In praeclara summorum
En las ilustres filas de los grandes personajes, que con su fama y su gloria han honrado al catolicismo en muchos sectores -pero especialmente en las letras y las bellas artes- dejando frutos inmortales de su ingenio y haciéndose altamente dignos de la civilización y la Iglesia, ocupa un lugar absolutamente especial Dante Alighieri, de cuya muerte pronto celebrará el sexto centenario. Nunca, tal vez, la singular grandeza de este hombre fue puesta a la luz como hoy; y no solo Italia, justamente orgullosa de haberlo dado a luz, sino que todas las naciones civilizadas, a través de comités académicos especiales, están a punto de solemnizar su memoria, para que este noble genio, que es el orgullo y gala de la humanidad, sea honrado por todo el mundo. Por lo tanto, en este magnífico coro de tanta gente buena, no debemos en ningún modo faltar, sino más bien presidirlo, pues corresponde principalmente a la Iglesia, que era su madre, el derecho de llamarle suyo a Dante. En consecuencia, así como al comienzo de nuestro pontificado promovimos , con una carta dirigida al arzobispo de Rávena la restauración del templo donde descansan las cenizas de Alighieri, así ahora, al iniciarse el ciclo de las conmemoraciones centenarias, Nos ha parecido apropiado dirigir la palabra a todos vosotros, amados hijos, que cultiváis las letras bajo la vigilancia materna de la Iglesia, para mostrar aún mejor la íntima unión de Dante con esta Cátedra de Pedro, y cómo el elogio dado a un nombre tan excelso necesariamente redunda en no pequeña parte en honor a la fe católica.
En primer lugar, dado que nuestro Poeta durante toda su vida profesó la religión católica de una manera ejemplar, se puede decir que es conforme con sus deseos que esta solemne conmemoración, se haga bajo los auspicios de la religión, tal como se hará en San Francisco de Ravena; sin embargo, comenzará en Florencia, en su bellísimo templo de San Juan, al que, en los últimos años de su vida, exiliado, dirigía su pensamiento con intensa nostalgia, anhelando y suspirando ser coronado poeta en la misma fuente donde, de niño, había sido bautizado. — Nacido en una era en la que florecieron los estudios filosóficos y teológicos gracias a los doctores escolásticos, que recopilaron los mejores trabajos de los antiguos y los entregaron a la posteridad después de haberlos ilustrado según su método, Dante, en medio de las diversas corrientes de pensamiento, se hizo discípulo del Príncipe de la Escolástica, Tomás de Aquino; y de su mente de temple angelical extrajo casi todo su conocimiento filosófico y teológico, mientras que no descuidó ninguna rama del conocimiento humano y bebió ampliamente de las fuentes de la Sagrada Escritura y de los Padres. Después de haber aprendido casi todo el conocimiento, y especialmente alimentado por la sabiduría cristiana, cuando se dedicó a escribir, sacó la razón del mismo mundo de la religión para tratar en verso un tema inmenso e impresionante. En este asunto se debe admirar la prodigiosa amplitud y agudeza de su talento, pero también se le ha reconocer que obtuvo un poderoso impulso de inspiración de la fe divina, y que por esto podría embellecer su inmortal poema con la luz multifacética de las verdades reveladas por Dios, no menos que de todos los esplendores del arte. De hecho, toda su Comedia, que merecidamente tenía el título de divina, a pesar de las diversas ficciones simbólicas y recuerdos de la vida de los mortales en la tierra, no tiene otro objetivo que glorificar la justicia y la providencia de Dios, que gobierna el mundo en el tiempo y en la eternidad, premia y castiga a los hombres, tanto individualmente como en comunidad, de acuerdo con su responsabilidad. Así, en este poema, de acuerdo con la revelación divina, resplandecen la majestad del Dios Uno y Trino, la redención de la humanidad obrada por el Verbo de Dios hecho hombre, la suprema bondad y liberalidad de la Virgen María, Reina del Cielo, y la suprema gloria de santos, ángeles y hombres. A esto se contrapone la morada de las almas que, una vez que se consume el período de expiación previsto para los pecadores, ven el cielo abierto ante ellos. Ciertamente en todo el poema aparece un contexto adecuado de estos y de los demás dogmas católicos.—Pues, aunque el progreso de las ciencias astronómicas demostró después que no tenía fundamento esa concepción del mundo, y que no existen las esferas supuestas por los antiguos, descubriendo que la naturaleza, el número y el curso de los astros y los planetas es absolutamente diferente de lo que pensaban, sin embargo, el principio fundamental no falló, pues el universo, cualquiera que sea el orden que sustenta sus partes, es obra del gesto creador y conservador de Dios todopoderoso, que todo mueve, y cuya gloria brilla en unas partes más y en otras menos; esta tierra que habitamos, aunque no es el centro del universo, como se creía alguna vez, sin embargo, siempre ha sido el asiento de la felicidad de nuestros antepasados y, más tarde, testigo de su miserable caída, que marcó para ellos la pérdida de ese feliz condición que luego fue restaurada por la sangre de Jesucristo, eterna salvación de los hombres. Por lo tanto, Dante, que había construido en su pensamiento la triple condición de las almas, imaginando antes del juicio final tanto la condenación de los reprobados, como la expiación de las almas piadosas, y la felicidad de los bendecidos, debe haber sido inspirada por la luz de la fe.
