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La Argentina: 21

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La Argentina
de Martín del Barco Centenera
Canto vigésimo: Cuéntase en este canto cómo un indio llamado Obera se intitulaba hijo de Dios, y a un hijo suyo Papa, y a otro Emperador; y cómo Garay entró en los Nuaras, y de vuelta rompió la palizada de Yaguatatí


El abeja convierte, como vemos,
las flores en la miel dulce y sabrosa;
del araña y la víbora leemos
que en ponzoña las vuelve ponzoñosa.
En nuestra santa fe bien conocemos
que pasa desta suerte aquesta cosa;
pues el hereje y malo, de las flores
del Escritura torna en sus errores.


Cuánto deba tratarse con llaneza
a los indios la Fe, vemos muy claro,
que no se le ha de dar pan con corteza
al niño, dice Pablo muy preclaro.
Y pues que se conoce la rudeza
del indio, y su juicio tan avaro,
conviene como a niños darles leche,
porque en ellos la fe santa aproveche.


Martín González, clérigo idiota,
que a musa solamente no sabía,
al indio predicaba que fue rota
la torre de Babel, y que vencía
David al gran Goliath con su cota
con sólo una hondilla que traía.
Sin esto otros misterios, altos, bellos,
que al indio no se sufre tratar dellos.


Un Obera quedó tan doctrinado
de los sermones déste, que fue parte
por donde el Paraguay arrinconado
estuvo mucho tiempo, y de mal arte.
Después que aqueste indio levantado
en sus tierras ha sido, luego parte
con mucha gente e indios que traía
a sembrar los errores que tenía.


Con éste la nación ruda, indiscreta,
del Guaraní andaba perturbada,
que introducir pensaba nueva seta
este indio que la tiene levantada.
La espantosa señal y gran cometa
que se vido al ocaso levantada,
les dice, cuando fue desparecida,
que la tiene en un cántaro escondida.


Y que a su tiempo había de sacarla,
con fin de destruir a los cristianos;
que a aquesta causa él quiso fabricarla,
teniendo compasión de sus hermanos.
Tenía aqueste perro grande garla,
y como son los indios tan livianos,
y amigos de seguir nuevos caminos,
forzoles a creer sus desatinos.


Obera, como digo, se llamaba,
que suena resplandor en castellano.
En el Paraná Grande éste habitaba,
el bautismo tenía de cristiano.
Mas la fe prometida no guardaba,
que con bestial designo a Dios, tirano,
su hijo dice ser y concebido
de virgen, y que virgen lo ha parido.


La mano está temblando de escribillo,
mas cuento con verdad lo que decía
con loca presumpción aquel diablillo,
que más que diablo en todo parecía.
Los indios comenzaron de seguillo
por todas las comarcas do venía,
atrajo mucha gente así de guerra,
con que daños hacía por la tierra.


Dejando, pues, su tierra y propio asiento,
la tierra adentro vino predicando;
no queda de indio algún repartimiento
que no siga su voz y crudo mando.
Con este impío pregón y mal descuento
la tierra se va toda levantando,
no acude ya al servicio que solía,
que libertad a todos prometía.


Mandoles que cantasen y bailasen,
de suerte que otra cosa no hacían,
y como los pobretes ya dejasen
de sembrar y coger como solían,
y sólo en los cantares se ocupasen,
en los bailes de hambre se morían,
cantándoles loores y alabanzas
del Obera maldito y sus pujanzas.


Un hijo que éste tiene se llamaba
por nombre Guiraró, que es palo amargo.
Del nombre Papa aquéste se jactaba.
Con éste el padre, dice: «Yo descargo
la grande obligación que a mí tocaba
con darle de pontífice el encargo».
Aquéste es el que viene bautizando,
y los nombres a todos trasmutando.


No quiero más decir de sus errores
de que andaba la tierra alborotada
en todo el Paraná y sus rededores;
y así se fue tras él de mano armada.
Mas como éste tenía corredores,
y gente puesta siempre en gran celada,
en viendo la pujanza conocida
del enemigo, pónese en huida.


