resaltar su significado."

Una vez más el doctor pidió a Edith que le trajese un libro de la biblioteca. Pasando sus páginas hasta que encontró el lugar deseado, dijo:

"Por miedo a que pudieras imaginar que la fuerza de la afirmación de Storiot sobre la situación de los Estados Unidos durante el último tercio del siglo diecinueve debe algo a sus formas retóricas, quiero darte simplemente unas pocas duras, frías estadísticas sobre la distribución real de la propiedad durante ese periodo, que muestran hasta que punto se había concentrado su propiedad. Este es un volumen que contiene información sobre este asunto basada en análisis de informes del censo, gravámenes de impuestos, los archivos de los juzgados de sucesiones, y otros documentos oficiales. Te daré tres grupos de cálculos, cada uno preparado por una autoridad diferente y basado en una línea de investigación diferente, y concordando todos con una aproximación que, considerando la magnitud del cálculo, es asombrosa, y no deja lugar a duda sobre la sustancial precisión de las conclusiones.

"En el primer grupo de tablas, que fue preparado en 1893 por un funcionario del censo, a partir del censo de los Estados Unidos, encontramos que se estima que de los sesenta y dos mil millones de la riqueza del país, un grupo de millonarios y multimillonarios, que representaban tres centésimas por ciento de la población, poseían doce mil millones, o la quinta parte. Treinta y tres mil millones del resto eran poseídos por algo menos de un nueve por ciento de la población americana, siendo los ricos y clase adinerada que no llegaban a millonarios. Esto es, los millonarios, ricos, y adinerados, juntos eran el nueve por ciento de toda la nación, poseyendo cuarenta y cinco mil millones del total nacional valorado en sesenta y dos mil millones. El noventa y un por ciento restante, que constituía el grueso de la nación, estaban clasificados como pobres, y se repartían entre sí los restantes diecisiete mil millones de dólares.

"Una segunda tabla, publicada en 1894 y basada en las copias de los registros de propiedad en el gran Estado de Nueva York, estima que el uno por ciento de la gente, un uno por ciento de la nación, poseía más de la mitad, o del cincuenta y cinco por ciento, de la riqueza total. Se ve que una fracción adicional de la población, incluyendo los adinerados y llegando hasta el once por ciento, poseían más del treinta y dos por ciento de la riqueza total, así que el veinte por ciento de la nación, incluyendo los muy ricos y los adinerados, monopolizaban el ochenta y siete por ciento del total de la riqueza del país, dejando el trece por ciento de esa riqueza para ser compartida por el restante ochenta y ocho por ciento de la nación. Este ochenta y ocho por ciento de la nación estaba subdividido en pobres y muy pobres. Estos últimos, constituyendo el cincuenta por ciento del ochenta y ocho por ciento, o la mitad de toda la nación, tenían demasiado poca riqueza para poder estimarse en absoluto, aparentemente viviendo una existencia precaria.

"Las estimaciones de un tercer cómputo que citaré, aunque están tomadas de datos completamente diferentes, concuerdan notablemente con las otras, refiriéndose como ellas al mismo periodo. Estas últimas estimaciones, que fueron publicadas en 1889 y 1891, y que, como las otras, producen una fuerte impresión, dividen la nación en tres clases--la rica, la media, y la trabajadora. A la rica, que era el uno y cuatro décimas por ciento de la población, se le atribuye el setenta por ciento del total de riqueza. A la clase media, que representaba el nueve y dos décimas por ciento de la población, se le atribuye el doce por ciento del total de riqueza, representando las clases rica y media juntas el diez y seis décimas por ciento de la población, teniendo por consiguiente el ochenta y dos por ciento de la riqueza total, dejando a la clase trabajadora, que constituía el ochenta y nueve y cuatro décimas de la nación, el dieciocho por ciento de la riqueza para que se la repartan."

"Doctor," exclamé, "sé que las cosas estaban bastante desigualemente divididas en mi época, pero cifras como estas son abrumadoras. No es necesario que se moleste en decirme nada más como explicación de por qué la gente se sublevó contra el capitalismo privado. Estas cifras eran suficientes para que las mismas piedras se convirtiesen en revolucionarios."

"Pensé que dirías eso," replicó el doctor. "Y por favor recuerda también que estas tremendas cifras representan sólo el progreso que se hizo hacia la concentración de la riqueza principalmente en el periodo de una sola generación. Bien podrían los americanos decirse a sí mismos 'Si tales cosas son hechas en el arbol que está verde, ¿qué se hará en el seco?' Si el capitalismo privado, lidiando con una comunidad en la cual había existido previamente un grado de igualdad económica nunca antes conocido, pudo en un periodo de unos treinta años dar un paso tan grande hacia la completa expropiación del resto de la nación para el enriquecimiento de una clase, ¿qué es probable que quedase para el pueblo al finalizar el siglo? ¿Qué iba a quedar incluso para la siguiente generación?"