En verdad, creemos que las enseñanzas que nos dejó Dante en todas sus obras, pero especialmente en su triple poema, pueden servir como una guía muy válida para los hombres de nuestro tiempo. En primer lugar, los cristianos deben respetar reverentemente la Sagrada Escritura y aceptar con absoluta docilidad lo que contiene. En esto, el Alighieri es explícito: Aunque hay muchos escritores de la palabra divina, sin embargo, el único que lo dicta es Dios, quien se ha dignado expresar su mensaje de bondad a través de las plumas de muchos[1]]. ¡Expresión hermosa y absolutamente verdadera! Y también la siguiente: El Antiguo y el Nuevo Testamento, emitidos por la eternidad, como dice el Profeta" contienen "enseñanzas espirituales que trascienden la razón humana, impartidas por el Espíritu Santo, quien a través de los Profetas, los Escritores de cosas sagradas, así como a través de Jesucristo, el Hijo eterno de Dios, y sus discípulos reveló la verdad sobrenatural necesaria para nosotros[2]. Pues, dice con toda razón, que desde esa eternidad que vendrá después del curso de la vida mortal nosotros ciertamente extraemos de la doctrina infalible de Cristo, que es Camino, Verdad y Luz: Camino, porque a través de él llegamos sin obstáculos a la dicha eterna; verdad, porque está libre de cualquier error; luz, porque nos ilumina en la oscuridad terrenal de la ignorancia[3] - Honra con no menos respeto aquellos venerables principales Concilios, en los que todos los fieles creen sin ninguna duda que Cristo participó". Además de estos, Dante tiene en alta estima ‘’los escritos de Asgustín y de otros doctores. A este respecto, dice: ‘’Quien duda de que haya sido ayudado por el Espíritu Santo, no ha visto sus frutos en absoluto o, si los ha visto, nunca los ha probado’’[4].
Verdaderamente Alighieri atribuye extraordinaria autoridad a la Iglesia Católica y al poder del Romano Pontífice, tanto que, en su opinión, son validas todas las leyes e instituciones de la Iglesia que por él han sido dispuestas. De ahí aquella enérgica advertencia a los cristianos: como tienen los dos Testamentos, y al mismo tiempo al Pastor de la Iglesia por el que son guiados, deben sentirse satisfechos con estos medios de salvación. Por lo tanto, afligido por los males de la Iglesia como si fueran suyos, deplora y condena toda rebelión de los cristianos al Sumo Pontífice después de trasladada la Sede Apostólica desde Roma[5], así escribe a los Cardenales italianos: ’’Nosotros, por tanto, quienes confesamos el mismo Padre e Hijo; el mismo Dios y hombre; y la misma Madre y Virgen; nosotros, por quienes se le dijo a aquel que había interrogado tres veces acerca de la caridad: "apacienta, o Pedro, el sagrado redil de ovejas"; ¡oh Roma1, que después de la ostentación de tantos triunfos, Cristo con palabras y hechos confirmó el imperio sobre el mundo, y que Pedro y también Pablo, el Apóstol de los gentiles, consagró como Sede Apostólica con su propia sangre, nos vemos movidos con Jeremías, a lamentarnos no por el futuro sino por el presente, a llorar dolorosamente por ella, como viuda y abandonada; estamos desconsolados al verla tan reducida, no menos que ver la plaga deplorable de las herejías"[6]. Así define a la Iglesia Romana, "madre piadosísima", "Esposa del Crucificado", y a Pedro como juez infalible de la verdad revelada por Dios, a quien se debe sumisión absoluta en las cuestiones que se deben creer y hacer para la eterna salvación. Por tanto, aunque cree que la dignidad del Emperador proviene directamente de Dios, declara que esta verdad no debe entenderse tan estrictamente que el Príncipe Romano no se someta en algunos casos al Pontífice Romano, tal como la felicidad terrenal de algún modo se ordena a la felicidad eterna’’[7]. Un principio verdaderamente excelente y sabio, que si se observara fielmente también hoy, sin duda, produciría abundantes frutos de prosperidad para los Estados.