Aquéste fue la causa que estuviese
la tierra levantada, como estaba,
y que a servir al pueblo no viniese.
También Garay, dijimos, publicaba
la guerra contra éste, aunque tuviese
otro designio, al fin, pues caminaba,
cuando Fuente los Lirios ha tomado,
do nace el Ipaneme desdichado.


Tomando los soldados esta fuente,
sus tiendas y sus toldos asentaron,
en torno de la cual alegremente
del prolijo camino descansaron.
De un bosque muy cercano de repente
dos indios salen fuertes, y llegaron
do estaba nuestra gente reposando,
y de los dos, el uno está hablando.


«A tan altivo», dice, «atrevimiento
no había de ofrecerse desafío,
mas castigo hacer para escarmiento
de vuestra presunción y desvarío.
¿Por qué os osáis meter en este asiento
con tan flaca pujanza y poderío?
Salid, con lanza, espada y con escudo,
que me basta esta pica, aunque desnudo.


»Pudiéramos traer arcos y flechas,
mas quiere el gran Cacique sean probadas
de vosotros ahora estas derechas,
que tienen mil cervices quebrantadas.
Por tanto apagaréis también las mechas,
que son armas al fin aventajadas,
y con lanza y espada, o a los brazos,
hagámonos de presto aquí pedazos.


»Dos somos, salgan dos, tres, cuatro, luego
de aquellos que presumen ser valientes,
que por temor o miedo, ni por ruego,
no habemos de afrentar a los parientes».
Al punto que esto oyeron, como un fuego
saltaron dos mancebos diligentes,
Inciso y Espeluca, sus espadas
en las bravosas manos empuñadas.


Pitum y Corací, como los vieron
salir con tal esfuerzo y gallardía,
con rabia y con furor arremetieron,
y las picas calaron a porfía.
Los gallardos mancebos acudieron
con tal ardid y maña y osadía,
que traban en un punto tal batalla
que Marte no cansara de miralla.


Al Inciso Pitum le cupo en suerte,
que en el aire parece salta y vuela,
con su pica tostada, grande y fuerte
por cien partes le rompe la rodela.
Y aunque parece darle ya la muerte,
de tal suerte el cristiano se desvela,
que pierde Pitum toda su esperanza,
que el cristiano le corta media lanza.


El bravo Corací al Espeluca,
con ánimo bestial encrudecido,
le tiene a mal traer, y a la boruca
el suelo su tropel ha ennegrecido.
Con fuerza con la pica le trabuca
el cristiano con maña, guarecido
se tuvo, porque estando de rodillas
a Corací ha herido en las mejillas.


Inciso, como ve que le faltaba
la media de la pica a su enemigo,
con ánimo mayor más se arrojaba,
y un golpe le tiró junto al ombligo.
Pitum del corazón fuerzas sacaba,
que no las tiene todas ya consigo,
y viéndose sin fuerzas y acosado,
a los brazos venía denodado.


El cristiano, que siente lo que quiere
por ver cómo se estira y endereza,
con fuerza de alto abajo bien le hiere;
y aunque el golpe arrojaba a la cabeza,
la mano le cortó. Si no huyere
Pitum, ha de morir en breve pieza;
mas él está tan ciego en no huirse
que más quiere morir que escabullirse.


Al fin, como se ve sin una mano,
y el dolor que padece le atormenta,
volviendo las espaldas al cristiano,
el resto de la pica al suelo avienta.
Huyendo va a gran priesa por el llano,
que ya no se le acuerda del afrenta;
el otro, que se vio sin Pitum, solo,
aprieta con más fuerza que el Eolo.


Inciso y Espeluca, mal heridos
quedaron, y confusos de este trance
por ver los enemigos ya huidos
sin que ellos puedan irles en alcance,
que el Capitán prohíbe sean seguidos,
diciendo que bastaba el bello lance,
y que del hecho suyo, fama y gloria
merecen, pues quedaron con victoria.


Pitum y Corací van sin pereza
huyendo como suelen de los lazos
las zorras escaparse, con destreza,
haciendo los cordeles cien pedazos.
A no tener tal maña y ligereza,
quedaran hechos piezas, pies y brazos;
mas juzgan por más sana la huida,
a trueco de escapar libre la vida.


