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Informe Conadep: 026

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CAPÍTULO I - LA ACCIÓN REPRESIVA


Antisemitismo

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En declaraciones a la prensa hechas en octubre de 1981, el entonces Ministro del Interior Albano Jorge Harguindeguy negó que el gobierno de la Junta Militar practicara el antisemitismo, aunque admitió que era «imposible controlar a todo el personal (refiriéndose a las fuerzas represivas) entre el cual puede haber; como en cualquier lugar del mundo; algún sádico o enfermo mental» (Crónica 10-1-1981).

Según el testimonio de R. Peregrino Fernández, oficial de la Policía Federal y miembro del grupo de colaboradores del Ministro Harguindeguy, se conoce que: «Villar (Alberto, luego Jefe de la Policía Federal) y Veyra Jorge Mario, Principal de la Policía Federal) cumplían las funciones de ideólogos: Indicaban literatura y comentaban obras de Adolfo Hitler y otros autores nazis y fascistas».

Esta ideología llevó a una especial brutalidad en el trato de los prisioneros de origen judío. En el C.C.D. La Perla, Liliana Callizo (Legajo N° 4413) «escuchaba los gritos de Levin cuando lo golpeaban e insultaban por ser judío...» ; Alejandra Ungaro (Legajo N° 2213) relata que luego de ser golpeada, sobre todo en la espalda y la cabeza «me pintaron el cuerpo con svásticas en marcador muy fuerte». En el C.C.D. El Atlético «represor que se hacía llamar "el gran führer" hacía gritar a los prisioneros: "¡Heil Hitler!" y durante la noche era normal escuchar grabaciones de sus discursos» (D. Barrera y Ferrando - Legajo N° 6904).

En el reconocimiento realizado por esta Comisión el 24-5-84 en el centro clandestino OLIMPO, el testigo Mario Villami (Legajo N° 6821) señaló el lugar donde estaba la sala de situación y dijo: «Vi una cruz svástica puesta sobre una pared y hecha en papel pintado».

De otros testimonios surge también la admiración e identificación con el nazismo, «Cuando nos golpeaban nos decían: "¡somos la Gestapo!» (Reyes, Jorge - Legajo N° 2563, C.C.D. Regimiento 1° Patricios).

Esta admiración podría ser una causa para aumentar el castigo, como describe Elena Alfaro (Legajo N° 3048), detenida en el Centro Clandestino de Detención EL VESUBIO: «Si la vida en el campo era pesadilla para cualquier detenido, la situación se agravaba para los judíos, que eran objeto de palizas permanentes y otras agresiones, a tal punto que muchos preferían ocultar su origen, diciendo por ejemplo que eran polacos católicos».

O bien, podía ser también motivo para aliviar los sufrimientos de las víctimas. Como ocurrió con Rubén Schell (Legajo N° 2825), quien estuvo prisionero en el Centro Clandestino de Detención Pozo de Quilmes y que por su ascendente alemán corroborado por su fisonomía, vio mejorado su trato. Después de una larga sesión de tortura, «Coco» o «El Coronel» al interrogarlo le dijo textualmente: «escuchame Flaco, ¿qué hacés vos entre esta manga de negros?, si con esa pinta tendrías que ser un S.S. (haciendo referencia a los servicios de inteligencia del nazismo) y me muestra una cruz svástica que tenía tatuada en el brazo», ordenando que desde ese momento le dieran bien de comer, como efectivamente ocurrió. «A partir de ahí no soy más torturado», agrega Schell.

El antisemitismo se presentaba como contrapartida de una deformación de «lo cristiano» en particular y de «lo religioso» en general. Esto no era otra cosa que una forma de encubrir la persecución política e ideológica.

La defensa de Dios y los valores cristianos fue una motivación ideológica simple para que pueda ser entendida por los represores, hasta en sus más bajos niveles organizativos y culturales. Esta necesaria identificación se hacía para forjar en todo el personal represivo «una moral de combate» y un objetivo tranquilizador de sus conciencias, sin tener la obligación de profundizar las causas y los fines reales por los cuales se perseguía y castigaba, no sólo a una minoría terrorista, sino también a las distintas expresiones políticas, sociales, religiosas, económicas y culturales, con tan horrenda metodología.

En el allanamiento realizado en la casa de Eduardo Alberto Cora (Legajo N° 1955), secuestrado junto con su esposa, «después de destruir todo lo que encontraron, los represores escribieron en la pared la leyenda "Viva Cristo Rey" y "Cristo salva". Algunos allanamientos y operativos se hicieron al grito de "¡Por Dios y por la Patria!"».

Los represores se sentían dueños de la vida y de la muerte de cada prisionero: «Cuando las víctimas imploraban por Dios», los guardias repetían con un mesianismo irracional «acá Dios somos nosotros » (Reyes, Jorge Legajo N° 2535).

A la detenida Nora Iadarola (Legajo N° 1471) le hicieron repetir quinientas veces «Viva Videla, Massera y Agosti ¡Dios, Patria y Hogar!»

