Inconvenientes de ser corto de vista
Reniego del largo estudio
y las lecturas prolijas
a la luz de la nocturna
vigilante lamparilla,
que acortaron tan temprano
el alcance de mi vista
y que a llevar antiparras
parece que ya me obligan:
mas yo, por punto, no quiero
ni lente usar todavía,
al revés de tantos otros
que, aunque más que un lince miran,
llevan el lente tan sólo
por adorno y monería,
y el buen tono y la elegancia
hasta en los defectos cifran:
defecto y de los mayores
que a la humanidad fastidian.
Pues qué, si voy por la calle
de un amigo en compañía,
que: «Mira, chico, me dice,
»en la otra acera esa chica:
»¡Qué guapa! ¡qué ojos, Dios santo!
»¡Qué boca! ¡qué dulce risa!
»No vi cara más hermosa
»en los días de mi vida».
Yo, al oír tales palabras,
muero de rabia y envidia,
maldiciendo mis estudios
y tanta docta vigilia;
y en vano alargo el pescuezo
y aguzo más las pupilas,
abriendo tamaños ojos
que casi se me vacían,
pues no miro sino un bulto
y unas formas indecisas,
y no veo tales ojos
ni esa cara tan bonita.
Mas dirán que me resarce
de no ver las caras lindas
el que no mire las feas
que las miradas contristan;
pero sepan que mi suerte
es tan fiera y tan impía,
que ni este sólo descuento
dar quiso a mi pobre vista;
porque siempre a las más feas
por la acera en que voy guía
y a mi encuentro eternamente
burlona las precipita;
como también a las viejas
de fábrica más antigua,
de esas que a Amat alcanzaron
en su juventud florida.
Aunque lo peor no es esto,
mas que me expongo a que digan
que a nadie vuelvo un saludo
y estoy con todos de riña;
y yo que la igualdad santa
tuve siempre por divisa
y soy tan llano y humilde
demócrata y socialista,
ya por fin protestar quiero
contra fama tan inicua,
saludando desde ahora
con la mayor cortesía
a cuanta gente por esta
y aquella acera transita,
o conocida por mí
o por mí no conocida;
pues prefiero que de mí
como de un loco se rían
a que orgulloso y grosero
me llamen todos con ira.
Pero la mayor de todas
entre las muchas desdichas
que el ser de vista tan corto
me ocasiona y origina,
es (de mi suerte reniego)
que casi no pasa día
en que mi flaca persona
el duro suelo no mida;
y no sé por qué milagro,
con tan frecuentes caídas
y con porrazos tan fieros
ya no me he roto la crisma:
no hay piedra en que no tropiece,
cual puesta allí con malicia,
ni charco en que el pie no meta,
aun del agua menos limpia;
y por mi pie negligente
no hay evitada inmundicia
de cuantas en nuestras calles
olvidó la policía;
si paso de acera a acera,
es tal la desgracia mía,
que no hay carreta ni coche
que no se me venga encima;
no hay cola en que no me enreden
mi distracción y mi prisa,
ni pisotón que me yerre
ni encontrón que no reciba.
Y de tan horribles males
aquí interrumpo la lista
antes que al lector empiece
a ocasionarle fatiga,
y porque, contar queriendo
su muchedumbre infinita,
antes que el cuento acabara
se me acabara la vida.
(1866)