Llegados a su estancia relataron
la batalla y reencuentro que tuvieron;
a su Cacique bien representaron
el peligro notable en que se vieron.
Los golpes y heridas demostraron
la mucha roja sangre que vertieron.
Pitum, «perdí mi mano la derecha»,
dice, «y estotra nada me aprovecha».


El Corací, con ansia dolorosa,
«echad», dice, «señores, en remojo
las barbas, pues que veis cuál va la cosa,
que me cuesta el reencuentro el diestro ojo.
No he visto gente yo tan belicosa»,
les dice, «no penséis que esto es antojo,
que son hijos del Sol estos varones,
y más bravos que tigres y leones».


El gran Tapuy Guazú, con pecho fiero,
soltando la voz triste y lastimera,
«mi fin», dice, «se llega ya postrero,
la hora se me acerca postrimera.
Mas conviene la vuestra aquí primero
se cumpla», y encendida una hoguera
a Corací y Pitum, porque tornaron
con tal nueva, allí vivos los quemaron.


Y junta luego al punto allí su gente,
y desta forma a todos ha hablado:
«Amigos, cosa es muy conveniente
que aqueste caso sea bien mirado,
que las cosas tratadas de repente
no suelen suceder en buen estado.
Por tanto el parecer de cada uno
es justo que se escuche de consuno».


Primero a Urambía dijo que hablase,
y aunque él con discreción lo rehusaba,
porque Tapuy Guazú no se enojase,
al fin con ronca voz así hablaba:
«Antes que nuestras tierras ocupase
el español soberbio, se sonaba
que había de perderse nuestro estado
y ser de nuevas gentes conquistado.


»Yo puse en este caso diligencia
mirando las estrellas y planetas,
también tuve gran cuenta y advertencia
en ver andar errando los cometas;
y enséñame también ya la experiencia,
por ver otras naciones ya sujetas,
que no han de bastar fuerzas ya de manos
contra el poder soberbio de cristianos.


»Así que me parece que conviene
con gozo recibir al enemigo,
y pues que con poder y fuerza viene,
tomémosle por fiel y buen amigo.
Y es justo que en la tierra no se suene
que al español no damos buen abrigo,
que al punto le darán contrarias gentes,
de a do resultarán inconvenientes».


Muy duro les parece este consejo
a todos los que estaban congregados,
mas tienen reverencia al cano viejo
y a sus hechos heroicos y afamados.
Curemo, con muy grande sobrecejo,
se sale con sus hijos a los lados
oyendo esto, y no dice cosa alguna,
y con su gente entró en una laguna.


Tapuy Guazú mandó, pena de muerte,
que de la junta nadie se saliese,
y que todos hablasen por su suerte,
y el caso con amor se decidiese.
Berú, de gran valor, indio muy fuerte,
al Cacique le dijo le pluguiese
a Curemo llamar, pues conocía
su suerte, su valor y valentía.


Dos indios a llamarlo se partieron
por orden del cacique y mandamiento.
Por la laguna adentro se metieron,
a do el padre a los hijos juramento
les toma (de cumplirlo prometieron)
que mueran en defensa de su asiento,
les dice, pues mejor es buena muerte,
que vil y desastrada y triste suerte.


Los mensajeros dieron su recado,
Curemo respondió modestamente
que estaba en la laguna ya alojado,
y que quiere meter allí su gente
por no dar ocasión a que el soldado
le haga mal; que luego incontinente
irá al consejo y junta con presteza.
Y su gente recoge sin pereza.


Sus mujeres e hijos ha metido
en la laguna adentro, y gran pantano,
y como los demás lo han entendido
juzgaron su consejo por muy sano.
Y en tanto todos ya se han resumido
que de paz recibiesen al cristiano;
mas que mujeres, hijos se metiesen
a donde los cristianos no los viesen.


Curemo allí salió disimulando
el juramento hecho que tenía.
Garay se llega a priesa caminando
con gran estruendo, grita y vocería.
Los indios, que le estaban esperando,
vencidos de temor y cobardía,
tras la chusma se fueron, mas Curemo
mostrado ha su valor por gran extremo.