El antisemitismo vino a ser una manifestación más de los grupos represores, dentro de toda una visión totalitaria que el régimen imperante tenía respecto de la sociedad. Nora Stejilevich (Legajo N° 2535) estaba terminando de preparar su equipaje para el viaje que debía emprender a Israel, cuando un grupo de personas penetró en su domicilio buscando a su hermano Gerardo. Ella debía viajar en compañía de algunos profesionales para trabajar en un proyecto de su especialidad. Ese día, el 16 de julio de 1977, luego de revisar toda la casa, secuestrar algunos libros y papeles y comprobar la ausencia de la persona a la que iban a buscar, se llevan a Nora. «Me amenazaron por haber dicho palabras en judío en la calle (mi apellido) y por ser una Moishe de mierda, con que harían jabón...

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Directamente me llevaron a la sala de torturas donde me sometieron con la picana eléctrica.

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Me preguntaban los nombres de las personas que iban a viajar a Israel conmigo... el interrogatorio lo centraron en cuestiones judías. Uno de ellos sabía hebreo, o al menos algunas palabras que ubicaba adecuadamente en la oración. Procuraba saber si había entrenamiento militar en los Kibutz (granjas comunitarias), pedían descripción física de los organizadores de los planes de estudios, como aquel en el que yo estaba (Sherut Laam), descripción del edificio de la Agencia Judía (que conocía a la perfección), etc. Me aseguraron que el "problema de la subversión" era el que más les preocupaba, pero el "problema judío" le seguía en importancia y estaban archivando información.

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Durante el interrogatorio pude escuchar los gritos de mi hermano y su novia, Graciela Barroca, cuyas voces pude distinguir perfectamente. Además, los torturadores se refirieron a una cicatriz que ambos - mi hermano y yo - tenemos en la espalda, lo que ratificó su presencia en ese lugar. Nunca más tuve noticias de él.

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Días más tarde - concluye Nora - me hicieron saber que mi detención había sido un error, pero que recordara que yo había estado allí».

Juan Ramón Nazar (Legajo N° 1557) ex director del diario «La Opinión» de Trenque Lauquen, declara sobre uno de los interrogatorios a que fue sometido: «Los individuos mostraban una actitud fuertemente antisemita. Me preguntaron si conocía el "Plan Andina", por el cual Israel se quedaría con una parte de la Patagonia».

Miriam Lewin de García (Legajo N° 2365), quien estuvo detenida clandestinamente en dependencias de la Fuerza Aérea, relató que: «La actitud general era un profundo antisemitismo. En una oportunidad me preguntaron si entendía Yidisch, contesté que no, que sólo sabía pocas palabras. No obstante me hicieron escuchar un casete obtenido en la intervención de un teléfono. Los interlocutores eran aparentemente empresarios argentinos de origen judío, que hablaban Yidisch. Mis captores estaban sumamente interesados en conocer el significado de la conversación.

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Con las informaciones obtenidas, confeccionaban archivos, donde incluían nombres y direcciones de ciudadanos de ese origen, planos de sinagogas, de clubes deportivos, de comercios, etc.

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El único judío bueno es el judío muerto, decían los guardianes».

Daniel Eduardo Fernández (Legajo N° 1131) era un joven de 19 años en agosto de 1977 y tiene el extraño privilegio de haber salido vivo del Centro Clandestino de Detención Club Atlético. De esta imborrable experiencia recuerda que en los interrogatorios: «Me insistían permanentemente si conocía personas judías, amigos, comerciantes, o cualquier persona, bastando que fuera de religión judía.

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Allí había un torturador al que llamaban Kung-Fu, que practicaba arte marcial con tres o cuatro personas a la vez - siempre eran detenidos de origen judío - a quienes les daba patadas y trompadas.

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A los judíos se los castigaba sólo por el hecho de ser judíos y les decían que a la subversión la subvencionaba la D.A.I.A. y el sionismo internacional y a la organización de los "pozos" (centros de detención clandestinos) los bancaba ODESA (organización internacional para apoyo del nazismo).

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Contra los judíos se aplicaba todo tipo de torturas pero en especial una sumamente sádica y cruel: "el rectoscopio" que consistía en un tubo que se introducía en el ano de la víctima, o en la vagina de las mujeres, y dentro del tubo se largaba una rata. El roedor buscaba la salida y trataba de meterse mordiendo los órganos internos de la víctima».

En ese mismo lugar de tormento y exterminio, Pedro Miguel Vanrell (Legajo N° 1132) confirma que a los judíos les obligaban a levantar la mano y gritar «¡yo amo a Hitler!». «Los represores se reían y les sacaban la ropa a los prisioneros y les pintaban en las espaldas cruces svásticas con pintura en aerosol. Después los demás detenidos los veían en las duchas, oportunidad en que los guardias - identificándolos - volvían a golpearlos y maltratarlos».

Vanrell recuerda el caso de un judío al que apodaban «Chango», al que el guardia lo sacaba de su calabozo y lo hacía salir al patio. «...le hacían mover la cola, que ladrara como un perro, que le chupara las botas. Era impresionante lo bien que lo hacía, imitaba al perro igual que si lo fuera, porque si no satisfacía al guardia, éste le seguía pegando.

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Después cambió y le hacía hacer de gato.

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En este lugar "el turco Julián" llevaba siempre un llavero con la cruz svástica y una cruz cristiana en el pecho. Este individuo le sacaba dinero a los familiares de los detenidos judíos».