Infinidad de la creación
Huelle la tierra la rastrera planta:
pero tú, generoso pensamiento,
tus alas rapidísimas levanta
a la vaga región del firmamento.
En ese claro piélago anchuroso,
con cien islas le luz resplandeciente,
boga, boga sin tregua ni reposo,
con raudo vuelo, sin cesar creciente.
Surcando con intrépida confianza
el azul elemento como propio,
pasa los astros últimos que alcanza
el ojo de cristal del telescopio.
Ve millares de nuevos resplandores
poblar sin fin la inmensidad serena,
como del campo las espesas flores,
o del desierto a menuda arena.
Mas ten un punto tu inflamado vuelo,
y derrama tus ojos anhelante:
mira detrás la inmensidad del cielo,
la inmensidad del cielo ve delante.
Su fin aspiras a tocar en vano:
aunque siglos tu viaje prosiguieras,
nunca de aquel vastísimo océano
encontraras las últimas riberas.
Vanas fueran tus alas inmortales;
y, sin cesar creciendo su grandeza,
no salieras jamás de los umbrales
de aquella inmensidad que siempre empieza.
Nunca, nunca en tu vuelo sorprendieras
la eterna diestra de crear cansada;
ni llegaras jamás a las fronteras
del silencioso imperio de la Nada.