Al español espera, y con gran brío
le dice que no pare en este asiento,
que veinte leguas más hay gran gentío
do satisfacer puede bien su intento.
Pasado el Yaguarí, famoso río,
los soldados irán con gran contento,
y a veinte leguas, poco más o menos,
los campos hallarán de gente llenos.


Curemo, que esto dice, les ofrece
la guía que les guíe bien derecho;
su consejo tomar bien les parece,
sintiendo que vendrá de ello provecho.
El indio se retira, que anochece,
y vuelve a la mañana con despecho,
porque al alma le llega a este pagano
de ver nuestro real en aquel llano.


Gran priesa da a Garay para que salga,
diciendo que la priesa le conviene,
que della cuanto pueda bien se valga,
que corre gran peligro si detiene
la partida; y en viendo que cabalga
Garay, nuestro Curemo placer tiene,
y dice a voces altas: «La victoria
espero que ha de ser con grande gloria».


Los cristianos saliendo caminaron
llevando guías, dadas por Curemo.
El río Yaguarí atravesaron,
que entre otros ríos vemos ser supremo.
A los Tapuí Miríes allegaron,
de que placer reciben por extremo;
asalto dan al tiempo que amanece,
por do la triste gente mal padece.


Estaban estas gentes con contento,
de cristianos no piensan la venida;
el súbito temor y sentimiento
les hace huyan todos de corrida.
Oblígales a muchos el lamento
de hijos y mujer a perder vida;
acude cada cual al arco y flecha
con ver venir la muerte muy derecha.


Al fin, en cuatro pueblos que se ha dado,
algunos que defensa procuraban
la vida entre las lanzas han dejado.
Aquellos que a prisiones se entregaban,
por ver ya su negocio mal parado,
con vida por cautivos se quedaban;
quinientas y más piezas fue la presa
que vino desta vez cautiva y presa.


La vuelta da Garay con gran recelo
que venga el enemigo con pujanza.
Lamentan los cautivos aquel duelo,
y suerte miserable y mala andanza.
Al gran Tapuy Guazú llega de un vuelo,
a do sale de viejas una danza,
la victoria con cantos celebrando,
y la gente vencida lamentando.


Alegre y apacible y muy graciosa
la tierra por aquí vimos, poblada
de frescas arboledas, y abundosa
de caza, y nunca ha sido conquistada.
La gente es labradora, y codiciosa
de guerra, y es en ella muy versada;
mas tómalos Garay muy descuidados,
y así pudieron ser desbaratados.


Tapuy Guazú holgó de la venganza
que vido en su enemigo aherrojado,
mas pone con los suyos vigilanza
que no les haga mal algún soldado.
Al fin de paz quedó con la esperanza
que dio, con prometer que de su grado
quería al español ser repartido,
por no ser de otros indios ofendido.


Urambía y Curemo se han asido
en esto y mal revuelto, que decía
Urambía la causa sólo ha sido
que sin hacerles mal Garay salía.
Curemo le ha sobre esto desmentido;
remítese este caso y la porfía
a la prueba más cierta en estacado;
el campo les fue a entrambos señalado.


Urambía las armas señalaba,
que son pica, macana y palometa;
a cada cual padrino acompañaba,
con Urambía sale Urambieta,
Xiantombía a Curemo se llevaba,
y al son de una ronquísima corneta,
metidos en su fuerte palizada,
la batalla feroz fue comenzada.


No creo año se llevan los guerreros,
que entrambos son muy viejos y muy canos.
Los golpes que se dan terribles, fieros,
no dejan, donde aciertan, huesos sanos.
Andan sanguinolentos carniceros,
como de Irlanda suelen los alanos,
y más que hircanos tigres espantosos,
y en ver su propia sangre muy gozosos.


De ver era los dos con el concierto
y ánimo feroz que combatían;
sin falta, a cada cual dellos por muerto
los que mirando estaban le tenían.
Estaba cada cual de ellos tan cierto
en el herir, que entrambos parecían
ser uno; mas Curemo hubo perdido
la pica, que en dos piezas se ha partido.


La macana con furia fuerte afierra,
y espera con esfuerzo al enemigo;
Urambía la pica cala y cierra,
y diérale por medio del ombligo,
mas Curemo dio un salto de la tierra,
y con tan grande maña dio consigo
a un lado, que pasó la pica en vano,
y así quedó Curemo de ésta sano.