Pero, se dirá, que él criticó con rudeza y acritud a los Sumos Pontífices de su tiempo. Es verdad; pero contra aquellos que discrepaban de él en política y que él creía que estaban del lado de aquellos que lo habían expulsado de su tierra natal. Sin embargo, se debe compadecer a un hombre, tan sacudido por la suerte, si con un alma exultante a veces irrumpe en invectivas que pasaron la señal, especialmente porque para exasperarlo en su enojo no fueron ajenas las falsas noticias propagadas, como siempre, por los opositores políticos siempre inclinados a interpretar todo de manera maliciosa. Además, dado que la debilidad pertenece a los hombres, y "ni siquiera las almas piadosas pueden evitar ser manchadas por el polvo del mundo"[8], ¿quién podría negar que en ese momento había cosas reprobables en el clero, que en su ánimo, tan devoto a la Iglesia, produjese tristeza y disgusto?, más cuando sabemos que incluso hombres insignes por su santidad lo reprobaban severamente. Sin embargo, cualquiera que haya sido su invectiva y reprobación, con razón o equivocadamente, contra eclesiásticos, nunca disminuyo en él, sin embargo, el respeto debido a la Iglesia y la reverencia al Poder de las Llaves[9]; porque, en su tarea política intentó defender su opinión " para la defensa de la verdad, con aquel respeto que un hijo piadoso debe usar hacia su padre, piadoso hacia su madre, piadoso hacia Cristo, piadoso hacia la Iglesia, piadoso hacia el Pastor, piadoso hacia todos los que profesan la religión cristiana"[10].
Por lo tanto, habiendo basado sobre estos fuertes principios religiosos toda la estructura de su poema, no es sorprendente que haya en él un verdadero tesoro de doctrina católica; es decir, no solo la esencias de la filosofía y de la teología cristiana, sino también el compendio de las leyes divinas que deben presidir el ordenamiento y la administración de los Estados; de hecho, Alighieri no era un hombre que, para engrandecer su tierra natal o complacer a los príncipes, pudiese sostener que el estado puede ignorar la justicia y los derechos de Dios, pues sabía perfectamente que el mantenimiento de estos derechos es el principal fundamento de las naciones.
Indescriptible es por esto, el gozo que proporciona la obra del poeta; pero no es menor el beneficio que de él obtiene el estudioso, perfeccionando su gusto artístico y ardiendo con celo por la virtud, con la condición, sin embargo, de que esté libre de prejuicios y abierto a la verdad. Pues mientras que no es escaso el número de buenos poetas que combinan lo útil con agradable, es singular en Dante el hecho de que, fascinando al lector con la variedad de imágenes, con la intensidad de los colores, con la grandeza de las expresiones y pensamientos, despierte y atraiga al amor de la sabiduría cristiana; y nadie ignora que él mismo declara abiertamente que ha compuesto su poema para darles a todos un alimento vital. Así sabemos que algunos, incluso recientemente, alejados, pero no en contra de Cristo, estudiando la Divina Comedia con amor, por gracia divina, comenzaron primero a admirar la verdad de la fe católica, y terminaron después arrojándose con entusiasmo al seno de la Iglesia.
