Invitación (Gabriel y Galán)
Ir a la navegación
Ir a la búsqueda
Te invito desde el destierro. Sin despecho, sin rencores. En este risueño encierro, hospital de mis dolores, estoy cantando el entierro de nuestros muertos amores. ¡Prevista estaba la suerte! Inquietos y casquivanos, y puestos entre tus manos, murieron de mala muerte, que no hay cosa menos fuerte que unos amores livianos. El tuyo liviano era, y el que te di no me extraña que víctima suya fuera. ¡Ya no eres tú la primera pobre mujer que me engaña de esa sencilla manera! Y en este juego de amor sé que quieres demostrar que no fui yo el burlador... Tranquila puedes estar, que yo mismo haré constar que es muy tuyo el tal honor. Y dígote sin recelo que tu engaño hízome daño, porque yo no soy de hielo; mas no te parezca extraño que ahora bendiga ese engaño que le abre a mi amor el cielo. Pondrélo en lugar seguro, pues, tras fracaso tan duro, no a más mujeres confío un amor como este mío, que, por no ser todo impuro, te ha parecido muy frío. De una aspiración bendita te he querido hablar mil veces: mas sospecho, mujercita, que esta idea que me agita no cabe en las estrecheces de tu linda cabecita. Haciendo estoy penitencia, y quiera Dios perdonarme amores tan desdichados: quiero limpiar mi conciencia para ante Dios presentarme sin esos ruines pecados. Y limpio de vaho impuro de aquel amor tentador, tan torpe como inseguro, después que me sienta puro, pondré en Dios todo mi amor, que en Dios estará seguro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Antes que en ese camino, por donde corres sin tino, des con un mal caballero que juegue con tu imprudencia, te invito a hacer penitencia y a cambiar de derrotero. Qué, ¿te ríes? ¡Cuántas veces he temido, mujercita, que esta sana aspiración no cabe en las estrecheces de esa linda cabecita y ese enfermo corazón!...