Con la pica le lleva gran ventaja
Urambía, mas es tan animoso
que los golpes y botes le baraja
con un ardid y esfuerzo valeroso.
De sangre el verde prado ya se cuaja,
el Sol encubre el rostro luminoso
viniendo ya la noche obscurecida,
y no vemos victoria conocida.


Los jueces los ven a la mañana,
y por igual los hallan mal heridos;
de combatir entrambos tienen gana,
y defender con fuerza sus partidos.
Juzgose por mejor cosa y más sana
que fuesen por sentencia convencidos,
que cierta es a los dos ambos la muerte
volviendo a la batalla cruda y fuerte.


Contra alguno juzgar nadie se atreve,
y siéndoles juez ya señalado,
a entrambos, dice, honra igual se debe,
y que es cualquiera dellos buen soldado.
Ninguno hay que el decreto desapruebe,
y así dice el juez muy denodado:
«Lo que he dicho, pronuncio y lo sentencio,
y pongo al caso fin aquí y silencio».


En tanto que esto pasa, presuroso,
juntando en Ipaneme mucha gente,
andaba Guayracá muy valeroso,
astuto, sabio, artero y muy valiente.
En un espeso bosque, deseoso
de librar del cristiano bien su gente,
compuso una terrible palizada,
de aguas y comidas abastada.


El fuerte fue con maña fabricado;
a los lados con muchos torreones,
estaba a todas partes resguardado
con sus trincheas, fosas y bastiones.
Sin duda Satanás ha revelado
a Guayracá el modelo e invenciones,
que nunca estuvo en África ni Italia,
ni menos en Castilla ni Vandalia.


Juntó para este fin toda la tierra,
e hizo grande junta y llamamiento,
publica a fuego y sangre cruda guerra,
celebra del cristiano el finamiento,
ofrece en sacrificio una becerra
y las cenizas della por el viento
desparce, por señal y por memoria
que contra el español habrá victoria.


Yaguatatí de presto se le ofrece
con más de dos mil indios de su mano;
por alférez le nombra, y lo merece.
Con mil indios acude Tanimbano,
el gran Cayapey no desfallece;
Ibiriyú, también mozo galano,
acude aquél con mil menos ochenta,
estotro con doscientos y cincuenta.


Yacaré y Tapucagn no se quedaron,
que cada uno trescientos y cincuenta
traía; de esta suerte se juntaron
al pie de cinco mil a buena cuenta.
En la estacada y fuerte se encerraron,
sin que salir alguno se consienta;
y si salen algunos, muy aína
acuden a la trompa y la bocina.


Así con gran contento deseaban
que venga el español para probarse.
El tiempo, noche y día lo gastaban
en su estacada, y fuerza y repararse
la flecha, pica y dardo ejercitaban,
a sus solas procuran ensayarse.
El maraca, bocina, y atambores
resuenan por el bosque y rededores.


Garay, que caminaba desque llega
do se siente esta grita y alboroto,
atraviesa por medio de una vega
hasta dar en un verde y grande soto.
La gente guayracana estaba ciega,
en un momento el campo les fue roto,
mas viendo las mujeres les llevaban,
con fuerzas defenderlas procuraban.


De temor de la trompa que sonaba
y el tropel y ruido del caballo,
la chusma el fuerte ya desamparaba,
que al español no quieren esperallo.
El Guayracá a los indios animaba,
el español comienza a escopetallo;
mas tiene tal destreza el perro viejo
que a su defensa halló buen aparejo.


Desde un tronco muy grande desembraza
el Guayracá una flecha, y la ha fijado
en un árbol, pensando que hizo caza
en Garay. Una voz ha levantado,
diciendo: «Capitán, desembaraza
el campo, pues ya ves que te he clavado».
Mas Inciso dio al perro por la frente,
y cae Guayracá luego de repente.


Yaguatatí en un punto embravecido
como toro muy bravo de Xarama,
entre los españoles se ha metido,
y sálele al encuentro Valderrama
y Osuna, de los cuales mal herido,
los dientes rechinando, bufa y brama,
y dice: «Por matarme satisfechos
no vais», y mete el dardo por su pecho.


