Julieta y Romeo/Acto 1/Escena 1

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Julieta y Romeo: Tragedia en tres actos (1849)
de Víctor Balaguer
Acto 1, Escena 1

ACTO PRIMERO.
Opulento salon en el palacio de Capuleto.—Una ancha ventana ogiva que figura dar á los jardines, situada a la izquierda del actor y en primer término.—Una gran puerta en el fondo por la cual se descubre un vasto salon que precede al lugar donde pasa lo escena.—Otra puerta á la derecha que conduce á los apartamentos de Julieta.—Una puertecita secreta, á la izquierda, en segundo término.—Grandes panoplias, escudos de armas y estandartes cuelgan de las paredes.


ESCENA PRIMERA.
En el instante que sale CAPULETO por la puerta de la derecha, aparece por la del fondo DON ALVAR.
CAPULETO.

Salud, don Alvar!

ALVAR.

Salud, don Alvar! Noble Capuleto,
en este instante de dejar acabo
á Tebaldo…

CAPULETO.

á Tebaldo… Tebaldo! Por él tengo
el corazon, don Alvar, desgarrado.

ALVAR.

Pues qué, vuestro hijo…

CAPULETO.

Pues qué, vuestro hijo… Es un hijo indigno
á quien ciego no obstante yo idolatro:
el honor de las bellas de Verona
aleve mancha sin piedad é incauto,
al pasarlo, risueño y descreido,
por el tamiz impuro de sus labios;
y mi nombre, don Alvar, ese nombre,
de mis abuelos patrimonio santo,
va en torpes bacanales y en orjías
sembrando cada dia los pedazos.
Mas… dejemos, si os place, tal asunto.

ALVAR.

Y Julieta dó está?… siempre llorando?

CAPULETO.

Llorando? no, si alguna vez asoma
á sus ojos purísimos el llanto,
es que recuerda esos hermosos dias
que con mi hermana en Génova ha pasado.
Niña feliz, cual leve mariposa
que recorre las flores de los prados,
de festejo en festejo y baile en baile
una vida pasó llena de encantos.
Qué estraño, pues, que al verse ahora en Verona
retirada en el fondo de un palacio,
cuyas sonoras bóvedas repiten
el eco frágil de sus leves pasos,
ambicione volar á los placeres
que dulces y risueños la arrullaron?

ALVAR.

Concededme, señor, como os la pido,
de esa niña feliz la ansiada mano,
y en mansion de placeres y de fiestas
trocado encontrareis este palacio.
Yo haré que la tristeza y la amargura
que hoy imprime en su frente sello amargo,
en espansion de júbilo se trueque,
amorosa meciendose en mis brazos.

CAPULETO.

Nadie, don Alvar, mas que vos es digno
de uniros á mi Julia en sacro lazo,
mas antes, el honor de mi buen nombre
me obliga la verdad á relataros.
Uniendo vuestra sangre con la mia
correis peligro y eminente daño;
sabedlo, el himeneo en todas partes
el reposo conduce y al descanso,
mas aquí dan por dote la venganza
nuestras hermosas de rosados labios.
Un rico Capuleto hace dos siglos…
dos siglos, sí, dos siglos han pasado…
su frente vió teñida con la infamia;
robó a su esposa un seductor bastardo.
Vos conoceis nuestros celosos usos,
vos sabeis el honor cuanto le es caro
al alma de los nobles Capuletos…
Montecho lo aprendió…—Fué en vano,
que su crímen y víctima ocultara
en oscuro rincon de su palacio…
con su muerte pagó su atroz delito:
su muerte fué vengada sim embargo,
y desde entonces en entrambas razas
el odio ya se ha hecho hereditario.
Verona entera nuestras tristes luchas
con espanto y dolor ha contemplado,
viendo regar mas de una vez sus calles

con la sangre del uno y otro bando;
y Verona la rica y la opulenta
con tristeza su frente ha doblegado
ante el odio mortal que á los Montechos
los buenos Capuletos profesamos.
Ya veis, don Alvar, que el peligro es grande
si os une á mi familia nudo santo,
pues debéis como miembro de mi raza
el odio compartir de nuestros bandos.

ALVAR.

Merecer no creyera, Capuleto,
tal ofensa de vos: yo los reclamo
esos riesgos, señor, y esos peligros.
Partid vos mi amistad; yo también parto
el odio que circula en vuestras venas,
Me parece, no obstante, que, olvidado,
Montecho calla, y sus rencores guarda
tranquilo el corazon, quieta la mano.

CAPULETO.

La calma es que al huracan precede,
De las fiestas Romeo fatigado,
á bordo de los buques genoveses
busca combates y conquista lauros;
la vejez á su padre altivo tiene
mostrado en un rincón de su palacio;
mas el dia que aquí vuelva Romeo,
vereis precipitarse entrambos bandos,
brujidores torrentes espumosos
de la cima de un monte despeñados.

ALVAR. (Volviéndose al rumor de unos pasos que suenan fuera del salón.)

Alguien viene.

CAPULETO.

Alguien viene. Talerm sus pasos guia
á este lugar.

ALVAR.

á este lugar. Talerm el magistrado?
Soy estrangero, y hace un mes apenas
fue, proscrito, en Verona hallé un amparo,
pero mas de cien veces á mi oído
el nombre de Talerm ha resonado.
Quién es ese Talerm tan poderoso?
El amigo del príncipe? el humano
rodeado de misterios y de sombras
de todos en Verona respetado?
De dónde viene? Adonde va?

CAPULETO.

De dónde viene? Adonde va? Se ignora.
Un azote cruel hace tres años
el luto y el dolor sembró en Verona;
desoladora peste en sus estragos
convirtió cada casa en una tumba
y la ciudad en cementerio vasto.
Talerm se presentó. De casa en casa,
de la peste la cólera arrostrando,
á todas un consuelo y un alivio
con su presencia bienhechora trajo.
De su arte á los secretos prodigiosos
debió Verona su salud. El lauro
mas victorioso engalanó su frente.
Sin patria y sin hogar, abandonado,
patria y hogar nosotros le ofrecimos,
y virtuoso y honrado ciudadano
y majistrado leal, hoy por nosotros
su nombre es el primero del estado.

ALVAR.

De los Montechos que es amigo dicen.

CAPULETO.

Tratando de aplicar seguro bálsamo
á las dolencias que marchita el alma,
Talerm no es mas que médico, y en vano
se busca en él á amigo ó enemigo;
siempre el que sufre lo encontró á su lado
á dispensarle pronto, cariñoso,
amigo ú enemigo sus cuidados.