Lo que hemos dicho hasta ahora es suficiente para demostrar cuán apropiado es que, con motivo de este centenario que afecta a todo el mundo católico, cada uno alimente su celo para preservar esa fe que por su propia virtud, nunca en estos tiempo como en Aligheri, se reveló como impulsora de las bellas artes. De hecho, en él no solo se debe admirar la suma altura del genio, sino también la inmensa amplitud de los argumentos que la divina religión le ofreció a su canto. Si la naturaleza le había proporcionado un talento tan agudo, refinado en el largo estudio de las obras maestras de los antiguos, adquirió mayor agudeza, como hemos dicho, de los escritos de los Doctores y Padres de la Iglesia, lo que permitió que su pensamiento y su mente se pudiese elevar a horizontes mucho más amplios que los encerrados en los estrechos límites de la naturaleza. Por lo tanto, él, aunque separado de nosotros por un intervalo de siglos, aún conserva la frescura de un poeta de nuestra época; y ciertamente es mucho más moderno que ciertas vates recientes, exhumadores de esa antigüedad que fue barrida por Cristo, triunfante en la Cruz. La misma piedad que hay dentro de nosotros mueva a Alighieri; su fe tiene los mismos sentimientos, y con el mismo ropaje se reviste "la verdad que nos vino del cielo y que tanto nos sublima". Este es su elogio principal: ser un poeta cristiano y haber cantado con acentos casi divinos los ideales cristianos cuya belleza y esplendor contempló con toda su alma, comprendiéndolos admirablemente y de los que él mismo vivió. En consecuencia, los que se atreven a negar este mérito a Dante y reducen toda la sustancia religiosa de la Divina Comedia a una ideología vaga que no tiene una base de verdad, ciertamente no reconocen en el Poeta lo que es característico y el fundamento de todas sus otras cualidades.
Por tanto, si Dante debe gran parte de su fama y su grandeza a la fe católica, valga solo este ejemplo, silenciando los demás, para demostrar cuán falso es que el obsequio de la mente y el corazón a Dios corte las alas del genio, cuando más bien lo estimula y promueve; y, por el contrario, cuánto dañan el progreso de la cultura aquellos que quieren prohibir en la enseñanza toda idea de religión. De hecho, es deplorable el actual sistema público de educar a la juventud como si Dios no existiera y sin la más mínima alusión a lo sobrenatural. Pues aunque de algún modo el "poema sagrado" no se mantiene alejado de las escuelas públicas e incluso se cuenta entre los libros que deben ser estudiados, por lo general no brinda a los jóvenes el alimento vital que está destinado pretende producir, en cuánto, debido a la dirección defectuosa de sus estudios, no están dispuestos a la verdad de la fe como sería necesario. Quiera el cielo que estas solemnes celebraciones centenarias permitan que en todo lugar en que se imparte a los jóvenes la enseñanza literaria se dé el debido honor a Dante, y que él mismo sea un maestro de la doctrina cristiana para los estudiantes, dado que, al componer su poema, no tenía otro propósito que sacar a los mortales del estado de miseria, es decir, del pecado, y conducirlos al estado de dich, es decir, de la gracia divina[11].
Y vosotros, queridos hijos, que tenéis la buena fortuna de cultivar el estudio de las letras y las bellas artes bajo la enseñanza de la Iglesia, amad y valorad, tal como hacéis a este Poeta, a quien no dudamos en definir como el más elocuente cantor del pensamiento cristiano. Mientras más os dediquéis a él con amor, más la luz de la verdad iluminará vuestras almas, y más firmemente permaneceréis fieles y dedicados a la Santa Fe.
Como señal de los favores celestiales y testimonio de nuestra benevolencia paterna, os transmitimos con afecto a todos vosotros, amados hijos, la Bendición Apostólica.
Dada en Roma, junto a San Pedro, el día 30 del mes de abril de 1921, en el año séptimo de Nuestro Pontificado.
Notas y referencias
[editar]- ↑ Monarchia III, 4.
- ↑ Monarchia III, 3, 16.
- ↑ Convivio II, 9.
- ↑ Monarchia III, 3.
- ↑ N.T. Dante se refiere al traslado de Roma a Aviñón, durante el llamado Destierro de Aviñón (1309-1377)
- ↑ ’’Epistola’’ VIII.
- ↑ Monarchia III ,16.
- ↑ San León Magno, Sermón 4 de Cuaresma
- ↑ N.T., en el original latino, Summarum Clavium observantia, se refiere al poder de las llaves entregado por Jesús a San Pedro; y por tanto, a la observancia debida al Primado de Pedro
- ↑ Monarchia III, 3.
- ↑ Epistola X, §15.