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Jarrapellejos/Prólogo

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(Vida arcaica, feliz e independiente de un español representativo)



A Melquíades Álvarez

Desde la majestad de mi independencia de intenso historiador de las costumbres (no siempre grato a todos, por ahora) permítame usted que le dedique este libro a la majestad de sus talentos (no siempre gratos a todos, por ahora) de futuro gobernante.

Él, en medio del ambiente un poco horrible de la Europa, le evocará la verdadera verdad del ambiente de un país europeo, el nuestro, cuya cristalización en un medievalismo bárbaro, ya sin el romántico espíritu de lo viejo, y aun sin los generosos positivismos altruistas de lo moderno, le hace todavía más horrible que los otros. No le diré que estas páginas contienen la historia de una íntegra realidad, pero sí la de una realidad dispersa, la de la vida de las provincias españolas, de los distritos rurales (célula nacional, puesto que Madrid, como todas las ciudades populosas, no es más que un conglomerado cosmopolita y sin típico carácter), que yo conozco más hondamente que usted, acaso, por haberla sufrido largo tiempo.

Si usted lee este libro con un poco de más reposada atención que hayan de leerlo millares de lectores de ambos mundos, quizá más pronto y mejor pueda verse en buen camino la intención con que lo he escrito. Me llaman algunos inmoral, por un estilo; a usted, también, algunos le llaman inmoral, por otro estilo; pero usted, que por España habrá llorado muchas veces lágrimas de sangre de dolor, y yo, que por España di mi sangre un día y por España suelo llorar cuando escribo, sabemos lo que valen esas cosas.

Y yo, monárquico como usted, porque creo que la autoridad y el orden de una monarquía democrática, con sus prestigios tradicionales, pueden ser el mejor puente de lo actual al porvenir (Letamendi afirmó: «El progreso no es un tren que corre, sino un árbol que crece»); yo, que sin embargo, voto a Pablo Iglesias; yo, individualista, socialista, monárquico..., un poco de todo..., tan dolorosamente aficionado a los toros como a Wagner...; yo, desde la majestad de mi independencia de «hombre que escribe»(no de artista ni de novelista; dejemos esto para los del castillo de marfil), en nombre de la Vida, que no es de marfil, sino de angélica bestialidad de carne y hueso, le digo a usted: vea si, en dejar pasado a la historia bárbara de España el asunto de este libro, no está todo el más urgente empeño de gobierno digno de la majestad de un gobernante.

Felipe Trigo