Luis Martín, con ánimo lozano
encuentra a Mayrayú, y de estocada
por los pechos le hiere y da en el llano
el indio, y al caer quebró la espada,
que no pudo sacarla el trujillano
según estaba fija y enclavada.
La macana del indio torna presto
con que piensa vencer a todo el resto.


Castillo, con su espada y la rodela,
a diestro y a siniestro va hiriendo;
Cuyapei en herirle se desvela,
y viendo que le acierta, va huyendo.
Así como lo vido Valenzuela,
tras el indio con furia fue corriendo;
el trueco le dio luego del flechazo,
y en tierra le tendió de un pelotazo.


Bañuelos de esta hecha, y Espinosa,
el infierno poblaron de paganos,
y viendo que la gente temerosa
discurre sin consuelo por los llanos,
viniendo ya la noche tenebrosa
volvieron al real libres y sanos;
empero de la sangre que han vertido
teñido el rostro, manos y vestido.


Este día vi un indio que llegaba
a mí, con una cruz viene en su mano;
con muy grandes sollozos me hablaba.
«Por Dios que murió en ésta Soberano»,
me dice, «ya me val, pues te obligaba
el ser tú mi Señor Arcediano».
Diciendo estas razones se me llega,
y al caballo y estribo se me pega.


Aquéste en la Asumpción había servido
a Bartolomé Barco de Amarilla;
después con otros indios se ha huido
al Obera siguiendo y su cuadrilla;
y viéndose en peligro, ya vencido,
a mi lado se pega y a la silla.
Valiole el escogerme por padrino,
que el tiempo le enseñó lo que convino.


El Obera, maldito, dado había
la cruz a aqueste indio y deputado
por sacerdote, y santo le tenía;
después de aquéste fui bien informado
de aquellas ceremonias que hacía
aquel maldito indio y endiablado;
y cómo Papa a un hijo intitulaba,
y al otro Emperador y Rey nombraba.


El uno bautizaba, trastrocando
los nombres que los indios ya tenían;
el otro los delitos castigando
andaba, que los indios cometían.
El Obera, su padre, predicando,
yo vi que unos mestizos le seguían,
y puse gran calor yo por haberlos,
y al fin hube con maña de cogerlos.


Con un muchacho mío, conocido,
ladino en gran manera y ardidoso,
enviando a decir cómo había ido
de remediarlos estando deseoso.
De Logroño un mestizo fui creído,
y a mi toldo se vino muy gozoso;
traté de perdonarle si traía
los otros dos, y al punto lo hacía.


Otro mestizo andaba levantado,
de nación portugués, y publicaba
contra el Misterio Santo consagrado
formadas herejías, que hablaba.
Oyéndole, le dijo otro soldado
que mirase muy bien lo que trataba,
el cual me dio noticia de este caso,
y yo salí de casa muy de paso.


De blanco me vestí, y con sombrero
de paja, en mi caballo a la jineta,
llevando solamente un compañero,
y cada cual a punto una escopeta.
Espías yo le puse, tan ligero,
que venida la noche muy secreta
en un bosque le prendo, y amarrado
a la ciudad le traigo a buen recado.


El que fingía ser Papa, y compañeros,
jamás nos esperaron en la guerra,
que aunque suele traer muchos flecheros
y sale muchas veces de su tierra,
por saber ya que son arcabuceros,
en los bosques y montes bien se encierra.
El Guayracá, que hizo palizada,
quedó muerto, y su tierra desolada.


Doscientas o más piezas se sacaron
de aqueste asalto y guerra Guayracana;
algún tanto con esto reposaron
los indios de la tierra comarcana.
Los nuestros con contento celebraron
el triunfo de victoria tan galana,
y a la Asumpción volvieron victoriosos,
alegres, placenteros y gozosos.


Mas no puede durar el alegría,
que nunca puede haber gozo cumplido;
pues vemos que al placer dolor seguía,
y al dolor el placer se le ha seguido.
Decir quiero un motín que sucedía
de mestizos malvados mal urdido.
Descanse pues un poco aquí mi pluma,
y luego lo pondrá en muy breve suma.